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En primer lugar, la próxima vez que sientas que alguien te está contando algo muy privado, no dejes que continúe sin decirle: "Lo que estás diciéndome, ¿lo sabe alguien más?". Si dice: "No. No se lo digas a nadie". Dile: "Si se trata de algo grave (o malo), no voy a poder quedarme callada, porque no voy a poder. Mejor no me lo cuentes, porque si me lo cuentas, sabes bien que, tarde o temprano, no me voy a aguantar y se lo voy a decir a alguien. De modo que, mejor no me lo cuentes, o de lo contrario, no te molestes conmigo si se lo cuento a otras personas". Eso te libra del peso.
En segundo lugar, si ya está hecho y ya te lo contaron y te dejaron con el peso, ¿qué hacer? Ante todo, ten en cuenta que no es tu peso, sino de tu amiga. La Biblia habla figuradamente de la responsabilidad como de un peso, y marca la diferencia entre los pesos que uno puede ayudar a otros a cargar y los pesos que uno mismo debe cargar por sí mismo.
Por ejemplo, nadie debería pedir ayuda para cargar su mochila; pero sí pediría ayuda para empujar un automóvil hasta la estación de servicio más cercana. La Biblia dice: "Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, los que son espirituales procuren restaurarlo con amabilidad, cuidándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Ayúdense unos a otros con sus cargas, y así cumplan la ley de Cristo. Porque el que crea que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Así que, cada uno realice su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse respecto de sí mismo a solas, y no en comparación con otros. Porque cada uno llevará su propia carga. (Gálatas 6:1-5).
No sería considerado que alguien te pidiera ayuda para llevar su mochila si puede cargarla ella misma, o que, después de que empiezas a ayudarla a empujar el automóvil, se aleje y te deje empujando sola, ¿verdad? Algo similar ocurre con las responsabilidades. Son como pesos que deben ser llevados por quienes corresponda.
Debes pensar en el problema como si fuera una mochila o un automóvil, y en tu amiga, como alguien que está haciendo su parte o zafando cuerpo para que tú lleves el peso. ¿Verdad que no sería justo que tú lleves el peso que ella debería llevar? Es cierto que puedes ayudarla a empujar el automóvil, pero no sería correcto que te deje empujando sola y se vaya con sus amigos a una fiesta.
Puedes ayudarla en la medida en que demuestre voluntad para ayudarse a sí misma. De lo contrario, estarías haciéndole un daño, no un bien, porque no estarías dándole una lección de responsabilidad, sino de abuso de confianza. Pero ¿cómo ayudarla?
En primer lugar, debe recurrirse a la(s) persona(s) más capacitada(s) para ayudar. Por ejemplo, si sientes fuertes dolores en pecho, ¿a quién recurrirías? ¿A un panadero, a un mecánico, a un electricista o a un médico? ¡A un médico, por supuesto! Y si el automóvil de tu amiga se quedó sin combustible, y la estación de servicio más cercana queda la norte, ¿la ayudarías a empujar hacia el sur, que, para remate, queda cuesta arriba? ¡Ni loca! Y si insiste, le dirías sin rodeos: “Mira, yo te ayudo, pero si empujamos hacia el norte, no hacia el sur. Porque, por gusto, no voy matarme empujando tremendo peso”, ¿verdad?
Algo parecido sucede con las responsabilidades. Hay que ponerlas sobre los hombros de quien corresponda. Por ejemplo: Imagina que tu amiga se endeuda con alguien por una fuerte suma, pero algo le sale mal y no puede cumplir. Entonces va y le pide dinero a otra persona y con eso paga la deuda. Pero ahora le debe a la otra. Entonces le pide plata a otra persona y con eso paga la deuda. Entonces le pide a otra persona y con eso paga la deuda. Pero ahora le debe a la otra. Entonces le pide a otra persona y con eso paga esa deuda. Entonces le pide plata a otra persona y con eso paga la nueva deuda. Pero ahora le debe a la otra. Ahora le pide a otra persona y con eso paga la deuda.
¿Quién crees que está pagando esas deudas? ¿Ella? No. Las ha transferido astutamente a otra persona. Ella no está pagando nada. Eso es ser sinvergüenza.
Las responsabilidades deben cargarlas quienes deben cargarlas. Son deudas morales que tienen que pagar a quien corresponda y dentro de los plazos que correspondan. Si para cumplir las transfieren a otras personas, no están haciendo su parte.
Algo similar pasa con un secreto. Un secreto es un peso y una responsabilidad. Si decides escucharlo, ya sea por curiosidad o porque te agarraron desprevenida, debes saber que has asumido una responsabilidad más grande de lo que te corresponde. Es mejor no escuchar. Y si escuchas, tienes que asumir tu responsabilidad tomando las decisiones que correspondan.
Por ejemplo, si tu amiga te cuenta que hizo algo grave, y tú decides escucharla, automáticamente aceptas una responsabilidad. Sin saberlo, te has convertido en un puente entre ella y la ayuda que necesita para resolverlo el problema de la manera correcta. Si no hablas con personas que pueden ayudarla, te convertirías en cómplice del secreto y le harías un daño aún más grande, porque por tu silencio ella no recibiría la ayuda que necesita. ¡Por eso sientes tanto peso, pues! Tu conciencia está diciéndote que te has convertido en un puente entre tu amiga y la ayuda que debe recibir. Pero ella te ha dicho que no le digas a nadie.
Callar en esas circunstancias se convierte en un peso enorme, casi imposible de cargar. Eso puede provocarte muchos problemas morales y de salud. Por ejemplo, tal vez no puedas dormir; al día siguiente, la falta de sueño haría que cometieras algunos errores en tu trabajo, errores que pueden ser tan serios que tal vez pongas en peligro tu empleo. Y el ciclo continuará creciendo en intensidad con cada día que pase. Ahora sientes como si te hubieran dejado sola, empujando un pesado automóvil cuesta arriba, pero en la dirección incorrecta. ¿Qué deberías hacer?
La próxima vez, recuerda que oír un secreto entraña una gran responsabilidad, y que antes de oírlo debes advertir a tu amiga que todo tiene un límite y que hay cosas que no podrás mantener en secreto. Lamentablemente, o se lo dices, o te transferirá la deuda para que la pagues tú. ¿Quieres eso?
En segundo lugar, si realmente te considera su amiga, de seguro aceptará que le des por lo menos un consejo. Si no acepta consejos, ¿crees que está buscándote para que la ayudes? No. Ese sería el mejor indicio para darte cuenta de que quiere transferirte la carga para que la lleves tú.
Si te considera su amiga, por tanto, también aceptará que le des un consejo. Pero ¿cuál sería el mejor consejo? ¿Decirle que vaya adonde un panadero, un mecánico, un electricista o un médico? ¡A un médico, por supuesto! Nos referimos a que debe acudir a quien verdaderamente corresponde. Claro que si se trata un problema con la preparación del pan, debe recurrir a un panadero; si se trata de un problema con su automóvil, debe recurrir a un mecánico; si se trata de un problema con una lámpara, debe recurrir a un electricista; si se trata de un problema de salud, debe recurrir a un médico.
Pero si se trata de un problema moral, o algo relacionado con la ética, ¿no crees que sería mejor recurrir a alguien que posee conocimientos y experiencia aconsejando a otros acerca de esas cosas? Y quién es la persona más indicada para hablar de moral. ¿No es Dios? ¡Por supuesto!
El consejo de Dios es el mejor de todos, y se halla en la Biblia. De manera que lo mejor que puedes hacer por tu amiga es ayudarla a sintonizar con el consejo de Dios que está en la Biblia. Si no sabes usar la Biblia para darle consejo, sumerge tu mente y corazón en una oración profunda y pídele a Jehová en el nombre de Jesucristo que te guíe hacia la mejor decisión. (Salmo 65:2)
Recuerda que hay secretos que pueden permanecer mucho tiempo sin saberse, pero tarde o temprano se sabrán. Solo es cuestión de tiempo. (Daniel 12:9; Lucas 12:2; 1 Timoteo 5:24-25)
Por lo tanto, lo que puedes hacer es ayudar a tu amiga por medio de sugerirle buscar ayuda de alguien que, sabiendo encontrar el consejo apropiado en la Biblia, le sugiera qué es lo mejor que podría hacer en su caso particular. Y para la próxima vez, recuerda que oír secretos entraña una responsabilidad tan grande que podría convertirse en una carga muy difícil de llevar, y que lo mejor es no prestar oído si no sabes cómo ayudar.
Recuerda la transferencia de la deuda. No asumas responsabilidades que no te correspondan. Si tu amiga quiere pasarte todo el peso, eso no sería amoroso de su parte. Tienes que devolvérselo inmediatamente, de la misma manera como harías si te arrojara un puercoespín. Debes hacerle ver que debe ser fuerte y aprender a asumir la parte que le corresponde. Si no lo haces, tendrás que pasar por el dolor que conllevan las consecuencias. (Romanos 2:6) Ella debe buscar ayuda, y tú eres el puente.
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