La verdad se define como lo que es digno de confianza por ser fiel y estable. A algunos les basta considerar como veraz todo aquello que se conforma a sus ideas y deseos, sentimientos y pensamientos. Pero el hecho de que algo nos agrade o se adapte a nuestros puntos de vista no significa que tenga sustento en la realidad. La verdad es una idea que nada ni nadie puede negar con el razonamiento.
Por ejemplo, pregúntate: “¿Puede un rico plato de sopa hacerse a sí mismo?”. La verdad es que no. Ningún plato de sopa se hizo jamás a sí mismo. Alguien tuvo que juntar los ingredientes apropiados en las medidas apropiadas, ponerlos en una olla apropiada, encender el fuego y darle la intensidad apropiada, calentarlo por el tiempo apropiado, retirarlo del fuego y servirlo en un plato apropiado.
Si el cocinero lo pusiera sobre una mesa y se fuera a atender una emergencia, y alguien fuera atraído por su rico aroma y viniera y viera el plato allí sobre la mesa, humeando, sin nadie cerca, ¿crees que llegaría a la conclusión de que se hizo solo? ¿Crees que llegaría a la conclusión de que nadie lo hizo? No, porque tal concepto iría contra el razonamiento más elemental. Porque según su experiencia, ningún plato de sopa se hizo jamás a sí mismo. Y si está humeando, con mayor razón la evidencia gritaría que quien lo hizo no ha de estar muy lejos, aunque de primera impresión pareciera no estar ahí.
En otras palabras, el plato de sopa representa la verdad inmutable de que hubo un cocinero que siguió una receta y se tomó todas las molestias antes mencionadas. Si alguien pretende convencernos de que aquel plato de sopa se hizo solo, por ejemplo, como resultado de una explosión, tendríamos que ser bastante ingenuos para creerle, ¿verdad? Porque creemos en la evidencia, y la evidencia es que el plato de sopa está allí y está humeando. No vemos a quien lo hizo, no sabemos quién lo hizo ni cómo lo hizo, pero sabemos que alguien lo hizo aunque nuestros ojos no estén viéndolo. El plato de sopa indica que siguió un procedimiento al prepararlo. No es fe. Es puro razonamiento lógico que conduce a la fe.
Entonces, un ateo podría decir: "Si la Biblia dice que a Dios nadie lo hizo, entonces no existe. Porque si no tiene principio ni fin, no puede existir". Pero nuevamente, bajo esa lógica, el tiempo y los números tampoco existirían. Pero sabemos que el tiempo y los números existen. Nadie en su sano juicio discute la existencia del tiempo y los números, ¿verdad?
Por ejemplo, el pasado no existe, porque ya pasó. No está en el presente. No tenemos absolutamente ningún control sobre él. Solo está en nuestra memoria como imágenes que recordamos. El futuro tampoco existe. No podemos usarlo porque todavía no ha llegado. Podemos imaginarlo y tratar de construirlo, pero no tenemos ningún poder que impida que ocurra todo lo que veremos en las noticias de esta noche. ¿Y el presente? Tampoco existe, porque acaba de pasar. No duró ni un segundo. Quedó congelado en el pasado, el cual solo es un recuerdo. Sin embargo, es todo lo que aparentemente podemos usar, ¡solo podemos vivir en el presente!
Por lo tanto, en realidad, el presente, el pasado y el futuro no existen. No podemos verlos, no podemos tocarlos, no podemos olerlos, no podemos gustarlos ni oírlos. ¡Pero los experimentamos todo el tiempo y , hasta cierto punto, tenemos capacidad para entenderlos! Son conceptos difíciles de concretar. Pero entendemos que existen a pesar de que no nos pongamos de acuerdo en cuanto a como definirlos exactamente.
Otro ejemplo es el de los números y la aritmética. ¿Podría alguien decir qué número es el más grande o el más pequeño de todos? No. Porque indefinidamente podríamos sumar o restar 1 y modificar la cifra. Y aunque el 0 no tiene valor en sí mismo si lo colocamos a la izquierda de cualquier número, no importa cuántos ceros coloquemos, o por lo contrario, cobra gran relevancia si los situamos a la derecha, multiplicando la cifra, sabemos que es un número par. Y como los números son infinitos, consideramos al 0 como el centro, a pesar de que en realidad la totalidad de los números no tienen un centro.
En cierto que alguien podría argumentar que, al no existir el número más grande ni el más pequeño, en realidad no hay comienzo ni fin para los números, y podríamos seguir sumando o restando 1 por toda la eternidad y nunca daríamos con el número más grande ni con el comienzo de los números. Pero no por eso pensamos que no existen.
¿Diríamos que el tiempo no existe? No. ¿Argumentaríamos que los números no existen? No. Discutirlo no tendría sentido. Por eso, no nos hacemos problemas. Simplemente creemos en el tiempo y en los números aunque no podemos explicar su existencia. Les damos cabida en nuestra vida, damos fe de que existen y los utilizamos a diario para planificar nuestros asuntos, llevarlos a la práctica y analizarlos.
El hecho de que no sepamos definir cómo es posible que ni el tiempo ni los números tengan comienzo ni fin, no significa que no existan. ¡Porque los experimentamos todos los días, los sentimos todos los días, los calculamos todos los días, los usamos y los vivimos! Aunque no tienen comienzo ni fin. Elucubramos que el tiempo y los números no existen, ¡pero existen y damos fe de ello! Es lo mismo que el plato de sopa que humea. No hemos visto al cocinero, pero el plato de sopa humeante es la evidencia palpable de que un cocinero tuvo que haberlo preparado. Negar una verdad tan simple nos convertiría en irrazonables. (Romanos 1:20)
La ley de inercia
Una de las tres leyes físicas que descubrió Newton es la "Ley de la Inercia", que dice que ningún cuerpo se pone en movimiento si algo o alguien no le aplica una fuerza. Porque los cuerpos se resisten a cambiar su estado o la dirección de su movimiento si no actúa sobre ellos alguna clase de fuerza específica. Más
De modo si vemos que algo se está moviendo, sabemos que no pudo moverse a menos que alguien o algo lo haya puesto en movimiento, ya se trate de una piedra, una pelota, un automóvil, un avión, un satélite, un planeta, una estrella, una galaxia, un supercúmulo de galaxias, el universo o miles de universos paralelos. Ningún cuerpo físico jamás se ha puestos en movimiento a sí mismo. Es como un plato de sopa. No puede hacerse a sí mismo. Ese es un principio fundamental, una verdad inmutable.
Hasta los que inventaron y fabricaron el más grande laboratorio de antielectrones del mundo para analizar la teoría del big bang han demostrado con sus hechos de que alguien tuvo que fabricarlo. No se hizo a sí mismo. Igualmente, los robots son la prueba más palpable de que alguien tuvo que diseñarlo y fabricarlo. El primer clon, el primer robot, la primera computadora, la primera casa, el primer martillo y el primer barquito de papel no pudieron hacerse a sí mismos. Alguien los hizo. El que diga que algo -cualquier cosa- se hizo sola, está hablando tonterías y contradiciendo todas las leyes físicas existentes.
"Entonces Dios no existe, porque nadie lo hizo", dirá alguien que no está razonando en todo lo dicho antes. La respuesta es: "Si la sopa está humeando, no podemos decir que se hizo sola". En otras palabras, no podemos negar la evidencia. Si existen cosas en movimiento, alguien tuvo que ponerlas en movimiento, aunque, como en el caso del tiempo y los números, no tengamos capacidad para entenderlo.
Si existe una evidencia, no podemos negarla, aunque no entendamos.
Muchos descubrimientos no se hicieron razonando ni entendiendo cómo funcionaban las leyes de la naturaleza. De hecho, se necesitó que una manzana cayera delante de Newton para que comenzara a pensar en la fuerza de la gravedad. Primero fue la evidencia, luego el entendimiento. ¿Cuántas manzanas cayeron al piso antes de que Newton descubriera su famosa ley? ¡Incontables! La evidencia existía, pero no la entendíamos. Un día, alguien se detuvo a reflexionar y meditar en la evidencia y descubrió la existencia de la fuerza que la atrajo a la tierra. Millones de manzanas más podrían haber caído, y la humanidad tal vez nunca hubiera descubierto la ley de gravedad si alguien no se hubiera puesto a pensar en la evidencia, en el humo sobre la sopa. Y seguramente los primeros que oyeron la explicación de Newton lo quedarían mirando con cara de idiotas, hasta masticar, tragar y asimilar el concepto.
Bueno, la Biblia afirma que Dios, por su palabra, es quien puso en movimiento todas las cosas. ‘Dios hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, y es Señor del cielo y de la tierra. Él no mora en templos hechos por manos humanas ni es atendido por manos humanas, como si necesitara algo, pues Él da vida y aliento a todos y a todas las cosas. De una sola sangre hizo todos los linajes para que habiten sobre toda la faz de la tierra, y ha prefijado el orden de los tiempos y del hábitat del hombre. Para que busque a Dios, por si alguna vez lo busca a tientas, y pueda hallarle, aunque en realidad no está lejos de cada uno de nosotros. Porque por [Dios] vivimos, y nos movemos y existimos. Como algunos de vuestros propios poetas han dicho: “Porque todos somos hijos de Dios”’.
Eso incluye la ley de la inercia y todas las demás leyes descubiertas por el hombre. Y la obra de Dios es tan perfecta que los científicos hasta pueden predecir algunas cosas basándose en su fe de que no puede ser de otra manera. Por ejemplo, aunque el positrón todavía no había sido descubierto, el físico británico Paul Dirac se basó en las leyes físicas que se conocían en su tiempo y, mediante estas, predijo su existencia. Eso fue tan temprano como en 1928. Pero hubo que esperar varios años de investigación exhaustiva hasta que por fin, en 1932, Anderson logró fotografiar y descubrir, dentro de una cámara de niebla, no al positrón, sino las huellas que dejaban los rayos cósmicos. Ahora, aunque seguimos sin verlos, los positrones son usados en medicina rutinariamente en las famosas tomografías por emisión de positrones.
Si Dirac nunca vio un antielectrón, ¿cómo percibió su existencia? ¡Razonando! Tuvo fe en los indicios científicos -o evidencias- que proyectaban ciertos efectos indiscutibles, como en el ejemplo del humo sobre el plato de sopa. Si había humo y un rico olor a sopa, por decirlo así, tenía que haber una receta detrás de ello, lo cual sería imposible sin un cocinero. Investigó y dio pie a que otros investigadores se avocaran a ello, dando lugar a su descubrimiento final, y gracias a ello, revolucionó los procedimientos médicos de diagnóstico de enfermedades. ¿Sabrías definir un positrón o un antielectrón, y usarías eso como base para afirmar que Paul Dirac nunca existió? ¿Qué ganarías con tan inútil esfuerzo mental?
¿Qué es la fe?
Aclaremos que la fe no es una creencia ni una convicción ni una corazonada, como muchos suponen. Uno puede creer algo y estar totalmente errado. Eso no es fe.
Fe es una expectativa de algo que sin falta se cumplirá. Por ejemplo, la Tabla Periódica de los Elementos, descubierta por Dimitri Mendeleyev, no fue un trabajo completo, pero dio lugar a los descubrimientos posteriores relacionados con el orden de los demás elementos que aún no se habían descubierto.
¿En qué se basó? En el orden de las propiedades de los átomos. Estaba tan seguro como lo estaba de que después del 3, 4 y 5 vendría el 6, 7 y 8.
Eso es fe: Estar seguro de que algo que se espera sucederá indefectiblemente, no porque se base en suposiciones caprichosas, sentimientos, corazonadas ni ideas carentes de evidencia, sino todo lo contrario.
La Biblia dice que un día los apóstoles le dijeron a Jesús: ‘Auméntanos la fe’ y el Señor dijo: ‘Si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, podrían decir a este sicómoro: “Desarráigate, y plántate en el mar”; y les obedecería’. (Lucas 17:5-6) Es como si le hubieran solicitado: ‘Auméntanos la seguridad’ o ‘Danos más garantías de que se van a cumplir las cosas que dices’, y él les hubiera contestado: ‘Cualquiera que está seguro de algo, no puede esperar menos que se le cumpla’.
Pero hay gente que suele decir: “Estoy seguro de que Carlos se fue por allá”, cuando en realidad se fue por otra parte. O decimos: “Creo que dejé mis anteojos en casa” cuando en realidad los tiene puestos. Eso no es a lo que nos referimos. Eso no es estar seguro. Eso no es fe. La fe se basa en una seguridad semejante a la que tenía Mendeleyev. El orden progresivo de los elementos que había descubierto indicaba claramente que tendría que haber otros que siguieran la misma secuencia. “Los otros tienen que estar allí, aunque aún no los he descubierto”.
Lo mismo ocurrió con Paul Dirac y los antielectrones, y lo mismo ocurre con todos los científicos sinceros que se basan en conocimientos previos a fin de adquirir nuevos conocimientos. Un conocimiento básico o elemental lleva a un conocimiento del siguiente nivel, y poco a poco se llega a los grandes conocimientos, que resultan en verdaderos giros en el campo de la ciencia.
Lamentablemente, hay científicos que no son fieles a la ciencia y se precipitan haciendo grandes afirmaciones basándose en hipótesis débiles y teorías incompletas solo por alcanzar la fama. Hasta se ha sabido de científicos que han falsificado evidencia con tal de obviar el conocimiento y acelerar un descubrimiento de algo que no existía sino en su mente. El adelanto científico los descubrió como farsantes de alto vuelo. La codicia y el egotismo no están ausentes en el mundo científico.
Cierto programa de televisión presentó un impactante documental sobre la futura desaparición de la Tierra basándose en la teoría del Big Bang, algo que no está demostrado. Y la gente después pasa la voz: “¿Sabías que la Tierra será destruida?”. La gente cree fácilmente la mentira, pero le cuesta mucho creer las pruebas claras que respaldan la verdad.
Por eso, cuando hablamos de fe, hablamos de una convicción semejante a garantía que se basa en conocimientos previamente adquiridos y que han demostrado tener como fundamento estable la verdad. En otras palabras, nadie puede tener fe si no adquiere conocimiento escrupuloso y preciso. Si alguien dice tener fe, pero no tiene un conocimiento preciso de los asuntos, no es fe, sino credulidad.
Basar la fe en una falsedad es lo peor que uno puede hacer, porque los resultados serán tan desalentadores como la falsedad sobre la cual edificaron su fe.
Dicho simplemente, la fe se basa en la verdad. Si quieres tener fe, primero tienes que adquirir la verdad. ¿Y dónde está la verdad? Jesús dijo: ‘Jesús le dijo: Yo soy el camino, a verdad y la vida. Nadie viene al Padre, sino por mí’. (Juan 14:6)
Un requisito básico para adquirir la verdad es agachar la cabeza y reconocer que la verdad está en Dios, el Creador de todas las cosas, y que, como tal, tiene el poder de revelarla a manos llenas a todo el que la busque sinceramente. “Pero ¿cómo encontrar la verdad en medio de tantas falsedades y medias verdades?”, quizás digas. ¡No hay problema! La verdad tiene una característica fundamental que no tiene la falsedad: Resiste el análisis y se mantiene sólida en medio de cualquier ataque. Si le se aplica fuego para destruirla, se purifica y sale victorioso. En otras palabras, es brillante, hermosa e indestructible. Pero duele, porque nos obliga a reconocer lo equivocados que pudimos haber estado.
Por eso, Jesús dijo: ‘El que pone en practica la verdad viene a la luz para poner de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios’. Es decir, no tienen miedo de encontrar la verdad, sino todo lo contrario. (Juan 3:21) ¿Y dónde está esa luz? Él dijo: ‘Tu palabra es la verdad’. (Juan 17:17)
En cierta ocasión, le preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento más importante de la ley de Dios, y respondió diciendo: ‘Amarás a Jehová [Yavé] tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es parecido: Amarás a tu semejante como a ti mismo. No hay otros mandamientos mayores que éstos’.
El hombre ahora le dijo: “Correcto, Maestro, verdad has dicho, Uno es Dios, y no hay otro fuera de él; y eso de amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y lo de amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los sacrificios’. A lo que Jesús le respondió, viendo que había respondido sabiamente, le dijo: ‘No estás lejos del reino de Dios’. Y ninguno se atrevió a preguntarle más’. (Marcos 12:30-34)
De modo que para recibir la verdad y acercarnos al reino de Dios es requisito indispensable reconocer la superioridad de Dios y aceptar sus mandamientos. Por eso Jesús una vez les dijo con gran franqueza: “Si no os arrepentís, todos pereceréis. (Lucas 13:5) Eso de seguro les dolió, pero era la verdad prístina. Si no se arrepentían de sus maldades, serían destruidos. Eso debía quedar claro.
La Biblia dice que Dios es un espíritu, y que los que lo adoran, necesitan adorarlo con espíritu y con verdad. (Juan 4:24) Por eso Jesús impuso un requisito a los que quisieran conocer la verdad, y les dijo cómo se beneficiarían de hacerlo: ‘Si continúan en mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, y conocerán la verdad, y la verdad los libertará’. (Juan 8:31-32) ¿Libertarnos de qué? De las consecuencias terribles de vivir una vida basada en falsedades.
Eso no es fácil, porque el mundo puede ponerse en contra de maneras crueles. Jesús dijo a sus enemigos: ‘Ustedes procuran matarme, a un hombre que les habló la verdad que oyó de Dios’. (Juan 8:40) Y a sus discípulos dijo: ‘Si me aman, guarden mis mandamientos. Y yo pediré al Padre para que les dé un paráclito [ayudante] que permanezca con ustedes para siempre: El espíritu de la verdad que el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni lo conoce; pero ustedes los conocen porque morará en ustedes, y estará en ustedes’. (Juan 14:15-17)
Una de las verdades que componen la verdad de Dios es que Jehová es el Creador y lo menos que podemos hacer es amarlo entrañablemente y agradecerle la vida que nos dio. Y santificar su nombre en el sentido de no echarle la culpa por los males que han resultado de que sigamos una senda equivocada, basada en falsedades, debido a los engaños y tretas del Diablo. (1 Juan 5:19)
Un plato de sopa no puede hacerse a sí mismo. Los átomos no pueden ordenarse a sí mismos. El universo no pudo haberse puesto en movimiento a sí mismo. La Biblia dice: ‘Acepten que Jehová es Dios. Él nos hizo, no nosotros mismos’. (Salmo 100:3) Esa es la verdad, y sobre esa verdad debemos edificar todos los demás conocimientos.
Jesucristo entregó su vida para aclararnos ese conocimiento. Al comparecer ante el que lo sentenció a muerte, dijo: ‘Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que ama la verdad oye mi voz’. (Juan 18:37) Es responsabilidad de sus discípulos dar a conocer esa verdad.
Por lo tanto, la fe verdadera se basa en premisas verdaderas, no en falsedades ni medias verdades, y tiene el respaldo de nada menos que el espíritu de Dios, en el cual podemos confiar.