ÍNDICE
Cualquiera se incomoda cuando ve cámaras de vigilancia a su alrededor. Pero a veces estas han salvado vidas, porque no solo han permitido capturar a los delincuentes, sino que han prevenido un daño que de otro modo hubiera sido irreparable. De modo que, aunque incómodas, cumplen una función muy necesaria: Notan el peligro y nos permiten tomar precauciones a fin de salir bien parados.
En el pasado había profetas que servían de ese modo, pero no para visualizar a simples bañistas, agencias bancarias ni cárceles, sino para ver el futuro. Unos eran simples embaucadores que fungían de profetas y timaban al pueblo, pero otros eran veraces y podían demostrar que Dios mismo los había comisionado. ¿Y cómo podía uno reconocerlos? Por los resultados de sus mensajes. Aunque eran imperfectos, como Jonás, que huyo en la dirección opuesta para no tener que ir a Nínive a declarar un mensaje de advertencia, sus profecías terminaban cumpliéndose y eso les servía a todos para reconocer que un profeta había estado entre ellos. Por supuesto era mejor reconocerlos antes de que sucedieran todas las cosas.
Por ejemplo, cuando Ezequiel profetizó en un país lejano, todos se burlaron. Pero un día llegó al pueblo un mensajero que contó cómo la ciudad, que estaba al otro lado del desierto, había sido destruida. Ocurrió tal como Ezequiel había profetizado. Entonces le creyeron, pero era demasiado tarde. La ciudad ya había sido destruida, y sus habitantes, tomados cautivos.
Igualmente, casi todos saben que Jesucristo predicó la salvación, pero muy pocos podrían responder acertadamente la pregunta: "¿A salvarnos de qué?". Por eso tampoco se sienten muy animados a investigar sus enseñanzas. Pero si alguien no sabe de qué debe salvarse, ¿cómo advertirá el peligro de lo que se viene. Es como si le gritáramos a alguien: “¡Cuidado!”, pero la persona no viera nada que le hiciera pensar que hay un peligro, sobre todo si no le decimos: “¡Tírate abajo!” o “¡Cúbrete la cabeza!” o “¡Ven aquí!”.
En otras palabras, no sirve para nada una advertencia sin puntos de referencia, porque al no ver el peligro y no saber cómo reaccionar, la persona solo tiene una opción: Sentirse totalmente desconcertada y quedarse donde está, lo cual incrementa notablemente el peligro de que le ocurra un accidente.
Algo similar sucede con la salvación de la que habló Jesús hace unos dos mil años atrás. Si no sabemos cuál es el peligro, si no sabemos cómo reaccionar, y mucho menos si no hemos oído la advertencia, ¿cómo tomaremos medidas para ponernos a buen recaudo? Nuestra única opción es seguir con lo nuestro y no hacer caso.
Por lo tanto, para tomar medidas de precaución respecto a la salvación de la que habló Jesucristo, es imprescindible saber de qué estaba hablando. Salvarnos, ¿de qué?
Diferentes enfoques
Hay diferentes enfoques desde los cuales se puede analizar de qué estaba hablando Jesús. Uno de ellos se relacionaba con la esclavitud al pecado heredado. Todos nacemos pecadores. Otro se relacionaba con el pecado intencional. La persona decide pecar y seguir pecando porque encuentra placer en ello. Otro se relaciona con las doctrinas que recibían de los religiosos de su época. Obedecer enseñanzas equivocadas sumía a la gente en sufrimiento innecesario. Y otro se relacionaba con las costumbres y tradiciones locales. La gente se habitúa a seguir rituales familiares y sociales sin cuestionarse si estará bien hacerlo.
De modo que había varios asuntos en los que pensar para entender a qué se refería Jesús con la salvación. Sin embargo, había un aspecto mucho más trascendental y que se presentaría con el paso se los años y sería una consecuencia fatal de todos sus errores: la destrucción de su ciudad.
La esclavitud al pecado heredado
Es imposible entender lo que significa el pecado heredado si ni siquiera sabemos qué significa pecar. La primera definición que se le ocurre a la gente es: Hacer algo malo. Pero ni tienen claro qué es hacer algo malo, ni nadie les ha hablado de la variedad de cosas que están implicadas en el asunto, especialmente las que se consideran tabú, como el sexo. La gente es remilgada para hablar en serio acerca de sexo. Pueden bromear sobre sexo y pueden ver programas de televisión cargados de sexo, pero se incomodan cuando se toca el tema en serio. Por lo tanto, el primer requisito para entender lo que significa salvarnos del pecado es entender lo que significa pecar.
Para empezar, nadie puede pecar si no tiene un objetivo. El objetivo es el punto de referencia para todas nuestras acciones. Por ejemplo, si la compañía donde trabajo indica que los empleados tienen que estar a las 8 de la mañana en su puesto de trabajo, todos tienen un objetivo. Si llegan a las 8 o un poco antes, habrán seguido las instrucciones de la compañía; pero si llegan a las 8:05 o después, habrán pecado contra la compañía. ¿Ahora entiendes lo que significa pecar? Pecar es fallar, faltar o fracasar respecto a la voluntad del dueño de la compañía.
Pongámoslo de otra manera. Imaginemos una diana, es decir, un blanco al que lanzamos diez dardos. Arrojamos uno por uno con toda la intención de dar en el centro, pero vez tras vez se clavan alrededor, no en el centro. Hemos pecado -o fallado o fracasado- diez veces. Porque no hemos dado en el blanco.
Eso es lo que significa pecar: No alcanzar el objetivo, no dar en el blanco, no hacer lo que se supone que debíamos hacer. Pecar es: “No alcanzar el objetivo”, "Fallar", "Fracasar".
Ahora bien, cuando Jesús habló del pecado, no se refería a pasar por alto una ley de Roma, ni de ninguna compañía comercial, tampoco a fallar diez veces tirando unos dardos. Se refería específicamente a la voluntad de Dios, es decir, a lo que Dios esperaba que hicieran los seres humanos. Por eso dijo claramente: ‘No son los que me dicen Señor, los que entrarán al reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo’. (Mateo 7:21) Y en otra ocasión presentó una parábola ante sus discípulos para explicar el asunto. Les preguntó: "Cierto hombre que tenía dos hijos. A uno le pidió: 'Hijo, anda a trabajar en la viña'. El hijo respondió: 'No quiero', pero después se arrepintió y fue. Después se dirigió a su otro hijo y le pidió lo mismo, pero este le contestó: 'Sí, señor'. Sin embargo, no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?" (Mateo 21:28-31) Quedó claro que el primero. En esta parábola, Jesús no estaba ilustrando cuánto se esforzaron trabajando en la viña, sino si fueron consecuentes con sus respuestas y fieles a su padre.
Pecado significa no hacer la voluntad de Dios
Pecar significa no cumplir con los deseos de Dios, no alcanzar el objetivo de su voluntad, no dar en el blanco de las metas que él ha trazado para la humanidad. Pecar es no hacer lo que debemos hacer con respecto al objetivo que nos trazó.
Por ejemplo, si debemos terminar con cierto trabajo a las 5 pm. pero no lo logramos, hemos pecado contra el que nos lo encargó. Si debemos seguir cierto proceder trazado por Dios y no lo hacemos, hemos pecado contra Dios. Pecar es no cumplir con el objetivo. Uno puede pecar contra Dios y/o contra los hombres. (Mateo 12:31-32; Lucas 15:21) El pecado de Adán nos marcó con la tendencia a fallar. Por eso se dice que somos pecadores, es decir, falladores y decepcionantes. Solo la fe en Cristo y nuestro esfuerzo por hacer la voluntad de Dios nos hace diferentes ante Dios.
Entonces, ¿qué es el pecado heredado?
Pecado heredado es la tendencia que tenemos a fracasar respecto a la voluntad de Dios. Cuando Dios hizo al hombre, le trazó un objetivo magnífico y lo dotó con las cualidades físicas y mentales para llevarlo a cabo. Pero Adán no alcanzó el objetivo porque se trazó otros objetivos y siguió tras estos. (Deuteronomio 32:5; Eclesiastés 7:29) Lamentablemente, transmitió genéticamente esa tendencia a sus descendientes. Por ejemplo, todos nacemos con tendencia hacia la envidia (Santigao 4:5) "No queremos límites", "Odio que me controlen", "Nadie me dice lo que tengo que hacer", "Detesto las reglas", "Hay que romper los paradigmas" son frases comunes que se oyen en las películas y noticieros.
No es siempre malo romper los paradigmas humanos, sobre todo si queremos investigar un asunto y ahondar en él. Pero no es prudente romper los que Dios nos ha impuesto. Porque sus leyes son inmutables. Siempre se cumplen. Lo mismo ocurre en el campo moral.
Si idealizamos a alguien pensando que nunca nos fallará, estamos abrigando una desilusión. No es posible que alguien nunca falle. Por eso necesitamos entender cabalmente lo que significa el perdón, cuáles son sus alcances y por qué lo necesitamos tanto.
Necesitamos la Ley de Dios
Ante la reiterada debilidad de hombres y mujeres para dar en el blanco, Dios acudió en su ayuda ofreciéndoles un espejo donde se miraran el rostro y vieran cuán cerca o lejos estaban de parecerse al perfil general que Él había predeterminado para ellos. Porque cuando Dios creó al hombre y a la mujer, no solo les dio un cuerpo y una mente, sino un perfil al cual debían conformarse, o sea, ciertas características básicas para su personalidad. (Efesios 4:24; Eclesiatés 7:29) Cuando Jesús dijo: "Yo soy el camino" y "Yo soy la puerta" en realidad estaba diciendo: "Yo soy el modelo", "Yo soy el perfil". Porque era a él a quien debíamos imitar a fin de ganar la aprobación del Padre, a fin de hacer Su voluntad.
Jesús reflejó exactamente el perfil en el espejo de Dios: su Ley de Mandamientos. Él fue el único que pudo cumplir toda la ley. Por eso pudo desafiar a sus opositores: “¿Quién de ustedes podría probar que soy culpable de pecado?” (Juan 8:46) Jesús no pecaba. En otras palabras, no fallaba. Siempre daba en el blanco de la Ley de Mandamientos. Dominaba a la perfección el conocimiento de la Biblia y ponía en práctica todos los mandamientos. (Juan 8:29)
Por ejemplo, podía poner a los religiosos de su época cara a cara con el discernimiento que él tenía de las Santas Escrituras de modo que ninguno de ellos se atreviera a refutar nada. ‘Mientras los fariseos estaban reunidos, Jesús les preguntó: ‘¿Qué les parece? ¿De quién es hijo el Mesías?" Ellos contestaron: "De David" (es decir, descendiente de David). Jesús añadió: "¿Por qué entonces David lo llama ‘Señor’, diciendo: “El Señor dijo a mi Señor: ‘Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies?’” Luego les preguntó: “Si David lo llama ‘Señor’, ¿cómo es que [el Señor es] su hijo?”’. Y ninguno de los fariseos era capaz de responder, y desde aquel día nadie se atrevió a hacerle más preguntas.’
En otra ocasión, después de que Herodes había decapitado a Juan (el bautista), la Biblia dice que Jesús entró al templo y se puso a enseñar. Entonces, vinieron unos sacerdotes principales con los ancianos del pueblo para exigirle explicaciones: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha autorizado a enseñar aquí?". Jesús les contestó: "Yo también les haré una pregunta. Si me contestan, les diré quién me autorizó a enseñar estas cosas. ¿De dónde le vino autoridad a Juan para ir bautizando? ¿Del cielo o de los hombres?". Ellos razonaron: "Si respondemos: "Del cielo", nos dirá: "Entonces, ¿por qué no creyeron?"; y si decimos: "De los hombres", la multitud podría venirse contra nosotros, porque todos consideraban que Juan era un profeta". Por eso le respondieron: "¡No sabemos!". Jesús les dijo: "Entonces yo tampoco les digo con qué autoridad hago esto".
Otro día regresó al templo y nuevamente se sentó a enseñar al pueblo. Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio, la pusieron en medio y le dijeron: ‘Maestro, sorprendimos a esta mujer en el acto mismo de adulterio. Y la ley de Moisés manda apedrear a mujeres así. ¿Tú qué dices?’ Decían esto para probarlo, es decir, para poder acusarlo de hablar contra la ley.
Pero en vez de responderles, sencillamente se agachó y se puso a escribir algo en la tierra con el dedo. Entonces, como no respondía, insistieron en preguntarle, y él se puso de pie y dijo: El que de ustedes esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. Y se inclinó y siguió escribiendo en la tierra. Ahora ellos, al oír esto, sintieron un fuerte cargo de conciencia y se fueron, retirándose uno a uno, desde los más viejos hasta los menores. Y se quedó solo con la mujer, que estaba en medio. Enderezándose, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusan? ¿Nadie te condenó? Ella dijo: Nadie, Señor. Entonces Jesús le dijo: Yo tampoco te condeno. Vete. Pero no peques más’. (Juan 8:1-11; Deuteronomio 17:2-7)
Y cuando lo enjuiciaron, el sumo sacerdote le preguntó acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le respondió: Yo he hablado públicamente al mundo, Siempre enseñé en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen los judíos, y no he hablado nada oculto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que han oído lo que dije. ¡Mira! Estos saben lo que dije. Entonces, uno de los alguaciles le dio una bofetada, y le dijo: ‘¿Así respondes al sumo sacerdote?’ Jesús respondió: ‘Si dije algo mal, di qué dije mal; pero si respondí bien, ¿por qué me pegas?’.
Como vemos, Jesús siempre se mantuvo dentro de los límites al enseñar y actuar. No violaba la ley. Por lo tanto, no pecaba. Nadie pudo demostrarle jamás lo contrario. Hasta cuando quisieron apedrearlo por decir ‘soy Hijo de Dios’, respondió: ‘Muchas buenas obras les he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas quieren apedrearme?’ Le respondieron: ‘No te apedreamos por obras buenas, sino por la blasfemia. Porque, siendo hombre, acabas de asemejarte a un dios. Jesús les respondió: ‘¿Acaso no está escrito en la ley: “Yo dije, ustedes son dioses?” Si Dios llamó dioses a aquellos contra quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿a mí me dicen: “¡Blasfemas!”, solo porque dije: “Soy Hijo de Dios”, al quien el Padre santificó y envió al mundo?’. Y añadió: ‘Si no hiciera las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean en las obras, para que sepan y crean que el Padre está en mí, y yo en el Padre’. (Juan 10:31-38)
Jesús siempre respondió con la verdad y ajustándose a la ley.
En cambio, los demás hombres no daban en el clavo nunca. Estaban inclinados al pecado por la influencia de Satanás. Por eso Jesús les dijo: ‘Ustedes son de su padre el diablo y hacen las obras de su padre’. (Juan 8:44) Anteriormente les había dicho: “Ustedes son de las regiones de abajo; yo soy de las regiones de arriba. Ustedes son de este mundo; yo no soy de este mundo. Por eso les digo que, a menos que crean que yo [el Hijo de Dios], morirán en sus pecados’. (Juan 8:23-24)
El pecado es fracasar en cuanto a hacer la voluntad de Dios. La voluntad escrita de Dios era que reconocieran, escucharan y obedecieran al Mesías. Pero no lo hicieron. Lamentablemente, todos tenemos la tendencia a pecar. Somos pecadores. Entonces, ¿estamos perdidos? ¿Nunca podremos hacer la voluntad de Dios?
El pecado intencional
No, porque conociendo nuestra incapacidad natural para hacer Su voluntad, Dios no solo proveyó una ley de mandamientos que sirviera como un espejo ante el cual mirarnos, para ver cuán cerca o lejos estábamos de hacer Su voluntad, sino que proveyó un salvador, que es Cristo, para que supliera con su sacrificio lo que nos hacía falta para reconciliarnos con Dios. (Deuteronomio 18:15-19; Juan 1:18; 10:10; Santiago 1:23)
Pero una cosa es tener inclinación hacia el pecado, es decir, tender a fracasar respecto a la perfecta voluntad de Dios, y otra muy diferente, pecar intencionalmente, es decir, desear ir contra dicha voluntad. “Sé que es incorrecto fumar, pero igual seguiré fumando”.
Ese fue el pecado de los líderes religiosos que se oponían a Jesús. Sabían perfectamente que lo que él enseñaba se ajustaba a la ley, pero no querían dar su brazo a torcer.
Por ejemplo, la ley les prohibía tocar cadáveres. Decía que el que tocaba un cuerpo muerto se volvía inmundo. Por otro lado, ordenaba a los sacerdotes mantenerse limpios en todo sentido. De modo que ¿cómo cumplían la ley y al mismo tiempo manipulaban los cuerpos muertos de los animales que los del pueblo presentaban para el sacrificio? Los sacerdotes eran quienes ponían sus cuerpos sobre el altar. Sin embargo, eso no se consideraba que estuvieran violando la ley.
De modo que Jesucristo les explicaba que la ley no era un rígido código de reglas, sino una lista de principios morales sobre los cuales debían basar sus decisiones. Era cierto que no debían tocar cuerpos muertos, pero no se refería a los cuerpos muertos de los sacrificios, en el caso de los sacerdotes. Por eso también, Jesús no temió tocar a los muertos que resucitó. Él tenía el poder de devolverles la vida. No era un caso de violar los principios de la ley, que se basaban en el amor.
Por ejemplo, en sábado entró en casa de un gobernante de los fariseos porque lo había invitado a comer. Y allí estaba un hombre con hidropesía, o sea, sufría de derrames anormales de un líquido llamado seroso. Entonces Jesús se dirigió a los intérpretes de la ley y a los fariseos: ¿Es permitido curar a un hombre en el sábado (que era el día sagrado de reposo para los judíos)? Pero ellos callaron. En cambio, él, tomándolo de la mano, lo sanó y le permitió que se retirara.
Luego, sabiendo que todos se habían quedado asombrados de que se atreviera a curar a alguien en día de sábado (porque, según ellos, no se debía curara a nadie en sábado), les dijo: ¿Quién de ustedes, si su asno o su toro cayera en un hueco, no lo sacaría inmediatamente, aunque sea en sábado? Y no podían replicar ante tal argumento’. (Lucas 14:1-6)
Por tanto, aunque la ley prohibía realizar trabajo en sábado, no era pecado curar en cualquier momento. Porque curar no iba contra la ley perfecta del amor.
En cambio, al pensar en matar a Jesús, ellos sí estaban pecando gravemente, porque la ley mandaba amar al prójimo, no desear su muerte. Su pecado era intencional, voluntario.
De modo que cuando Jesús les habìa dicho anteriormente: ‘A menos que se arrepientan, serán destruidos’, se refería a que dejaran de pecar intencionalmente. (Lucas 13:3) Porque el pecado intencional o voluntarioso no tiene perdón de Dios, porque es un acto de rebelión contra el espíritu santo, que dice que debemos esforzarnos por evitar el pecado.
Por lo tanto, cuando nos esforzamos por dar en el blanco de la voluntad de Dios estamos haciendo Su voluntad. Porque Su voluntad es que, aunque no demos en el blanco, nos esforcemos por dar en el blanco. Él sabe que somos incapaces de lograrlo por nuestro propio esfuerzo. Sabe que no nos es posible cumplir con la ley perfecta del amor. Pero Él puede imputar nuestros esfuerzos sinceros como actos de justicia.
¿Cómo fue eso posible?
La Biblia explica por boca del apóstol Pablo: ‘Sabemos que la ley de Dios es espiritual, pero yo soy de carne, vendido [por Adán] al poder [seductor] del pecado. Realmente, [a veces] no comprendo mi proceder; pues no logra hacer lo que quiero, sino que hago lo que no quiero’.
Pobre. Por más que se esforzaba por hacer lo que era correcto, sentía que algo lo jalaba hacia otra parte, impidiéndole hacer lo correcto en la medida plena.
Sigue diciendo: ‘Por eso, si [a pesar de mi esfuerzo] hago lo que no quiero, eso significa que la Ley de Dios es buena. Pero en realidad, ya no soy yo el que obra mal, sino [la inclinación natural heredada] que hay en mi interior y me impulsa al pecado’.
Luego explica: ‘Porque bien sé que en mí, no hay nada bueno, es decir, en mi cuerpo de carne. En efecto, aunque esté a mi alcance hacer el bien, no logro realizarlo, porque no termino haciendo el bien que quiero, sino el mal que no quiero.
Pero si hago lo que no quiero [a pesar de todo mi esfuerzo], me doy cuenta de que ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que hay en mi interior. He descubierto que aunque quiera hacer lo bueno, lo malo siempre se me presenta’.
Y concluye: ‘Por eso me complazco en la ley de Dios según el hombre que soy por dentro, aunque me doy cuenta de que hay otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de la razón, queriendo esclavizarme a la ley del pecado [es decir, a esa fuerza extraña que siempre me atrae hacia el pecado] que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias a Dios por Jesucristo nuestro Señor!’. (Romanos 7:14-25)
En otras palabras, gracias al sacrificio de rescate pagado por Jesús, cualquier persona que se esfuerce sinceramente por hacer la voluntad de Dios con fe en Cristo, Jehová el Padre se lo cuenta como si hubiera dado en el blanco. De hecho, al esforzarse sinceramente por hacer lo que es correcto desde el punto de vista de Dios, ya está haciendo Su voluntad.
Es muy diferente que quien no quiere enterarse de Su voluntad y no quiere saber más acerca de Su propósito para la vida, a fin de seguir pecando más y más.
Esa clase de pecado no tiene perdón de Dios. Por eso Jesús dice que, a menos que uno se arrepienta, será destruido.
Doctrinas que recibían
Pero Jesús también vino a salvarnos de las doctrinas que se nos enseñaron de manera equivocada, es decir, que no concordaban con la verdad del reino. Esto era particularmente grave. Porque la salvación dependía de hacer la voluntad de Dios, pero si entendíamos mal Su voluntad, ¿de qué manera la hubiéramos cumplido a fin de salvarnos? No hubiéramos podido. De esta manera, una enseñanza falsa era un veneno mortal, porque no tenía poder para dar vida eterna, sino todo lo contrario. Eso cumpliría los planes del Diablo, no el propósito de Dios.
Por ejemplo, Jesús explicó: ‘Oísteis que se dijo: “Ojo por ojo, y diente por diente”.
Pero yo les digo: “No resistan al que es malvado; antes bien, al que te hiera en la mejilla derecha, ponle también la otra; y al que quiera llevarte a juicio por una túnica, deja que se lleve también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, anda con él dos millas. (Mateo 5:38-42)
No se refería a que debíamos reaccionar como tontos, sino a que no debíamos resistirnos cuando resistirnos era un proceder tonto.
Cuando le ley dijo: “Ojo por ojo y diente por diente” no tenía el propósito de enseñarnos a ser insensibles y andar sacándoles los ojos a las personas. Lo que se ilustraba era el valor que tenían las cosas para sus dueños. Tu ojo es tan valioso para ti como lo es para él. Si le causas un perjuicio, merece una compensación que lo deje satisfecho. No sería justo que les des nada menos. Eso era lo que la ley enseñaba. Era un principio de justicia, no una lección de sadismo. Por lo tanto, en vez de enseñar a vengarnos y exprimir a nuestros semejantes, estaba enseñándonos a esforzarnos por no hacer nada que causara pérdida o dolor a nuestro semejante.
Eso fue lo que enseñó Pablo, cuando dijo: ‘No causen tropiezo a nadie’ (1 Corintios 10:32; Romanos 13:8, 10; 14:13) El cristiano no debería hacer nada de manera que tuviera que compensar a alguien por haberle causad daño. Eso era lo que quiso decir la ley. Si alguien se atrevía a herir intencionalmente a alguien de modo que perdiera un ojo, debería perder su propio ojo. Era una manera de que entendieran cuán grave era violar los derechos de los demás. Un ofensor de esa calaña sería una persona realmente mala a los ojos de Dios. Uno debería esforzarse por no pecar voluntariamente.
De manera que las enseñanzas incorrectas podían ocasionar la muerte de las personas, tanto en sentido físico como espiritual. Jesús vino a salvarnos de la enseñanzas falsas, y a explicarnos cómo imitarlo a fin de conservar el derecho a la vida. (Juan 14:6)
Costumbres y tradiciones locales
Jesús también vino para salvarnos de las costumbres y tradiciones locales que ensalzan la mentira y la falsedad. Por ejemplo, las supersticiones.
Las supersticiones, las reglas de etiqueta, las costumbres locales, como evitar pasar por debajo de una escalera, bañarse antes de sentarse a comer, chocar las copas antes de beber, son costumbres arraigadas en algunos pueblos. Pero ¿acaso la vida eterna depende de cumplirlas? ¡De ninguna manera!
La vida eterna no es algo que uno gane por mérito propio, sino un regalo o don que Dios se complace en darnos. Nos tiende una mano, por decirlo así, y nos ase firmemente. Él hizo eso al enviar al Cristo. (Juan 3:17; Gálatas 4:4; 1 Juan 4:9)
Por lo tanto, cuando hablamos de la salvación hacemos bien en preguntarnos: “¿Salvarnos de qué?”.
Hemos visto lo que significa el pecado. Pecado es fracasar al intentar alcanzar un objetivo. Pecamos contra el hombre cuando fracasamos en cumplir con las metas que el hombre nos ha impuesto; y pecamos contra Dios cuando fracasamos en cumplir con las metas que Dios no ha impuesto.
Por ejemplo, Jesús resumió toda la ley en dos grandes mandamientos: “Debes amar a Jehová tu Dios con todo el corazón y con toda el alma y con todas las fuerzas y con toda la mente’, y, ‘al prójimo como a ti mismo’”. Pero debido a defectos heredados, como el orgullo, el egoísmo, la vanidad, el deseo de sobresalir y dominar a otros, etc., no alcanzamos a cumplir con esa meta. Por eso Jesús añadió: ‘Si haces esto, conseguirás la vida eterna’. (Lucas 10:27-28)
Por eso nos esforzaremos por amar a Dios y al prójimo desde el corazón y no solo porque una ley lo diga. (Jeremías 31:33)
Comprendemos que por más que nos esforcemos, fracasaremos de vez en cuando en nuestro intento de hacer la voluntad de Dios. Pero gracias al rescate pagado por Jesucristo, Dios puede ayudarnos misericordiosamente pasando por alto nuestra incapacidad.
Evitaremos pecar intencionalmente, es decir, con el propósito de hacer lo que es malo. Porque entendemos que no hay perdón para esa clase de pecado, porque va contra las claras instrucciones del espíritu santo. Pecar intencionalmente, y no arrepentirse, sería como hablar en contra de dicho espíritu. (Mateo 12:32)
No prestaremos atención a enseñanzas erradas que nos desvíen de nuestro propósito de profundizar nuestro estudio de la Biblia y averiguar lo mejor posible cuál es la voluntad de Dios para nosotros, reconociendo nuestra responsabilidad de profundizar, no nos quedaremos en la superficie de una doctrina que, aunque se ve muy linda por fuera [ritual y parafernalia], por dentro demuestra estar equivocada. Esto es muy grave, pues Jesús explicó que la obediencia a una doctrina errada no nos eximía de responsabilidad ante Dios. (Lucas 12:47-48; Mateo 22:29-33; 23:13-15; Hechos 18-24-28)
¿Es eso todo?
No. Lo que hemos considerado antes nos ayuda a vivir vidas llenas de propósito, porque nos consuela saber que, a pesar de ser pecadores, Dios puede perdonar nuestros errores y darnos otra oportunidad, lo cual resulta en que llevemos vidas cada vez más productivas, cada vez más satisfactorias. Pero eso no es todo de lo cual Jesús vino a salvarnos. Hay algo más.
Jesús dijo una vez: ‘¿Con qué compararé a esta generación? Es como muchachos que se sientan en la plaza, y dan voces a sus compañeros, diciendo: “Tocamos flautas, pero no bailaron; Cantamos endechas, pero no se lamentaron”. Porque cuando vino Juan [bautista], que no comía ni bebía, dijeron: “¡Está endemoniado!”, y ahora que vino el Hijo del Hombre, comiendo y bebiendo, dicen: “¡Es un glotón, borracho, amigo de pecadores”’. (Mateo 11:16-19)
Cierto día, Jesús vino en barca con sus discípulos a la región de Dalmanuta, y se le acercaron los fariseos. Querían discutir con él, y le pidieron que hiciera un milagro del cielo. Pero gimiendo en su espíritu, Jesús respondió dijo: ‘¿Por qué me pide milagros esta generación? De cierto os digo que no se les dará milagros a esta generación’. Y dejándolos, volvió a la barca y se fue a otra ribera.
Sí, Jesús usó el término ‘esta generación’ para referirse a cierta clase de personas, no a una elite, sino a la gente en general que vivía oprimida bajo el sistema de cosas de su época. Y siempre marcó una diferencia entre ‘esta generación’, o ‘los hijos de este siglo’, ‘los hijos de este sistema de cosas’, con ‘los hijos del sistema de cosas venidero’, los ‘hijos de la luz’.
Por lo tanto, Jesús no solo vino a salvarnos de nuestros pecados y de las doctrinas y tradiciones falsas, sino a salvarnos de esta generación. (Filipenses 2:14-15; Marcos 4:19; 10:30; Lucas 16:8; 20:34-36; Romanos 12:2)
Esto no es ningún conocimiento oscuro ni secreto. Después de la resurrección de Jesús, sus apóstoles clamaron: ‘Salvaos de esta generación perversa’. (Hechos 2:40) De modo que Jesús también quería salvarnos de esta generación perversa. ¿Por qué? Y ¿en qué sentido?
Salvarnos de un castigo fatal
Hoy el Muro de Las Lamentaciones es lo único que queda del templo de Jehová que se erigía en Jerusalén. La ciudad fue arrasada y destruida por los romanos en el año 70 de nuestra era, y destruyeron todos los documentos de registro público que contenían las listas genealógicas de los israelitas, que permitían averiguar no solo los linajes de los sacerdotes, sino de la línea de descendencia que llevaba al Cristo. Todo eso fue destruido por los romanos.
Dicha destrucción se llevó a cabo de la siguiente manera: Sus enemigos talaron los bosques de los alrededores y construyeron todo en derredor de la ciudad una fortificación de estacas puntiagudas y la rodearán y afligieron por todos lados, hasta que cayó y no dejaron piedra sobre piedra, en el sentido de que todo fue arruinado.
Y ¿qué les había advertido Jesús más de treinta años antes? ‘Vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas y te cercarán y te presionarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no haber prestado atención’. (Lucas 19:41-44)
¿Y qué pensaban los líderes religiosos opositores que le escucharon? Uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote ese año, dijo, refiriéndose a Jesús: "Ustedes no saben nada ni se dan cuenta de que les conviene que muera uno solo por el pueblo y no que sea destruida toda la nación.’ (Juan 11:49-50) ¿Y qué fue lo que ocurrió? Mataron a Jesús, pero no pudieron evitar que se cumpliera la profecía: Toda la nación fue destruida.
¿Y qué pasó con los cristianos?
Hicieron la voluntad de Jehová y se salvaron. La Biblia contenía instrucciones específicas en cuanto a lo que deberían hacer cuando los romanos viniera y tomaran la ciudad. Ellos hicieron tal como Jesús les recomendó y se salvaron de morir. (Mateo 24:15; Lucas 21:20-24)
Es entonces cuando se cumplió para ellos el dicho: ‘¡Salvaos de esta generación perversa!’. (Hechos 2:40) Obedecieron a Jesús y no corrieron la misma suerte que los que componían aquella generación torcida que vivía en el pecado, rodeada de rituales y tradiciones que no llevaban a nada bueno. ¿Y sus cantos? ¿Y sus rezos? Todos terminaron destruidos. Porque Jesús les había advertido: ‘Si no se arrepienten, serán destruidos’. (Lucas 13:3)
De modo que no era broma. Él había advertido que se salieran de aquella generación torcida, y los apóstoles fueron claros al indicar que debía alejarse de aquel sistema de cosas (Romanos 12:2), pero no hicieron caso.
Por lo tanto, Jesús vino a salvarnos en todo sentido: A salvarnos del pecado, de la carga pesada que representan los rituales falsos, y de la destrucción del sistema de cosas.
Si bien es cierto el registro de Mateo 24:21 muestra que Jesús había advertido que la pasarían muy mal, la destrucción del año 70 no fue la destrucción total de la que Jesús realmente estaba hablando. Porque posteriormente los apóstoles hicieron hincapié de que faltaba un juicio más, llamado Armagedón. (1 Timoteo 3:1; Apocalipsis 16:16)
¡Salvémonos nosotros también!
Por eso, si vemos cámaras de vigilancia a nuestro alrededor, no nos incomodemos. Recordemos que estas han salvado vidas, han permitido capturar delincuentes y han ayudado a prevenir un daño que de otro modo hubiera sido irreparable.
Ahora bien, Jehová no es un entrometido que anda fisgoneando a las personas como si tuviera cámaras de vigilancia por todas partes, como sí hace Satanás, pero reacciona inmediatamente a todo aquel que se dirige a Él respetuosamente y le pide su ayuda espiritual, y comisiona a sus ángeles para que se dirijan a esa persona y le presten la ayuda espiritual que necesita. Porque 'en cuanto a Jehová, sus ojos contemplan de cerca toda la tierra, para dar fuerzas a los que tienen un corazón completo para con él'. (2 Crónicas 16:9; Salmo 86:11)
Si queremos ver nuevamente a Cristo en acción, roguémosle con todo el corazón a Jehová, en nombre de Jesucristo, que nos ayude a discernir el camino correcto que señala la Biblia. (Salmo 118:26; Mateo 23:39) Y nos salvaremos tal como se salvaron los cristianos del primer siglo, mediante esforzarnos por indagar y averiguar más exactamente cuál es la voluntad de Jehová, y procurando salvar a todos aquellos que estén dispuestos a salvarse. (1 Timoteo 4:16)
ÍNDICE