El puente indestructible

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Al principio lo hicieron de un modo empírico, después con conocimientos especializados. Los ingenieros estructurales fueron quienes a lo largo de la historia proyectaron, calcularon y construyeron los puentes que conocemos, desde los más rudimentarios hasta los más formidables. Tenían en cuenta, entre otras cosas, la economía, las técnicas, los materiales disponibles y el suelo donde habrían de apoyarlos, sobre todo si debajo corría agua.

El deseo de saber es exclusivo de los seres inteligentes y brota de la necesidad de sentirnos seguros. Cuanto menos sabemos, menos seguros nos sentimos, porque queremos tener bajo control las cosas que nos rodean, las que nos interesan, las que nos afectan, las que determinan el final de un asunto o sus consecuencias. Cuando más sabemos, mejor capacitados estamos.

Las piezas de conocimiento son como piezas de un rompecabezas que uno junta hasta tener un cuadro más o menos completo. Nunca terminamos de aprender. Siempre hay mejores maneras, mejores técnicas, mejores proyectos. Adquirimos más conocimientos y edificamos sobre lo que sabemos. Y en la medida que crece el conocimiento, en esa medida adquirimos control sobre nuestra mente, nuestras decisiones y nuestras metas en la vida. Dicho de otro modo, el conocimiento permite a uno hacer planes para lograr resultados. Todo conocimiento se edifica sobre conocimiento previo, se ubica en los archivos correspondientes de nuestra mente y permanece allí hasta que lo necesitemos.

Por lo tanto, cuando alguien quiere saber algo, en realidad está procurando más control sobre su mente y sobre su vida. Porque sabe que con ese conocimiento podrá tomar mejores caminos y arribar a mejores resultados.

Falsa seguridad

Sin embargo, existe una falsa seguridad. Hablando figuradamente, tal como un puente podría venirse abajo con el tiempo si se socavan sus estructuras, cualquier plan o proyecto puede venirse abajo si le faltan piezas importantes al conocimiento sobre el cual se ideó. Si queremos un puente indestructible, tenemos que hacerlo indestructible, es decir, ponerle un fundamento perfecto. Entonces no lo lamentamos.

Si uno levanta una estructura sobre cimientos inadecuados, un ingeniero podría profetizar acertadamente que la estructura se vendrá abajo. Todo es cuestión de tiempo. ¿Cuánto tiempo? Es calculable, dependiendo de los materiales, el clima, el uso que se dé a la estructura, etc. Pero de que se caerá, se caerá. No se requiere un espíritu de profeta para darse cuenta de algo tan obvio. Si los cimientos están mal, ¡se caerá!

Jesucristo dijo una vez: ‘Vi a Satanás caer del cielo como un rayo’. En otras palabras, estaba tan seguro de las consecuencias que podía darlo por cumplido. Y ¿por qué podía estar tan seguro? Por un simple razonamiento lógico. Si un reino se divide contra sí mismo, tal reino no puede permanecer. Y si un hogar se divide contra sí mismo, no puede durar mucho tiempo. Si Satanás se levantaba contra sí mismo, y se dividía, no podía permanecer en pie, sino que había llegado su fin. (Marcos 3:24-26) Todo era cuestión de tiempo.

Lo peligroso de diseñar un plan sobre conocimientos insuficientes o equivocados es que puede costarnos desde un simple malestar pasajero hasta la carrera, la salud, nuestro patrimonio, la vida o cualquier cosa que sea de valor para nosotros.

Por ejemplo, hubo una noticia que dio la vuelta al mundo, sobre un comando militar que se dirigía en su vehículo por una carretera muy peligrosa. De repente, el conductor giró hacia el lugar equivocado y se metieron en la boca del lobo, se convirtieron en un bocado para sus enemigos. ¿Leyeron el plano al revés? ¿Recibieron las coordenadas equivocadas? ¿Estaban drogados? Podemos preguntar todo lo que se nos ocurra, pero el resultado se dio y nada podemos hacer para evitar que suceda. No podemos rehacer el pasado.

De aquí para adelante

De modo que cualquier idea que hayas tenido en el pasado respecto a las desigualdades e injusticias en el mundo, tienes que ponerlas a hervir y confrontarlas con lo que dice la Biblia. ¿Ponerlas a hervir? Sí, así de simple. El conocimiento de Dios, es decir, la verdad, es un metal precioso que no puede ser destruido con fuego. Cualquier idea incorrecta o pieza de conocimiento falsa que uno ponga a hervir en su mente, hablando figuradamente, terminará siendo aniquilada por el fuego junto con la escoria; pero las ideas correctas permanecerán, porque no pueden ser destruidas. ¡Por lo contrario, se purifican e incrementan su valor!

El apóstol Pablo lo expuso así: ‘Si alguien edifica sobre el fundamento oro, plata, piedras preciosas, madera, heno o maleza, la obra de cada quien quedará finalmente descubierta porque el día la pondrá al descubierto. Porque por el fuego será manifestada, y la obra de cada quien, no importa quién sea, el fuego la probará. Si permanece, recibirá su recompensa; pero si se quema, se perderá. […] pero será como por fuego”. (1 Corintios 3:12-15)

Al decir ‘si alguien edifica sobre el fundamento’ ¿a qué fundamento se refería? En su carta a los Colosenses él mismo lo explica: ‘En él [en Jesucristo] están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, y lo digo para que nadie los alucine con palabras persuasivas’. El fundamento era el Cristo.

Pero ¿qué tiene que ver todo esto con tu pregunta?

Tiene mucho que ver. Porque es imposible atar cabos si no tenemos los cabos. En otras palabras, para entender por qué hay tanta desigualdad e injusticia tenemos que preguntarle al que posee todos los conocimientos. Pero ¿de dónde sacó Jesucristo sus conocimientos?

Él mismo lo dijo: ‘Mis enseñanzas no son mías, sino de Aquel que me envió. Todo el que quiera hacer la voluntad de Dios, reconocerá si mis enseñanzas provienen de Dios, o si hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, busca que lo alaben; pero el que procura alabanza para el que lo envió, éste es verdadero, y no hay injusticia en él’. (Juan 7:16-18)

Por lo tanto, debemos ir más atrás y leer en Proverbios, capítulo dos, versículos uno al cinco: ‘Hijo mío, si tomas mis palabras y guardas dentro de ti mis mandamientos, atento a la sabiduría con tus oídos; si inclinas tu corazón a la reflexión; si clamas por la inteligencia, y das tu voz por la madurez; si la buscas como a la plata, y si la escudriñas como un tesoro; entonces entenderás el respeto que se merece Jehová y encontrarás el conocimiento de Dios. Porque Jehová es quien da la sabiduría, y de su boca proviene el conocimiento verdadero y la inteligencia verdadera. Él es quien provee sabiduría sólida para los rectos, y es escudo para los que andan rectamente. Él es el que guarda las veredas del juicio y protege el camino de sus leales. Luego entenderás el tema de la justicia, el juicio, la imparcialidad, y todo acerca del buen camino’.

Poco después añade por qué esto es tan importante, diciendo: ‘La idea es que andes por el camino de los buenos y guardes la vereda de los justos. Porque los rectos son los que habitarán la tierra, y los rectos permanecerán en ella. Pero los infractores y de corazón malvado serán desarraigados’. (Proverbios 2:20-22)

Ajá. Para entender el tema de la desigualdad y la injusticia, primero es esencial leer cuidadosamente la palabra de Dios; abrigar sus mandamientos en nuestro corazón; estar atentos a los dichos de la sabiduría, disfrutar de la reflexión; desear ser cada vez más inteligentes, como si clamáramos por alcanzar la madurez espiritual, es decir, con ganas, excavando como si fuera un tesoro.

Pero nada de eso es posible si uno no cultiva respeto por Jehová. Porque allí dice que Jehová es la fuente de la sabiduría, y que de Él provienen los conocimientos verdaderos, la verdadera inteligencia. A eso se refería Jesús cuando dijo: ‘Mis enseñanzas no son mías, sino de Aquel que me envió’. (Juan 7:16) A Jesús lo envió su Padre Jehová. Por eso pudo decir a los judíos en otra ocasión: ‘Es mi Padre quien me glorifica, el que ustedes dicen que es su Dios’. El Dios de los judíos es Jehová (Yahvé).

Por eso le dio sabiduría a Jesús. Porque Jehová solo provee sabiduría a quienes se ponen a derecho con Él incondicionalmente. Entonces, su conocimiento se convierte en un escudo poderoso. Entonces uno aprende a andar por un camino seguro, siendo protegido en el sentido de que, a partir de entonces, tomará decisiones prudentes, basadas en dicha sabiduría.

¿Cuándo empezó la desigualdad y la injusticia?

El primer paso para que puedas entender las verdaderas dimensiones de tu propia pregunta, lo cual a su vez te permitirá comprender las verdaderas dimensiones de la respuesta que estás solicitando, consiste en remontarte al pasado hasta llegar al acto de injusticia más antiguo de que hay registro en la Biblia, el libro más antiguo del mundo. (Génesis 5:1)

Así como existe un orden en el espacio sideral, existe un orden en la dimensión celestial. El apóstol Pablo lo dijo así: ‘El primer hombre es terrenal, es decir, de la tierra; el segundo hombre, que es el Señor Jesucristo, es del cielo. Cual el terreno, tales son también los terrenos; y cual el celestial, tales son también los celestiales’. (1 Corintios 15:47-48) El primer acto de injusticia fue cometido por un ser celestial, es decir, no de este mundo. Apocalipsis, capítulo 12, versículo 9, dice de él: ‘Es el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero’.

¿Notaste? Dice que ‘engaña al mundo entero’. Por lo tanto, tenemos una razón de peso para ser muy cuidadosos en la manera como entendemos lo que la Biblia dice. Es fácil que se nos lleve por una ruta equivocada. Sería muy triste girar el timón hacia el ángulo equivocado y meternos en la boca del lobo, ¿verdad?

La primera injusticia, por tanto, fue cometida por este enemigo, y consistió en tildar a Jehová de mentiroso e injusto.

¿Jehová injusto y mentiroso?

A fin de confiarle sus responsabilidades, cualquier propietario de una empresa provee ciertas reglas o normas al gerente general que pone a cargo. Eso es básico porque hay vidas en juego. Dirigir una empresa equivale a dirigir hacia el éxito las vidas de los que trabajan en ella. Si los obreros están descontentos, no hacen un buen trabajo, el resentimiento socava el respeto a la autoridad y el competidor se beneficia.

Por eso Jehová tenía todo el derecho de pedir obediencia de parte de Adán. ¡Estaba poniendo toda la tierra a su cuidado! (Génesis 1:26-30) Pero Adán prefirió creer las mentiras que le dijo aquel ángel rebelde y viró el timón voluntariosamente hacia la ruta equivocada, con consecuencias desastrosas para sus descendientes, que quedaron a merced del enemigo.

De hecho, Eva reconoció: ‘La serpiente me engañó’. En otras palabras, al reconocer que fue engañada, estaba reconociendo que había pasado por alto las instrucciones de Adán y del dueño de la vida, Jehová. El engaño, la falsedad, las medias verdades, las mentiras descaradas fueron la base y fundamento de un procedimiento que hasta el presente sigue produciendo mucho dolor. Pero hay algo más bajo la superficie del engaño: la duda.

El amor, todas las cosas las cree

La Biblia dice que el amor cree todas las cosas. Es decir, la persona amorosa que no abriga rencores ni maldad, puede caer fácilmente víctima de un vil estafador. Basta con ganarse su confianza. El amor tiende a la inocencia, no imputa malos motivos a las personas, no es desconfiado, es sano y abierto, comunicativo y tolerante. Eva fue creada con las cualidades necesarias para amar. De modo que no percibió ninguna amenaza en una simple serpiente del jardín.

Aprovechándose de su condición espiritual invisible, el ángel disimuló hábilmente su presencia haciéndole creer que hablaba con el animalito. Al principio, Eva asumiría la posición de cualquier persona inocente; pero después se despertó en ella el deseo incorrecto de superar a Dios. Más tarde reconoció que fue engañada, pero Jehová no podía dar marcha atrás. Ella había transgredido y había seducido a Adán para que transgrediera de la misma manera.

¿Jehová no pudo dar marcha atrás? ¿Acaso no es Todopoderoso?

No. La Biblia dice que hay cosas que Jehová no puede hacer. Cuando se refiere a que es Todopoderoso, se refiere a que puede hacer cualquier cosa que desee dentro de su voluntad. Además, es Todopoderoso en comparación con sus criaturas. Puede hacer lo que sea y lo que quiera, pero dentro de sus propósitos.

Eso significa que no puede ir contra sí mismo, no puede contradecirse, no puede hacer estupideces, no puede mentir, no puede incumplir sus promesas, no puede violar sus leyes, no puede abandonar su propósito, y lo más importante para nosotros, no puede tolerar la maldad por más tiempo del que se ha propuesto.

Por lo tanto, Jehová no es Todopoderoso desde el caprichoso punto de vista de un ateo, sino desde Su propio punto de vista. Aunque dice ser Todopoderoso, esto debe entenderse en el contexto de sus propias palabras, no de las nuestras (Isaías 55:8-9).

Eso nos ayuda mucho a entender por qué no intervino en los asuntos como un padre que interviene para que su hijo no cometa un error. Hay errores que un Padre puede y debe evitarles a sus hijos, pero también hay errores que debe permitir que cometan a fin de que aprendan que todo tiene una consecuencia. Si un padre siempre evita a sus hijos las malas consecuencias de sus acciones, es decir, en todos los casos, les estaría haciendo un daño. No estaría enseñándoles que sus malas decisiones, o descuidos por negligencia, pueden tener resultados desagradables.

En cambio, el que permite que su hijo vea los resultados de su error, para que la próxima vez tome una mejor decisión, le está enseñando a enfrentar la vida con una mayor capacidad de respuesta. Es la diferencia entre engreírlo y enseñarle a vivir por su cuenta.

En el caso de Adán fue algo mucho más serio. Jehová había dado una ley: Obedecer. Y había dado una advertencia indicando la consecuencia por violarla: No podría vivir para siempre. Era de esperarse que Adán la cumpliera. Era una sola orden. Tenía todo lo que un hombre pudiera necesitar: Un bello lugar donde vivir, comida exquisita en abundancia, podía andar calato por donde quisiera sin que nadie pensara nada malo, podía viajar a cualquier lugar, tener todos los hijos que quisiera, todos los animales que quisiera, ¡qué más puede uno desear!

Por eso, el acto que cometió resultó imperdonable desde el punto de vista de Dios. La ley y el debido proceso debía seguir su curso hasta las últimas consecuencias. Nosotros estamos viviendo en el tiempo de esas últimas consecuencias. Nos ha tocado vivir en el tiempo más horrible de la historia de la humanidad. En algún momento ese tiempo debía llegar, y Dios no puede demorarse más tiempo del que calculó que sería necesario para salvar a la humanidad.

Por eso el apóstol Pablo dijo, en su carta A Los Gálatas, capítulo cuatro, versículos cuatro y cinco: “Cuando vino el cumplimiento de los tiempos señalados, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, y que nació bajo la ley’. En otras palabras, había límites que Dios se impuso a sí mismo para salvar a la humanidad. Cumplidos los plazos de ley, conforme al derecho procesal, es decir, siguiendo el debido proceso divino, procedió a tomar los asuntos en sus manos. No podía intervenir ni antes ni después de lo que Él, en su extraordinaria sabiduría, había calculado.

Ya antes Él había sentado un precedente similar en un asunto con los crueles asirios, diciendo, mediante Isaías el profeta: ‘Jehová ha jurado: Ciertamente se hará de la manera que lo he pensado, y será confirmado como lo he calculado: Quebrantaré al asirio en mi tierra […], y su carga será quitada del hombro de mi pueblo’. (Isaías 14:24-25) Pero todo debía realizarse en el momento correcto, ni antes ni después, a fin de lograr los mejores resultados para los que sufrían.

Por eso, después de decir que Jehová enviaría a su Hijo al tiempo señalado, Pablo añadió la razón: ‘Para que redimiese a los que estaban bajo [el yugo de] la ley, a fin de que recibiésen la adopción de hijos’. Sí, el fin era noble: Salvar a la humanidad. (Lucas 19:10) Al usar el término ‘adopción’ está aclarando que Jehová no los consideraba sus hijos hasta ese momento.

¿No somos hijos de Dios?

La gente tiene entendido que todos somos hijos de Dios. Pero, entonces ¿a quiénes adopta Dios, según lo que hemos leído? La Biblia es muy clara al dar a entender que el pecado de Adán no solo nos salpicó, como si fueran gotitas, sino nos involucró completamente por medio de la ley de la herencia.

Por ejemplo, si un hijo único, cuyos padres son acaudalados y fallecen, puede reclamar su herencia y nadie puede discutirlo, ¿que hay si con la herencia también se entera de que hay deudas pendientes? ¿También las heredará? ¿O crees que alguien aceptaría su reclamo, diciendo: “No. Yo solo acepto la parte que me conviene?”. No. Debe asumir también las deudas y pagarlas hasta el último centavo. Es la ley de la herencia.

La Biblia habla de adopción porque cuando Adán pisoteó los derechos de Dios mediante violar los principios que se le habían encargado, se hizo a sí mismo un hijo rebelde. Dios no lo hizo rebelde. Adán se hizo a sí mismo un rebelde, lo mismo que Eva.

Tal como se dice que no es padre el que engendra, sino el que cría, correspondientemente podemos decir que no es hijo el que nace, sino el que ama a sus padres y busca y mantiene una relación con ellos. El primer acto judicial de un rey de la antigüedad consistió en destacar ese principio, precisamente.

Dos rameras que habían dado a luz en la misma casa, en el mismo tiempo y sin testigos, presentaron una querella: Uno de los niños murió aplastado porque su madre se recostó sobre él, y ella pretendía que el hijo vivo era el suyo, porque los había cambiado durante la noche. Pero la madre verdadera reconocía que era su hijo. Ellas estuvieron discutiendo delante del rey, hasta que el rey se hartó y dijo: “¡Basta! Corten al niño en dos y dénle la mitad a una y la otra mitad a la otra!”. Entonces, la madre verdadera dijo: “¡No! No le hagan daño. Dénselo a ella.” Entonces, el rey logró sacar la verdad a la luz y reconoció quién era verdaderamente su madre. La madre falsa no estuvo dispuesta a ceder. Ella había gritado: “Ni tuyo, ni mío. ¡Córtenlo!”. ¿Qué madre es capaz de hacer eso? Por eso el rey reconoció quién era la verdadera madre.

Jesús una vez dijo a sus detractores: ‘Vosotros de vuestro padre el Diablo sois’, o como dice otra versión: ‘Ustedes tienen por padre al Diablo’. Y Moisés había dicho antes: ‘Se portaron mal con Él, ¡Hijos indignos! Generación perversa y depravada’. (Deuteronomio 32:5) Al decir ‘hijos indignos’ está refiriéndose al hecho de que no merecían se considerados hijos de Dios. De modo que eso nos aclara por qué posteriormente se usó el término ‘adopción’. Dios no puede tener hijos rebeldes ni desobedientes. Y por eso también, todo el contexto de la Biblia insta a uno a ser obediente.

El apóstol Pedro indicó que la obediencia sería una condición tácita para recuperar uno su relación con el Creador, al decir: ‘Al aceptar la verdad, han logrado la purificación interior’, o como lo dice otra traducción: ‘Han purificado vuestras almas por obedecer la verdad’. (1 Pedro 1:22) Por eso los enemigos de Jesús tenían que modificar su postura si querían ser adoptados como hijos de Dios. Jesús no los consideró hijos de Dios automáticamente por el hecho de ser descendientes de Adán.

Por lo tanto, la primera injusticia fue cometida contra Dios, y consistió en darle la espalda a pesar de que Él les había proporcionado todo lo que necesitaban para vivir para siempre en felicidad. Pero Él determinó o calculó el tiempo que tomaría el que la humanidad finalmente aceptara la verdad, y la manera como la Biblia indicaría, poco a poco, los detalles que señalarían al Cristo, quien efectuaría el rescate y lograría que se realizara la adopción mencionada.

Y la primera desigualdad fue simplemente una consecuencia forzada de la primera injusticia. Desde que el primer hombre se rebeló y le dio la espalda a Dios, ha imperado la más triste desigualdad entre los hombres, pero en todo caso, como dijo Moisés: ‘La corrupción no era suya [es decir, de Dios], sino de ellos mismos [de los hombres]’.

Por último, el mundo, si nos hemos de guiar por lo que dice el apóstol Juan, no está bajo el poder de Dios, como creen muchas personas. Juan dijo: ‘Todo el mundo está puesto en maldad’. O como lo dice una traducción más clara: ‘El mundo entero está bajo el maligno’, es decir, bajo su autoridad o poder. Cualquiera que crea, afirme o enseñe que el mundo está bajo el poder y la autoridad de Dios, está mintiendo contra la verdad de la Biblia.

En el interrogatorio judicial que llevó a su sentencia de muerte, Jesucristo dijo: ‘Mi reino no es de este mundo’, y después: ‘Mi reino no es de aquí’. (Juan 18:36) Y Poncio Pilato afirmó: ‘No hallo delito en él’. (Juan 19:6) Jesús pudo defenderse, aplicar todas sus habilidades de liderazgo y librarse de la situación, pero cedió por su propio libre albedrío y permitió que la historia siguiera su curso hasta las últimas consecuencias. De otro modo no se hubiera podido efectuar la adopción como hijos de Dios. (Romanos 8:16)

Por lo tanto, Diana, ahora que tienes más claro que el mundo no está bajo el poder ni la autoridad de Dios; y ahora que sabes cuándo, cómo, dónde y por qué comenzaron todas las injusticias y desigualdades, esperamos que continúes ahondando y escarbando estos asuntos hasta quedar totalmente satisfecha.

El profeta Habacuc escribió lo siguiente: "¿Hasta cuándo, oh Jehová, gritaré sin que me escuches, y hasta cuándo clamaré a causa de la violencia sin que me salves? ¿Por qué me haces ver tanta iniquidad y haces que vea tanta maldad? Ante mí solo hay destrucción y violencia. Constantemente se levantan pleito y contienda. Por esto la Ley se debilita y el juicio no se ajusta a la verdad: porque los malos rodean a los justos. Por eso la justicia siempre sale torcida." (Habacuc 1:1-4)

Si creees que la verdad está en Cristo, nunca pases por alto esta importante pieza del rompecabezas: Cristo dijo que lo que él enseñaba no procedía de él. Más bien dijo: ‘Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió’. (Juan 7:16) Jesús fue solo un puente indestructible para llegar a Dios. Refiriéndose a su Padre, dijo: "No vine por mi propia cuenta, sino que me envió alguien que es digno de confianza. Ustedes no lo conocen, pero yo sí lo conozco porque vengo de parte suya, y él mismo me ha enviado". (Juan 7:29)

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