Si Jesús tenía la intención de convencer y persuadir a la mayor cantidad de personas, ¿por qué no visitó a los escribas y fariseos luego de resucitar? ¿No los habría dejado tan asombrados que finalmente se hubieran convencido?
Jesús no hizo milagros ni dio de comer a la gente para llamar la atención hacia su persona. Él sabía que, si hacía milagros solo por congraciarse con la gente, hubiera conseguido discípulos interesados y egoístas. Los hubiera convertido en sus fans de inmediato, pero no con la motivación correcta. No hubieran seguido a Jesús por fe, sino por interés.
Principalmente recorrió las ciudades de Israel predicando las buenas nuevas del Reino de Dios sanando a aquellos que estaban esclavizados por la enfermedad. La finalidad era que se dieran cuenta de que sus palabras no se quedaban en palabras. ¡El Reino era real!
Por ejemplo, antes de resucitar a Lázaro oró a su Padre mencionando que estaba al tanto de que la muerte de su amigo no tenía otro propósito que la gloria de Dios. Cuando Lázaro resucitó, la fe de los discípulos se fortaleció, pero al mismo tiempo sus enemigos comenzaron a tramar para matar tanto a Jesús como a Lázaro.
Cada vez que Jesús efectuaba un milagro, la fe de los discípulos se fortalecía, pero el odio de los escribas y fariseos aumentaba. Los milagros eran una prueba contundente de que la aprobación de Dios estaba sobre él, pero sus detractores los atribuían al poder de Satanás.
Un día, curó a uno que había estado ciego. Los fariseos dijeron al ciego: "¡Da gloria a Dios! A nosotros nos consta que ese hombre es pecador". A lo cual, el que había sido ciego dijo: "Si es pecador, no sé. Lo único que sé es que yo estaba ciego y ahora veo perfectamente". Una respuesta pragmática, lógica, simple y aplastante.
Ellos insistieron: "¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?". Y él contestó: "Ya se los dije, pero no me hacen caso. ¿Por qué me preguntan de nuevo? ¿También quieren hacerse sus discípulos?" Un sarcasmo tan sutil que no pudo provenir de un ignorante. Entonces lo insultaron y le dijeron: "¡Tú lo serás! ¡Nosotros somos discípulos de Moisés y sabemos que a Moisés le habló Dios! Pero éste, no sabemos de dónde salió". ¿Realmente eran discípulos de Moisés?
El ciego respondió: "¡¡Me sorprende que no sepan de dónde salió y que sin embargo me abriera los ojos!! Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, ¿verdad?, sino solo a los piadosos y a los que se esfuerzan por hacer su voluntad. Jamás se ha sabido que alguien le haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si el hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada." (Juan 9:24-33) Nuevamente, el ciego demostró una sabiduría lógica aplastante, muy superior a la de los fariseos: 'Dios no escucha a los pecadores, sino a los piadosos que se esfuerzan por hacer su voluntad. Si ese hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada'.
Analizando el texto, no dice que el ciego expresara fe en Jesús antes de la curación. Dice que Jesús sabía que era ciego de nacimiento, se acercó, le puso barro en los ojos y le dijo que se lavara. Cuando el ciego obedeció, se lavó, y comenzó a ver, sin duda en ese momento puso fe en Jesús. Eso fue lo que dijo a los fariseos que lo interrogaron.
¿Pero por qué no ponían fe en Jesús los fariseos? En vez de eso, afirmaron que era un pecador y que hacía curaciones en sábado. En vez de alegrarse por el ciego y quedar impresionados por lo que hizo Jesús, ningunearon al agente de la vida. (Hechos de Apóstoles 3:15)
Uno podría decir: "Pero si Jesús hubiera regresado de entre los muertos y se hubiese mostrado ante los ojos de los que lo habían juzgado y ejecutado, ¿no habrían puesto fe? ¿Por qué no se mostró Jesús ante sus opositores después de resucitar? ¡Hubiera sido un testimonio sensacional e irrefutable y todos se hubiesen convertido!
Es un argumento aparentemente válido. En otro momento Jesús había dicho: "Si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué densa es esa oscuridad!" (Mateo 6:23), dando a entender que cuando uno se ciega ante el prejuicio, no hay nada que lo haga entrar en razón. (2 Corintios 4:3-4)
En este caso, solo había una manera de abandonar el prejuicio y la oscuridad: Ejerciendo fe. Eso fue lo que hizo el ciego al obedecer el mandato de Jesús de ir a lavarse en el estanque de Siloé. Su obediencia fue un acto de fe.
Por eso dijo Jesús: "El que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él." (Juan 3:36) Sin obediencia no hay fe. Los fariseos no tenían ninguna intención de obedecer. Porque vieron milagros impresionantes que nadie más pudo realizar, y sin embargo, no lo reconocieron. (Juan 1:9-11)
Es cierto que después de la resurrección de Jesús muchos sacerdotes pusieron fe en él, pero no fue la mayoría. (Hechos de Apóstoles 6:7) La mayoría siguieron tercos. De hecho, ¿recuerdas al hombre a quien Pedro cortó la oreja derecha la noche que arrestaron a Jesús? Era nada menos que esclavo de Caifás, el sumo sacerdote. ¡¡Tiene que haberle contado a su amo lo sucedido!! Además, los que arrestaron a Jesús no fueron cuatro gatos, sino una gran cantidad de gente. Muchos fueron testigos del hecho.
Por eso Jesús concluyó con estas palabras su parábola del hombre rico y Lázaro: “Si no les hacen caso a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque alguien se levante de entre los muertos”. (Lucas 16:31) Jesús sabía que aunque se presentara vivo de entre los muertos, los escribas y fariseos no modificarían su postura.
Ellos decían que eran discípulos de Moisés, pero Moisés había sido muy claro al profetizar respecto a la llegada del Mesías: "El Señor tu Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo. A él debes escuchar. Eso fue lo que pediste al Señor tu Dios en Horeb, el día de la asamblea, cuando dijiste: 'No quiero seguir escuchando la voz del Señor mi Dios, ni volver a contemplar este enorme fuego, no sea que muera'. Cuando me dijo el Señor: 'Escucha lo que dicen. Por eso levantaré entre sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. Y si alguien no presta oído a las palabras que el profeta proclame en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas.'" (Deuteronomio 18:15-19)
Llegado el momento, no prestaron atención al profeta del que Moisés había profetizado, y Dios les pidió cuentas, tal como Moisés se los había advertido. Jesús sabía que no se hubieran arrepentido aunque se levantara de entre los muertos y fuese a dialogar con ellos.
No había nada más que dialogar. Incluso aquel ciego, a quien los fariseos menospreciaron diciendo que no tenía conocimiento de Dios, había palpado la evidencia de que el espíritu santo estaba tras el impresionante milagro de Jesús. Pero ellos afirmaban que era obra de Satanás. Se hundieron en su terquedad y Dios no los perdonó. Nunca recibirán una resurrección de entre los muertos.
¿Recuerdas cuando el ejército egipcio persiguió al pueblo de Israel a través del Mar Rojo? Moisés profetizó que aquellos malvados quedarían muertos para siempre jamás. Nunca recibirían una resurrección. (Éxodo 14:13-14) Lo mismo sucedería con aquellos malvados líderes religiosos que odiaron a Jesús y a sus discípulos.
Ser testigos del amor, la bondad, la fe, la apacibilidad, la paciencia, la alegría y el autocontrol de los discípulos, y aún así atribuir tales conductas a la operación del Diablo, fue pecar contra el espíritu santo, un pecado que Dios nunca perdonaría. El odio, la crueldad, la impaciencia, el desprecio y el descontrol nunca podían ser manifestaciones del espíritu santo. (Gálatas 5:22-23)
De modo que era improcedente que Jesús regresara adonde los fariseos para dialogar con ellos. No había nada que dialogar. Ya habían recibido el juicio del Padre. (Juan 3:36) ¿Recuerdas lo que Moisés respondió a Faraón de Egipto cuando habló con él por última vez?
En el colmo de su desprecio, luego de haber visto los impresionantes milagros realizados por Moisés, Faraón le dijo presuntuosamente: "¡Largo de aquí! ¡Y cuídate de volver a presentarte ante mí! Porque en el día que vuelvas a verme, date por muerto". Y ¿qué le contestó Moisés? "¡Bien dicho! ¡No volveré a verte nunca más!". Tenía razón, no volvió a verlo, ni tampoco lo verá nunca jamas.
La consecuencia directa fue que la arrogancia y obstinación de aquel gobernante lo atrajo como un imán hacia el lecho del mar. Sentenció con pena de muerte -por decirlo así- a ciudadanos pacíficos que no constituían un peligro para su nación. Una pueblo que no era guerrero, sino agropecuario. En realidad, al tratar con odio al pueblo de Dios, aquel faraón desafió a Dios y se encontró con Él.
Miles de años después, en los tiempos de Jesús, los líderes religiosos y políticos desplegaron la misma actitud arrogante y obstinada. Por eso Jesús finalmente los apartó de su vista. No volvería a verles el rostro. ¿Cómo podía regresar a dialogar con ellos? ¿Tendría eso algún sentido? Jesús ya les había advertido que el templo y la ciudad serían destruidos debido a su obstinación y maldad de corazón. (Mateo 12:25) Si alguien hubiera querido librarse de las cosas que estaban destinadas a suceder, solo tenía que seguir las instrucciones y salvarse. (Mateo 24:16-18)
La historia confirma que las consecuencias fueron precisamente las que Jesús advirtió: Los que se unieron a los discípulos se salvaron, y los que pelearon contra ellos no tuvieron escapatoria. Por eso, Después de resucitar, Jesús no buscó a los líderes religiosos ni a los políticos para seguir hablando con ellos, sino a sus discípulos, para seguir dándoles instrucciones respecto a la obra que tenían por delante: Predicar el Reino en toda la tierra habitada. (Juan 20:19)
Las causas llevan a efectos directamente proporcionales, no solo en sentido físico sino moral. Desde el libro de Génesis hasta el Apocalipsis, la Biblia abunda en información sobre seguridad integral. Ha sido muy clara al dictar juicio contra individuos y/o naciones que trajeran persecución contra los adoradores del Dios de la Biblia. Unos aceptaron la corrección y salvaron la vida, otros no hicieron caso y sufrieron terribles consecuencias. Su obstinado proceder los encausó indefectiblemente -por decirlo así- hacia una destrucción segura y lamentable.
Por lo visto, los dos cumplimientos mencionados anteriormente dan base más que sólida para entender que, en los últimos días, el resultado sería igual para quienes promuevan y/o desaten persecución contra los discípulos. (Mateo 7:21-23; 25:34-46).
Esta no es una interpretación caprichosa ni superficial, ni tampoco material que demande un extraordinario discernimiento. Basta con leer entre líneas y sacar la cuenta de los resultados mediante la observación pragmática de las consecuencias directas tipificadas en la Biblia. Los que pretendan destruir al pueblo de Dios se medirán a sí mismos utilizando su propia vara. Tendrán que encontrarse con Dios mismo de la peor manera.
En otras palabras, los resultados y las consecuencias caerían por su propio peso. Solo se salvarían los mansos que obedezcan las advertencias de Jesús. (Mateo 5:5) ¿Entiendes por qué Jesús no visitó a los fariseos después de resucitar? Realmente no tenía nada más que añadir, nada más que quitar, nada más que discutir ni nada más que probarle a nadie. Para ellos, había llegado su fin.