La Verdad y El Camino

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"El que quiera hacer la voluntad de Dios, reconocerá si la doctrina es de Dios" (Juan 7:17) Eso es lo importante. El propósito de este blog no es forzar a nadie a unirse a un grupo religioso, sino llamar la atención a la necesidad de orientarse uno hacia el Reino de Dios, porque esa era la meta que Jesús dijo a sus discípulos que se trazaran y mantuvieran enfocada (Mateo 11:12-15).

Lo mencionado no era extraño, ni debería sonarnos extraño a nosotros. Ya Malaquías el profeta había dicho antes: ‘Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve’ (Mal 3:18). Daniel había pensado en algo similar, al decir: ‘Los entendidos comprenderán’. Y Jesús, el maestro de maestros, usó una alegoría impresionante para hacer hincapié en el mismo punto, al decir: ‘Dondequiera que estuviere el cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas’. (Mateo 24:28) Es decir, donde esté el alimento (espiritual), allí se juntarán los que sean como águilas (que tengan visión o entendimiento perspicaz).

Ese entendimiento lo provee la Biblia misma. Porque fue diseñada por Dios para sintonizar de corazón a corazón con los que sufren por las cosas detestables que se hacen en el mundo y buscan la verdad con humildad y sinceridad de corazón. (Juan 14:26) Quien ama sinceramente a Dios, presta atención a la palabra de Dios; quien rehusa escuchar a Dios, ¿quién puede ayudarlo?
(Juan 8:47; 1 Juan 4:6)

Por eso, a Jesús le gustaba decir: ‘El que tiene oídos para oír, oiga’, o como lo traduce más específicamente otra traducción: ‘El que tiene oídos, escuche’. (Mateo 11:15) Vale mencionar que no es lo mismo oír que escuchar. Cualquiera puede oír y ver cosas, pero escuchar y mirar implica la actitud de prestar mucha atención. ¿De qué sirve algo que no se usa para lo que fue diseñado? Los oídos no fueron diseñados por Dios solo para oír, sino para escuchar; y los ojos no fueron diseñados solo para ver, sino para mirar. Jesús quería que sus discípulos los usaran sabiamente para analizar las cosas espirituales, como hacen las águilas para hallar su alimento.

Jesús no forzó a nadie a unirse a él. Simplemente puso las cartas sobre la mesa y fue claro al advertir que, de no prestar atención a las buenas nuevas del reino de Dios, el resultado sería una vida insoportable, llena de dolores innecesarios, que es lo que les ocurre a muchos, ya sean personas, familias, ciudades, países o continentes. (Juan 8:47; Mateo 10:15)

Menospreciar a sus enviados podía resultar indirectamente en menospreciarlo a él mismo. Y él dijo que el que lo menospreciaba a él, menospreciaba también a su Padre, que lo había enviado. (Mateo 10:40-42; Apocalipsis 3:20) Él envió a sus discípulos a predicar porque su obra no la haría él solo. Pero ellos debían merecer el respeto propio que se diera a un embajador de un reino, de hecho, se trataba de un mensaje acerca del reino más excelso que había de existir. (2 Corintios 5:20)

La persona que presta atención cuidadosa a las buenas nuevas del reino se convierte en un receptor de ideas superiores que impulsan su mentalidad y sus sentimientos más profundos hacia fines que armonizan con la voluntad de Dios. No es cuestión de hacer las cosas como nosotros queremos. Ser miembro de una religión o iglesia no te hará libre ni te servirá de nada en el día de la salvación. Lo que cuenta para Dios es que hagas su voluntad. Si te juntas con personas que no están haciendo su voluntad y vives como ellas, sin duda Dios te aplicaría el dicho: "Dime con quién andas y te diré quién eres". De modo que tampoco será de ningún beneficio permanecer en una religión o iglesia cuyos miembros sean conocidos por no hacer la voluntad de Dios.

Por ejemplo, hubo una ocasión en que un discípulo de Jesús captó el mensaje, y el resultado fue que quiso seguirlo y andar con los apóstoles, es decir, seguir a Jesús adondequiera que fuera. De hecho, poco antes Jesús había invitado a todos a seguirlo como líder, diciendo: ‘Venid en pos de mí’. (Mateo 4:19) Pero en este caso Jesús no le permitió seguirlo físicamente, sino que vio por conveniente que se retirara y regresara a su casa. ¿Te suena raro? ¿Por qué si Jesús dijo a todos "Ven, sígueme" no permitió que este lo siguiera? Parece contradictorio. Pero no es así. ¿Por qué no lees el registro para obtener el cuadro completo, en Lucas 8:27 al 39?

Le había salido al encuentro cierto hombre de la ciudad, que desde hacía mucho tiempo estaba endemoniado. Estaba desnudo y no vivía en una casa, sino entre las sepulturas del pueblo. Cuando vio a Jesús, pegó un fuerte grito, y, arrodillándose a sus pies exclamó a gran voz: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes (porque mandaba al espíritu inmundo que saliese del hombre, pues hacía mucho tiempo que se había apoderado de su vida, y aunque lo ataban con cadenas y grilletes, los rompía, y era impulsado por el demonio hacia los desiertos).

Entonces, Jesús le preguntó: ¿Cómo te llamas? Y él dijo: “Legión” (porque había muchos demonios en su interior). Y estos [demonios] le rogaban que no los mandase ir al abismo. De manera que, como por ahí había muchos cerdos que pastaban, le rogaron que los dejase entrar en ellos. Y Jesús se los permitió. Y los demonios salieron del hombre, entraron en los cerdos y todos se despeñaron hacia el lago y se ahogaron.

Cuando los que apacentaban los cerdos vieron lo que había sucedido, huyeron y contaron a todos en la ciudad y por los campos lo sucedido. Y todos salieron a ver qué estaba pasando, y llegaron adonde Jesús y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, tranquilo, sentado a los pies de Jesús, escuchándole, vestido y en su cabal juicio. Entonces sintieron temor. Los testigos del hecho les contaron cómo fue rescatado el endemoniado. Entonces la multitud le rogó que se marchase, porque les entró miedo de lo que podría pasar. Y Jesús, entrando en la barca, se retiró.

Ahora se acercó a él el hombre de quien habían salido los demonios le rogó que lo dejase seguir con él, pero Jesús no se lo permitió, sino que lo despidió diciendo: Mejor vuelve a tu casa y háblales de las grandes cosas que Dios ha hecho contigo. Y el hombre obedeció y se fue, publicando por toda la ciudad las maravillosas cosas que Jesús había hecho con él, es decir, las buenas nuevas del reino. (Lucas 8:27-39)

En otra ocasión, el apóstol Juan le dijo: ''Maestro, vimos a cierto hombre que echaba fuera demonios en tu nombre, pero como no venía con nosotros, se lo prohibimos''. Pero Jesús respondió: ''No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda hablar mal de mí. Porque el que no está contra nosotros, con nosotros está''. (Marcos 9:38-40)

Con esto no queremos decir que cualquiera puede andar por ahí llevando las buenas nuevas identificándose como cristiano, o pretendiendo hacer milagros en el nombre de Jesús, y esperar que Dios bendiga sus esfuerzos. Porque Jesús también advirtió que habría muchos que obrarían milagros en su nombre, pero de ninguna manera recibirían su bendición. (Mateo 7:21-23) Jesús no hizo milagros principalmente para sanar a la gente y hacer de ello un show y recabar dinero, como hacen muchos, sino para respaldar su afirmación de que era el enviado de Dios mencionado por Moisés, y que por ello pusieran fe en él. (Deuteronomio 18:15-19) De nada serviría hacer milagros si el que lo hacía proclamaba mentiras acerca de Dios. Al contrario, merecería el rechazo de Jesús y de su Padre.

Por eso Jesús había advertido: ‘El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta’. (Juan 7:17) Porque lo importante no eran los milagros, sino el mensaje de salvación. Él sabía que la gente es interesada, y que debido a su naturaleza pecadora, tiende a admirar personalidades y dejarse llevar por la emoción, por la muchedumbre y por las recompensas inmediatas.

En cierta ocasión, Jesús se los dijo con franqueza: ‘Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado’. Y luego les aclaró cual era la cosa de mayor importancia: ‘Trabajad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque sobre este es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello’. (Juan 6:26-27)

Como hemos visto, Jesús recalcó siempre que lo importante era la enseñanza y la motivación que había tras las acciones. Una montaña de donaciones, un mar de buenas obras y un sinnúmero de rezos no va a compensar por la falta de respeto hacia Dios al enseñar algo que va contra lo que Él ha indicado claramente en Su palabra, la Biblia. Por eso dijo a los que se creían justos: ‘Vayan y aprendan lo que significa: Quiero misericordia y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a los [que se creen] justos, sino a los pecadores [que están dispuestos a reconocer su pobreza espiritual y a escuchar la verdad y hacer los esfuerzos necesarios para rectificar su actitud hacia el pecado]’. (Mateo 9:13)

Pero como dijimos más arriba, esto no significa que uno deba andar por ahí hablando del reino de Dios sin considerar que existe un rebaño al cual Jesús cuida y protege con amor. Eso sería creer que uno es autosuficiente, y sería egoísta. El espíritu santo no promueve esa clase de culto. (Proverbios 18:1)

Es ese rebaño el que debes identificar mediante prestar atención a la verdad, y luego de identificarlo, unirte a él y seguir en los pasos de Cristo con aguante hasta las últimas consecuencias, como hizo Jesús. (Apocalipsis 2:10)

No será fácil, pero si le pides sinceramente a Jehová (Yavé), el Padre, en oración en el nombre de Jesús: “Ayúdame a encontrar tu rebaño y tu reino”, y humildemente prestas cuidadosa atención con tus oídos a la enseñanza (‘el que tiene oídos, úselos”), Dios hallará sus propios medios para despertar tu conciencia y señalarte el camino. (Filipenses 3:15-16; Isaías 30:21) La Verdad señala El Camino. Pero una vez que Dios te encuentre, no te rebeles. Él espera que hagas tu parte, tal como el hombre que se acercó a Jesús luego de ser restablecido a la cordura y le pidió seguirlo. No impuso su voluntad, sino que aceptó humildemente las instrucciones de Jesús, en cuanto a qué hacer con su vida.

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