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Cierto lector de la Biblia dijo: "Leo la Biblia hace muchos años. La he leído muchas veces. Pero hace poco una persona me incomodó lanzándome una pregunta que no supe contestar".
El lector se sintió mal porque pensó que, si había leído toda la Biblia, debía responder todas las preguntas. Pero ¿debió sentirse mal por no responder?
De ninguna manera. De hecho, el apóstol Pablo dijo una vez: "El conocimiento hincha, pero el amor edifica. Quien suponga que sabe algo, todavía no lo sabe como debería saberlo". (1 Corintios 8:1-2)
Siendo que la Biblia es la Palabra de Dios, uno puede adquirir y acumular un vasto conocimiento leyéndola y estudiándola y aun así no llegaría a saberlo todo. De hecho, es como una mina profunda. Uno puede seguir extrayendo nuevos conocimientos, enfoques, discernimientos y detalles interesantes.
Otro punto que debe tenerse en cuenta es que el Diablo también ha leído la Biblia. De hecho, citó de las Santas Escrituras para causar tropiezo a Jesucristo. Pero aplicó mal la información. Por eso Jesucristo reprendió su modo de pensar después de cada cita, ya que la interpretación torcida que estaba aplicando estaba completamente fuera de contexto. (Mateo 4:1-11; Lucas 4:1-13) En cada caso parecía un enfoque correcto, pero no lo era en absoluto.
¿Por qué el Diablo no aplicó bien la información? El profeta Daniel nos da la clave: "Ningún malvado entenderá". (Daniel 12:10). Jesucristo mismo dijo en una oración: " 'Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas de los sabios e instruidos, pero las revelaste a los enseñables. Sí, Padre, porque así te plugo'. Mi Padre me ha entregado todo, y nadie llega a conocer al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiere revelarlo." (Mateo 11:25-27)
Claro, Jesucristo era el Hijo de Dios, y era un humano perfecto, sin pecado. Pero el hecho de que el Diablo no tuviera éxito engañando a Jesús con interpretaciones torcidas de las Escrituras no significaba que no lo intentara posteriormente con otros que, en su imperfección, sí podrían dejarse arrastrar fácilmente con sus engaños. ¡Qué oportuno sería inspirar otra clase de escrituras, que extraviaran a través de los tiempos a la humanidad en los diferentes rincones del mundo, y hasta levantar a profetas y sacerdotes propios que difundieran explicaciones variadas, diferentes a la Palabra recibida de Cristo y de Dios! (Mateo 24:24-25; Gálatas 1:6-9)
Pero ¿de dónde obtuvo Jesús su sabiduría, y de dónde dijo que la obtuviéramos nosotros? ¡De las Escrituras que en ese tiempo estaban a disposición de cualquiera que quisiera estudiarla, lo que hoy llamamos Biblia! Proverbios decía: "Dios es quien da sabiduría. Conocimiento y ciencia provienen de su boca. Él los reserva para los íntegros e intachables. Vigila la senda del justo y protege el camino del fiel, quien entonces comprende justicia y derecho, equidad y todo buen camino. La sabiduría llega a su corazón, y el conocimiento le endulza la vida. Por eso la discreción lo cuidará, y la inteligencia lo protegerá". (Proverbios 2:6-9) Si alguien quiere obtener la verdadera sabiduría, tiene que pedírsela a Dios, la fuente de la sabiduría. (Juan 15:15; Juan 17:8)
De modo que aunque uno lea los Santos Escritos una y mil veces, no es la lectura en sí lo que le dará el entendimiento correcto de lo que lee, sino la bendición del Padre, quien es quien da la sabiduría para entenderlo todo. Los que leen y estudian la Biblia manifestando esencialmente las tres tres cualidades de una persona enseñable, pueden obtener el verdadero conocimiento. Pero no para jactarse, sino para profundizar su relación con el Padre y compartir con los humildes lo que va aprendiendo. (2 Timoteo 3:14-17)
Tres requisitos para aprender de Dios
Según la Biblia, Dios indica que solamente obtiene entendimiento quien tiene hambre espiritual, honradez y humildad.
Hambre espiritual
En el Sermón de la Montaña, Jesús dijo: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque el reino de los cielos pertenece a los que son así". (Mateo 5:3) El hecho de que muchos discípulos fueran personas opulentas, demuestra que la pobreza material o física no fue un requisito primario ni esencial para ser llamadas a convertirse en recipientes de las bendiciones de Dios, comenzando por la adquisición del conocimiento que lleva a la salvación, sino la pobreza espiritual.
Sabemos que muchos pobres viven en condiciones precarias, algunos de los cuales salen a robar y cometer otras atrocidades a fin de conseguir dinero para continuar consumiendo drogas y seguir con una vida libertina. Y sabemos que, por otro lado, también hay ricos que roban a sus anchas desde sus oficinas rodeadas de lujo. La pobreza y la riqueza material no son lo que verdaderamente hacen pobre o rica a una persona, sino su actitud hacia la vida, hacia Dios y hacia el prójimo. No tiene mérito para Dios que uno sea pobre, así como tampoco lo tiene que sea rico. Porque lo que Dios busca en las personas es una condición de corazón que manifieste el humilde deseo sincero de alimentarse de su Palabra.
Una persona rica puede ser pobre en sentido espiritual, como lo demostraron muchos seguidores de Jesús que después de bautizarse donaron sus posesiones para contribuir con la obra del Reino. Y una persona pobre puede ser orgullosa y terca, como lo demostraron muchos que después vociferaron pidiendo la muerte de Jesús y la liberación de Barrabás.
La pobreza espiritual se caracteriza por obrar de maneras que buscan satisfacer la necesidad de conocer a Dios cada vez más profundamente. La persona se siente vacía en tanto no se alimenta de la Palabra de Dios, pero satisfecha y feliz después de haber adquirido la sabiduría que Dios le provee.
Honradez
En cierta ocasión, un hombre llegó corriendo y se postró delante de Jesús diciendo: " 'Buen maestro, ¿qué debo hacer para entrar en la vida eterna?'. Jesús le respondió: '¿Por qué me dices bueno? Nadie es bueno, sino solo Dios. Conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no mientas, no defraudes a nadie, honra a tu padre y a tu madre'. El hombre contestó: 'Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven'. Pero Jesús lo miró con cariño y le contestó: 'Te falta una cosa: Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Entonces ven y sígueme'. Mas al oírlo, se desanimó mucho y se retiró triste. Porque era muy rico." (Marcos 10:17-22)
El hombre hizo una pregunta sincera a Jesús, pero le faltó honradez para aceptar la respuesta. Jesús puso al descubierto sus verdaderas intenciones. El hombre tal vez solo quería beneficiarse de juntarse con Jesús en su grupo íntimo, haciendo ofrendas de dinero para la obra, suponiendo que Jesús le daría un buen lugar entre los suyos, al estilo de lo que hacen muchos políticos del mundo con el fin de ser alabados por los demás.
Jesús no estaba pidiéndole nada difícil. Si realmente quería ir con Jesús, sus riquezas no le servirían para nada. Tal vez podía quedarse con lo básico, ayudar a los demás y seguir con Jesús. Pero lo que Jesús le dijo puso al descubierto sus verdaderas intenciones. Por eso se desanimó y se retiró. No fue sincero en su dedicación. No fue honrado al encarar la respuesta clara que Jesús le dio.
Para que Dios le dé a uno la sabiduría que lleva a la vida eterna, es esencial ser honrado al enfrentarse cara a cara con la verdad, aunque duela, y no debe cuestionarla procurando torcerla para ajustarla a un capricho. José de Arimatea y otros discípulos cristianos eran pudientes, personas que tenían riqueza. Pero eran desprendidos y ayudaron a los pobres. La Biblia nunca mencionó que Dios los reprendiera o despreciara. Al contrario, los honró.
Humildad
Para adquirir o profundizar el conocimiento de Dios, uno tiene que humillarse ante Su mano. No puede tener acceso a su sabiduría con una actitud soberbia. (1 Pedro 5:6-7) ¿En qué consiste una actitud soberbia? Eclesiastés 4:13 nos da una pista: "Más vale un joven pobre pero sabio que un rey viejo pero estúpido, a quien nadie puede dar más consejos". Una persona que llega al punto suponer que todo lo sabe y que no necesita que nadie más le enseñe nada, no es agradable al Señor. Porque el conocimiento y la sabiduría de Dios es más de lo que uno puede adquirir en toda una vida. La humildad dicta que uno se humille y continúe adquiriendo la sabiduría de Dios.
"Yo tengo fe en Jesucristo, mi Salvador personal. No necesito nada más. El mundo puede venirse abajo, y yo estoy asegurado con el Señor", es una frase estereotipada que no salvará a nadie cuando termine el día del juicio. Porque es de soberbios decir que no necesitan más, que ya llegaron al tope del conocimiento. A eso se refiere Eclesiastés 4:13. Por eso, la Biblia registró el ejemplo de Apolos, que se humilló cuando otros cristianos le expusieron con más exactitud el conocimiento de Dios. Debido a su humildad el espíritu santo le concedió más sabiduría. Apolos entonces pudo expandir su ministerio. Leamos ese interesante relato.
"Cierto judío de nombre Apolos, de Alejandría, había llegado a Efeso. Hombre que desplegaba facilidad de palabra y era versado en las Escrituras. Conoció el Camino del Señor y exponía y enseñaba lleno de fervor y con precisión todo lo referente a Jesús. No obstante, solo conocía hasta el bautismo de Juan. De repente, comenzó a hablar en la sinagoga con decisión. Prisca y Aquila lo oyeron y después lo llevaron aparte con ellos para explicarle más exactamente el Camino de Dios." (Hechos de los Apóstoles 18:24-26) ¿Cómo reaccionó? ¿Acaso respondió: "Yo ya sé todo. Jesús es mi Salvador y no necesito que ustedes me enseñen nada más"? No. Fue humilde y aceptó que Prisca y Aquila les explicaran muchas cosas que necesitaba aprender a fin de expandir su testimonio. ¿Y cuál fue el resultado?
El registro continúa: "Como él pensaba viajar a Acaya, los hermanos lo alentaron, y escribieron a los discípulos para que lo recibieran de la mejor manera posible. Y desde que llegó a Corinto fue de gran ayuda, por la gracia de Dios, para aquellos que habían abrazado la fe". (Hechos de los Apóstoles 18:27-28) Fue humilde para recibir la información que los esposos Aquila y Prisca, discípulos del apóstol Pablo, tenían para darle, y en realidad fue Dios quien expandió su ministerio.
Si Apolos hubiera reaccionado con soberbia, se hubiera quedado donde estaba y no habría explotado todo su potencial. La humildad es la cualidad que mueve a uno a ponerse en segundo lugar a fin de beneficiar a otros. Es lo contrario del orgullo, la soberbia y la terquedad. Es una cualidad que permite desprenderse rápidamente de algo que entorpece su desarrollo como cristiano, para andar más rápido y seguro en el camino de la santidad. Gracias a la humildad uno se libra de todos lo problemas que les sobrevienen a las personas vanidosas y pagadas de sí mismas.
La Biblia es clara: "Dios detesta al arrogante, y de seguro no lo dejará impune". (Proverbios 16:5) Dios jamás compartirá su sabiduría con personas que se dan ínfulas y se jactan de conocimientos que nunca hubieran podido conseguir sin el cerebro que Dios les proveyó. Todo lo que tenemos: el aire, la tierra, el fuego, los alimentos, el agua y la compañía de otros seres humanos, son provisiones de Dios. Él nos las ha dado para que vivamos felices. Pero el hombre las ha echado a perder con su egoísmo y codicia. Dios "no se ha dejado a sí mismo sin testimonio. Les ha hecho el bien a todos, dándoles lluvias y estaciones fructíferas, proporcionándoles alimento y alegría". (Hechos de los Apóstoles 14:17)
Lo menos que uno puede hacer es sentir un profundo agradecimiento y una sana reverencia hacia Aquel que le ha dado todo lo que tiene. Si no está dispuesto a reconocer un hecho tan elemental, tampoco puede esperar recibir de Dios la bendición de adquirir la sabiduría que Él tiene preparada para sus hijos.
Tres cualidades para compartir lo que uno sabe
Y tres cualidades básicas que Dios espera que manifieste alguien que ha obtenido el conocimiento correcto son: Veracidad, concisión y conveniencia.
Veracidad
Cuando uno usa la Biblia para establecer un argumento, no debe torcerla como hizo el Diablo en diferentes ocasiones al confrontar a Jesús. Debe usarla en armonía con el contexto, el cual implica las circunstancias, el tiempo histórico, a quién iba dirigida la expresión, las profecías, los paralelos...
Si uno cita un pasaje de la Biblia, pero no tiene en cuenta el contexto, puede desviar o desvirtuar fácilmente su significado verdadero, y de esa manera desviar al oyente del verdadero sentido de la expresión. Por ejemplo, Nahúm 1:2 dice: "El Señor es un Dios celoso y vengador. ¡Dios de venganza, Señor de la ira! Dios se venga de sus adversarios. Es implacable con sus enemigos." Después de leer u oír algo así, uno podría decir: "No me siento impulsado a adorar a un Dios así". Pero ¿realmente entendió lo que leyó?
Recordemos al hombre que preguntó: "¿Qué tengo que hacer para entrar a la vida eterna?". Jesús le contestó, pero él no entendió la respuesta. No estaba diciéndole que literalmente tenía que regresar a su negocio y deshacerse de todo, y que regalara su patrimonio a los pobres, muchos de los cuales probablemente eran delincuentes, borrachos y orgullosos. Jesús estaba dándole a entender que tenía que ser desprendido, porque para seguirlo, necesitaría simplificar su vida lo más posible. Seguir encargándose del negocio no le ayudaría como misionero. Tendría que venderlo todo en el sentido de tomar decisiones que simplificaran su vida de modo que le permitiera dedicarse por entero a la obra misional. Pero no entendió. Tampoco pidió una explicación. Sencillamente dio media vuelta y se retiró, desanimado.
Igualmente, si uno tiene un hijito de cinco años, y el ómnibus escolar se lo lleva por la mañana, pero por la tarde el niño regresa con un ojo morado y un labio partido, ¿qué haría un padre amoroso? ¿Cruzarse de brazos? ¿Olvidarlo? ¿Perdonar al ofensor? ¿Decirle a su hijo: No te preocupes. Mañana ponle la otra mejilla y que te dé otro bofetón? ¡De ninguna manera! Lo primero que haría sería ir a la escuela para hablar con el director y pedirle una explicación. Luego averiguaría quién es el abusón que le hizo eso, y seguramente le ajustaría los tornillos. En una palabra: ¡Se vengaría!
Es en ese sentido que se dice que Dios se venga. No se trata de una venganza hostil basada en el odio criminal, como suelen hacer los seres humanos, sino una expresión de Su amor, que está equilibrado en la balanza de una justicia perfecta. Unos párrafos atrás leímos: "Dios detesta al arrogante, y de seguro no lo dejará impune". (Proverbios 16:5) Es decir, Dios no permitirá que se salga con la suya. En el diccionario de Dios no aparece la palabra "impune" cuando se refiere a los malvados.
¿Y cómo paga Dios con venganza? Permitiendo que al malvado le sobrevengan las consecuencias directas de su mal proceder. No es que Dios intervenga con un látigo y le cause dolor, sino que deja que su maldad misma le pague por lo que hizo. De esa manera, no es injusto dejar que coseche lo que sembró. Por ejemplo, si un joven suele acelerar temerariamente el automóvil de su padre, ¿podríamos culpar a otros el día que salga del camino y se estrelle, tal vez perdiendo la vida? No. Fue su propio proceder el que le causó daño. Por decirlo así, la venganza le cayó encima por su propio peso.
Igualmente, el abusón que golpeó al niño tal vez se salga con la suya una y otra vez. Pero un día se encontrará con uno que le dé la paliza de su vida y le quitará las ganas de molestar. Y si no aprende, seguirá delinquiendo hasta acabar viviendo en una prisión, juntándose con miles que son peores que él, y que seguramente le darán palizas muy a menudo. No es que Dios le cause ese dolor. Son consecuencias de su proceder. Es en ese sentido que le sobreviene la venganza divina, porque siente como si Dios estuviera reprendiéndolo por sus osadías.
Y ¿qué sentiría el hijo al ver a su padre tomando medidas apropiadas para poner las cosas en su lugar e impedir que el abusón se salga con la suya? ¿Acaso no sentirá más amor por él que antes? ¡Por supuesto! Se sentirá más amado, más seguro y más digno.
Concisión
La concisión es la cualidad que permite a uno ser breve y económico en su manera de expresar cierto concepto con exactitud. No significa hablar o escribir poco, sino ser concreto cuando se expresa un asunto.
Por ejemplo, la Biblia contiene miles de versículos. Sin embargo, cada uno de ellos va directamente al punto y sin vacilación. Uno son más extensos que otros, pero todos contienen la cantidad necesaria de palabras para aclarar cada asunto. El Sermón de la Montaña tiene poco más de 100 versículos, pero cada uno de ellos es conciso. La censura que el profeta Natán le dio al rey David el día que pecó en el caso de Betsabé contiene aproximadamente 500 palabras. Pero fue un mensaje conciso y contundente. Pudo habérselo dicho con menos palabras, pero no hubiera dado en el clavo. Aún así no dejó de ser conciso.
Conveniencia
Siempre hay que buscar el momento, la forma y el contenido más conveniente para cada caso.
Por ejemplo, en algunas ocasiones Jesús respondió directamente y con pocas palabras, y otras, contó una historia que enriqueciera el impacto que deseaba lograr. Cuando la samaritana le dijo: "Sé que pronto vendrá el Mesías, el Cristo, y cuando venga nos explicará todo lo que necesitamos saber", Jesús le contestó sin rodeos: "El que habla contigo es ése". (Juan 4:19-26) Pero cuando explicó asuntos relacionados con el reino de Dios, usó siete parábolas sencillas pero diferentes que abarcaron aproximadamente 1000 palabras. De hecho, una de ellas, la del trigo y la mala hierba, requirió dos sesiones, una en público y otra en privado.
Aunque Jesús curó a muchos en público, es decir, delante de todos, en algunas ocasiones apartaba a la persona fuera de la vista y la llevaba a otro lugar para efectuar la curación. No siempre era conveniente que las curara delante de todos. Y aunque en ciertos casos les decía que dieran testimonio, en otros les advertía que no lo dijeran a nadie. Aunque a todos los invitaba a acompañarlo a predicar a lugares apartados, también impedía que lo siguieran algunos que ponían fe en él, como cuando curó a Legión. Y a pesar de que su misión fue dar testimonio a toda persona, conversó con Pilato pero mantuvo la boca bien cerrada ante Herodes. No le dijo ni una sola palabra. No respondió sus preguntas ni se dejó intimidar. (Lucas 23:3, 8-9)
Por eso, cuando leemos la Biblia tenemos que hacerlo en armonía con la verdad, sin precipitarnos a sacar conclusiones que no tienen nada que ver con lo que el escritor realmente quiso decir. Es fácil desvirtuar un pasaje de la Biblia cuando uno no ha adquirido el conocimiento que proviene de Dios. Pero recordemos que Él solo da a manos llenas su sabiduría a quienes lo buscan con hambre espiritual, humildad y honradez, teniendo en cuenta que Dios les responderá solo con la verdad (aunque duela), concisamente y en el momento que juzgue más conveniente.
Del mismo modo, en imitación de Dios, no tienes por qué responder todas las preguntas que te hagan sobre la Biblia, máxime si no has investigado el asunto con anterioridad. Es fácil para el Diablo hacer preguntas e incomodarte con argumentos aparentemente verdaderos. Esa ha sido su principal arma desde los tiempos de Adán y Eva. Pero no temas. Dios no espera que tengas todas las respuestas, ni que estés respondiendo preguntas solo para hacer alarde de tus conocimientos. Él sabe que nunca llegaremos al fondo de todo. Porque nuestra mentalidad, por muy expansiva que sea, es limitada desde Su punto de vista. Él espera que sepas lo que necesitas saber para salvarte, no que contestes a todas las preguntas que te haga la gente.
Date tu tiempo, investiga, analiza y benefíciate de la sabiduría que solo Dios te puede dar con su espíritu santo. Y deja que los demás hagan lo mismo. No tienes que contestar todas las preguntas que surjan en tu camino. La misión del cristiano es seguir aprendiendo, seguir compartiendo las buenas nuevas y llevar al bautismo a todos cuantos pueda antes de que llegue el fin. (Mateo 24:14)
Y como Apolos, acepta humildemente conversar con quienes puede ayudarte a saber más de lo que ahora sabes. Entonces, tu testimonio será aún más agradable a Dios.
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