La libertad y el libre albedrío

ÍNDICE



A veces se oye a una madre angustiada decir: "Antes mi hijo era muy obediente, pero ahora que ha entrado a la adolescencia me ha dicho que le doy muchas órdenes y que quiere irse a vivir con su tía. ¿Qué puedo hacer?".

Tal vez la tía en cuestión tenga un hijo único ya mayor de edad a quien ella consiente todos sus caprichos. Al hijo le gusta a pasar todo el día con ellos. Es también hijo único, y su madre ya no sabe qué hacer para controlarlo. Él dice que quiere irse una semana de vacaciones a la casa de su tía. Viven a pocas cuadras del hogar, pero igual es una preocupación. ¿Qué puede hacerse?

En primer lugar, es de esperarse que a partir de cierta edad los niños comiencen a poner a prueba a sus padres y maestros para ver hasta dónde pueden salirse con la suya, porque están practicando la toma de decisiones con la finalidad de ver hasta dónde pueden controlar su entorno. Esto será muy importante para cuando se independicen del hogar y formen el suyo.
Es cierto que hay libertades que un adolescente todavía no tiene derecho a tomarse, pero también lo es el hecho de que si los padres coartan injustamente las libertades que el joven ya ganó por méritos propios, el resultado será muy desmoralizador para el joven. Los niños y jóvenes pueden ser inexpertos, pero tienen un agudo sentido de justicia. Si ven que se les trata injustamente, desequilibradamente, reaccionan rebelándose de maneras aún más desconcertantes, y se reafirman en su posición. El peligro crece cuando dicha posición está equivocada. Los padres deben respetar los derechos del niño en tanto no violen principios fundamentales.

En segundo lugar, no es raro que los niños que han crecido en un hogar ordenado y limpio se sientan atraídos por el señuelo de los lugares donde las restricciones son menores o no existen, ya sea la casa de la tía, un parque o algún lugar secreto del vecindario. La falta de reglas en otros lugares resulta muy atrayente porque les permite ir más allá y experimentar con todo lo prohibido.
Por eso, los padres deben ser claros en cuanto a enseñar a sus hijos pequeños el valor de sacar lecciones de las consecuencias. Entonces, cuando crezcan estarán indispuestos ante todo aquello que podría traer malas consecuencias. Pero si no han aprendido a medir las consecuencias, se meterán en muchos problemas y nunca sabrán por qué nunca les va bien.
¿Pero qué hacer si el niño ya creció y ahora es un joven está rebelándose? Requiere mucho más paciencia y tacto razonar con él respecto a los resultados desagradables de proceder ineficazmente (porque se ahora se siente seducido por el deseo se ir contra las normas), pero igual hay que ayudarlo a aprender a medir las consecuencias y aplicar el método a su vida.
Por ejemplo, cuando aparecen unos delincuentes siendo conducidos a la cárcel, es correcto decirle: "Esos jóvenes no midieron las consecuencias de sus pequeños errores varios años antes, y poco a poco hicieron cosas cada vez más malas, hasta que ¡mira! terminaron en la cárcel.
"¿Y ahora? Ya no tienen la libertad de vivir en el mundo exterior, sabe Dios por cuántos años. Van a pasar el resto de su vida rodeados de delincuentes. ¡Qué triste final! ¿No, hijo? ¿Te gustaría terminar tus días en un sitio donde no te dejarán ver los programas de televisión que a ti te gustan? ¿O vivir en un lugar donde todos son hombres y no hay mujeres? Un lugar donde ni siquiera tus amigos te podrán visitar, porque los penales quedan muy alejados de la ciudad, además de que es muy desagradable ir a un sitio donde solo hay delincuentes. Nadie te visitaría. ¡Imagínate! Todo por no haber aprendido a medir las consecuencias. ¿Sabes cómo medir las consecuencias?"

- No.
- ¿Te gustaría que te enseñe?
- Sí.
- Muy bien. Mira esa pelota. Está quieta. ¿Crees que se moverá si nadie la golpea?
- No.
- ¡Muy bien! Saber eso es muy importante para medir las consecuencias. ¿Sabes cómo?
- No entiendo nada.
- Es el principio de acción y reacción, o ley de la inercia.

Luego puede decir algo así como esto: "El principio de acción y reacción dice que todo lo que hacemos causa un efecto. Por ejemplo, si empujo un poco esa pelota con un dedo, se moverá un poco, pero si yo le doy una patada con todas mis fuerzas, podría romper la ventana o el aparato de televisión u otra cosa. La reacción será tan fuerte como la acción. Y el principio de inercia dice que la pelota no se moverá de allí si nadie la empuja o golpea.
"Ahora bien, algo parecido sucede con las personas. Por ejemplo, la vez pasada yo te quité unos dulces porque te hemos prohibido de comer dulces, pero no medí las consecuencias y te molestaste conmigo. Yo causé hice una acción y causé una reacción. Te molestaste. Eso me enseña que, para la próxima vez, debo medir mejor las consecuencias, para no actuar tan bruscamente. Eso es medir las consecuencias. Medir las consecuencias nos permite llevarnos mejor y ser más felices.
"Si aprendes tú también a medir las consecuencias, podrás dirigir una empresa y también dirigir tu propia casa, con tu propia esposa y tus propios hijos. Así como yo debo aprender a medir las consecuencias, tú también debes aprender a medir las consecuencias.
"Por ejemplo, si tus padres te prohibimos comer dulces, no es porque te odiamos, sino porque te amamos. El médico dice que no debes comer dulces por un tiempo porque tus dientes necesitan fortalecerse. Si no mides las consecuencias, y comes dulces, ¿qué reacción crees que vas a provocar en nosotros? Nos vamos a molestar y tal vez tengamos que darte un castigo, para que aprendas a respetar nuestras instrucciones.
"Por lo tanto, aprendiendo a medir las consecuencias de nuestras acciones, podemos aprender a controlar toda nuestra vida. Todo tiene una consecuencia. Si no trabajamos, no tendremos dinero; si no tenemos dinero, no podremos pagar la luz; si no pagamos la luz, no tendremos televisión, ni luz, ni microondas, ni radio, ni computadora, ni play station, ni nada que funcione con electricidad; y si no tenemos esas cosas, nos aburriremos porque no tendremos cómo ver televisión; no podrás estudiar, porque no podrás encender la lámpara de tu mesa; no podremos hacer muchas cosas. Por lo tanto, para tener buenas consecuencias, debemos trabajar. ¿Vas entendiendo, hijito?

En tercer lugar, los niños y adolescentes ponen a prueba a sus padres de esa manera no solo para ver hasta dónde pueden llegar, sino para sentir cuánto se les ama y aprecia, y cuánto se confía en ellos. En algunos lugares de Japón hay una costumbre social extraña. Cuando el esposo presenta a su esposa, podría decir algo así como: “Le presento a mi estúpida esposa”, solo para que el anfitrión le diga un cumplido: “No, ella no es ninguna estúpida, sino una señora muy amable, hermosa y elegante”.

Bueno, los niños tienen una costumbre similar. Van más allá de los límites simplemente para ver cuándo sus padres les dicen: “Hasta aquí nomás”. Si los dejan ir más allá de donde deben, tal vez lo interpreten como que no hay nada malo en romper las reglas, y allí es donde se multiplican los problemas.
Cuentan que unos científicos hicieron una prueba con unos niños pequeños. Los llevaron a una granja y los soltaron en un espacio inmenso donde no había vallas ni señalizaciones. Los niños no se mostraron muy anuentes a alejarse mucho del centro. Luego los llevaron a otro lugar, donde, aunque había vallas, estaban un poco alejadas. Ahora corrieron por todas partes y jugaron hasta más no poder. Repitieron el experimento y siempre ocurría lo mismo: Los niños disfrutan más de su vida si tienen claros los límites; pero si no conocen los límites, se retraen y no se sueltan.
Es increíble que los límites tengan ese poder, pero es verdad. La falta de límites claros no permite que los niños se suelten y desarrollen todo su potencial. Pero cuando se los limita con claridad, se sienten seguros de sí mismos y desean ir hasta el límite. Incluso la frase "El Cielo el el Límite" da a entender que uno puede dar el máximo. Sin embargo, es porque "El Cielo" es el límite. ¡Hay un límite! Esa es la seducción de dicha frase, no la ausencia de límites.
Ahora bien, no se logran los mejores efectos si acercamos tanto los límites que el niño se siente como claustrofóbico. De hecho, un niño que crece dentro de un corralito no desarrollará tanto como uno a quien se permite correr por toda la casa. Es cierto que por sentido práctico el corralito puede ser útil por un rato, pero no debemos dejar al niño allí siempre y durante todo el día, porque realmente le podríamos causar un daño.
Por lo tanto, los padres deben dar a sus hijos cada vez más libertad, pero convertir las órdenes en sugerencias vigorosas y nunca permitirles que vayan más allá de donde realmente les conviene, desde el punto de vista de sus padres. Demarcar bien los límites les dará mucha seguridad en sí mismos, porque podrán ir hasta donde quieran sin traspasar los bordes. Pero los límites tienen que ir ampliándose a medida que crecen, porque de lo contrario, soñarán despiertos con el día en que puedan huir de casa. No queremos eso, ¿verdad?
Una vez, cierta maestra explicó: "El niño es como un resorte en nuestra mano. Si lo mantenemos presionado por mucho tiempo, y de repente lo soltamos, saldrá disparado y no sabremos dónde caerá. Pero si lo soltamos poco a poco, recuperará su posición normal y no se nos escapará de la mano. Eso mismo tenemos que hacer con la disciplina. Tenemos que explicar los límites, pero no deben ser tan cercanos que asfixien, ni tan lejanos que no se vean claramente. Ambos extremos no son recomendables.

¿Punto de vista de sus padres?

El niño ha crecido toda su vida bajo la sombra del punto de vista de sus padres, los cuales contenían órdenes, prohibiciones, concesiones, premios y castigos, en una palabra, los límites. Pero si los padres no han tenido la precaución de incorporar dichos puntos de vista en la mente y corazón del niño, de manera que los haga suyos, será muy difícil controlarlo. Por eso es tan importante enseñarle, con ejemplos, el principio de autoridad, el principio de inercia y el principio de acción y reacción, y explicarle que esas se llaman verdades fundamentales para la vida.
El niño tiene que saber cómo funciona el perdón en todo esto. Porque va a cometer errores y los padres van a tener que perdonárselos. Pero ¿cuando y cómo? El niño tiene que saber que hay ciertas cosas que pueden hacerse, otras pueden ser tolerables, y otras, intolerables. Puede equivocarse y puede recibir perdón. Pero ¿cómo le irá si le mete los dedos en los ojos a su hermanita? ¿Debemos ser tolerables en cuanto a eso? ¡No! Porque los actos intencionales de agresión no son tolerables y, además, en ciertos casos, hasta podrían merecer un castigo.

Por otro lado, si dichos puntos de vista no pasan la prueba y el niño averigua por su cuenta que no todos son realmente importantes, o que son exageradamente restrictivos (los límites están demasiado cerca), seguramente se rebelará contra ellos, sobre todo, si sus amigos ‘el abren los ojos’ a su nueva realidad. “¡Libérate de tus padres!”, le dicen. “¿Por qué tienen que darte tantas órdenes y prohibiciones? Ponte firme y no te dejes. Ponlos en su lugar. ¡El cielo es el límite, hombre! Si no lo haces ahora, te ahogarán por el resto de tu vida. Míranos a nosotros. Nosotros hacemos lo que nos da la gana. Tienes que aprender a manejar a tus padres para que te den más libertad. Ya no eres un niño.”

Es increíble la cantidad de argumentos que los amigos pueden inculcar en la mente de los hijos. Si los padres no han tenido la precaución de anticiparse proactivamente y ayudar al niño a ver la conveniencia de hacer caso a sus padres (medir las consecuencias), simplemente se les escapará de entre las manos como un pajarito que sale de su jaula, o disparado como un resorte, para no volver nunca. Es decir, a ser obediente como antes.

Desde pequeño, el niño debe aprender que los puntos de vista de sus padres (medir las consecuencias, el principio de autoridad y los demás principios) son de gran valor para su vida, ver el provecho que consigue cuando obedece, aprender a disfrutar de las buenas consecuencias de hacer las cosas bien.

El punto de vista de Dios

Ahora bien, es cierto que se debe inculcar el punto de los padres en la mente del niño, pero si dichos puntos de vista están alejados del punto de vista de Dios, resultará algo parecido a lo que ocurrió en los tiempos de Adán y Eva.

Caín no mató a Abel porque era asesino, sino porque era envidioso y le gustaba hacer las cosas de una manera que no agradaba a Dios, lo cual, con el tiempo, lo llevó a convertirse a sí mismo en un asesino. Una cosa lleva a la otra. No respeto un principio aún más elevado que los otros principios que hemos mencionado. Pasó por alto el principio del amor.
El principio del amor indica que uno debe esforzarse por procurar hacer el bien a todas las personas, Dios incluido. El principio del amor impide que uno haga daño a sus semejantes. Por eso la Biblia dice: "No tengas ninguna deuda con nadie, aparte del amor. Porque el que ama a su semejante, ha cumplido la ley [de Dios]. En efecto, "no cometerás adulterio", "no asesinarás", "no robarás", "no codiciarás" y cualquier otro precepto que haya, se resume en esta fórmula: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Porque el amor no causa daño al prójimo. El amor es, por tanto, el cumplimiento de la ley [de Dios]'. (Romanos 13:8-10)
Cuando se pasa por alto el principio del amor, uno hace todo lo contrario: comete adulterio, asesina, roba, miente, codicia, envidia, odia. Abel no fue así. Por lo contrario, le gustaba hacer las cosas que agradaban a Dios, y seguramente recibía constantes alabanzas de sus padres, porque ellos se daban cuenta de que era un buen hijo. Eso no le gustaba a Caín, que lo veía con otros ojos. Poco a poco fue cultivando un odio profundo por su hermano, hasta que llegó el día en que tomó la fatal decisión de llevarlo con engaños al campo para darle muerte. (Génesis 4:8)

Sus padres no midieron las consecuencias y pasaron por alto el punto de vista de Dios al comer del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, a pesar de que Dios les había advertido claramente que, si lo hacían, se deteriorarían y morirían como cualquier otra criatura del paraíso. En otras palabras, perderían el don de la vida eterna. (Romanos 6.23) Y no sería de extrañar que Caín siguiera sus pasos y creciera haciendo lo que le daba la gana. Cuando esa actitud maduró hasta el punto de convertirse en un estilo de vida irreformable, quitarle la vida a su hermano se convirtió en una opción macabra.
Ese es el principio de la levadura. Levadura es el nombre que se da a ciertos microorganismos que permanecen en estado latente hasta que se la mezcla bajo condiciones adecuadas con una masa para fermentarla. Un poco de levadura hacer fermentar toda la masa (1 Corintios 5:6). Igualmente, basta con abrigar un poco de maldad para que nuestra mente termine fermentando y todos nuestros pensamientos y sentimientos se alejen de Dios, aun convirtiéndose en una mente malvada, completamente alejada de Dios. (2 Corintios 11:3)

De modo que no es broma alejarse del punto de vista de Dios para empezar a hacer lo que a uno le da la gana bajo una cultura sin límtes. Por eso uno debe aprender a controlarse y averiguar cuál es el punto de vista de Dios a fin de ponerlo en práctica. De este modo, producirá consecuencias agradables en su vida al tomar decisiones acertadas. Si eso es verdad en un adulto, con mayor razón el niño debe aprender temprano en la vida las diferencias entre el punto de vista de Dios y el de los hombres. Debe aprender el autocontrol o autodominio en todas las cosas, reconociendo que violar las normas es un proceder seductor que siempre resulta en consecuencias desagradables.

Es cierto que aun si hemos caído en un modelo de desobediencia la Biblia puede ayudarnos a enderezar las cosas, pero tenemos que aceptar la implantación de la Palabra de Dios en nuestro corazón para poder corregirnos y autoeducarnos con base en la justicia de Dios. (2 Timoteo 2:16)

La disciplina de Dios

En realidad, la Biblia es un manual de disciplina para el éxito. (Salmo 1:1-3) Pero hay que aprender a buscar los pasajes pertinentes, no solo con la finalidad de sacarle provecho personal, sino con el objetivo noble de aprender qué es lo que Dios quiere que aprendamos.

Porque así como queremos que nuestros hijos sean obedientes a sus padres, los padres debemos aprender a ser obedientes a Dios. (Efesios 6:5-6) De otro modo, no funciona. Hay cosas que Dios nos pide, que no nos gustan, y cosas que nos prohíbe, pero nos gustan. Sin disciplina y autocontrol, las consecuencias serían desastrozas.

La disciplina se define como la instrucción basada en un código de comportamiento. La disciplina de la Biblia se basa en un código moral recto e infalible. De modo que, seguirlo es propender al éxito.

La disciplina de Dios comienza adquiriendo el conocimiento y la sabiduría de Dios, pero eso es imposible mientras no se reconozca de corazón el derecho de Dios de recibir el respeto que se merece (principio de jefatura). (Proverbios 1:7) Una vez reconocido ese derecho, uno implícitamente reconoce que, ante Dios, no tiene ningún derecho, y que todo lo que tiene le pertenece a Él. Por lo tanto, todo lo que posee es de Dios y debe usarse en armonía con su voluntad.Eso no es restrictivo. Porque al usarlo todo en armonía con la voluntad de Dios, el resultado es que solo nos perdemos las cosas malas que hacíamos antes en contra de Su voluntad, lo cual es excelente. Al no ensalzar lo malo, acabamos cosechando lo bueno.
El principio de autoridad es el que nos instruye a respetar al que está más arriba de nosotros en cuanto jerarquía. Si se pasa por alto el principio de jefatura, lo único que puede esperarse con el tiempo son problemas y más problemas. (Tito 3:1-3) Si Eva hubiera consultado con su esposo Adán antes de comer del fruto del árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, quizás las cosas hubieran tomado otro rumbo y no se hubiera perdido el paraíso. Pero ella pisoteó el derecho de su esposo de ser consultado por ella en ese asunto tan delicado. Ella debió respetar a su esposo, no tomar una decisión arbitraria, sobre todo, tratándose de un mandato capital.
Ahora solo nos toca a nosotros, sus hijos, dejarnos enseñar por Cristo cuál es el punto de vista de Dios respecto a la disciplina, respecto al sexo, respecto a la diversión, respecto a todo lo que a Él le agrada. Por eso, la disciplina de Dios es progresiva y abarca una renovación completa de nuestro carácter y personalidad en la medida de nuestras posibilidades.
Él es misericordioso y comprende nuestras limitaciones y nuestros defectos. Pero también ve nuestro potencial y sabe hasta dónde somos capaces de llegar en todo sentido. Nos da tiempo para reestructurar nuestra vida, replantearnos nuestras metas y ejercitarnos en un nuevo modo de vivir. Además, nos provee un rebaño con el cual pastar y con el cual podemos poner en práctia las teorías. Por ejemplo, Jesús dijo: “En esto sabrán que son mis discípulos, si se aman [agape] entre sí”. (Juan 13:34-35) Eso no podría aplicarse si no hubiera otros como nosotros que también están esforzándose por hacer lo que es apropiado desde el punto de vista de Dios.

La disciplina de Dios abarca tantas facetas como podríamos imaginar. Por lo tanto, necesitaríamos cientos de años para perfeccionar las cualidades necesarias para ser completamente sanos en todo sentido. Hemos vivido tanto tiempo expuestos a la maldad que necesitamos que Jehová nos tenga paciencia y perdone nuestra fallas. Solo así podremos levantarnos cada vez que caigamos, y seguir adelante hacia la loable meta de la transformación.
No podemos disciplinar a nuestros hijos si no nos disciplinamos primero a nosotros mismos. Pero tampoco podemos esperar que nuestros hijos acepten las restricciones que les ponemos si los límites son muy estrechos. Nunca olvidemos que Dios nos amplía los límites en la medida que le demostramos que somos obedientes de corazón. El agua de vida es muy agradable, pero si nos rebelamos, puede caernos encima como un bloque de hielo. Depende de cómo la recibimos.

La disciplina de Dios también es activa en el sentido de que el discípulo de Cristo tiene que asumir voluntariamente la responsabilidad de transmitir el mismo conocimiento de Dios y hacerlo disponible a tantas personas como sea posible, especialmente las que sufren por toda la maldad que se ve en el mundo. (Ezequiel cap. 9)

La disciplina de Dios implica compromiso. Por eso el cristiano pide el bautismo en agua tan pronto como toma la decisión de ser fiel a Dios hasta la muerte. Es más que la decisión de mantenerse fiel en el matrimonio. Y no es un acto coactivo, sino voluntario, basado en el amor.
Algunas personas que están dispuestas a averiguar lo que Dios quiere, anteponen: "¿Sin compromiso?". Pero no entienden que Dios es Dios, y no acepta nada menos que compromiso. Nosotros no somos los que ponemos las condiciones, sino Él.

Por lo tanto, la libertad que Dios nos concede al darnos el don del libre albedrío entraña compromiso y responsabilidad. En otras palabras, respetar los principios de acción y reacción, de inercia, de jefatura y de amor, así como toda otra ley que nos beneficia. Los niños deben saber que todo tiene una consecuencia buena o mala, y asimilarlo sin coacción de ninguna clase. Es un compromiso personal, intrasferible y permanente.

Libertad y el sentido de responsabilidad

Fue una pésima decisión el que Adán y Eva tomaran del árbol del conocimiento en el jardín de Edén. Porque aunque era hermoso en tanto representaba la obediencia de la humanidad y el amor que le tenían a su Padre, sus frutos no servían para dar ningún poder especial a ningún humano. Aquel árbol simplemente fue un símbolo de la sumisión voluntaria del hombre. Representaba el libre albedrío al servicio de Dios, no al de uno mismo ni de otros. Simbolizaba nuestro respeto al principio de jefatura. Dios es Dios. Pasar por encima de Él es una grave falta de respeto a todos los principios habidos y por haber.

El solo hecho de tocar el árbol fue muy malo en sí mismo. De manera que ahora el hombre debía aprender que las libertades que implicaban el libre albedrío solo debían usarse en armonía con el universo, no según el capricho de nadie. Esto no era injusto, porque ahora podemos constatar más allá de toda duda de que la guerra, el hambre y la injusticia son efectos palpables de las consecuencias directas del mal uso de la libertad y del libre albedrío.

Enseñando a nuestros hijos a usar sus libertades

Si dejamos que nuestros hijos vayan por ahí experimentando por su cuenta sin proveerles ninguna guía ni trazarles límites claros, explicándoles que pasarlos por alto implica represalias, crecerán acostumbrados a romper los esquemas en todo sentido, hasta violando normas importantes, rebelándose ante la menor restricción y dando rienda suelta a su deseos, es decir, fermentando toda la masa, solo para terminar reconociendo que había consecuencias que lamentarían el resto de su vida.

Si dejamos que nuestros hijos encuentren las respuestas por sí mismos, se creerán exageradamente autónomos y dejarán de pensar en función de la interdependencia a la que todos estamos sujetos. Creerán, como Caín, que pueden hacer lo que les dé la gana con tal de controlar el mundo, lo cual es una falacia. Los niños deben aprender que las libertades no son ilimitadas y que el libre albedrío debe usarse para lo que fue diseñado: en armonía con el resto del universo.

¿Quién dice lo que es bueno y lo que es malo?

Desde un principio Dios alumbró el camino del hombre al decirle lo que era bueno y lo que era malo desde su punto de vista. (Génesis 2:15-17) Por lo tanto, Adán y Eva no ignoraban lo que era malo ni lo que era bueno desde el punto de vista de Jehová, porque entendían que había una ley: “Era malo tocar y comer del árbol del conocimiento. No tocarlo y no comerlo era bueno”. De modo que ellos sabían perfectamente lo que era bueno y lo que era malo.

Entonces, ¿en qué sentido el comer del fruto les daría el conocimiento de lo bueno y lo malo? En ningún sentido. Después de comer del fruto y darlo a su esposo, Eva no sintió nada aparte de remordimiento. Reconoció abiertamente que había sido engañada. (Génesis 3:13; 1 Timoteo 2:14) El que se le abrieran los ojos, no significaba que los tenían cerrados, sino que tomaron conciencia de la estupidez que habían cometido, tal como cuando alguien que se rebela tercamente contra el buen consejo cae en desgracia y reconoce: “Eso me abrió los ojos. Ahora me doy cuenta de lo estúpido que fui al no hacer caso a la advertencia que me dieron”.

Todos abrimos los ojos demasiado tarde. Demoramos en reconocer que el punto de vista de Dios es el mejor, porque el orgullo nos ciega y nos convertimos en esclavos de nuestros propios deseos. Luego, cuando nos sobrevienen las consecuencias, nos enfurecemos contra Dios como si él hubiera sido el causante de nuestros errores. (Proverbios 19:3) Algunos racionalizan su odio hacia Dios a un grado máximo cerrando sus ojos y oídos completamente a cualquier supuesta intervención de Su parte por ayudarlos. (Salmos 10:4)

"¿Adán y Eva? ¡Patrañas!". Usan su libertad y libre albedrío como les da la gana. “Dios no existe. ¡Diviértete!”, es su lema. Pero después de unos años de tal diversión también deberían ser honrados en publicar los resultados de su experimento en términos prácticos. ¿Cuántos se sumieron en el alcohol, las drogas y la promiscuidad, con toda su secuela de sufrimientos? Realmente, ¿a quién beneficia esa clase de filosofía acerca de la vida? Sufrir no es ningún beneficio, sobre todo para alguien cuya meta es la diversión. Porque no es divertido terminar en una vorágine de maldades solo por unos poco placeres. ¿De qué me sirve el placer de fumar si terminaré arrastrándome de dolor? ¿Tiene alguna lógica? ¿Me cortaré las piernas para reconocer lo valiosas que eran?

La libertad que se da al niño debe ir aparejada con una explicación de por qué y cómo se hizo acreedor a ella, y cómo y qué es lo que se espera que haga a partir de entonces para merecer una ampliación de los límites y términos. Es importante que aprenda a utilizar su libre albedrío con autocontrol, no solo para su propio beneficio, sino para enaltecer a quien en primer lugar hizo posible que los seres humanos disfrutaran de poder elegir con responsabilidad.

- Quiero ir a vivir seis días a casa de mi tía.
- A ver, dígame usted, jovencito, ¿en mérito a qué debo concederle ese permiso tan extraordinario?
- Es que me he portado bien.
- ¿Y quién le dijo a usted que portarse bien le da un bono para irse de casa a tan temprana edad cuando la edad mínima para irse es dieciocho, dependiendo de si usted ha aprendido a conseguir su propio dinero mediante mantener un trabajo bien remunerado?
- No entiendo nada. Ya empezaste a hablarme raro.
- El hecho de que usted no ha entendido nada demuestra que todavía no tiene suficiente edad para decidir cuándo debe irse a vivir a otro sitio.
- Pero a mis amigos les dan permiso para irse de sus casas, lejos, de vacaciones, por muchos días.
- Es porque tal vez sus padres no los quieren tanto como yo lo quiero a usted. ¡Ven! Vayamos a comer un helado, y te explicaré todo lo que te dije. ¿Te gustaría ir conmigo a comer un helado?
- Bueno. ¿Pero después me das permiso?
- No es bueno poner condiciones a su madre. Cuando tengas tus propios hijos, sí podrás imponerles las condiciones que quieras. Pero por ahora, la que pone las condiciones es tu madre, no tú. ¿Sabes por qué?
- No.
- Bueno, ¿quién te enseñó a lavarte los dientes? ¿Quién te preparó durante muchos años tus primeras comidas? ¿A quién pides dinero cuando quieres ir a comprar algo?
- A ti.
- Correcto. Por ahora, tus padres somos los únicos que podemos ampliar tus libertades, jovencito. Porque sabemos más que tú y podemos hacer muchas cosas mejor que tú. Así que sería bueno que nos llevemos bien, ¿no crees?
- Sí.
- De modo que si la tía o el primo le dice a usted que yo soy muy restrictiva, usted le va a decir: “Es porque mi mamá me quiere mucho y quiere que yo me convierta en un hombre de bien”. ¿De acuerdo?

El máximo premio para el hombre

El primer premio para la obediencia del hombre era: ¡Libertad! Es decir, la libertad de tomar sus propias decisiones con base en los principios rectos del universo, las leyes que rigen la vida. Y el siguiente premio era, precisamente, aquello que Adán y Eva quisieron tomar sin permiso: Vida eterna.

En medio del jardín no solo había un árbol prohibido, sino dos. La gente suele tener presente que había un árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, pero no tiene en cuenta que también había otro árbol, el árbol de la vida, que estaba en medio del jardín. Era un árbol del cual Jehová les iba a permitir comer con el tiempo, a fin de que vivieran para siempre. (Génesis 2:9)
Pero primero tenían que aprender a ser obedientes. Primero tenían que cambiar. Primero tenían que demostrar que serían capaces de ser fieles a los principios divinamente establecidos, comenzando por el principio de jefatura, es decir, el respeto hacia la autoridad debidamente establecida por Dios. (1 Corintios 11:3)

Por eso la Biblia dice que el principio del conocimiento es el temor de Dios, es decir, profundo respeto hacia su manera de hacer las cosas. (Proverbios 1:7; 2:1-5) Eso no es exagerado. No son límites demasiado estrechos. Tengamos en cuenta que Jehová es el autor de la vida, y Jesús puede enseñarnos a sacarle el máximo provecho sin causar daño a nadie ni al medio ambiente.

Respetar el árbol de la vida serviría para que Adán y Eva dieran el primer paso y demostraran que podían merecer un regalo mucho más grande que el libre albedrío, que ya poseían: No morir jamás. Si resultaban obedientes y no tocaban el árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, Dios les permitiría comer también del árbol de la vida, que les daría vida para siempre.

Pero fueron codiciosos y quisieron adelantar el premio pasando por alto la orden de Dios. Por eso Jehová, cuando los sentenció, dijo: ‘El hombre se ha convertido en uno como nosotros en conocimiento del bien y del mal. Ahora, no vaya a ser que extienda la mano y tome también del árbol de la vida y coma y viva para siempre". Entonces Dios retiró al hombre del jardín, para que trabajara la tierra que estaba fuera del jardín’. (Génesis 3:22-23) Perdió el derecho de comer del árbol de la vida.

¿Qué era lo que Satanás les había prometido si traspasaban el mandato de Dios? ¡No morir jamás! (Génesis 3:4-5) O sea, vida eterna. Y ¿qué era lo que Jehová les hubiera dado si obedecían? ¡Vida eterna! ¡O sea, comer del árbol de la vida! El punto era a quién le creerían, ¿al que les había dado la vida y les había dado todas las maravillas del paraíso? ¿O a un extraño que recién habían conocido y que no había hecho absolutamente nada por ellos?

Por codiciosos, prefirieron economizar tiempo, saltar la valla de la prohibición y tomar el fruto prohibido. Después reconocieron que fueron entrampados, pero fue demasiado tarde. No había vuelta atrás. Habían perdido para siempre las demás libertades que Dios les tenía preparadas si resultaban obedientes.

Por lo tanto, aunque Dios tenía la intención de premiar al hombre con la vida eterna en el paraíso, había una condición muy clara: Obedecer. Era la única regla en el paraíso. Pero en vez de hacerle caso a su padre celestial, escogieron seguir a un líder diferente, nuevo, que tenían otros planes para ellos. ¿Y cuál fue el resultado? Fellecieron y sus deteriorados cuerpos no retuvieron poder para transmitir vida eterna a sus hijos. Por eso nosotros enfermamos y morimos, y nuestra única esperanza de poder recuperar la vida está en Cristo.

Entonces, ¿dónde hay verdadera libertad?

En la Segunda Epístola del apóstol Pablo A Los Corintios, capítulo 3, versículo 17, dice: ‘Donde está el espíritu de Yavé (Jehová), allí hay [verdadera] libertad’. Eso quiere decir que Dios no retendrá nada bueno de aquellos que obedecen Su palabra. (Salmo 84:11 [85 en versiones católicas])

Jehová está dispuestos a darnos libertades a manos llenas, pero primero debemos cumplir con lo primero: demostrar nuestra obediencia al grado que Él considere necesario. Hasta de Jesús, que era el Hijo de Dios, se dice que aprendió a obedecer por las cosas que sufrió (Hebreos 5:8-9)

De modo que no es malo el sufrimiento cuando el resultado es un premio. Todos los jóvenes están dispuestos a dar lo que sea con tal de tener un par de zapatillas de marca, o con tal de conseguir la chica de sus sueños. ¿No deberían estar más dispuestos a dar la vida por cosas más importantes? Por eso Jesús es nuestro modelo a seguir. Porque él estuvo dispuesto a dar la vida por nosotros. (Isaías 53:5-7)

Agradecidos por la libertad

Mostrémonos agradecidos más bien por la libertad que hemos obtenido en Cristo, y dejémonos de saltar la valla de las prohibiciones a fin de alcanzar una aparente mejor recompensa antes de tiempo. Tales promesas no proceden de Dios. El apóstol Pablo dice a todos los que una vez anduvieron bajo el cuidado de Dios y se alejaron para andar tras sus propios deseos: ‘Ustedes estaban yendo bien. ¿Quién les estorbó para que no siguieran siendo obedientes a la verdad? Ese tipo de persuasión no proviene de Aquel que los llamó [Dios]. Tengan en cuenta: Un poco de levadura fermenta toda la masa. Prefiero confiar respecto de ustedes en el Señor, de que no cambiarán de parecer. Sin embargo, cualquiera que le haya causado tropiezo recibirá su sentencia, no importa quién sea. (Gálatas 5:7-10)

Por lo tanto, mantengámonos firmes al esforzarnos por renovar de día en día nuestra personalidad mediante la disciplina que ofrece la Palabra de Dios, la Biblia, y nunca olvidemos que la verdadera libertad radica en asumir un compromiso con Dios, de serle leales y obedientes. Nunca olvidemos que tenemos una seria responsabilidad ante Él, de usar nuestra vida conforme a Su voluntad.

Eso significa aprender a ejercer autodominio en todas las cosas a fin de someter nuestro libre albedrío para la gloria de Dios.

ÍNDICE
. . .