Jesús y la tradición


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Hay tradiciones que cuestan caro. Unas son gratas, otras, ingratas. Se trata de costumbres que un pueblo o familia entrega o transmite de generación en generación de manera oral o escrita, como un legado. El toreo es una de tantas.

Pero ¿por qué resulta tan difícil cuestionarlas, modificarlas. pasarlas por alto o erradicarlas? Porque cuando se fortalecen llegan a formar parte de la identidad de la familia o comunidad. Ponerlas en duda o entredicho equivale a meter a todos en aprietos. En el peor de los casos, quizá se sientan amenazados o que se les acarrea vergüenza y deshonra. A nadie le gusta que hagan tambalear sus creencias más preciadas, peor si se basan en falacias. "¡Si te sales del grupo (o te unes a ese otro grupo) me dará un infarto!", dice la abuelita intentando manipular la situación. Aunque después de todo, tal vez esté hablando en serio y seguramente le dará un infarto. ¿Quién se atreve a poner en riesgo la salud de la abuela? No en vano alguien acuñó la frase: "Hay que tener alas muy grandes para volar sobre la tradición".

Debido a que la tradición se retroalimenta y fortalece con la emotividad de sus apoyadores, puede deformarse tanto con el paso del tiempo que, si no se ejerce control, una sencilla costumbre familiar puede terminar siendo reemplazada por una parafernalia implacable, puesta en un pedestal, en el nivel de santidad o hasta de divinidad.

Los niños son especialmente impresionables cuando se los amenaza con horribles castigos por no mostrar respeto por la tradición. De adultos quedan sujetos como con cadenas mentales, condicionados a pensar que sería un sacrilegio -digno de represalias de lo más siniestras- siquiera abrigar la menor duda de estar en lo correcto. Se sabe de tradiciones relacionadas con el arte, los deportes y la religión, por mencionar tan solo unas cuantas, que se transformaron hasta convertirse en supersticiones impenetrables, casi imposibles de erradicar. Sin duda que pretender alzar una voz de protesta en tales casos merecería nada menos que una bofetada. (Juan 18:19-23; Hechos de los Apóstoles 23:1-4)

Cierta mujer le sirvió a su esposo fideos con salsa de carne todos los domingos a mediodía durante sus casi cincuenta años de matrimonio. Ella les contaba a sus amigas que era una tradición familiar y que su esposo moría por los fideos, pero la verdad era que el esposo permitía que ella hiciera eso solo porque pensaba que para ella era importante. Era digno de encomio el gran amor que ambos se tenían. Hasta que un día ella enfermó y le pidió perdón con lágrimas en los ojos por romper la tradición, porque no podría prepararle su plato favorito el siguiente domingo. Él aprovechó para confesarle que, aunque le gustaban los fideos, odiaba que todos los santos domingos le preparara lo mismo. Entonces ella exclamó: "¡Qué! Y no me vayas a decir que no te gusta ir al cine todos los viernes...". A lo que el contestó: "Nunca me gustó el cine. Yo iba por darte gusto a ti". A lo que ella respondió: "Pero... ¡a mí nunca me gustó ir al cine todos los santos viernes. Lo hacía por ti". Y en vez de ponerse a llorar, soltaron una carcajada, diciendo: "¡Cómo es la vida!". Nos queremos mucho, pero creo que hemos fallado un poquito en comunicación, jajaja.

Felizmente reaccionaron tomándolo a la broma. Pero ver las noticias de la noche para comprobar que hay quienes asesinarían a otros por pasar por alto el más leve detalle de una tradición religiosa, sin importar de qué religión hablemos. Por eso, como todos los pueblos de la tierra, Israel tenía leyes que regían a sus ciudadanos, e igualmente, como cualquier comunidad, honraba tradiciones, costumbres y hábitos transmitidos de padres a hijos, de generación en generación durante milenios. Algo similar en todas las religiones.

Pero una tradición no es una ley, sino simplemente una costumbre o hábito. En cualquier lugar, los ciudadanos de una nación están obligados a obedecer la ley, pero ¿acaso tienen las tradiciones el mismo valor que las leyes? Respetamos las tradiciones o no dependiendo de nuestro libre albedrío. Pero si violamos la ley anteponiendo como excusa nuestro libre albedrío, nos haremos acreedores a una sanción ejemplar. Las leyes implican penas por su incumplimiento, pero ¿las tradiciones?

En realidad, a nadie debería imponérsele castigo alguno por no respetar una tradición, al menos, en teoría. Lamentablemente, la ignorancia alimenta el efecto contrario, resultando en la imposición de reprensiones, amenazas, castigos y/o represalias si alguien se atreve a cuestionarla. Eso fue lo que sucedió muchas veces en el caso de Jesucristo. Sus detractores antepusieron la tradición a la verdad. (Marcos 7:9)

¿Y cuando sucede que no se trata de una tradición, sino de una ley, pero que ha sido malinterpretada o mal aplicada? A veces, ciudadanos muy escrupulosos observan un detalle de una ley y lo convierten en sagrado, a pesar de que no necesariamente debería interpretarse de ese modo. Veamos un ejemplo: Un semáforo suele tener tres colores: Rojo, ámbar y verde. Rojo para detenerse, ámbar como advertencia de que cambiará a rojo, y verde para avanzar sin peligro. Pero ¿qué sucede cuando las circunstancias (va a pasar la comitiva presidencial, una ambulancia, un carro matafuegos) obligan al policía a situarse cerca del semáforo, indicando a los automovilistas que sigan avanzando, a pesar de que la luz está roja? ¿A quién deben obedecer los automovilistas?

Si en ese caso alguien se planta en el freno y dice: "¡No voy a pasar, porque está en rojo!", es decir, por ser escrupuloso en el cumplimiento de la norma de tránsito, ¿crees que el policía le dirá: "¡Felicitaciones por ser un buen conductor?", ¿O más bien le impondrá una multa por desacato a la autoridad y poner en riesgo a los demás conductores? Puedes estar seguro de que aunque contrate al mejor abogado, llevará las de perder. Porque en esos casos, el policía tiene más autoridad que el semáforo, porque es representante del gobierno y, en esos casos, tiene autoridad para apelar al principio que hay detrás de la ley. En otras palabras, para aclarar que el semáforo no representa tan solo una ley, sino un principio. La ley es fija, pero el principio es adaptable.

El apóstol Pablo explicó: "Las autoridades no están para aterrorizar a quienes obran bien, sino a los que obran mal". (Romanos 13:3) Y en otro lugar: "Tengamos en cuenta que la ley no fue creada para el justo sino para el desobediente que se rebela, para el inicuo y el pecador, para el irrespetuoso y el inmodesto. La ley es para los que tratan mal a sus padres, para los asesinos", etc. Y el apóstol Pedro dijo: "Los gobernantes [están] para castigar a los malos y alabar a los buenos". (1 Pedro 2:14)

Cierta vez, "Jesús pasó por los sembrados de grano en día de sábado. A sus discípulos les dio hambre, y comenzaron a arrancar las espigas y a comer. Al ver esto, los fariseos le dijeron: '¡Mira! Tus discípulos están haciendo lo que no se permite hacer el sábado'. Él les dijo: '¿No leyeron acerca de lo que hizo David cuando él y los hombres que iban con él tuvieron hambre, que entró en la casa de Dios y comieron los panes de la Presentación, algo que a él no le era lícito comer, ni a los que iban con él, sino solamente a los sacerdotes? ¿O no han leído en la Ley que los sábados los sacerdotes en el templo tratan el sábado como no sagrado y nadie los culpa? Pues, les digo que algo mayor que el templo está aquí. Sin embargo, si hubieran entendido qué significa: "Quiero misericordia, y no sacrificio", no habrían condenado a los inculpables. Porque el Hijo del hombre es Señor del sábado' ". (Mateo 12:1-8; (1 Samuel 21:6)

Por ejemplo, un día se acercaron a Jesús ciertos fariseos y doctos en la ley y le preguntaron: "'¿Por qué tus discípulos obvian la tradición de los ancianos? ¡Van y se sientan a comer sin seguir el ritual de lavarse las manos!' Pero Jesús les respondió: 'Y ustedes, ¿por qué obvian los mandamientos de Dios a cambio de su tradición? Por ejemplo, Dios dijo: "Honra a tu padre y a tu madre". Y también: "Que sea muerto quien maldiga a su padre o a su madre". Sin embargo, ustedes enseñan que si uno ha ofrecido algo a Dios, ya no tiene para qué honrar a sus padres [con aquello que ha ofrecido], sino que puede decirles: "Cualquier ayuda que hubiera podido -o pudiera- darte, ya la ofrecí a Dios." Y dicen que, en tal caso, ya no está bajo la obligación de ayudar a sus padres. Y así, anteponiendo su tradición, anulan la palabra de Dios. ¡Hipócritas! Isaías tenía razón cuando profetizó sobre ustedes, diciendo: "Este pueblo me honra de labios, pero su corazón está muy distante de mí. En vano me adoran. Sus enseñanzas solo son reglas humanas."' Entonces, Jesús llamó a todos y dijo: "¡Escuchen y entiendan esto: Lo que contamina a una persona no es lo que entra en su boca sino lo que sale de ella'! Por eso se le acercaron los discípulos y le dijeron: "Los fariseos trastabillaron cuando dijiste eso"'". (Mateo 15:12)

Jesús tenía claras las tradiciones, y las cumplía hasta donde era razonable, pero no permitía que se midiera su conducta con estas como si fuera ley, es decir, sobrepasando la ley de Dios. Si la ley decía que se debía honrar a los padres, ningún hijo quedaba desobligado si aducía, como excusa, que ya todo su dinero lo había donado al Señor ("¡Es diezmo, padre. No puedo dártelo!"). Eso era hipocresía del más elevado nivel.

Pero ¿no fue desconsiderado Jesús al hablar de esa manera a los maestros de la ley, es decir, a aquellos que se suponía sabían interpretar la ley correctamente? Los discípulos le dijeron: "Los fariseos trastabillaron al oírte decir eso". Pero a Jesús le tenía sin cuidado que los fariseos tropezaran con la verdad. (Juan 3:10)

En vez de usar sus facultades de raciocinio para darse cuenta de su error, prefirieron defender la tradición. Era cierto que todos debían pagar el diezmo, pero no a costa de desatender a sus padres. Porque el diezmo era voluntario, y en ningún lugar de la Biblia penaba la ley a quien no diera el diezmo. Si la persona no podía darlo por razones justificadas, no existía pena capital por ello. De hecho, el apóstol Pablo ensalzó dicho principio cuando explicó con qué actitud debían ofrecerse las contribuciones a la obra del Señor, diciendo: "Si uno lo hace de buena voluntad, será bien recibido según lo que tiene, no según lo que no tiene". (2 Corintios 8:2)

Nadie estaba desobligado de atender a sus padres a costa de atender al Señor. Si no había nadie que pudiera velar por ellos, sus hijos y nietos estaban obligados a hacer lo propio. Pero la tradición se había fortalecido tanto que los ancianos le daban carácter de ley. Por eso se ofendieron. Jesús había dicho la verdad. Pero a los fariseos no les agradaba que no temblara ante ellos.

De modo parecido, hoy existen maestros religiosos que se escandalizan cuando alguien dice las cosas claras. Usan frases altisonantes como: "La enseñanza teológica más conocida es...", "hay muchos eruditos que se oponen firmemente a...", "eso no concuerda con la creencia comúnmente aceptada...", "los mejores eruditos dicen que...", "esa no es la manera tradicional de entenderlo...", "la mayoría de las versiones dicen que...", "la forma más comúnmente usada es...". Y así menosprecian la verdad anteponiendo sus propias ideas o las de su grupo religioso. No restringimos esto a una religión en particular. ¡Ocurre con todas las religiones del mundo! Es una forma de abuso del poder, pero en el campo intelectual. Le tiemblan al maestro, porque los pone bajo amenaza de irse al infierno. Jesús no hizo eso.

Es semejante a aquellas expresiones que usan algunos científicos para que nadie se atreva a discutir sus teorías: "Dentro de 200 mil millones de años...", "Hace unos 600 millones de años...", "Dentro de 100 trillones de años luz...". ¡Quién se atreverá a decirles: "No, usted está equivocado" o "Usted exagera"? Es tradición no dar llevar la contraria a un científico.

La tradición es similar. Es tan fuerte que tiene el poder de torcer las reglas naturales del raciocinio sano desplazando la voluntad de Dios. Pero, ¿cómo puede suceder eso? Preguntémonos: ¿qué ocurriría si dobláramos una regla? ¿Podríamos medir algo con exactitud? ¡En absoluto! Lo mismo ocurre cuando alguien antepone una tradición al raciocinio, a la prueba, a la evidencia y a la verdad. Jesús habló y enseñó la verdad siempre y en todo lugar, pero lo ejecutaron como a un vil criminal bajo cargos de blasfemia (una mentira contra Dios). ¿Concuerdas con que él era un blasfemo?

Por eso llamó "ciegos" a algunos de sus detractores. Porque en su corazón habían desplazado el amor a Dios y al prójimo. Por ejemplo, la ley no solo permitía que uno diera de beber a sus animales todos los días, sino los obligaba a haberlo, incluso el sábado. (Proverbios 12:10) Pero se escandalizaban cuando Jesús curaba cualquier día, incluso el sábado.

Por ejemplo, una mujer anduvo encorvada durante dieciocho años sin poder enderezarse. Un demonio la mantenía enferma. Cuando Jesús la vio, se conmovió y la llamó y le dijo: "Mujer, hoy te librarás de tu enfermedad". Puso sus manos sobre ella, y ella se enderezó al instante y dio gloria a Dios. Pero en vez de decir: "¡Magnífico!" y alabar igualmente a Dios, el presidente de la sinagoga se indignó porque era sábado. Y dijo delante de todos: "Hay seis días en que pueden trabajar, y deben venir en esos días para recibir curación. ¡Pero no el sábado!". Entonces Jesús exclamó: "¿Acaso ustedes no desatan a su toro o a su burro y lo sacan del establo para llevarlo a beber un poco de agua, incluso el sábado? ¿Qué hay de esta pobre mujer? ¡Satanás la tuvo atada dieciocho años! ¿Acaso no tenía permiso para retirarle esas cadenas el sábado? ¡Hipócritas!". (Lucas 13:10-17)

En ese caso, se trató de una enfermedad provocada por demonios. Pero los demonios también pueden provocar enfermedades más sutiles, cuyas cadenas, a los ojos de los hombres, parecieran más difíciles de romper. Porque a medida que el mal progresa, le resulta menos probable al enfermo distinguir entre lo que es real y lo que es fantasía. Sin embargo, Jesucristo tenía el poder para curar a todos sin excepción. Su Padre lo había facultado. Devolver la vida a su entrañable amigo Lázaro le permitió dar a conocer públicamente la fuente de su poder para sanar cualquier dolencia. (Juan 11:41-44)

En otra ocasión, entró a la sinagoga un hombre con una mano seca. Entonces, unos fariseos le preguntaron: "¿Se permite curar en sábado?". Jesús sabía que, si una de sus ovejas caía a un hueco, ellos la rescatarían inmediatamente aunque fuera sábado. Por eso les contestó: “¿Quién de ustedes, no echaría mano a una de sus ovejas si cayera en un hoyo en sábado y la sacaría inmediatamente? Teniendo eso en cuenta, ¿acaso no vale más un ser humano que una oveja?" Y concluyó: "Por tanto, no está mal hacer el bien en sábado”. Y dijo al hombre: “Quiero ver tu mano”. Él la extendió, y al instante quedó sana, es decir, igual que la otra. Pero ¿cómo reaccionaron los fariseos? En vez de decir: "¡Gracias a Dios!" y reconocer que ante sus ojos se había efectuado una obra del espíritu santo, se retiraron para reunirse y hallar la manera de matar a Jesús. ¡Increíble! ¡Qué ciegos y desagradecidos! (Mateo 12:9-14)

Sin duda que la tradición puede llegar a ser muy poderosa, pero no es siempre necesariamente buena. Dios no condena las tradiciones. De hecho, el apóstol Pablo dijo a los corintios: "Los encomio por tenerme en cuenta en todo y continuar en las tradiciones tal y como se las transmití". (1 Corintios 11:2) "Estén firmes y mantengan las tradiciones que les dimos de palabra o por carta". (2 Tesalonicenses 2:15) Pero ante la Palabra de Dios, nadie debe anteponer una tradición, una opinión personal, una costumbre, una opinión generalizada, una interpretación privada, un copyright, el comentario de un erudito, una creencia comúnmente aceptada, la opinión de la mayoría, el sentido común o una enseñanza teológica, por muy reconocida que sea.

Como judío que era, Jesús respetó las tradiciones de su pueblo y, por ejemplo, nunca se opuso a la diversión sana. En las bodas se acostumbraba beber vino, y él no contradijo dicha tradición. Por lo contrario, cuando se agotó el vino en la boda de unos amigos de Caná, proveyó más vino para que siguieran disfrutando de la fiesta. (Juan, cap. 2) Pero en un tiempo y época en la que los judíos no se hablaban con los samaritanos, con mayor razón si se trataba de mujeres, él no siguió la tradición de callar, sino inició y mantuvo una agradable conversación con una samaritana. (Juan, cap. 4)

En un tiempo en que la mayoría respetaba las supersticiones, evitando pronunciar el nombre del Dios de Israel, Jesús fue valeroso e hizo todo lo contrario. Dijo: "Yo les he dado a conocerte, y te daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos, y yo en ellos." (Juan 17:26) Por eso enseñó a sus discípulos a orar así: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre". (Mateo 6:9-10) Cuando se puso de pie para leer del rollo de Isaias, superó largamente el miedo al hombre. Quizás el auditorio se preguntara: "¿Respetará la tradición de no pronunciar el nombre del Padre, sustituyéndolo por otra cosa?". Sin duda, Jesús lo pronunciaría con toda la dignidad que se merecía, cuando llegara el momento? (Lucas 4:16-21; Isaías 6:1-2)

Por lo tanto, no es lo que dice la mayoría, no es lo que piensan los eruditos, no es lo que dicta la tradición, no es lo que opinan los teólogos, no es lo que se considera común, no es lo que es más aceptado por los más encurtidos, no es lo que interpretan los expertos, sino lo que es correcto desde el punto de vista de Dios, el cual se refleja en las páginas de la Biblia. ¿Hubiera antepuesto Jesús la opinión o los sentimientos de los hombres ante lo que decían la ley y los profetas? Está claro que no. Nadie tiene derecho a decir: "¡Esta Biblia nos pertenece! ¡Nadie tiene derecho de usarla, sino solo nosotros y a quienes nosotros se lo permitamos!". Sería arrogancia pura y egoísmo puro. ¿Dónde obtuvieron la Biblia, no fue un regalo de Dios?. (Santiago 1:5)

Si uno tiene que escoger entre un dogma o tradición y el contexto de la Biblia, o entre la teología y lo correcto, debe escoger el contexto de la Biblia y lo que es correcto, siguiendo el ejemplo de Jesús, es decir, aunque vaya contra lo que durante generaciones ha aceptado la mayoría. El esclavo de Dios no tiene miedo ni vergüenza de actualizar sus conceptos si gracias a un estudio más profundo, honrado y acucioso de las Escrituras descubre que estaba equivocado. (Hebreos 12:1-2)

Defender el error a capa y espada simplemente "porque prefiero creer eso" o porque "mi pastor me ha dicho que" o porque "mi religión es más antigua" o porque "en esta iglesia me siento más cómodo (o feliz)", es un error que resulta en consecuencias muy desagradables. (Juan 4:23-24) Sería como volver a clavar a Cristo. (Hebreos 6:4-6) ¡Hay que anteponer la voluntad de Dios, es decir, aquello que contribuya a la salvación!

Jesús fue un gran ejemplo de valor y pagó el precio mayor al entregar su vida por la verdad y por santificar el nombre de su Padre. (Juan 18:37) Ni el dogma ni las tradiciones doblegaron su integridad. Por eso terminó la obra que se le había encomendado y mereció ser coronado como rey del reino de Dios, enseñándonos a nunca temer al hombre ni a reemplazar la Palabra de Dios por 'el punto de vista comúnmente aceptado'. (Apocalipsis 17:14)
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