Lo primero que uno debe hacer al tratar de entender una palabra, frase o fragmento es averiguar su significado y las diferentes aplicaciones que recibe según el ambiente físico, la situación cultural, las circunstancias políticas, el tiempo histórico que la rodea y cualquier otro detalle pertinente. De otro modo, no podrá atar cabos y comprender cómo se entrelaza o entreteje con lo que trata de entender.
Tony Buzan, experto en lingüística y técnicas de memoria, enseña que la inteligencia de una persona y su capacidad para alcanzar objetivos en la vida dependen casi totalmente de su habilidad para entender el significado de las palabras y su relación entre sí. Porque en el cerebro hay, por decirlo así, planos o mapas neuronales que se forman a medida que uno añade información. No solo se forman bloques de ideas, sino cadenas de palabras, y con ello sus significados individuales. Basta decir "pelota" para que el cerebro trace un plano relacionado, directa e indirectamente, con "pelota", desde la primera pelota que recordamos hasta incontables partidos de fútbol, estrellas del deporte, ¡incluso bultos tumorales del cuerpo humano! En otras palabras, todo lo que "pelota" pueda evocar.
Cuanto más entendemos una palabra, mejor la utilizaremos al hablar y escribir. Nuestras ideas salen más limpias y específicas, abarcamos mejor un discurso y nos resulta más sencillo dejarnos entender por otras personas, especialmente si ocupamos cargos directivos. De allí la importancia de contar siempre con un buen surtido de diccionarios que ayuden a profundizar lo que ya sabemos.
Por tal razón, al mencionar la palabra "santo" nuestra memoria evoca inmediatamente todo lo que tenemos archivado en el cerebro con relación a esa palabra. Por ejemplo, tal vez vengan a nuestra mente las típicas imágenes de hombres y mujeres del pasado, vestidos con largas túnicas, con una aureola sobre la cabeza. O quizás visualicemos sus manos o su postura y lo que estas representan, y reaccionemos haciendo una venia u otro gesto en señal de respeto. Otros probablemente recuerden novelas o películas donde vieron actuaciones que representaban obras milagrosas, y la lista continúa.
También es necesario tener en cuenta que casi todas las religiones afirman tener "santos", a quienes respetan o veneran en templos especialmente diseñados, siendo muy común llevarles flores, alimentos, perfumes y adornos de toda clase, hasta vistiendo atuendos para identificar claramente al venerador. Y no es menos digno de mención el hecho de que en algunas latitudes se considere "santos" no solo a hombres y mujeres, sino a monos, ratas, serpientes y toda suerte de animales, para los cuales también existen templos, sacerdotes y sacerdotizas, sostenidos económicamente por el pueblo.
De modo que la palabra "santo" implica muchas ideas que la gente ha ido elaborando a través de los tiempos mediante tradiciones, ceremonias y rituales, a veces extremadamente complicados y, en algunos casos, extraños y peligrosos, a fin de influir en la manera como perciben su adoración a Dios.
La luz y los apóstoles de Jesucristo
Los apóstoles de Jesucristo instaron en todo momento a despertar del sueño del error, de la falsedad y de la ilusión. Pero no estaban enseñando nada nuevo, sino solo lo que recibieron de su maestro. (Romanos 13:11 ) Jesús recalcó vez tras vez lo mismo de diferentes maneras. Por ejemplo, se refirió a la verdad como una fuente de iluminación y la necesidad de abrir los ojos a dicha luz. (Mateo 5:14-16; 6:22-23)
Los apóstoles siguieron esa misma línea y arrojaron luz con la verdad en medio de un mundo que se sumiría cada vez más profundamente en la mayor oscuridad de la historia. El engaño y la estafa, especialmente en el campo religioso, prácticamente apagarían todas las luces hasta que llegara "el día del Señor". (2 Tesalonicenses 2:3; Apocalipsis 1:10) Por eso, si hay un libro donde podemos encontrar y aclarar definiciones de "santidad", "santos" y "santurronería", es la Biblia. Nuestra investigación sobre este tema no estaría completa si no abriéramos sus páginas para extraer sus explicaciones. Por ejemplo, ¿qué dice del hecho de que un pueblo decida convertir en santo a alguien que hizo muchas obras buenas? ¿Apoya la Biblia tal proceder?
En el libro de los Hechos de los Apóstoles se menciona que en cierto pueblo había un hombre sentado, escuchando la predicación del apóstol Pablo. Era paralítico de nacimiento, nunca había caminado y todos lo conocían. Entonces, Pablo, mirándolo fijamente, y viendo que tenía la fe necesaria para ser curado, le dijo: "Levántate y plántate sobre tus pies". El hombre se levantó de un salto y comenzó a caminar. Al verlo, la multitud comenzó a gritar en su dialecto: "¡Los dioses han bajado a nosotros en forma humana!". Y llamaron "Hermes" a Pablo, y "Zeus" a Bernabé, porque Pablo era el que tomaba la palabra (en esa religión creían que el mensajero del dios era quien hablaba). Entonces, el sacerdote del templo trajo unos toros y se preparó para sacrificarlos. Pero cuando Pablo y Bernabé se enteraron de su intención, se indignaron y dijeron a la muchedumbre: "Amigos, ¿qué hacen? ¡Somos seres humanos, igual que ustedes, y hemos venido a anunciarles las buenas nuevas para que conozcan al Dios que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos! En el pasado, Él permitió que todos siguieran sus propios caminos. Sin embargo, nunca dejó de manifestarse dándoles lluvias y estaciones fructíferas, produciendo alimento y llenando sus corazones de alegría". Pero a pesar de todo, les costó mucho impedir que ofrecieran sacrificios. (Hechos de los Apóstoles 14:8-18)
Como vemos, la primera reacción de los habitantes de aquel pueblo ante aquella manifestación de poder fue pensar que se trataba de santos que habían bajado del cielo. Y por lo general esa es la manera como los pueblos en todas partes reaccionan ante los hechos milagrosos. Suponen que el poder de efectuar milagros convierte a las personas en santas. Pero ¿estuvo de acuerdo Pablo con lo que hicieron? No. Más bien, les dijo: "Amigos, ¿qué hacen? ¡Somos seres humanos, igual que ustedes". No se consideró superior a ellos ni aceptó sus alabanzas. Quería que dejaran de hacer eso y se concentraran en el mensaje que estaba trayéndoles.
Con esas palabras el apóstol Pablo mismo demostró, más allá de cualquier duda, que se oponía tajantemente a la idea de que la santidad se determine por la realización de actos extraordinarios, la tradición, o por la decisión de la mayoría o la de líderes religiosos. Mucho menos si se basa en creencias religiosas que están en conflicto con las Santas Escrituras. Al contrario, Pablo quería ayudarlos a darse cuenta de que la verdadera manera de adorar a Dios tenía que ver con la buenas nuevas que él les estaba trayendo.
La verdadera santidad procede de Dios
Ciertos diccionarios definen "santo" como una persona perfecta y libre de toda culpa. Otros, que se trata de alguien a quien cierta religión declara como tal, indicando que es digna de veneración en todas partes. Y aún otros, que solo se trata de una persona virtuosa y ejemplar, especialmente dedicada al servicio de Dios.
Es cierto que la Biblia explica que se trata de personas limpias en sentido físico, moral y espiritual, y que están separadas para servir a Dios. Pero no indica que primero tengan que irse al cielo. Indica que todos los cristianos deben ser santos, y que no tienen que esperar a morir para ser santos. De hecho, las cartas apostólicas estaban dirigidas precisamente a santos que seguían vivos en el primer siglo. (Colosenses 1:1-2; 2 Corintios 1:1; Efesios 1.1)
Pero ¿quién fue el primer santo? ¡Lógicamente, Dios! Sus cualidades supremas de pureza y justicia son supremas. Por eso la Biblia repite muchas veces que él es Santo. (Os 11:12; 2Re 19:22; Sl 71:22; 89:18.) El apóstol Juan se dirigió a los miembros de la congregación cristiana diciéndoles: “Todos ustedes han recibido el ungimiento del Santo”. (1Jn 2:20.) De esas palabras entendemos que no solo unos cuantos, sino todos los cristianos debían ser santos. Es decir, todos estaban llamados a imitar las cualidades de pureza y justicia de Dios y a ser ejemplares, especialmente dedicados al servicio de Dios. Pero ¿significaba eso que debían recibir veneración, ser objetos de culto o de algún trato especial? ¿O quería decir que todos tendrían que primero morir e ir al cielo para ser santos allá?
A juzgar por las palabras y el ejemplo que dejó el Señor Jesucristo, la respuesta es un rotundo "no". Jesús dijo a sus apóstoles: "No permitan que se les llame 'Rabí', porque hay un solo Maestro. Todos ustedes son hermanos. No llamen “padre” a nadie en la tierra, porque ustedes tienen un solo Padre, que está en el cielo. Tampoco permitan que los llamen “caudillo”, porque hay un solo Caudillo, el Cristo. Porque el que se crea más importante entre ustedes tiene que ser servidor de los demás. Porque el que a sí mismo se enaltezca será humillado, y el que se humilla será enaltecido."
Si Jesús dijo eso a los cristianos más sobresalientes que conocemos (los apóstoles eran los primeros santos que irían al cielo), ¡cuánto más a los que se hicieran cristianos después! Como dijo el apóstol Pablo a aquellos pobladores que equivocadamente quisieron venerarlo, y como antes había instruido Jesús a sus apóstoles, nadie aparte de Dios tiene derecho a recibir veneración.
En Hechos 3:14 leemos que se identifica a Jesucristo como “santo y justo”. También se dice que los ángeles en el cielo son santos, limpios y justos, y están completamente dedicados al servicio de Dios. (Lu 9:26; Hch 10:22.) Y también se llama santos a seres humanos que fueron apartados para el servicio de Dios. Por ejemplo, María, la madre de Jesús, que jugó un papel crucial en el propósito del Padre.
Desde un principio, es decir, desde cuando Dios liberó a su pueblo de Egipto, fue su propósito constituir a todos en santos. Cuando Moisés subió a la montaña, Yavé le dijo: "Esto es lo que dirás a los hijos de Jacob y lo que explicarás a los hijos de Israel: 'Ustedes acaban de ver lo que hice a los egipcios y cómo a ustedes los llevé [como si fuera] sobre las alas del águila para traerlos hacia mí. Ahora, siendo que toda la tierra es mía, si ustedes me escuchan atentamente y respetan mi alianza, los tendré por mi propiedad personal entre todos los pueblos y serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.'" (Éxodo 19:3-6)
Pero notemos varios detalles muy importantes: Primero, Dios sería el que los declararía santos, no Moisés ni ellos mismos. Segundo: Dependería estrictamente de que resultaran obedientes. No sería un nombramiento automático. Estaba condicionado a la obediencia. Tercero, no solo los más sobresalientes serían santos, sino toda la nación. Y cuarto, el acuerdo sería entre Dios e Israel, no con otros pueblos. La Biblia lo aclara al decir: "A Jacob le reveló su palabra, y a Israel sus leyes y decretos. No lo hizo con ninguna otra nación". (Salmo 147:19-20) A eso se refirió el apóstol Pablo cuando dijo que "en épocas pasadas [Dios] permitió que las naciones siguieran su propio camino. (Hechos de los Apóstoles 14:16) Y lo hizo por respetar el debido proceso, el derecho de los pueblos a escoger al gobernante.
Mucha gente hoy no reconoce que, al dar la espalda a Dios, Adán y Eva exigieron, por decirlo así, la libertad y el derecho de usar su libre albedrío como quisieran, es decir, sin la intervención de Dios. Y Dios ha respetado escrupulosamente ese derecho a través de los siglos por medio de no intervenir en los asuntos del mundo. ¡Por eso el mundo está como está! Dios no ha tenido injerencia en la manera como los hombres han ejercido su derecho a gobernarse a sí mismos. "Esto es lo que vi cuando presté atención a todo lo que se ha hecho bajo el sol: 'El hombre dominando al hombre para su propio mal'". (Eclesiastés 8:9)
Dios no manipula las lides políticas de la humanidad. Pero sin violar su justicia perfecta siempre se reservó el derecho a intervenir si Satanás maniobraba para impedir que la línea de descendencia que llevaba al Cristo se interrumpiera, y con ello al cumplimiento de su propósito de establecer su Reino. El Diablo podría seguir adelante con sus designios malvados, pero no tendría jurisdicción sobre quienes voluntariamente desearan ponerse de parte de Dios, a quienes Él siempre acabaría vindicando.
Entonces, ¿por qué eligió a Israel únicamente para ser un pueblo santo? Por amor y lealtad a Abrahán, a quien consideraba su amigo y le hizo la promesa de que por su linaje vendría el Cristo. De entre toda la línea de descendencia desde Abel, hijo de Adán, Abrahán había resultado ser un hombre de fe excepcional. Israel y su descendencia fueron esclavizados y maltratados en Egipto bajo el poder de Faraones injustos. Pero muchos años antes Yavé le había prometido a Abrahán que bendeciría a su descendencia, porque de ella vendría el Salvador del mundo.
Si bien es cierto que respetaría el derecho del hombre rebelde a alejarse de Dios, no iba tolerar ninguna injerencia en su propio derecho a separar un pueblo para sí mismo. De modo que eligió a Israel, no por ser el más numeroso de los pueblos (porque era pequeño), sino por el amor que sentía por Abrahán. No permitiría ningún intento de genocidio que pusiera en peligro, interrumpiera o cortara la línea descendencia a la que tenía derecho de proteger.
Por eso la Biblia dice que Yavé es un Dios fiel que respeta los acuerdos, teniendo misericordia hasta de mil generaciones de los que lo aman y cumplen sus mandamientos. (Deuteronomio 7:7-9) Satanás desafió a Dios cuando logró poner de su parte a nuestros primeros padres. Pero Jehová no solo indicó que haría un seguimiento a la línea de descendencia que llevaría al Cristo, sino de la que viniera directamente del primer ser humano desleal, y que ambas líneas continuarían intactas hasta el juicio final, el llamado fin de los tiempos. Así la aparentemente eterna lucha entre el bien y el mal terminaría.
Lo que el Diablo no sabía, y que Dios mantendría por mucho tiempo como un secreto sagrado, era que la línea de descendencia del Cristo no continuaría para siempre entre los seres humanos, sino que, a partir de la resurrección de Jesús se compondría de santos seleccionados directamente por Dios para resucitar a la manera de Jesús y pasar a formar parte de una estructura gobernante o real de un elevado nivel espiritual, invisible, que, al tiempo señalado por Dios, se establecería por encima de todo otro gobierno humano. Porque su sede no estaría en la tierra, sino en el cielo, fuera del alcance de Satanás. (Daniel 7:9:16; Lucas 22:28-30; 1 Pedro 2:9)
Jesucristo era la descendencia que provino, no solo de nuestros primeros padres, sino del primer ser humano leal. No tuvo un padre humano, pero sí una madre humana. De modo que tuvo el derecho de representar tanto a la raza humana, por ser un Hijo del Hombre, como de ser el representante principal del cielo, es decir, del Padre. "Ustedes me conocen y saben de dónde vengo, que no he venido por mi propia cuenta, sino que me envió uno que es digno de confianza. Ustedes no lo conocen, pero yo sí lo conozco porque vengo de parte suya, y él mismo me ha enviado." (Juan 7:28-29)
Por eso recibió el trato cruel que recibió. Satanás intentó por todos los medios hacerlo claudicar, pero no lo consiguió. Jesús permaneció leal hasta el fin. (Juan 14:30) Y su lealtad no terminó ahí. Él indicó que llevaría al cielo a discípulos que pusieran fe en él, a quienes su Padre seleccionaría directa y personalmente. (Efesios 4:8-10) Ellos tendrían que transformarse en seres celestiales, invisibles, espirituales, de una naturaleza diferente a la humana, de una energía muy superior. De hecho, tendrían que ser inmortales. (1 Corintios 15:51-54)
Esa es una gloria que no se conseguiría simplemente diciendo "soy cristiano", es decir, confesando que reconoce a Cristo como su salvador personal, o creyendo que su fe lo llevará al cielo, como si tal privilegio Dios lo hiciera disponible a todos, como si se tratara de volantes que se reparten en las afueras de un circo, para que cualquiera entre a ver el espectáculo. Tampoco depende de nuestros méritos por haber hecho obras de bien. (Romanos 9:11; Mateo 20:20-23) 'Muchos son llamados, es cierto, pero solo pocos serán escogidos' (Marcos 13:27)
¿Es injusto Dios? ¡De ninguna manera! Los que no son escogidos han sido tipificados claramente por Jesucristo. De modo que aunque se daría tiempo para que cada uno hiciera todo lo posible por ser aprobado por Dios, no todos serían seleccionados para ir al cielo. Jesús lo dejó muy claramente establecido, y sus apóstoles no fueron remilgados para insistir en ello. (2 Pedro 1:5-8; 3:14)
Entonces, alguien dirá: "¿No hay esperanza?". Ese sería un razonamiento incorrecto. Ningún libro borbotea tanto de mensajes de esperanza como la Biblia. (Jeremías 29:11-12) Lo que decimos es que ningún ser humano puede postular a ser santo. ¡Todos debemos procurar ser santos! (1 Pedro 1:15-16) Pero recibir el llamamiento para ir al cielo no depende del esfuerzo que uno haga, sino de que Dios haga la selección.
Notamos eso al leer pasajes como el siguiente, cuando les dice a sus apóstoles: “No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté. Ustedes ya conocen el camino para ir adonde yo voy". (Juan 14:1-4) Entonces, ¿se trata de un llamamiento limitado? En Apocalipsis se responde esa pregunta, en el capítulo siete.
Lo que está más claro que el agua es que aquellos a quienes Jesús llevaría a casa de su Padre en el cielo tendrían que ser santos, es decir, personas limpias en sentido físico, moral y espiritual a quienes el Padre seleccionaría individual y personalmente, separados para reinar con Cristo.
Como vimos antes, no necesariamente tenían que morir para empezar a ser santos. Los escritores apostólicos indicaron claramente que sus cartas estaban dirigidas "a los santos" de las congregaciones que estaban activas en aquel tiempo, ¡personas que aún no habían fallecido!
Cuando Jesús celebró el nuevo pacto con el pan y el vino, estaba introduciendo a sus apóstoles en una nueva clase de relación con Dios. Es decir, los santificó, limpió y apartó para un servicio exclusivo, estipulado por Dios, por medio de la “sangre del pacto”, es decir, la sangre de Jesús. (Hebreos 10:29; 13:20.) Así se los constituyó en “santos” o “consagrados”.
Por lo tanto, ningún ser humano puede estudiar ni postular para ser santo, ni ser seleccionado como tal por otro ser humano, ni por ninguna organización religiosa. Tampoco se puede alcanzar la santidad por medio de pagar puntualmente diezmos u otra clase de ofrendas. (Hechos de los Apóstoles 8:18-24) Es Dios quien los llama directamente por mérito de la sangre de Jesucristo. El término “santo” solo puede corresponder a quienes Dios une a Cristo de ese modo especial.
Por ejemplo, cuando Dios seleccionó a David como rey, ninguno de sus familiares lo tuvo en cuenta. De hecho, lo menospreciaron. Jamás se imaginaron que era el escogido del Señor. Igualmente, no debemos imaginar ni por un segundo que podemos erigirnos en jueces y determinar que todos iremos al cielo.
De hecho, uno de los argumentos del rebelde Coré en el desierto fue que 'todos eran santos', no solo unos cuantos. Dijo a Moisés y a Aarón: '¡Ya tuvimos suficiente de ustedes! Toda la comunidad es santa, lo mismo que sus miembros, porque el Señor está en medio de nosotros. ¿Quiénes son ustedes para creerse los únicos santos, dueños de la comunidad?' (Números 16:3) Pero Dios les mandó un recado: 'Mañana el Señor les dirá quién a quiénes ha escogido'. (vers. 4-7) Al día siguiente, Coré y todos los que se rebelaron contra Moisés fueron tragados por la tierra.
De modo que no es sabio torcer las Escrituras y enseñar que todos los cristianos irán al cielo a reinar con Cristo porque todos son santos. Porque tal como dijo Jesús, es el Padre quien se reserva el derecho de decidir quién es santo y quién irá al cielo.
Cierto día se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo junto con sus hijos para pedirle que los sentara, uno a su derecha y uno a su izquierda, en su reino. Pero Jesús le contestó: “Ustedes no saben lo que piden [...] No soy yo quien decide quién se sentará a mi derecha o a mi izquierda, sino mi Padre, y lo da solo a aquellos para quienes ha sido preparado”. (Mateo 20:20-23) Jesús no era quien seleccionaba a los santos, sino su Padre que estaba en el cielo. Enseñar que todos irán al cielo sería torcer las Escrituras.
Y no es un capricho ni una interpretación privada decir que la Biblia atribuye la santidad solo a unos pocos. Jesús mismo lo dio a entender en su parábola acerca del matrimonio de cierto joven:
Dijo: "El reino de los cielos es como un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus siervos que llamaran a los invitados, pero éstos se negaron a asistir al banquete. Luego mandó a otros siervos y les ordenó: 'Digan a los invitados que ya he preparado mi comida: Ya han matado mis bueyes y mis reses cebadas, y todo está listo. Vengan al banquete de bodas de mi hijo'. Pero no hicieron caso y se fueron, uno a su campo, y otro a su negocio. Los demás agarraron a los siervos, los maltrataron y los mataron. Entonces, el rey se enfureció y mandó su ejército a destruir a los asesinos y a incendiar su ciudad. Luego dijo a sus siervos: 'El banquete de bodas está preparado, pero los que invité no merecían venir. Vayan al cruce de los caminos e inviten al banquete a cualesquiera que encuentren'. Así que los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos los que pudieron encontrar, buenos y malos, y el salón de bodas se llenó de invitados. Pero cuando el rey entró a verlos, notó a uno que no estaba vestido apropiadamente. Y le dijo: 'Amigo, ¿cómo entraste aquí sin un traje de boda?'. El hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: 'Átenlo de pies y manos, y échenlo afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes.' Porque muchos son los invitados, pero pocos los escogidos." (Mateo 22:1-14)
Claro esa era solo una ilustración o parábola. Pero pinta de cuerpo entero el concepto que estamos explicando. No todos los invitados a ser santos realmente son seleccionados para ir al cielo. Dios tiene requisitos y normas que cumplir, y es solo Él quien tiene la sabiduría y la justicia y el poder para hacer la selección. Lo único que podemos hacer nosotros es esforzarnos por hacer Su voluntad. Y los que han sido escogidos, tienen que asegurarse de que realmente han sido escogidos. (2 Pedro 1:10; 1 Corintios 11:29)
Con la frase "muchos invitados, pero pocos escogidos" Jesús estableció un contraste entre "muchos" y "pocos", y los relacionó con tener puesta cierta clase de vestimenta formal. Los que no tuvieran puesta esa vestimenta, no solo no podrían ser aceptados por Dios, sino que, de hecho, serían echados de su vista. Tuvieron la desfachatez de aceptar la invitación sin mostrar respeto por la ocasión. Subestimaron al rey. Estaban vestidos de cualquier manera.
No se refiere a un vestido físico, de tela, sino a uno espiritual o simbólico que representaría las cualidades, el carácter y la personalidad de Cristo. (Efesios 4:22-24) Y no es raro que Cristo haya usado un vestido como ilustración de las actitudes. En algunos pasajes de la Biblia, se el énfasis que Dios pone a ciertas señales visibles que indicarían a los observadores las verdaderas intenciones y cualidades de las personas, como si se tratara de una marca en la frente o en la mano. (Ezequiel 9:4; Apocalipsis 13:16) Así también debería poder verse la marca de la santidad.
Una salvedad: No confundamos santidad con perfección, porque no son sinónimos, ni significa que ser santo es lo mismo que ser perfecto en el pleno sentido de la palabra. Eso es obvio porque los santos del primer siglo tuvieron que recibir muchos consejos para no portarse mal. De hecho, Moisés y Aarón no fueron perfectos. Cometieron muchos errores. Sin embargo, Dios los consideró santos desde su punto de vista. Igualmente hoy. Ser santo no significar no tener pecado. (1 Juan 1:10) Pero sí significa que uno debe esforzarse al máximo por asegurar su condición ante Dios. Porque así como Coré no fue perdonado por su rebeldía, arrogancia y presuntuosidad, tampoco lo seremos nosotros.
Como vimos anteriormente, los seres humanos suelen ungir a sus santos después de que han muerto, mientras que la Biblia dice que es Dios quien los unge mientras están vivos en la tierra. Por eso, cuando el apóstol Pedro escribió su primera epístola a los cristianos, les dijo que debían ser santos porque Dios era santo. (1 Pedro 1:15, 16; Levítico 11:44.) No estaba diciendo que se les escogería después de morir, ni que se les escogería cuando dejaran de pecar, sino allí mismo, al tiempo de leer su carta. Todos los santos son escogidos mientras viven en la tierra, pero si Dios los selecciona para ir al cielo, se llevan su santidad con ellos. (Hechos de los Apóstoles 9:13; 26:10; Romanos 1:7; 12:13; 2 Corintios 1:1; 13:13; Apocalipsis 14:13)
¿Es un requisito que hagan milagros?
No. Los únicos cristianos que hicieron milagros en el primer siglo fueron los apóstoles y algunos a quienes ellos impusieron las manos directamente. Aparte de ellos la Biblia no menciona que algún discípulo de Jesucristo hiciera milagros.
Sin embargo, casi todas las cartas apostólicas estuvieron dirigidas a "los santos" de las congregaciones. Es decir, la mayoría de cristianos de aquel tiempo eran santos. Para muestra, cuando el apóstol Pablo dirigió sus cartas a las congregaciones, se refirió a ellos con las siguientes palabras:
"Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y Timoteo nuestro hermano, a la iglesia de Dios que está en Corinto y a todos los santos de la región de Acaya [...] Todos los santos les mandan saludos. (2 Corintios 1:1; 13:13)
"Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso." (Efesios 1:1)
"Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, junto con los obispos y diáconos." (Filipenses 1:1)
Como vemos, todos eran santos, pero no todos hicieron milagros. Igualmente hoy. No todos los santos son calificados por el Padre para realizar las mismas funciones. Todos son diferentes, cada uno en su debido orden. (1 Corintios 12:18; 15:23)
Entonces, ¿por qué tiene que haber santos?
La razón por la que Dios selecciona a los santos se puede leer claramente en Apocalipsis 5:9, 10: “Con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación, y de ellos hiciste un reino, los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios para reinar sobre la tierra”. El propósito era que Dios los constituyera en un reino de sacerdotes. ¿Notamos cierta similitud con lo que Moisés dijo a Israel en el Monte Sinaí después del éxodo de Egipto? Veamos.
En el libro de Éxodo leemos: “Moisés subió para encontrarse con Dios. Y desde allí lo llamó el Señor y le dijo: 'Anúnciale esto al pueblo de Jacob; declárale esto al pueblo de Israel: “Ustedes son testigos de lo que hice con Egipto, y de que los he traído hacia mí como sobre alas de águila. Ahora, si ustedes son obedientes en todo y cumplen mi pacto, serán mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Aunque toda la tierra me pertenece, ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.” ' " (Éxodo 19:3-6)
Vemos una marcada correspondencia entre Éxodo 19:3-6, Daniel 7:15-27; Lucas 22:28-30 y Apocalipsis 5:9, 10, en cuanto al objetivo del pacto. El propósito de Dios era clarísimo. "Serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa". Ese fue el propósito desde el principio y se mantuvo a través de los siglos. No cambió. Continuará hasta que Satanás reciba su merecido. Pero es muy importante que notemos que, como respetuoso del Derecho, Jehová había incluido un condicionante o cláusula para anular el acuerdo en caso de que Israel no cumpliera su parte, es decir, no obedeciera sus leyes. El pacto no era incondicional.
Y resultó ser un recurso muy oportuno, porque siglos después de una trayectoria de reiterada desobediencia y falta de respeto de parte de Israel, Jeremías trajo a colación aquella cláusula, diciendo: "Vienen días —afirma Jehová— en que haré un nuevo pacto con el pueblo de Israel y con la tribu de Judá. No un pacto como el que hice con sus antepasados el día en que los tomé de la mano y los saqué de Egipto, ya que ellos lo quebrantaron [...] —afirma el Señor—. El pacto que haré después de aquel tiempo con el pueblo de Israel —afirma Jehová— consiste en esto: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Y entonces llegaré a ser su Dios, y ellos, mi pueblo. Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a su hermano: “¡Conoce al Jehová!”, porque todos, desde el más pequeño hasta el más grande, me conocerán —afirma Jehová—. Porque perdonaré su maldad y nunca más me recordaré sus pecados." (Jeremías 31:31-34)
Gozando de igual claridad, la Biblia indica que Dios decidió finalmente ejercer su derecho legal cuando, en el colmo de los colmos, ejecutaron a su hijo Jesucristo. Es decir, Dios procedió conforme al debido proceso y ejecutó la cláusula que anulaba el pacto formalizado en el Monte Sinaí. El apóstol Pablo lo explicó de esta manera: "Si el primer pacto hubiera sido perfecto, no hubiera habido lugar para un segundo pacto. Pero Dios, reprochándoles sus defectos, dijo [citando a Jeremías]: "Vienen días —dice Jehová—, en que haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No será un pacto como el que hice con sus antepasados el día en que los tomé de la mano y los saqué de Egipto, ya que ellos no fueron fieles al pacto, de modo que los abandoné —dice Jehová—". (Hebreos 8:7-9) La relación contractual se terminó. El pacto hecho en el Monte Sinaí se acabó.
Cualquiera que en el futuro afirmara que el pacto seguía vigente, quedaría desmentido por aquella cláusula del pacto mismo. Ahora su amado Hijo establecería un nuevo pacto, diferente, pero con la misma clausula de desistimiento. (Juan 3:35-36)
Una diferencia notable con respecto al pacto anterior fue: "Éste es el pacto que haré después de aquel tiempo con la casa de Israel —dice Jehová—: Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en su corazón. Y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a su hermano: “¡Conoce a Jehová!”, porque todos, desde el más pequeño hasta el más grande, me conocerán. Yo les perdonaré sus maldades, y nunca más me acordaré de sus pecados". (Hebreos 8:10-12)
Por lo tanto, aparte de declarar que el pacto quedaba nulo, especifica: "Al llamar 'nuevo' al pacto posterior, ha declarado 'viejo' al anterior; y lo que se vuelve viejo tiende a desaparecer. Ahora bien, el primer pacto tenía sus normas para el culto, y un santuario terrenal [...] sólo hasta el tiempo señalado, para reformarlo todo". (Hebreos 8:13 - 9:10) Ese tiempo señalado se refiere al tiempo en que el Cristo celebraría el nuevo pacto, no con el Israel terrenal, sino con un nuevo Israel espiritual, compuesto por los "santos del supremo". (Gálatas 4:21-26)
El profeta Daniel visualizó esto en sus profecías: "En la visión, vi que alguien con aspecto humano venía entre las nubes del cielo. Se acercó al venerable Anciano y fue llevado a su presencia, y se le dio autoridad, poder y majestad. ¡Todos los pueblos, naciones y lenguas lo adoraron! ¡Su dominio es un dominio eterno, que no pasará, y su reino jamás será destruido!” [...] “Mientras observaba yo, este cuerno libró una guerra contra los santos y los venció. Entonces vino el Anciano y emitió juicio en favor de los santos del Altísimo. En ese momento los santos recibieron el reino.” (Daniel 7:13, 14; 21, 22)
Aquí Daniel es muy claro al decir que llegaría el tiempo en que los "santos" recibirían el reino. Nuevamente notamos que los "santos" tienen un papel importante en el propósito de Dios. Cuando Jehová propuso el primer pacto en el Monte Sinaí, no solo estaba formalizando un simple acuerdo, sino estableciendo las bases para una política o conjunto de leyes y decretos que servirían para alcanzar los objetivos relacionados con la salvación. Por decirlo así, la política del Reino. Y el rey de ese reino sería, como dijo Daniel, "alguien con aspecto humano".
Sabemos a quién se refiere, porque la Biblia no habla con favores tan grandes acerca de nadie aparte del Rey de reyes y Señor de señores, Jesucristo. De hecho, cuando nació, un ángel dijo a la madre de Jesús: “No tengas miedo, María; Dios te ha concedido favor. Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será un gran hombre, y lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios el Señor le dará el trono de su padre David y reinará sobre el pueblo de Jacob para siempre. Su reinado no tendrá fin.” (Lucas 1:30-33) Para los efectos del propósito del Padre, el rey del reino de Dios no podía ser otro que Jesús, y los santos no podían ser otros que aquellos "pocos escogidos" a quienes Dios seleccionaría de entre los "muchos llamados". (Mateo 22:1-14)
Por lo tanto, todo encaja hasta dejar en claro que la razón por la que Dios seleccionaría y llevaría santos al cielo sería participar con Cristo ejerciendo la autoridad celestial mencionada en las profecías de Daniel durante el reinado de mil años, mencionado en Apocalipsis, que empezaría con la destrucción del mundo de Satanás y el posterior abismamiento de este cruel enemigo de Dios: "Dichosos y santos los que tienen parte en la primera resurrección. La segunda muerte no tiene poder sobre ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años". (Apocalipsis 20:6)
En conclusión, ¿por qué tiene que haber santos? En la profecía de Apocalipsis que acabamos de citar, se ve claramente que los santos no solo serían reyes, sino sacerdotes. Es decir, tendrían una función doble: Ejercer autoridad y oficiar como sacerdotes. ¿Con qué fin? El apóstol Juan lo indica: "El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del Diablo". (1 Juan 3:8) Los santos servirían con Jesús en calidad de reyes y sacerdotes coadyuvando a dicho propósito.
"Les concedo un reino, así como mi Padre me lo concedió a mí,
para que coman y beban a mi mesa, y se sienten en tronos para juzgar."
(Lucas 22:29-30)
para que coman y beban a mi mesa, y se sienten en tronos para juzgar."
(Lucas 22:29-30)
¿Y después de los mil años? ¿Qué pasará?
A uno no debería preocuparle lo que sucederá después de los mil años, sino lo que haga ahora para salvarse y beneficiarse de dicho reino. En otras palabras, tu interés debe focalizarse en todo lo que estás haciendo personalmente ahora mismo a fin de recibir un juicio favorable cuando Jesucristo cumpla su palabra de intervenir en los asuntos de la humanidad y poner fin al reinado del Diablo.
Te haces un favor muy flaco si te esforzaras poco y finalmente no lograras salvarte. ¿De qué te serviría saber lo que ocurrirá después de los mil años? ¡De nada! Por lo tanto, concentra todos tus esfuerzos en abrir la Biblia, examinar cuidadosamente su contenido y hacer lo que te indica acerca de las técnicas de supervivencia necesarias para cuando llegue el fin.
¿Técnicas de supervivencia? ¡Exactamente! De eso trata toda la Biblia. Desde el comienzo hasta el fin te enseña técnicas de supervivencia. No como las que se ven en la televisión, que te sirven para recolectar agua, encender fuego, distinguir los alimentos buenos de los malos, cómo armar un refugio seguro, cómo armar una canoa, etc. Nos referimos a las cosas que sirven para recolectar agua espiritual, encender un fuego espiritual, distinguir los alimentos espirituales buenos de los
malos, cómo entrar al refugio espiritual seguro que Dios ha preparado para los que lo aman, cómo entrar simbólicamente al arca de Noé espiritual que flotará para la salvación, etc. Esas son las cosas que deberían interesarnos a todos hoy.
Por lo tanto, no te inquietes por lo que sucederá mil, diezmil, cienmil años en el futuro. Preocúpate de lo que estás haciendo hoy por el Reino. Jesús dejó sus instrucciones muy claras: Predicar el Reino y la justicia de Dios, tanto de palabra como por obra. Eso es lo que debemos estar haciendo todos los cristianos. Veamos un repaso:
"Busquen primero su reino y su justicia." (Mateo 6:33)
"Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he dicho a ustedes." (Mateo 28:19-20)
"No amemos con puras palabras y de labios para afuera, sino de verdad y con hechos." (1 Juan 3:18)
Por ejemplo, si acostumbras decir: "Yo soy cristiano", pregúntate: "¿A cuántos he predicado la palabra?, ¿A cuántos he enseñado lo que Jesús enseñó? ¿A cuánto he bautizado? Son tres preguntas que requieren una respuesta sincera para poder estar en buenas relaciones con Dios.
En primer lugar, predicar es fácil. Es cuestión de abrir la boca y hablar todo lo que sepas acerca del Reino. Pero enseñar a otros todo lo que Jesús mandó implica primero estudiar a fondo todo lo que Jesús enseñó, entenderlo y luego explicarlo a otros de manera que aprendan y lo pongan en práctica. Eso es más difícil. Y por último, no digas: "El que bautiza es el pastor", porque si eso es lo que te han enseñado, te han engañado. En segundo lugar, Jesús no usó la palabra "pastores" para sus discípulos, sino "todos ustedes son hermanos". Y en tercer lugar, Jesús dio a todos los cristianos el mandato de predicar y bautizar, no solo a algunos cristianos. De modo que si crees que tú no debes bautizar, estás bastante alejado de la voluntad de Dios. Tú también debes hacer discípulos, lo cual significa llevarlos de la mano, por decirlo así, hasta el punto de bautizarlos. ¡Eso es cumplir el mandato de Cristo, eso es ser cristiano!
Por lo tanto, no te preocupes tanto de lo que sucederá de aquí a miles de años. Preocúpate de lo que estás haciendo ahora mismo de maneras prácticas con las técnicas de supervivencia de la Biblia para salvarte a ti mismo y a los que te escuchan. (1 Timoteo 4:16) la Biblia no te deja en oscuridad respecto a la pregunta. En 1 Corintios 15:24-28 puedes leer lo que dice que sucederá cuando el Reino de Dios llegue al final de los mil años, es decir, cuando haya realizado todo el proyecto para el cual fue preparado desde la creación del mundo.(Mateo 25:34)
1 Corintios 15:24-28 dice: "Entonces llegará el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo principado, dominio y poder. Porque era necesario que Cristo reinara hasta que pusiera a todos sus enemigos bajo sus pies. Y entonces, el último enemigo que será destruido será la muerte, ya que Dios todo lo sometió bajo sus pies. Pero cuando él dice: "Todo está sometido", es evidente que no se refiere a Aquel que le sometió todas las cosas. Después, cuando el universo entero sea sometido, el Hijo mismo se someterá a Aquel que le sometió todas las cosas, a fin de que Dios sea todo en todos."
De ahí en adelante la voluntad de Dios se efectuará en todo el universo sin la interferencia del Diablo. La Biblia indica que no volverá a ver causa de sufrimiento. Por lo tanto, todas las cosas que se realicen en el futuro, se llevarán a cabo en un clima de felicidad suprema por el resto de la eternidad. (1 Timoteo 1:11)