La capacidad de un envase o recipiente sirve para contener o recibir una cosa. Por ejemplo, agua o arena. Los hay de todo tamaño y capacidad, grandes y pequeños. Hasta pueden usarse para medir cantidades.
Pero hablando de la capacidad de las personas, podríamos decir que todas tienen ciertos talentos, aptitudes y/o cualidades idóneas para hacerse cargo de ciertas acciones o asumir ciertas responsabilidades, ya sea por derecho o porque alguien las ponga a cargo. Por ejemplo, un administrador pudiera adquirir más o menos experiencia como para encargarse de dirigir un proyecto. Incluso se convierte en un modelo, referente o ejemplo para los demás.
Por tanto, hay una gran diferencia entre un vaso y un ser humano. Un vaso tiene una capacidad máxima, mientras que un ser humano puede acrecentar y reforzar sus capacidades, es decir, sus aptitudes y cualidades, indefinidamente.
El estudio, la investigación, la capacitación, la reflexión y la meditación constante son útiles para recapacitar, replantear lo aprendido y remediar lo que esté mal o haya quedado obsoleto. Por ejemplo, podrá corregir un serio defecto en cierta arquitectura o proyecto de ingeniería.
En tu caso, ¿cómo reaccionarias si de repente ocurriera un fuerte temblor y notaras que se agrietó una de las paredes de tu casa? ¿Simplemente la cubrirías con un poco de cemento, la pintarías y seguirías con tu vida como si nada hubiera pasado? ¿O consultarías con un ingeniero a fin de evaluar la seriedad del daño y tomar medidas más apropiadas?
Algo similar está ocurriendo en el mundo. Vivimos en un momento histórico. En el futuro, la humanidad mirará hacia atrás y reconocerá que este fue un periodo de inflexión. La pregunta es: "¿Qué harás hoy al respecto? ¿Te convendría consultar con alguien? ¿O mirarás hacia otro lado fingiendo que no pasa nada, que todo anda bien?"
El apóstol Pedro respondió proféticamente a esa inquietud recordándoles a sus lectores que, cuando llegaran los últimos días del sistema de cosas satánico, mucha gente se burlaría diciendo que nada cambió significativamente desde el principio de la creación, es decir, que todo siempre fue más de lo mismo, ciclos históricos y geológicos que se repitieron una y otra vez.
Pero la ciencia ha reconocido algo que el apóstol añadió inmediatamente después: que hubo un mundo antiguo que fue destruido por una inundación de proporciones incalculables, y que el cielo y la tierra actuales estaban reservados para el día del juicio y de la destrucción de los malvados.
Tal como muchos estudiosos e investigadores de diferentes campos coinciden en que en la antigüedad hubo acontecimientos que modificaron los continentes, hoy en día reconocen que algo muy grave se cierne sobre la humanidad, a semejanza de una enorme grieta después de un fuerte remezón.
La pregunta es: "¿Seguiremos minimizando la seriedad de la evidencia, como si cubriéramos una enorme grieta con una fina capa de cemento y un poco de pintura? ¿O enfrentaremos el asunto de manera que nadie nos pinte de color de rosa el fracaso, prometiéndonos un mundo mejor sin que tengamos que corregir los errores que, en principio, nos llevaron a la situación actual?".
La Biblia no se equivocó. Los portavoces de la ciencia nos repiten que estamos llegando al mismísimo borde de la perdición en sentido moral, económico, religioso, social, etc. No necesitamos ser profetas para percibir que, como masa, la humanidad no va a recapacitar a tiempo. Pero, ¿qué hay de uno individualmente? ¿Cerraría los ojos a la grieta?
Cuando Jesucristo presentó su parábola del hombre rico y Lázaro, se refirió a una dificultad más grande que una grieta. Dio a entender que la razón principal por la que algunos no captaron el profundo y verdadero sentido de su mensaje se asemejaba a un abismo, y que este era tan grande que resultaría prácticamente insalvable.
Concluyó diciendo que la brecha era tan grande que ni siquiera se convencerían si un muerto volviera a la vida. (Lucas 16:18-31) Y de hecho, hasta el día de hoy muchos niegan la resurrección de Jesús, niegan que haya sido un mensajero del reino de Dios, niegan que sus dichos encierren alguna esperanza, y sobre todo niegan que su sacrificio haya salvado a nadie. (Juan 10:10)
Se trata de una brecha que no se puede cerrar ni unir con cemento, pintura ni con ningún puente de clase alguna. La fe en Cristo no se puede reemplazar, trocar ni comparar con nada sino con fe.
¿Significa que no existe esperanza para quienes en el pasado negaron a Jesucristo, o que cometieron pecados que ahora reconocen que fueron el fruto de una equivocada manera de percibir e interpretar la realidad? No. Una persona puede modificar sus creencias y hasta cambiarlas cuando averiguan cierta información que antes no sabían.
¿Quiere decir que la fe es algo tan insignificante que puede modificarse o cambiarse al impulso de cualquier brisa de pensamiento? No. Pero tiene el poder de derribar y pulverizar razonamientos que estuvieron enquistados en nociones y filosofías equivocadas. Eso fue lo que le pasó al apóstol Pablo, un acérrimo perseguidor de los cristianos del primer siglo.
Tan pronto como fue confrontado con la verdad, no le quedó la menor duda de que su postura había estado totalmente equivocada, y no le costó mucho reconocer que tal error lo había impulsado a cometer atrocidades que, de haber tenido fe, jamás hubiera cometido.
Su cambio fue tan rápido y tan radical que comenzó una nueva vida como apóstol de Jesucristo. Y el amor de Dios fue tan evidente en su caso que a los hermanos de la congregación tampoco les quedaron dudas de que Dios lo había perdonado. De modo que ellos también lo perdonaron de corazón y lo recibieron con los brazos abiertos, aceptando que, además de todo, le fue dada una asignación especial de parte del Padre. (Hechos de Apóstoles capítulos 9 y 22)
Por lo tanto, Jesús no quiso decir que la grieta o brecha que llegó a existir entre creyentes y no creyentes, y que parecía insalvable, no sería imposible de cerrar y cicatrizar en el caso de algunos, sino que dependía de la actitud de corazón de quienes recibieran el mensaje del Reino.
Por eso la Biblia dice que la palabra de Dios siguió difundiéndose aún más, y que la cantidad de discípulos aumentó considerablemente. Incluso muchos de los sacerdotes que antes habían rechazado a Jesús, y quizás hasta contribuyendo a su muerte, llegaron a tener fe y a convertirse en siervos fieles de Dios. Había llegado el tiempo de recapacitar.
El estudio y la investigación de las Santas Escrituras, así como la oración, la capacitación, la reflexión y la
meditación les fueron útiles para replantearse sus preconceptos. Remediaron su situación ante Dios dándose cuenta de que sus ideas habían quedado en cierto modo obsoletas. Corrigieron su proceder. P
Su cambio fue tan grande que a partir de entonces ensancharon su capacidad para entender el mensaje del Reino y cooperar para esparcirlo todavía más, llegando hasta el último rincón de la tierra. (Hechos de Apóstoles 6:7)
Es posible cerrar la brecha en un corazón verdaderamente arrepentido, pero no en uno terco y arrogante.