Cómo entender la fórmula
El TEOREMA DE PITÁGORAS demuestra que el cuadrado de la longitud de la hipotenusa de un triángulo rectángulo es igual a la suma de los cuadrados de las longitudes de sus catetos.
Un LOGARITMO es un número al que se debe elevar una base para obtener un resultado.
El CÁLCULO consiste en anticipar un resultado basándose en un conjunto de datos conocidos e instrucciones preestablecidas.
La LEY DE GRAVEDAD o DE GRAVITACIÓN UNIVERSAL explica por qué todos los objetos se atraen unos a otros con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que separa sus centros.
La fórmula de IDENTIDAD DE EULER, que según los expertos es la fórmula más bella de las matemáticas, relaciona la trigonometría con el análisis matemático a fin de obtener resultados más sencillos y rápidos.
La FÓRMULA DE LOS POLIEDROS, también de Euler, indica que "el número de caras más el número de vértices de un poliedro siempre es igual al número de sus aristas más dos.
La FÓRMULA DE DISTRIBUCIÓN NORMAL indica cómo hacer un análisis estadista por medio de reunir al azar un número suficientemente grande de casos como para formar un polígono de frecuencias de variable continua y poder obtener una curva estadística de características específicas.
¿A qué viene esto?
Lo anterior sirve para reconocer que, cuando sentimos curiosidad, primero tratamos de relacionarlo con algo que nos suena familiar. Entonces atamos cabos y procuramos darle sentido. Pero ¿y si a pesar de todo no entendemos nada? Nos preguntamos qué es eso o para qué sirve.
Al ser humano siempre le fascinó saber más. Detesta pasar por ignorante. Por eso se detiene, pregunta, investiga y experimenta. Quiere asegurarse de que cada nuevo conocimiento lo impulse a superarse, a subir de nivel o grado, a ponerse en ventaja respecto a lo desconocido, al futuro y a los problemas.
Las fórmulas de arriba no fueron inventadas por seres humanos, sino por el Creador de todas las cosas. Los que las descubrieron fueron simplemente eso: descubridores. Lo lograron a fuerza de análisis y experimentos.
Pero si bien es cierto que el conocimiento aumenta las probabilidades de lograr éxito en lo que uno se propone, nada le garantiza que siempre tomará las decisiones correctas. De cuando en cuando cometerá errores de juicio y lamentará no haber tenido más información a su alcance.
Las cárceles están repletas de peritos y expertos en muchos campos del saber. ¿Pero qué los llevó allí en primer lugar? En la mayoría de casos, fue falta de sabiduría, no tanto de información ni conocimiento. Pero ¿qué entendemos por sabiduría?
De los idiomas hebreo y griego se desprende que sabiduría es una aptitud relacionada con la capacidad de utilizar correctamente el conocimiento y valerse del entendimiento a fin de evitar problemas o resolver los que ya se tienen, alcanzar metas o dar consejo a otros. En contraste con la tontería, la estupidez y la locura.
Así como uno necesita estudiar si quisiera conocer y entender bien las fórmulas descubiertas que intervienen en los diferentes campos de la física y sacarles provecho, también necesita aprender y mantener una senda en sentido moral por medio de averiguar, entender y aplicar correctamente los secretos relacionados con el Reino de Jesucristo y el futuro de la humanidad. (Daniel 12:10; Mateo 13:10-15)
Es esencial que uno se detenga a pensar. Tomar la decisión de darse un tiempo para poner a prueba sus pensamientos, contrastarlos con las Escrituras, reconocer la superioridad de Dios, que es quien mejor está capacitado para impartirle instrucción mediante su Palabra, y finalmente, comprometerse formalmente de corazón a vivir en armonía con lo que ha entendido. (Proverbios 29:19)
La Biblia es bastante clara cuando nos muestra el Camino, es decir, la manera como Dios sugiere que andemos. Cuando Jesús dijo: "Yo soy el camino", estaba dando a entender que él era el perfil o modelo de comportamiento que debíamos imitar a fin de lograr un éxito mayor del que lograríamos por nuestra cuenta.
Adán y Eva fueron creados para vivir en un paraíso, no en ciudades llenas de humo, ruido y asesinato. Si todos prestáramos atención a la Palabra de Dios, no andaríamos perdidos, desorientados ni rebotando por todas partes, quejándonos sin entender por qué.
Claro, se nos dotó de libre albedrío y podríamos decidir cómo querremos vivir. Pero haríamos mal si cometiéramos el mismo error que muchos en el primer siglo, al no reconocer al Mesías. Podríamos perder la oportunidad de atender su llamado y ponernos a buen recaudo en este convulsionado mundo.
Si nos detenemos a pensar en las fórmulas morales que Dios ha establecido desde el principio de la creación, nos pondremos en vías de obtener nada menos que el conocimiento y la sabiduría que necesitamos para obtener lo mejor de la vida: Una maravillosa relación con Dios, que no solo creó a la humanidad y luego la dejó sin guía. ¡Él diseñó un perfil para nuestra naturaleza humana, como explicó el apóstol Pablo, un perfil basado en Su justicia, no en la filosofía, política, tradición y moda fluctuante de seres humanos imperfectos! (Efesios 4:24)
En cierta ocasión, Jesús dijo respecto a algunos: "Ponen a un lado a Dios a fin de imponer sus propias tradiciones". (Marcos 7:9) Es evidente que Jesús estaba indicando que no debíamos anteponer nuestros puntos de vista a los de su Padre.
¿Será una pérdida de tiempo y energía?
Bueno, cualquiera que mira la figura de arriba podría pensar que sería una pérdida de tiempo detenerse a reflexionar en el sentido que tienen tantas fórmulas matemáticas.
Sin embargo, casi todo lo que hay dentro o fuera de una casa, escuela u oficina llegó a existir gracias a precisos cálculos matemáticos, aunque se trate de una simple silla fabricada por un ebanista, de un pequeño teléfono celular diseñado por una transnacional o un enorme edificio construido por un equipo de ingenieros. ¡Hasta todo el universo fue creado siguiendo leyes maravillosas diseñadas por Dios!
Poco a poco, los científicos están haciendo tantos asombrosos descubrimientos que finalmente se están sintiendo obligados a inclinarse en señal de respeto y reconocer que tanta belleza y armonía solo pudieron ser producto de una mano inteligente, que tuvo un propósito específico para todo asunto.
Por donde miremos, todo el ecosistema mantiene un equilibrio perfecto, y no hay nada en el universo que no esté interconectado. El único que parece estar desconectado y desequilibrado es el ser humano. No aprende lecciones de su historia ni de las consecuencias de su proceder a fin de recapacitar y esforzarse por armonizar y equilibrarse con el resto del universo.
Pareciera que creyera que siempre podrá desestabilizarlo todo sin provocar consecuencias mayores. No sabe que todo tiene un límite. Sus excesos lo han llevado al borde de la extinción. Basta observar la organización de las hormigas o las abejas para darse uno cuenta de que hasta insectos tan pequeños son competentes para manejar sus asuntos mejor que nosotros.
Por ejemplo, el teorema de Euler para los poliedros nos ayuda a entender que un hexaedro regular -o cubo- se resume en la fórmula C+V = A+2 (que se lee: El número de Caras más el número de Vértices debe ser igual al número de Aristas más 2).
Sin importar cuáles sean sus dimensiones, en cuanto a si es grande o pequeño, cualquier cubo tiene 6 Caras, 8 Vértices y 12 Aristas (6+8=12+2). Si modificáramos una de dichas variables, dejaría de ser un cubo. Pero hay seres humanos que creen que pueden hacer cubos diferentes. Eso no va a suceder, y no solo es improbable, sino imposible. Un cubo o hexaedro es un cubo y siempre será un cubo.
Felizmente, no es un requisito saber fórmulas físicas ni químicas para seguir a Cristo. Todo lo que nos pide es que tomemos la firme decisión de comprometernos a no parar hasta descubrir todo lo que debemos hacer para beneficiarnos de la oportunidad de aceptar el llamado hacia la verdadera libertad, una que solo podemos recibir de la persona que más nos quiere, la que siempre estuvo allí, llamando a la puerta de nuestro corazón para darnos un futuro y una esperanza. (Jeremías 29:11-12)
Cierto joven pasó muchos años de su vida en una cárcel, lejos de sus amigos y parientes, y de la buena vida que llevó antes de deslizarse por el despeñadero en que convirtió su futuro. Por eso, poco antes de salir en libertad, le juró a Dios que nunca volvería a las malas andadas.
En los primeros libros de la Biblia hay muy severas advertencias de las consecuencias que pueden tener las malas decisiones. ¡Dios las puso allí porque quiere librarnos del error! Por eso nos ofrece los conocimientos necesarios para ayudarnos a soportar nuestras equivocaciones, pero no eliminará con una varita mágica los resultados que tal vez hayamos ocasionado.
¿Qué hizo aquel joven después de cumplir su condena? Se juntó con personas malas y volvió a la cárcel en poco tiempo. ¿Aprendió alguna fórmula en la cárcel -es decir, algunas normas- para recuperar su vida? Evidentemente no.
Por eso, no debemos pensar que vamos a beneficiarnos de la Biblia con solo llevarla bajo el brazo a todas partes, exhibirla sobre una mesa o leerla superficialmente de cuando en cuando. Para sacarle provecho tenemos que detenernos a pensar, tomar una firme decisión, reconociendo humildemente que necesitamos saber más, y poner manos a la obra.
No es por gusto que el libro de Proverbios fue escrito para los jóvenes. Dios quiere que desde temprano en la vida aprendan a crecer a la madurez y tengan un futuro agradable. Nadie puede recuperar el tiempo perdido, pero puede usar el futuro. (Proverbios 1:2-4) Todo depende de conocer y aplicar las fórmulas que hay en la Biblia, muchas de las cuales nos ayudan a descubrir dónde comienzan todos los problemas. (1 Corintios 15:33 y Proverbios 13:20)
Aprender los principios de vida que contiene la Biblia no es difícil ni aburrido, sino fácil y fascinante. Pero hay que profundizar y ahondar en la forma de agradar, no a la gente, sino a Aquel que nos creó. Al único que puede darnos un futuro y una esperanza.