Una pugna universal



No está mal unir fuerzas. A la gente le agrada unir fuerzas, ideas, talentos, objetivos, capitales, etc. Pero, ¿será cierto que siempre da resultados y que cualquier objetivo es noble y merece un aplauso, o que cualquier coalición tendrá éxito?

Jesucristo suplicó en oración a su Padre que cuidara de sus discípulos para que, cuando regresara al cielo, siguieran fuertemente unidos. Porque la unión los haría fuertes. La desunión los debilitaría.

Su unidad inquebrantable sería un testimonio para el mundo. Todos verían que, gracias a la bendición del Padre, él y sus discípulos procedieron juntos, como un solo hombre, es decir, unidos en cuanto a propósito y objetivo, y que en ese sentido ellos serían uno con el Padre. (Juan 17:20-25)

Claro, no significaba que, para llegar a ser uno con el Padre, los discípulos se introducirían en Dios, o que, como grupo, pasarían a ser una parte de Dios, ni que los doce conformarían doce partes de Dios, sino en el sentido de llegar a formar una asociación armónica, perfectamente sincronizada en un mismo espíritu con Jesús, entre ellos mismos y con su Padre. (1 Corintios 1:9-10; Efesios 4:5)

Por eso, y en ese sentido, Santiago escribió que todos podían llegar a ser amigos o enemigos de Dios, dependiendo de sus motivaciones,  objetivos y obras. (Santiago 2:23, 26; 4:4) 

En igual sentido, tanto Moisés como Jesús y el apóstol Juan por su parte explicaron que no todos somos hijos de Dios. Es decir, lo somos como creación o progenie de Dios, pero no todos recibimos su reconocimiento y bendición como tales. Por ejemplo, Satanás y sus demonios perdieron para siempre dicho reconocimiento. (Deuteronomio 32:5; Juan 8:44; 1 Juan 3:10-12; Romanos 6:23)

Como vemos, ninguna unión por sí misma recibe automáticamente la bendición de Dios, mucho menos si el propósito de una unión serviría sólo para llevar a cabo deseos egoístas u opuestos a Su voluntad. 

La autodestrucción nunca fue parte de su propósito, y a eso conduciría inexorablemente cualquier rebelión contra sus hermosas y perfectas leyes físicas, matemáticas, químicas, biológicas y, sobre todo, morales. (Salmo 19:7; Santiago 1:25)

Por ejemplo, unirse, agruparse o formar una coalición para proscribir u oponerse a las enseñanzas basadas en las Escrituras inspiradas sería pecar contra el espíritu santo, un pecado que Dios no perdona. (Mateo 12:32; 1 Samuel 2:10; Salmo 2:2; Hechos de Apóstoles 4:26)

¿Se unirá el mundo como un solo hombre?

No se necesita una gran sabiduría para darse uno cuenta de que a través de la historia ha habido una pugna constante por la hegemonía o dominación mundial, no solo para ganar territorio, sino para controlar la idiosincrasia de sus habitantes. En el pasado hubo uniones, llamadas coaliciones, y también las hay en el presente.

Cuando un reino no pudo conquistarlo todo para sí, formó una coalición que reforzara su poder y le permitiera expandirse y alcanzar su objetivo de dominación. Pero ¿qué coalición humana o demoniaca podría impresionar al que diseñó las supernovas, los agujeros negros, los campos gravitacionales y las estrellas, como Arturo, Sirio y Canopus, de nuestro sistema estelar vecino, y de millones de millones de galaxias?

Una coalición es una unión temporal de personas, grupos políticos o naciones que persiguen un mismo objetivo. Por ejemplo, a pesar de haber sido enemigos, Pilato, Herodes y ciertos pueblos de Israel estrecharon sus vínculos para oponerse a Jesús y a sus discípulos. Pero Dios los estaba observando desde los cielos. ¿Acaso los bendijo? Imposible, y la historia lo demostró. Todas sus ciudades y monumentos sagrados acabaron en ruinas.

Parafraseando Eclesiastés 8:9*, diríamos que 'el hombre ha usado su poder para dominar al hombre, y al final todos salieron perjudicados'. A menudo se ve graficada la esencia de esas palabras en las noticias y tendencias del mundo. 

Aquellas fueron palabras inspiradas que puso por escrito "el Congregador" [o "Qohelet"] alrededor de 1000 años antes de Cristo. ¡Y siguen vigentes después de 3000 años! 

Se entiende que, en general, el Qohelet no solo se estaba refiriendo a la lucha o carrera por el control o dominación entre naciones o pueblos, sino a la tendencia humana, casi universal, de procurar en todas partes el dominio de unos sobre otros. 

Se ven intentos de dominación en los hogares, los vecindarios, los clubes, los centros de estudio y de trabajo, en el mundo empresarial, en las Olimpíadas, en los concursos, en las pandillas, en el interior de las cárceles y hasta entre facciones y sectas de una misma religión. Quieren ganar, controlar, vencer, doblegar, mandar, dominar... y no ceden.

¿Y en qué estado se encuentra actualmente el mundo, a pesar de sus universidades, descubrimientos y avances tecnológicos? ¿Vemos un mundo cada vez más unido, más feliz, más tranquilo y más seguro? ¿Trabajando todos en armonía, en pos de objetivos comunes y altruistas? ¿O está cada vez más desunido, más infeliz, más alborotado, más egoísta y más inseguro que nunca? ¿Cómo lo percibe la gente en general? 

Bueno, para tomarle el pulso a este mundo no bastaría un oxímetro. Se necesitaría un tomógrafo gigante. Porque su condición parece realmente grave. Es como si en todas partes la naturaleza estuviera molesta y gritara: "¡Ya no puedo esperar, tengo que ponerle coto al desequilibrio climático y poner todo a su lugar antes de que destruyan el planeta!". El ecosistema está reaccionando de formas y a escalas sin precedentes.

Los que dicen: "Pero todo eso es normal. Son ciclos históricos que van y vienen", se llevaran una gran sorpresa con el Armagedón. Entonces se habrán terminado las dudas y contradicciones, las malas interpretaciones y los prejuicios.

El declive ha llegado a ser tan obvio que ya casi nadie culpa a Dios. Porque en muchos lugares la gente ha abierto un poco los ojos. Cada vez más grupos ecologistas denuncian a la humanidad en general a través de los medios, diciendo que el desequilibrio climático es en gran parte el resultado de sus excesos y desórdenes. Reconocen que el ser humano ha sido el causante de esos y otros problemas, no Dios.

¿Y por qué los grandes poderes no pueden echar la culpa a Dios? ¡Porque muchos de ellos afirman que Dios no está interesado, o es solo una energía que no piensa, y aún otros, que no existe! Por tanto, han cavado su propia trampa y han tenido que reconocer que la culpa no es Dios, sino de la humanidad misma.

Es verdad que hay todavia quedan lugares hermosos en la tierra, y que sobra espacio para la formación de ciudades y pueblos inteligentes y bellos con miras a un futuro y a un mundo mejor. Existe la tecnología. Hoy, más que nunca, proliferan las mentes brillantes. Y es innegable que los recursos son más que suficientes. Pero ¿por qué la humanidad no logra superar sus problemas de fondo, sus estructuras? ¿Por qué no ha podido detener antes el ciclo vicioso de "dominación=fracaso"?

Mientras lees esto, ¿qué está pasando en el mundo? ¿Está uniéndose más que nunca? Y si así fuera, ¿quién puede garantizar que no terminará en un fracaso, como ya ha ocurrido tantas veces? La gente aplaude y ovaciona las promesas, pero ¿lleva la cuenta de las promesas incumplidas?

La razón no es muy difícil de encontrar. ¡Ha estado escrita en la Biblia hace miles de años! El problema es que no basta con tener una razón. Hay que discernir todo lo que esa razón implica, además de cooperar voluntariamente para ayudar a otros a discernir lo que se viene.

Razones sobran, pero la  motivación a cooperar también debería sobrar. Desgraciadamente, eso no va a suceder, nunca ha sucedido y no va a suceder. La prueba más palpable y la verdad más escueta está siempre a la vista. ¡Está sucediendo frente a nuestras propias narices, ahora mismo, en todo el mundo!  El problema recurrente es que "¡Nadie quiere ceder!". (2 Timoteo 3:3) Esa es la tendencia, es lo usual, el gran problema, el gran paradigma, la gran paradoja, la gran contradicción y la gran verdad: "¡Muy pocos están dispuestos a ceder!".

La humanidad nunca ha detenido el ciclo vicioso de "dominación=fracaso" porque el ser humano no tiene -ni nunca ha tenido- la intención de detener ese ciclo. ¡Al contrario! Todos en todas partes siguen fomentando el liderazgo absoluto en los estudios, en los negocios, en los deportes, en la política, en la sociedad y en la religión tradicional. Mucha de la filosofía está contaminada por la agnotología hasta el punto de que ya nadie sabe qué creer. La confusión ha tocado fondo. En todos los estratos se ve reflejado el espíritu hegemónico.

Todos quieren ser el primero, el mejor, tener el control, ser un líder, nunca retroceder, nunca rendirse, ganar el campeonato, tener la supremacía, controlar y dominar y aplastar a todo el que se oponga... como si fuera una marca registrada por el ser humano. Y eso suele darse en todos los niveles.

La realidad nos está enrostrando la motivación subyacente, la causa primigenia, el diagnóstico final, la gran respuesta a todas las preguntas, el miedo de todos nuestros miedos. Figuradamente, estamos calculando los errores de la humanidad, y el resultado arroja un enorme, astronómico e impagable déficit de amor

Por donde miramos, se exalta al dinero como un dios que resuelve todos los problemas y hace todos los milagros. Se ha vuelto común que muchos digan: "Si no tienes plata, no eres nada". Y van tras el dinero, ¡mucho dinero! El engañoso señuelo del dinero. ¡Un dios falso!

No todos, pero la humanidad en general, ha desaprovechado las enseñanzas, las explicaciones y las profecías de Jesucristo, malgastando el tiempo que él les ha concedido para analizar la historia universal, darse cuenta de su error y meditar para enmendar su camino.

La mayoría ha pospuesto el mensaje de la vida, y siguen posponiéndolo. Han usado su tiempo en cosas "más importantes". Han rebajado a Jesucristo como si fuera simplemente el protagonista de una novela o película, y le han dado toda la gloria cuando en realidad Jesús gastó su vida y su tiempo para enseñarnos a dar gloria al Padre, no a sí mismo. (Juan cap.17) Jesús enseñó a sus discípulos a honrar al Padre, y dijo que, por tal razón, el Padre glorificaba al Hijo. (Juan 8:54)

La gloria para el Hijo estuvo bien merecida, es verdad, pero en ninguno de sus mensajes Jesús desplazó al Padre. Por el contrario, eso fue lo que su enemigo intentó que hiciera cuando lo tentó en el desierto. Le prometió que lo colmaría de beneficios si le rendía adoración en vez de a su Padre. Pero Jesús amaba entrañablemente a su Padre y siempre tuvo las cosas claras. Contestó con firmeza y santificó su nombre, no solo citando pasajes contundentes de las Escrituras, sino entregando su vida en sacrificio. (Deuteronomio 6:16; 8:3 y 10:20-21; Juan 10:17-10)

Jesús siempre estuvo en el lugar y tiempo adecuado, y siempre usó eficazmente todas sus oportunidades de proclamar el reino de Dios como la única solución a todos los problemas de la humanidad. Sus acciones, cualidades, hábitos y pasión siempre honraron a su Padre. Por eso el Padre lo glorificó. (Apocalipsis 1:5-6)

Jesús no se autoglorificó porque nunca se confirió a sí mismo una dignidad que no le correspondía. Siempre mantuvo sus opiniones circunscritas a las de su Padre, y destacó sus obras solo en la medida en que estas daban gloria a su Padre. (Mateo 5:16; Juan 8:54; 11:41-42)

A diferencia de lo que hizo Jesús, y como si fuera poco, en vez de glorificar y santificar el nombre del Padre, hay quienes han retirado el nombre del Padre de la mayoría de las traducciones y versiones más recientes de la Biblia. Donde aparecía registrado en hebreo (YHWH) lo reemplazaron por un título. ¡Más de 7000 veces! ¿Quién saldrá ileso cuando Dios inspeccione la tierra y vea lo que algunos hicieron con el tiempo, el mensaje, el sacrificio de su amado Hijo y con su propio nombre? 

Es fácil comprobarlo. Usa una versión actual de la Biblia, luego usa una versión más antigua de los mismos editores, y comprueba si el nombre Dios fue quitado de cada uno de los lugares donde estaba. En muchas traducciones, el contenido es casi el mismo, pero ya no aparece el nombre de Dios. ¿Logrará la humanidad detener el fracaso, y al mismo tiempo, faltar el respeto a su Creador? Más que eso, ¿desafiando sus leyes naturales?

La Biblia ya predecía que llegaría un punto en que habría grandes pestes, hambrunas, lluvias, granizo, tormentas e inundaciones, y que estas precederían el tiempo en que el Padre santificaría su nombre ante los ojos de todas las naciones. Puedes leer sobre la santificación del Nombre en muchos lugares del libro de Ezequiel, un libro donde el profeta escribió YHWH más de 430 veces (en las traducciones recientes no aparece en ningún lugar).

Si te tomas la molestia de calcular cuánto tiempo debió de invertir Ezequiel cada vez que escribió el Nombre usando un rústico estilógrafo de aquella época, mientras lo mojaba en el tintero y cuidaba de no salpicar. ¡Mínimo 30 segundos! Y mucho más si tenemos en cuenta que, por tradición, algunos escribas hacían una oración antes de escribirlo.

Probablemente Jesús obtuvo del libro de Ezequiel la frase principal de la oración del Padrenuestro: "Santificado sea tu nombre". (Ezequiel 36:23; 38:1-23; Mateo 6:9-10) Allí, es decir, en el libro de Ezequiel, puedes leer acerca de lo que se profetizó sobre la pugna universal por el poder, el control y el dominio universal, y cómo terminaría. (Apocalipsis caps. 20-21) 

En realidad, toda la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis, trata de la manera como se desenvolverían los asuntos relacionados con la rebelión de Satanás y el reino de Dios. (Génesis 22:18; Daniel 2:44; Apocalipsis 11:17-18) Estamos muy adentrados en los últimos tiempos. De hecho, por todo lo que se está viendo, no sería exagerado decir que estamos al borde. Después del Armagedón ningún hombre volverá a usar su poder para dominar a ningún hombre.

Nadie volverá a salir perjudicado de ninguna pugna futura por la dominación o hegemonía mundial. (Mateo 16:27; 23:10; 1 Corintios 15:24) Los días están contados. Dios santificará su propio nombre. Tanto Jesús como su Padre tienen muy en cuenta los tiempos de los últimos días. (Apocalipsis 9:15)

Y no te preocupes. No juzgues nada antes de tiempo. Porque el Padre, su Hijo Jesucristo y el espíritu santo dirimirán toda controversia, todo malentendido, toda mala interpretación y toda pretensión de gloria personal. (1 Corintios 4:5)

A nadie le quedará ninguna duda de que "Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios el Padre". (1 Corintios 4:5; Filipenses 2:11; Apocalipsis 19:13-16)
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*Algunas traducciones o versiones llaman "Qohelet" al libro de Eclesiastés.

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