ÍNDICE
El elevado índice de divorcios se ha disparado en el mundo hasta el punto de que actualmente muchas familias están tan desunidas que la mayoría de los especialistas en salud mental concuerdan en que la civilización ha entrado en una crisis tipificada por situaciones similares ocurridas a los grandes imperios del pasado.
Pero lo interesante es que no están divididas por motivos de religión, sino todo lo contrario: En unas partes, por la promiscuidad sexual y la desesperación por enriquecerse a toda cosa y poder disfrutar de todos los placeres posibles, y en otras, por la mala administración de sus recursos, especialmente por falta de capacitación de los individuos para saber cómo enfrentar el futuro de la mejor manera.
De hecho, cuando alguien habla de religión, pocos están dispuestos a envolverse en una conversación. Prefieren hablar de política, deportes, trabajo o diversión. Por lo tanto, la religión no es un factor clave en los altos índices de desunión de las parejas. Al contrario, precisamente muchos de sus problemas se deben a la ausencia de Dios en sus vidas, o a una religión mal llevada.
Sin embargo, no negaremos que la religión tiene el poder de dividir a las familias, pero no en el sentido arriba mencionado. Por ejemplo, si estás en un grupo en el que todos se ponen de acuerdo para delinquir, ¿seguirías con ellos o te separarías? Si te separas, no solo causarías una baja al grupo, sino que podrías animar a otros a pensarlo dos veces y separarse, lo cual los dividiría y, por tanto, tal vez no puedan llevar a cabo el plan. ¿Con qué ojos crees que te verían los líderes del movimiento?
Por eso, antes de aceptarte en el grupo, usualmente te ponen a prueba para ver tus niveles de lealtad. Si no das con la talla de lealtad que los líderes necesitan, a sus ojos no sirves para nada y se deshacen de ti. No quieren que alguien se rebele y les eche a perder la unidad que necesitan para ser fuertes. Basta que uno comience a usar la cabeza, es decir, a sacar conclusiones lógicas acerca de las consecuencias ulteriores adonde llevan tales actividades, para que la cohesión del grupo se deteriore. ¡No lo pueden permitir!
Si comparáramos este problema, no con la delincuencia, sino con una enfermedad contagiosa, podríamos decir que entrar en aquel grupo íntimo te expondría al contagio, y si te contagias, tendrías que pasar por todas y cada una de las etapas de la enfermedad. La intervención de un médico que te dé un tratamiento adecuado podría ayudar, pero de todas maneras pasarías por todas las etapas del contagio previas a su intervención. Es la ley de las consecuencias (acción y reacción).
Cuando Jesús estuvo entre nosotros, les dijo a los guías religiosos de su tiempo: ‘Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Vayan, mejor aprendan lo que significa [el pasaje de la Escritura, que dice]: ‘Quiero misericordia, y no sacrificio’. Porque no vine por los justos, sino por los pecadores’. (Mateo 9:12-13; Oseas 6:6) Es decir: “No vine a ayudar a los que creen que no necesitan ayuda, sino a los que reconocen que están mal y claman por una solución a sus problemas’. Se compadecía de las personas que sufrían.
Pero más que compadecerse porque sufrieran por falta de pan o de salud física, se compadecía de su falta de pan y salud espiritual, es decir, de su falta de conocimiento de las Santas Escrituras y de su alejamiento de la fuente de la vida, su Padre celestial. Porque eso era, precisamente, lo que a la larga causaba los otros males, es decir, su pobreza física y sus enfermedades.
Por eso dijo: ‘Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos’. Estaban enfermos espiritualmente por causa de la negligencia [en sentido espiritual] de sus guías religiosos, que en vez de ayudar a la gente a enfrentar las adversidades, le arrancaban su dinero, como si arrancaran la piel, y se enriquecían a costa de su ignorancia de lo que verdaderamente decía la Palabra de Dios.
El apóstol Pablo siempre destacó el papel que jugó la ignorancia como causa subyacente de los problemas de la humanidad, y no fue remilgado en usar toda clase de ilustraciones para que entendiéramos que se trataba de algo que debía evitarse a toda cosa, porque esa era la causa principal de la inanición espiritual de la que había hablado tantas veces Jesús (Mateo 9:36); 1 Corintios 12:1; 2 Corintios 1:8; 2 Corintios 2:11; Efesios 4:18; 1 Tesalonicenses 4:13)
Explicar estos asuntos a la gente les abría los ojos, hacía que a sus líderes religiosos se les cayera la careta y ponía a la gente en vías de recibir el perdón y cuidado amoroso de su Padre celestial. Por eso lo odiaron tanto.
Por lo tanto, a los oídos de sus enemigos era como si Jesús les estuviera diciendo: “No se junten con ellos porque son como huevos podridos”. Era lógico que se preocuparan y pensaran en alguna estrategia para deshacerse de él sin que el pueblo los viera como los malos de la película. Pero en realidad eran los malos de la película. Dependían del dinero del pueblo. Si todos se iban con su dinero a otra parte, ¿quién pagaría su comida, su ropa, su casa y sus placeres? ¡Tendrían que trabajar! ¡Ni hablar! Había que deshacerse del tipo cuanto antes.
Jesús dijo: "He venido a encender un fuego en la tierra y ¡cuánto desearía que ya se hubiera encendido! Tengo que ser bautizado con un bautismo, y ¡qué angustiado me siento hasta que todo se cumpla! ¿Creen que estoy aquí para traer paz a la tierra? No, yo no vine a traer paz a la tierra, sino división. Porque a partir de ahora, se van a dividir tres contra dos, y dos contra tres; porque se pondrá el padre contra su hijo y el hijo contra su padre, la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra." (Lucas 12:49-53)
¿No vino a traer paz a la tierra? ¿Vino a encender un fuego? ¿Causaría división entre las persona que se amaban entre sí? ¿No es ese un mensaje tenebroso que había que combatir, erradicar y desaparecer del mapa? Veamos.
¿Recuerdas los ejemplos de los delincuentes y de los enfermos por contagio? Es en ese sentido que estaba hablando. No era que caprichosamente dividiría a personas que se amaban entre sí, a dividir a las familias y sembrar el caos. Todo lo contrario. El mal espiritual que los guías religiosos habían propagado con sus excesos y medias verdades, hasta mentiras descaradas, había llegado a ser tan grave y de tal magnitud que era como si Jesús les hubiera dicho: “¡Sepárense de en medio de estas personas contaminadas o acabarán exterminados en un instante!”, que fue precisamente lo que Moisés le dijo al pueblo en los tiempos de los rebeldes Coré, Datam y Abiram, codiciosos líderes del pueblo judío de la antigüedad.
En aquel tiempo, Moisés causó una división entre el pueblo, pero no para sembrar el caos, sino todo lo contrario. A no muchos días después de eso, los que no hicieron caso de su advertencia murieron, miles de ellos, lo que probó fehacientemente que no había estado bromeando. Los que salvaron la vida fueron los que se separaron de la fuente de contagio espiritual, los rebeldes Coré, Datam y Abiram. Estos, y no Moisés, fueron los que llevaron al pueblo al matadero. La obra de Jesús apuntaba en ese sentido. (Números 16:1-50)
Cuando Jesús habló de blandir una espada y dividir a la gente, no se refería al uso de una espada literal para soliviantarla en contra del Estado. Sus acciones demuestran que no estaba interesado en la política humana. (Juan 6:14-15; Juan 18:33-37) Hablaba de blandir la espada del espíritu, es decir, la Palabra de Dios ( Efesios 6:17) Tampoco estaba hablando de una división subversiva para causar el fracaso de los matrimonios, las familias y la civilización. Más bien, él sabía que ese era el propósito del Diablo. (Mateo 12:25-26)
Jesús sabía que los dichos de Dios eran puros y refinados, no como plata que necesitara pasar por el proceso de purificación, sino como metal precioso ya refinado. (Salmo 12:6) Cuando él hablaba, las personas sentían como si algo les atravesara el alma despertando su reflexión profundamente. Se sentían reflejadas en sus palabras. Entonces 1) tomaban conciencia de su lamentable situación espiritual y 2) se sentían motivadas a realizar todos los cambios que fueran necesarios para agradar a Dios y ser sanadas espiritualmente. En ese sentido hablaba de usar una espada.
Luego las personas que se percataban del engaño de que habían sido víctimas por tantos años tomaban distancias con aquellos que voluntariamente querían seguir revolcándose en sus pecados. Porque sentían que cuanto más aprendían de Dios y se esforzaban por hacer Su voluntad, mejor se sentían. Su vida mejoraba. Las mujeres de volvían más recatadas y modestas en su manera de vestir, los hombres trataban mejor a sus esposas, los hijos eran más obedientes, y, en general, se volvían más limpios y ordenados, procurando reflejar la gloria de Dios en sus vidas.
Cambiaban para bien, pero al mismo tiempo despertaban el desprecio de los que querían seguir pecando. Por decirlo así, en vez que unirse a sus esposas cristianas y acompañarlas en su esfuerzo por ser mejores personas, ahora los esposos pecadores empezaron a decir que la religión había causado una división en su hogar. En vez de obedecer a sus padres y ser mejores hijos, ahora los jóvenes rebeldes decían que sus padres se habían vuelto fanáticos de una religión extraña. Y en vez de optar por la castidad y ser fieles a sus esposos, las esposas pecadoras cometían adulterio más frecuentemente.
Sí, Jesús realmente causó una división, pero una semejante a la que causó Moisés en tiempos de Coré. El propósito era salvar a las personas, no que se odiaran unos a otros. Si no, ¿qué sentido hubiera tenido que promoviera el amor entre todos? La división la generaría la verdad de la palabra de Dios al causar que los malos tomaran la decisión de seguir a Dios o al Diablo. No había más vueltas que darle. Jesús puso ante ellos la opción de la vida o la muerte, y tenían que escoger la salvación marcando distancias con la gente obstinada que no quería cambiar. Era un asunto de vida o muerte.
Moisés les había dicho, miles de años atrás: ‘Los cielos y la tierra son testigos de que he puesto delante de ti dos opciones: La vida y la muerte’ (Deuteronomio 30:11-20)
De modo que no era nuevo el conocimiento que Jesús impartió a sus discípulos. Moisés ya se los había advertido miles de años atrás, cuando se llevó a cabo el pacto de la Ley en el monte Sinái. Ahora los judíos del tiempo de Jesús estaban ante la misma decisión, pero con la diferencia de que ahora, los que no se apartaran de su caprichoso modo de vivir egoísta, sufrirían las terribles consecuencias de enfrentar el fin del sistema de cosas judío, lo que ocurrió en el año 70 de nuestra era. (Lucas 19:41-46)
Tal como Moisés les advirtió que se separaran de Coré, Datám y Abiram para que se salvaran, ahora Jesús les estaba diciendo lo mismo, pero no con el agravante de que podrían morir miles de personas, sino millones, porque el sistema de cosas judío colapsaría, lo cual ocurrió en el año 70.
Algunos detractores pueden burlarse de la idea de que Jesucristo fue un personaje histórico, pero no pueden negar que el sistema de cosas judío, basado en gran parte en sus registros genealógicos que permitían seleccionar a los miembros de su sacerdocio, colapsó y llegó a su fin, tal como Jesús lo profetizó. Los romanos quemaron todo.
Por lo tanto, la división que causó Jesús promovió un fin noble: Liberar a las personas de la opresión espiritual de mandatos que no tenían ningún sentido y que no daban gloria a Dios y que co el tiempo resultaban en una secuela de dolor y sufrimiento tremendos. Mucho menos tenía algo que ver con la política de su tiempo. Se trataba de salvar a las personas de las consecuencias de sus errores.
No era que él causara realmente la división, sino la obstinación de los que no quisieran dar su brazo a torcer en favor de una filosofía más pura, que resultaría en una convivencia más pacífica. Los que realmente causarían el quebrantamiento serían quienes no soportaran la idea de cultivar un modo de vida más excelso, más sublime, más significativo, más encantador y más feliz.
Eso equivaldría a evitarse mucho dolor y problemas. Tendrían menos estrés, serían menos esclavos del dinero, de la moda y de tradiciones absurdas. Y ya no habría más guerras ni luchas armadas, porque el odio y el desprecio de su corazón habría sido finalmente erradicado. (Jeremías 31:33)
Por eso aclaró que no dependía de que él los convenciera, sino de que ellos se convencieran a sí mismos de la ventaja de servir a Dios con verdad y espíritu (Juan 4:23). Y les advirtió que la situación se volvería especialmente insoportable para quienes optaran por irse a tras otros dioses, es decir, resistirse al cambio. No porque él quisiera, sino porque simplemente serían las consecuencias de sus errores, que tarde o temprano los alcanzaría, lo cual haría insoportable su final. (Mateo 10:11-15; Gálatas 6:7)
8)
Como vemos, nadie puede negar que la religión realmente divide a las personas, pero no en un sentido negativo, como propugnaba Marx, sino positivo. Porque traza una línea divisoria entre los que quieren agradar a Dios y los que no quieren agradarlo. (Malaquías 3:17-18; 2 Pedro 2:1-13)
Por eso, si notas alguna división, pregúntate más bien a qué lado de la línea divisoria quieres estar. Porque no podrás evitarlo. Es realmente una decisión de vida o muerte. Tarde o temprano cosecharás y te darás cuenta si tu decisión fue buena o mala, acertada o desacertada. Así de simple.
Si crees que lo que estás haciendo hoy es la decisión correcta, de aquí a un tiempo los propios resultados te darán la razón o no. Porque como afirmaba Jesús: 'La sabiduría se justifica por sus resultados'. (Mateo 11:19; Eclesiastés 7:8) En otras palabras, si tu decisión ha sido la correcta, los resultados ulteriores serán igualmente correctos. Si no, habrá quedado demostrado que tu decisión no fue la más acertada.
Lo importante es que tal como la profecía de Jesús se cumplió en el año 70, igualmente se cumplirá cualquier profecía que falte por cumplirse en el futuro, tanto a nivel global como para cada una de las vidas individuales de todos los que vivimos hoy. ¡Sí! Tu propia salvación está en juego, y tus decisiones hacen la diferencia. Gracias por visitar nuestro blog.
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