Un niño se corta un dedito con un cuchillo y comienza a sangrar, corre adonde su madre y ella lo cura y consuela. Un hombre estrella su automóvil y termina en el hospital con varios huesos rotos. Los médicos salvan su vida y le prescriben un tratamiento posoperatorio. Fallecen los abuelitos y la familia se hunde en la pena sin nada que los consuele.
¿Qué tienen en común estos tres acontecimientos? Que todos causan dolor físico y emocional. El dolor físico puede remitir en menos tiempo que el emocional, pero el sentimiento puede volver aunque pase mucho tiempo.
Cuando pensamos que alguien nos ha ofendido sucede algo parecido. Nos sentimos tan heridos en el fondo del alma que pareciera no haber nada ni nadie que nos consuele. Es diferente del dolor físico que aliviamos con un analgésico.
Lo peor de todo es que, aunque queremos olvidar la ofensa, el dolor y a la(s) persona(s) que nos lo causaron, el recuerdo vuelve una y otra vez como las olas a la orilla del mar.
El recuerdo constante de dicho sentimiento negativo se llama resentimiento, una herida emocional que parece cerrar y abrirse a cada rato, robándonos la paz y tranquilidad que tanto deseamos.
Una madre puede curar a su niño, un médico puede sanar a un herido, y la esperanza de la resurrección puede aliviar a los que sobreviven a quienes se han dormido en la muerte. Pero, ¿quién puede quitarle a uno el resentimiento que ocasiona una pequeña ofensa, una traición o algo más grave? La verdad es que la única persona que puede deshacer tan desagradable sentimiento es uno mismo.
Ni siquiera Dios puede impedir ni evitar milagrosamente que las emociones y sentimientos tomen el control de nuestras vidas. ¿Cómo lo sabemos? ¡Leyendo la Biblia! Los sabios asesores del Faraon de Egipto se vieron finalmente forzados a reconocer que Dios era quien estaba apoyando a Moisés en los tiempos en que Israel sería liberado de la esclavitud. Pero el resentimiento que degeneró en obstinación hizo que el Faraón se mantuviera en sus trece hasta que por fin fue destruido. (Exodo 8:19; 14:13-14)
En la Biblia se muestran muchos episodios que terminaron en desgracias terribles debido a un resentimiento que no se disipó a tiempo. El resentimiento es una herida, y como tal, causa dolor, a veces muy prolongado. Y es cierto que puede haber resentimientos que estén plenamente justificados ante Dios. Sin embargo, su Palabra nos advierte que, si no lo disipamos y desechamos de manera apropiada, puede llevarnos a hacer cosas muy malas.
El primer caso de resentimiento humano mencionado en la Biblia tiene que ver Caín, que terminó asesinando a su hermano menor. (Génesis 4:25). El odio en aquel hombre fue una emoción que maduró hasta convertirse en un resentimiento recalcitrante, es decir, volvía una y otra vez a su corazón como si fueran patadas de burro. Tarde o temprano acabó golpeando mortalmente a su inocente hermano.
En esta etapa tardía de la historia de la humanidad hemos sido testigos de las varias manifestaciones de esta indeseable forma de expresar el odio, desde las más leves e imperceptibles hasta las más notorias y crueles, tanto a nivel personal como social. La guerra fratricida ha sido siempre la mayor de todas, en particular las guerra mundiales. La sed de venganza y de derramar la sangre del prójimo ha sido la principal característica de un mundo que nunca aprendió la lección.
Se han imaginado, diseñado y fabricado toda clase de armas y recursos de destrucción masiva, así como sistemas de espionaje, estrategias y tácticas que solapan o esconden las intenciones, de la misma manera como Caín pretendió engañar a Dios cuando se le preguntó: "¡Qué has hecho?". (Génesis 4:8-10)
Debido a que el resentimiento tiene el potencial de ocasionar un desastre, lo mejor es meditar, no solo en las consecuencias a largo plazo, sino más importante aún, en las de corto plazo, es decir, aquí y ahora, en nuestra salud, nuestra felicidad y nuestra relación con Dios.
Moisés advirtió: "No tomes el nombre de Dios en falso. Porque traeré castigo sobre quien se atreva a usar mi nombre impropiamente". (Éxodo 20:7) El nombre de Dios es Jehová o Yavé. Cualquiera que se burle de ese nombre o lo considere de poca importancia se expone a las consecuencias de su propio proceder. Y es Dios el que advirtió a Caín que se deshiciera del resentimiento que había abrigado contra su hermano.
Hoy muchas personas se resienten por casi cualquier pequeña ofensa, pero no ven la relación que existe entre el resentimiento, el odio y el enfrentamiento de unos contra otros. Ven el conflicto, las peleas y desórdenes sociales, muchos de los cuales acaban en derramamiento de sangre, como reacciones justificadas, tal como Caín pretendió justificar la muerte de su hermano.
Está claro que Dios condena el resentimiento junto con todas sus manifestaciones, y que no justificará a nadie que pisotee su Nombre por medio de pisotear sus normas. El hombre que pisotea las normas de Dios, en realidad está pisoteando el nombre y reputación de quien estableció la norma,
De modo que peleamos o guerreamos contra Dios en la medida en que despreciamos sus requisitos y mandamientos, así como a aquellos que se esfuerzan por hacer Su voluntad. Cuando Poncio Pilato mandó flagelar y clavar a Jesucristo por instigación de los líderes judíos de su tiempo, en realidad estuvo peleando contra su enviado, y por ende, poniéndose de parte del Diablo.
Pero las Escrituras también muestran casos de quienes superaron el resentimiento, lo reemplazaron con un profundo amor y disfrutaron de la la paz y libertad que solo podían alcanzar los que ponían la voluntad del Padre sobre la de sí mismos. Uno fue el del apóstol Pablo, que respiraba odio y resentimiento contra los cristianos. (Hechos de Apóstoles 9:1)
Cuando se rindió ante Dios, fue perdonado y salvado de las garras de Satanás. Se convirtió al verdadero Camino y comenzó a proclamar las buenas nuevas del Reino, demostración que fue registrada en la Biblia para nuestro provecho.
Hoy, el odio y el resentimiento han llegado a su máxima expresión. Con todo, nadie quiere ver la relación que existe entre pelear contra Dios y oponerse a sus normas. Están guerreando contra un enemigo al que no pueden vencer, aún así insisten en intentarlo. Se repite la historia, y por tanto, se repetirán los resultados: los que se opongan a Jehová se ubicarán en el lado perdedor de la guerra del Armagedón.
Por lo tanto, desechamos el resentimiento de nuestro corazón y nos ponemos del lado vencedor, es decir, del lado del que se puso Jesucristo mostrando respeto hacia el Padre, hacia sus normas y hacia aquellos que llevan su mensaje. No queremos imitar a Caín, que se resintio y rehusó perdonar de corazón. (Mateo 6:14-15)
Un niño puede cortarse un dedito, un hombre puede estrellarse en auto, y muchos abuelitos podrían morir y entristecer a sus familiares, pero Dios los consuela a todos con su Palabra, incluso a quienes se arrepienten oportunamente por haber obrado mal y haber faltado el respeto al nombre de Dios.