Reflexiones





¿Es la fe todo lo que cuenta para salvarse?

1 Pedro 1:8-9 dice que la meta de la fe es la salvación: "Ustedes lo aman a pesar de no haberlo visto; y aunque no lo ven ahora, creen en él y se alegran con un gozo indescriptible y glorioso, pues están obteniendo la meta de su fe, que es su salvación". Y Jesucristo mismo dijo: "Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración". (Mateo 21.22) ¿Significa eso que la fe es todo lo que cuenta para salvarnos?

Si así fuera, no hubiera habido ninguna necesidad de mencionar otras importantes cualidades. Por ejemplo, al citar cierta profecía de Daniel, Jesucristo dijo: "Cuando vean en el lugar santo al horrible sacrilegio mencionado por el profeta Daniel (el lector entienda lo que digo),  los que estén en Judea huyan a las montañas." (Mateo 24:15-16) Aquí Jesús resalta la importancia de entender o discernir el asunto. No era cuestión de simplemente oírlo o leerlo, sino de entenderlo, interpretarlo y llegar a la conclusión correcta. Máxime si a Daniel se le había advertido: "Oh Daniel, haz secretas las palabras y sella el libro, hasta el tiempo del fin, en que muchos discurrirán, y el verdadero conocimiento se hará abundante”. (Daniel 12:4).....

El apóstol Juan, que sobrevivió en la tierra a todos los demás apóstoles, terminó su Apocalipsis diciendo: ‘A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto esto: Si alguno le añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro. Y si quita palabras de este libro de profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, descritos en este libro’. (Apocalipsis 22:18-19)

Algunas personas citan dicho pasaje cuando piensan que alguien ha realizado cambios estructurales en las Santas Escrituras, pero a veces se sorprenden cuando se enteran de que los supuestos cambios no son otra cosa que lo contrario. Es decir, se enteran de que la versión de la Biblia que estaban usando no reflejaba bien lo que el espíritu santo inspiró en los escritores.

El Dios de Jesucristo

Cuando Jesús oró: “Padre, si deseas, remueve de mí esta copa. Sin embargo, que no se efectúe mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42), no estaba orándose a sí mismo, sino a Dios. Y ¿quién era el Dios de Jesucristo, siendo que la Biblia dice: ‘[Hay] los así llamados dioses, ya sea en el cielo o en la tierra (y por cierto que hay muchos «dioses» y muchos «señores»), para nosotros [los cristianos] no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual vivimos’? (1 Corintios 8:5-6)?

Jesús estaba orando al Dios de los israelitas. En cierta ocasión él dijo, dirigiéndose a los que contendían con él: ‘Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria no es nada. Es mi Padre quien me glorifica, el que ustedes dicen que es su Dios’ (Juan 8:54) De modo que el Dios de Jesús era el Dios de Moisés, Abrahán, Isaac y Jacob, el Dios de los hijos de Israel, el Creador de los cielos y la tierra. (Éxodo 3:15)

Tal como un ángel guió a Moisés por el desierto, con mayor razón su Hijo Jesucristo nos guía hoy por el camino en que debemos andar. Y si para aquel ángel la reputación de Dios fue de máxima importancia, con mayor razón para Jesús. (Éxodo 23:20-21; Levítico 22:31-33)

Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a dirigirse a Dios y dijo: ‘Padre, santificado sea tu nombre’ (Lucas 11:2), estaba reconociendo que no se trataba de un Dios sin nombre, sino un Dios con un nombre que tenía que ser santificado. Por lo tanto, Jesús oraba al Dios de los judíos.

Es reconocido universalmente que el nombre de Dios en la Biblia es Yavé o Jehová, cuyo nombre fue removido de algunas versiones debido a la superstición de que cualquiera que nombrara el nombre de Dios sería maldecido. (Levítico 19:12) Pero en ninguna parte de la Biblia dice el espíritu santo que el nombre de Dios sería ocultado o puesto a un lado, sino más bien dado a conocer. Más que eso, Jesús aclaró que gracias a dicho conocimiento se llevaría a cabo el milagro del amor cristiano en acción. (Juan 17:26)

Sería absurdo que uno escondiera o reemplazara el nombre del Creador por otro nombre y aún así se llamara cristiano, porque eso no fue lo que Cristo instruyó, sino todo lo contrario. Él dio a conocer y santificó el nombre de Dios. No nos imaginamos a Jesús siendo supersticioso como los fariseos, ¿verdad? No nos imaginamos a Jesús cayendo en el engaño de suponer que Dios quería que su nombre fuese ocultado. La ley decía que el nombre de Dios no debía tratarse con falta de respeto, pero en ningún lugar condenaba a las personas que lo usaran piadosamente. Por eso creemos que cualquiera que diga que el nombre de Dios no debe pronunciarse está blasfemando.

Ahora bien, cuando Jesús pronunció su denunciación, diciendo ‘la casa de ustedes va a quedar abandonada, por eso ya no volverán a verme hasta que digan: "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Mateo 23:38-39), ¿dijo “Señor” o “Jehová”? Siendo que no sentía temor de usar el nombre de su Padre, sino que estaba orgulloso de darlo a conocer, él tuvo que decir correctamente lo que estaba escrito en el Salmo 118:26: ‘Bendito es el que viene en el nombre de Jehová’.


¿El nombre no es importante?

En ocasiones, algunos se han sentido impulsados a decir que el nombre no es importante, que lo importante es hacer la voluntad de Dios y proclamar su reino en todas partes. Pero ¿no es contradictorio que uno desee hacer la voluntad de Dios y al mismo tiempo pase por alto el hecho innegable de que Dios quiere que usemos su nombre?

Deuteronomio, capítulo 29, versículo 29 da a entender que 'los secretos pertenecen a Jehová, pero lo que ha sido revelado es para nosotros y nuestros hijos hasta tiempo indefinido, para que obedezcamos todas las palabras de su ley'. Si el Creador hubiera querido que los israelitas no pronunciáran su nombre, ¿por que se los reveló, repitiéndolo insistentemente en las Escrituras miles de veces. Por citar un ejemplo, el libro del profeta Ageo tiene solo dos capítulos y, sin embargo, el nombre del Señor aparece más de 30 veces.

¿No llama la atención que lo repita tantas veces en tan solo dos capítulos y no quiera que lo pronunciemos? Eso no es solo contradictorio, sino blasfemo. Porque cuando Dios envió a su profeta Moisés a sacar al pueblo de Israel de Egipto, Moisés tuvo la precaución de preguntarle a Dios: "¿Qué responderé si [los israelitas] me preguntan: ''¿Cuál es su nombre?''. A lo que Dios respondió. "Esto dirás a los israelitas: 'Yo Soy me ha enviado a ustedes.' Y añadió: "Diles a los israelitas: 'Jehová, Dios de sus antepasados, Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, me ha enviado a ustedes. Ése es mi nombre para siempre, para todas sus generaciones.' '' (Éxodo 3:13-15)

Sin embargo, cuando les dio los Mandamientos les advirtió claramente que no lo pronunciaran a la ligera, es decir, indignamente: "No pronunciarás el nombre de Jehová tu Dios de manera deshonrosa. Porque yo, Jehová, castigaré a quien se atreva a pronunciar mi nombre de manera deshonrosa". (Éxodo 20:7) De modo que Dios se opuso a que su nombre fuese pronunciado a la ligera, con frivolidad o indignamente. Sus palabras no dejan lugar para que se interprete que no quiso que lo pronunciaran en absoluto o que solo el sumo sacerdote lo pronunciara una vez al año.

Hoy en día, sabemos que, casi en todos los países, cuando la gente maldice a otros, suele mentar a los padres de la otra persona, ya sea a su madre o a su padre, como parte del insulto a fin de ofenderla  profundamente. Pero Dios no solo advirtió que no usaran Su  nombre de manera impropia, castigándolos por ello, sino el de los padres de cualquiera.

La ley ordenaba: "Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que Jehová tu Dios te dará". (Éxodo 20:12) Maldecir a los padres o usar de manera deshonrosa el nombre de los padres para maldecir a otros se consideraba un pecado grave que la ley de Dios castigaba con muerte. No quería decir que uno nunca mencionara el nombre de sus padre de manera respetuosa. Lo que Dios condenaba era la forma irrespetuosa de usar el nombre, no la pronunciación del nombre en sí misma.

Por eso, si alguien dice: "El nombre de Dios no es lo importante", está menospreciándolo o considerándolo en menos, tratándolo con irreverencia. ¿Dejará de cumplir Él su promesa de castigar al que trate su nombre de esa manera?

Cierto hombre que vivía en las montañas y se consideraba cristiano asistió por muchos años a su iglesia. Entregó puntualmente un cheque mensual por concepto de diezmos (la décima parte de sus ingresos). La iglesia sabía cuánto percibía porque obligaba a sus fieles a firmar y actualizar, en caso de ser necesario, una declaración jurada de bienes antes de bautizarlos. 

Pero cuando el hombre se puso a pensar en el hecho de que nadie en su iglesia pronunciaba el nombre de Dios, porque había leído el nombre en otras traducciones de la Biblia y sabía que en otras iglesias sí pronunciaban el nombre, preguntó al pastor por qué  ellos no lo hacían, si era claro que Dios quería que lo supieran y usaran. Pero la respuesta fue: "El nombre no es importante. Lo importante es que obremos conforme a la voluntad del Señor".

La respuesta no lo dejó conformé, porque no apoyaron el argumento en ningún pasaje de la Biblia, ni siquiera uno que dijera que no se pronunciara el nombre. El hombre entendía que lo que estaba prohibido era pronunciarlo con falta de respeto, no que no se pronunciara en absoluto. Por lo tanto, decidió dejar de ir a la iglesia. Eso significó que tampoco siguió aportando el diezmo.

Después de varios meses, preocupados porque en la columna contable de la iglesia faltaba su contribución, dos eminentes pastores lo visitaron en casa, la cual estaba situada en una elevada colina. Aparentemente pretendían amedrentarlo para que no volviera a incumplir sus pagos, diciendo:

- Hermano, lo visitamos porque lo extrañamos mucho en la iglesia. ¿Se encuentra bien?  
- Sí, gracias. Me encuentro muy bien, ¿y ustedes?
- Estamos bien, pero algo preocupados porque usted no está asistiendo a la iglesia ni cumpliendo con su compromiso del diezmo, y sabemos que si no diezmamos puntualmente, estamos en pecado grave y las maldiciones del Señor pueden entrar en nuestra casa, en nuestro negocio y en nuestro cuerpo, produciéndonos toda clase de enfermedades y problemas económicos, bla, bla, bla... ¿Por qué no asiste a la iglesia y no cumple con sus diezmos, hermano?

El hombre escuchó pacientemente, admirado por la terrible lluvia de maldiciones que se le vendrían encima por haber pecado tan gravemente. Pero esperó hasta que terminaran de maldecirlo, y dijo:

- ¡Hermanos, por favor, perdónenme! ¡Supliquen al Señor por mí! En realidad no quise ofenderlo. Ustedes saben que por años he sido un hermano fiel y he procurado en todo hacer la voluntad del Señor. No permitan que me sobrevenga todo lo que han dicho. Confieso humildemente que la razón por la que dejé de asistir a la iglesia es que me resentí profundamente cuando no me dieron una respuesta, basada en la Biblia, de por qué no pronunciamos en nombre de Dios en la iglesia ni en nuestras conversaciones, como hacen en otras iglesias. Estaba confundido, me molesté mucho y por eso dejé de asistir. Y como ya no asistía, creía que tampoco tenía que dar el diezmo.
- No, hermano, aunque usted no esté de acuerdo, usted debe seguir asistiendo y cumpliendo con su diezmo. Es la única manera como el Señor volverá a bendecirlo a usted y a su familia.
- ¡Ah! No sabía que el asunto era tan grave. Discúlpenme, por favor, traeré mi chequera.

Los pastores se miraron el uno al otro, satisfechos. El hombre regresó, tomó asiento y preguntó: "¿Cuánto les debo?", a lo que los pastores contestaron: "Tanto", refiriéndose a todos los meses atrasados, una gran suma de dinero.

El hombre, que tenía muchos recursos, les dijo: "No se preocupen. No hay problema. Es más, voy a duplicar la cantidad para que vean que soy una persona arrepentida y generosa, y que el Señor me perdone".

Los pastores se miraron el uno al otro con extremada complacencia mientras observaban cómo el hombre escribía una enorme cifra en el cheque, y se los entregó, diciendo: "Rueguen al Señor por mí". Y añadió: "¿Desean beber algo, por favor?".

El pastor que recibió el cheque observó que faltaba la firma. Entonces le dijo: "Disculpe, hermano, pero falta su firma". A lo que el hombre le dijo: "No se preocupe, no hay problema, el nombre no es importante". Y se quedó mirándolos fijamente. Los pastores se miraron el uno al otro, confundidos, de modo que insistieron. Pero el hombre dijo con voz firme: "Ustedes son los que me han dicho -y hoy me  han convencido- de que el nombre no es importante. Por lo tanto, el nombre no es importante. Contéstenme, por favor, ¿por qué ahora insisten en que sí es muy importante? Y espero que esta vez sí me den una respuesta objetiva".

Pero aquellos pastores no supieron qué responder. Se miraron el uno al otro una vez más y se retiraron avergonzados sin añadir una sola palabra. Entonces, cuando los hombres se hubieron alejado cierta distancia, el hombre les dijo: "¡Y por favor, retiren mi nombre de su columna contable, porque no se olviden de que el nombre tampoco es importante en su libro de contabilidad!", y cerró la puerta.


HWHY

Es cierto que, debido a la superstición mencionada anteriormente, ciertos escribas reemplazaron el texto “HWHY” por “Elohim”, y posteriormente por "Kyrios". Sin embargo, hasta algunos cristianos se contagiaron de ese espíritu y lo reemplazaron por “Señor” y "Dios". Con todo, eso no fue lo que decía originalmente. La verdad es que allí decía YHWH (lo que por muchos siglos derivó en la pronunciación "Jehová" y, posteriormente, "Yahweh"), y Jesús no hubiera modificado su misión solo por congraciarse con líderes hipócritas (que posteriormente demostraron también ser como levadura). ¿Por qué? Por la misma razón que se aduce en Apocalipsis 22:18-19. El Hijo de Dios no iba a modificar las Santas Escrituras por temor al hombre. (Proverbios 29:25)

Cuando Moisés recibió del propio Dios su nombre, Dios le explicó lo que su nombre significaba, y algo que para Moisés quedó muy claro, no lo fue para muchos de nosotros, que vivimos en el siglo 21. Parece que nos cuesta verlo con la sencillez con la que le fue transmitido. De hecho, se ha dicho que ehyeh asher ehyeh ("Yo Soy el que Soy") son las más profundas y notables palabras que se han escrito alguna vez, pero el mayor desafío en la interpretación de la Escritura. ¿Por qué?

Por abreviar, según cierta enciclopedia que comenta sobre el nombre, algunos expertos afirman que se refiere a una forma acusativa de la expresión en el estado imperfecto del verbo hebreo hawáh, que significa "llegar a ser". Pero tengamos en cuenta que "llegar a ser" no solo puede significa llegar a "existir" sino "llegar a convertirse en algo", como "llegar a ser médico", más que a existir como tal, es decir, ser médico.

Una cosa es "ser" médico que "llegar a ser" médico. La primera expresíon se refiere a algo fijo, mientras que la segunda a algo en lo que se convierte a fin de lograr un propósito. Y la Biblia está repleta de ejemplos de cómo Dios se convierte en Padre, Juez, Médico, Salvador, Consejero, Salvador, etc.

Por lo tanto, aunque para unos Yahweh significa "El que existe", otros piensan que significa "ÉL que hace existir" o "el que causa", y aún otros, que se refiere a  algo mucho más trascendental, como que Dios puede convertirse o transformarse en lo que él considere necesario para lograr sus objetivos. Por ejemplo, un joven podría convertirse en un experto programador de computadoras, pero después tal vez desee llegar a ser un perito en robótica, y aún después, estudiar pediodismo y escribir un libro sobre sus descubrimientos, convirtiéndose así en escritor.

Por lo tanto, en español, decir "Yo soy el que soy" se refiere a su existencia, algo completamente diferente a decir "Seré lo que Seré”, no en el sentido de existir, sino de convertirse en Padre, Salvador, Amigo, Consejero, etc. Por ejemplo,  Santiago, citando de Génesis 15:6, dice que "'Abraham creyó en Dios y le fue tomado en cuenta por justicia' y fue llamado amigo de Dios". (Sant 2:23) O sea que Dios se había convertido en amigo de Abrahán. Y no es necesario mencionar que se convirtiría en Padre de los que pusieran fe en Él, y más tarde, en el de los que pusieran fe en su Hijo Jesucristo: "Yo seré su padre, y él será mi hijo". (2 Sam 7:14)

Por las palabras de Jesús en Mateo 12:50 y Juan 8:42-44, queda clarísimo que Dios no se convierte automáticamente en Padre de todo ser humano por el hecho de nacer como ser humano, como solíamos creer. Porque es claro que el pecado original nos alejó de Él hasta el grado de ser necesaria la salvación. De hecho, el apóstol Pablo explicó que para llegar a ser hijos de Dios había condiciones que cumplir. Una de ellas se entiende bien en la 2 Corintios 6:17-18, donde dice: "Salgan de en medio de ellos y apártense. No toquen nada impuro, y yo los recibiré. 'Yo seré un padre para ustedes, y ustedes serán mis hijos y mis hijas', dice el Señor Todopoderoso." De modo que Dios llegaría a convertirse en su Padre si se salían de en medio de los malvados y se apartaban y dejaban de hacer cosas impuras.

Por eso, a pesar de que unos suelen preferir la versión De Los LXX [llamada también La Septuaginta], que dice: “Yo Soy el que Soy”, es decir, que solo hace referencia a su existencia, no podemos pasar por alto a otros traductores, que incluyen en sus notas la traducción "Yo Seré el que Seré" a fin de ser consecuentes con un entendimiento más profundo, no simplemente haciendo referencia a la existencia de Dios, sino a su extraordinaria facultad de transformarse para cumplir su propósito. Dicha facultad de adaptación es característica de su personalidad y en ningún modo contradice el hecho de que es el mismo Dios adaptable que se comunicó con Moisés y después con sus muchos profetas: "Yo, el Señor, no cambio" (Malaquías 3:6).

No cambia en el sentido de ser siempre adaptable, flexible, misericordioso y sabio, no en el de ser estático, inmóvil o incapaz (lo cual sería absurdo). Por lo tanto, los que se han tomado la molestia de sustituir el nombre del Dios de la Biblia por la palabra Señor o Adonai en los miles de lugares donde siempre estuvo, en los textos más antiguos, no son los que santifican el nombre del Padre, sino aquellos que, aduciendo pretextos endebles, contradicen las instrucciones del espíritu santo, ocultándolo de la vista de los pobres de espíritu. En realidad, es una blasfemia atentar contra el espíritu santo al retirar el nombre de Dios de cada lugar donde siempre debió permanecer.

Jesús no estaría feliz de que alguien se tomara esas libertades con el nombre de su Padre. (Juan 17:26) Él nos dejó un modelo a seguir para llegar al Padre, y dicho modelo incluía revelar o dar a conocer el nombre de su Padre, no ocultarlo. "Porque la profecía no tuvo su origen en voluntad humana alguna, sino que los profetas hablaron de parte de Dios impulsados por el espíritu santo."

Por ejemplo, solamente en la profecía de Ezequiel, por citar un ejemplo, aparece nada menos que DECENAS DE VECES la promesa: “Tendrán que saber que yo soy Jehová”. Por lo tanto, sería por demás ridículo argumentar que el nombre de Dios no es importante o que no debe pronunciarse, o en el mejor de los casos, que debería substituirse por Elohim o Señor. (Y ciertamente haré que la conducta relajada cese de la tierra, y todas las mujeres tendrán que dejarse corregir, para que no hagan según la conducta relajada de ustedes. Y ellos tienen que traer sobre ustedes su conducta relajada, y ustedes llevarán los pecados de sus ídolos estercolizos; y tendrán que saber que yo soy el Señor Soberano Jehová’” (Ezequiel 23:48-49)

Nosotros no somos supersticiosos, sino cristianos que reconocemos que el nombre del Padre debe ser santificado aun a costa de la vida. Entendemos que en las versiones más antiguas del Salmo 118:26 dice Jehová, no Señor, Dios ni Elohim. Por tanto, cuando Jesús citó el Salmo 118:26 en Mateo 23:39 no pudo haber dicho nada sino Yahweh o Jehová, que era el nombre del Dios de los judíos. Damos por sentado que nuestro Señor no se sintió en ningún momento manipulado por la presión social que solían imponer al pueblo los escribas y fariseos, sobre todo teniendo en cuenta que su misión principal era santificar el nombre del Padre. Lejos estaría de nosotros decir que su nombre no es importante, como hacen algunos blasfemos.

Jehová dijo al Faraón de la antigüedad: ‘En realidad, por esta causa te he mantenido vivo hasta hoy, para que veas mi poder y para que mi nombre sea declarado en toda la tierra. (Exodo 9:16) De modo que el propósito de Dios era -y es- que su nombre sea declarado, difundido y santificado en toda la tierra, no escondido, disimulado, tergiversado, ni mucho menos, blasfemado.

El mismo razonamiento aplicaría en todos los casos en que usáramos Yahweh, Yahvé, Yavé, Iehová, Yahuwa, Yahuah, Yahwuéh, Yehuah, Jehovah, Jehová u otra forma lingüística parecida a pesar de que algunas traducciones de la Biblia arranquen del registro su santo nombre teniendo como pretexto de que la pronunciación no se halla en las versiones que ellos han consultado. (Apocalipsis 4:8) ¡Cuánto le alegra al Diablo que muchos consideren que pronunciar el nombre de Dios es un error!

Por eso lamentamos que se considere ofensiva la pronunciación del nombre de Dios. Pero nada más se debe a que no han amado dicho nombre y no han investigado lo suficiente como para discernir por qué ciertos líderes religiosos se esfuerzan por ocultar el Nombre, tanto en sus traducciones de la Biblia como en sus sermones. Avergonzarse de usar el nombre de Dios o el de su Hijo Jesucristo no es una inclinación impulsada por el espíritu santo, el cual más bien infunde valor y coraje. (Marcos 8:38; 2 Timoteo 1:7)

La principal finalidad de la vida y obra de Cristo fue santificar el nombre de su Padre. ¡Cuán absurdo decir que ahora que Su nombre no es importante o que deberíamos callar, ocultar o reemplazar dicho nombre! ¡No sería ese en cambio el propósito de Satanás, el enemigo de Dios?

Traducciones que usan el nombre de Jehová o Yahveh

En la versión Torres Amat el nombre Jehová aparece en el Salmo 82:19 (83:18) y en Isaías 42:8, pero dice “Adonai” en Éxodo 6:3. En casi todo otro caso, reemplaza el nombre de Dios por “Señor”.

La Versión Moderna usa Jehová en todo el Antiguo Testamento y en una nota sobre Hebreos 1:10.

En La Biblia al Día, Jehová figura en Génesis 22:14, Éxodo 3:15, 6:3 y 17:15, Jueces 6:24 y Ezequiel 48:35. Pero no lo emplean en los demás lugares en que debería.

La Traducción de Felipe Scío de San Miguel contiene una nota sobre Éxodo 6:3 donce dice: “Jehovah [...] El nombre Adonai no se debe tomar en su propia significación, que es Señor, sino como está en el hebreo יהוה [...] Era tan grande la veneración que le profesaban, considerándole como el propio y esencial de Dios, y como la raíz y fundamento de los otros nombres del Señor, que solamente el Sumo Pontífice solía pronunciarlo públicamente cuando bendecía al pueblo en el templo [...] Después de la ruina del templo, cesó enteramente de pronunciarse, y así se olvidó su primitiva y verdadera pronunciación; de donde se originó la variedad de opiniones, que hay en esta parte entre los Expositores”. En esta versión también se usa el nombre Jehovah en notas sobre otros textos.

The Catholic Enciclopedia de 1913, tomo VIII, pág. 329, dice: “Jehová es el nombre propio de Dios en el Antiguo Testamento; por consiguiente los judíos lo llamaban El Nombre por excelencia, el Gran Nombre, el Único Nombre”. ¿Por qué usaban el nombre de Dios en sus Biblias en ese tiempo los católicos pero después dejaron de usarlo?

La versión de Levoratti-Trusso dice, en una nota sobre Génesis 4:26 “‘El Señor’: siguiendo una costumbre judía, algunas versiones antiguas y modernas de la Biblia sustituyen con esta expresión el nombre del Dios de Israel […] Hacia el siglo IV antes de Cristo los Judíos dejaron de pronunciar ese nombre y lo sustituyeron por Adonai, “el Señor”. De allí que sea difícil saber cómo se lo pronunciaba realmente aunque varios indicios sugieren que la pronunciación correcta es Yahvé”.

En la Biblia de Jerusalén (católica) el Tetragrámaton יהוה se traduce Yahveh a partir de Génesis 2:4, el primer lugar donde aparece.

En la versión del Nuevo Mundo, el nombre Jehová aparece más de 7.000 veces.

La versión Cantera-Iglesias usa Yahveh en muchos lugares seguido por “Elohim”.

En la versión Reina-Valera, Jehová aparece por todo el Antiguo Testamento.

En la versión Emphatic Diaglott, de Wilson, Jehovah figura en Mateo 21:9, citando el Salmo 118:26, y en otros 17 lugares en su traducción al inglés del Nuevo Testamento.

El Nuevo Testamento, de Besson, muestra el nombre Jehová más de 100 veces.

En la nueva traducción de las Santas Escrituras según el Texto Masorético, versión en inglés por la Sociedad de Publicaciones Judías de América, aparece el Tetragrámaton hebreo יהוה en Éxodo 6:3.

La Nueva Biblia Latinoamérica muestra el nombre Yavé por todo el Antiguo Testamento Hebreo, y en una nota al pie de Éxodo 3:15 dice que allí los judíos modificaron Yavé por Yehovah.

La Versión Popular no utiliza el nombre, pero en una nota al pie de Éxodo 6:2 explica que se tomaron la libertad de cambiar el Tetragrámaton (יהוה) por la expresión “EL SEÑOR” siguiendo las tradiciones judía y cristiana.

En conclusión, no somos los únicos que usamos el nombre de Dios. Muchos han reconocido que el nombre de Dios, ya sea que lo pronuncien Yahveh, Yavé, Jehová, Jehovi o según el acento regional que se le haya dado durante los pasados siglos en su localidad, debe ser restaurado al lugar que le correspondía en el texto original, y poner a un lado las absurdas supersticiones e interpretaciones que causaron que lo quitaran del lugar que se dio a sí mismo por inspiración del espíritu santo. (Éxodo 3:15)

Creemos que no existe mayor ofensa contra Dios que suprimir u ocultar su santo nombre. (Génesis 2:4) Si alguien ha tergiversado los asuntos, no hemos sido nosotros. Por eso, si se nos pregunta: “¿Por qué usan el nombre Jehová y no Señor?”, más bien nosotros respondemos: “¿Por qué mejor no le preguntan a su pastor por qué usa Señor y no Jehová (o Yahveh), en los pasajes donde claramente se puede verificar que debería decir Jehová (o Yahveh)?”.

¿Pronunciaba Jesús el nombre de su Padre en público?

En el tiempo de Jesús se consideraba irrespetuoso pronunciar el nombre de Dios en voz alta. Por muchos siglos cierta superstición había dominado el modo de pensar de los guías religiosos. Habían interpretado de manera incorrecta y exagerada el mandamiento de la ley de Moisés, que decía: "No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano, porque Jehová no considerará inocente al que tome su nombre en vano." (Ëxodo 20:7) Y Levítico 22:32, que dice: "No profanéis mi santo nombre, para que yo sea santificado en medio de los hijos de Israel. Yo soy Jehová, que os santifico".

Pero hay una diferencia abismal entre "tomar Su nombre en vano" y "no pronunciarlo en absoluto", y entre no profanarlo y no decirlo. El nombre o reputación de Dios debía tratarse con sumo respeto y cariño, tal como un hijo hablaría bien de su padre y haría cosas que lo honraran ante los demás. De hecho, la Biblia dice que "[un] hijo sabio alegra a su padre, pero el necio acarrea tristeza a su madre". (Proverbios 10:1) ¿Qué pensaríamos de un hijo que jamás mencionara el nombre de su padre? ¿Diríamos que 'se nota que lo ama mucho'? ¡Difícilmente! Pero ¿qué pensaríamos si siempre está hablando de él y mencionando su nombre? Entonces, no quedaría duda de que lo ama entrañablemente. ¿No es cierto?

Por eso, para discernir si Jesús solía pronunciar en voz alta y en público el nombre de su Padre cuando enseñaba la verdad de las buenas nuevas del Reino, tenemos que considerar que:

Jesús enseñó a sus discípulos a santificar el nombre de su Padre. Esa era la cosa de mayor importancia para él, por lo cual debían ponerlo en primer lugar entre los asuntos que mencionaran en sus oraciones. (Mateo 6:9)

Jesús no era supersticioso. De hecho, tenía una personalidad sólidamente curtida en la Palabra de Dios, no en las tradiciones ni supersticiones de los hombres. (Mateo 15:3-8) Él no iba a sacrificar su responsabilidad de hacer lo correcto ante su Padre por defender una tradición humana que no tenía ningún asidero en la Ley de Moisés. (Éxodo 3:15)

Jesús no se dejaba intimidar. Aunque Jesús respetaba a las autoridades debido a su investidura, no se dejaba intimidar por ningún hombre ni demonio, y por tanto, no se dejaba manipular ni sacudir por la presión social. (Mateo 22:16; Jeremías 17:5; Proverbios 29:25; Juan 14:30)

De ello se desprende que él no pudo haberse dejado llevar por la presión social de aquellos tiempos y sentir miedo de pronunciar en voz alta el nombre de su Padre. Jesús no era alguien que se sentía corto ni manipulado por sus oyentes, por muy influyentes que fueran sus enemigos a los ojos de los hombres. De hecho, había venido a la tierra a santificar el nombre del Padre y a dar su vida por ello. No hubiera cumplido su cometido si se hubiera sentido corto de pronunciarlo en público, y sus discípulos tampoco hubieran cumplido el suyo si hubiesen preferido apegarse a las tradiciones en vez de hacer lo que era correcto. (Mateo 6:9-10)

También se desprende que es importante pronunciar el nombre de Dios a fin de diferenciarlo de los muchos dioses que la humanidad ha inventado a través de los tiempos. (Hechos de Apóstoles 17:29-31)

Un ejemplo puede ayudarnos a entender. Si conociéramos a un amigo llamado "Pedro", ¿acaso modificaría la personalidad de Pedro, o crearía una falsa imagen de él, o los que lo conociéramos tendríamos dificultad para reconocerlo, si un alemán pronunciara su nombre como "Peta" o un inglés le dijera "Píter", u otra persona lo llamara "Petros" o "Pedrín"? Sabemos que está refiriéndose al "Pedro" que conocemos. Sin embargo, sería diferente o confuso si lo llamaran "Alberto", "Hombre" o "Abogado", porque no corresponde con nada que se relacione con "Pedro".

Igualmente, el Dios de la Biblia es el Dios de los hebreos. (Éxodo 16:11-12) Jesús mismo dijo que su Padre era el Dios de los hebreos y que la salvación, es decir, el representante de la salvación, el Mesías prometido, provendría del linaje hebreo. (Juan 8:54; Juan 4:22) Eso no dejaba margen para que llamaran a Dios simplemente "Dios" o "Señor", porque sabemos que los adoradores de otros dioses suelen llamar "Dios" o "Señor" a sus dioses. Eso no hubiera diferenciado al Dios de los hebreos de los demás llamados Dios. (1 Corintios 8:4-6

No es un secreto que los que no creen en Jesucristo ni en Jehová también suelen llamar "Dios", "Señor" y "Padre" a sus entidades religiosas. Por eso no es válido el argumento de que "ni el nombre de Dios ni su pronunciación son importantes, ya que Jesús dijo que solo había que llamarlo Padre". Podíamos llarmarlo "Padre", "Dios" y "Señor", pero nunca fue cierto que sus disípulos lo hicieran a costa de ocultar, reemplazar o soslayar su nombre.

Si ese hubiera sido el caso, Jesús nunca hubiera dicho: "Santificado sea tu nombre" (Mat 6:9) ni "les he dado a conocer tu nombre" (Juan 17:26). Hubiera dicho: "Santificado sea tu título" y "les he dado a conocer tu posición". En esos casos, Jesús estaba refiriéndose al nombre propio de su Padre, el Dios de los hebreos, no a uno de los de los filisteos, cananeos, romanos, griegos, egipcios, asirios, babilonios, que tenían muchas deidades. (Éxodo 3:15).

Los escribas y líderes religiosos que originalmente reemplazaron el nombre de Dios en la adoración cotidiana y lo relegaron a un uso esporádico y solo por boca del Sumo Sacerdote, se excedieron en sus atribuciones y originaron una tradición que no tenía asidero en la Ley de Moisés. Esa sí fue una gran falta de respeto. Por eso, lejos de defender tal postura estrecha de miras, a Jesús le hubiera parecido una actitud muy irreverente dejarse llevar por una superstición solo para satisfacer a la mayoría.

Los diccionarios suelen definir la superstición como una creencia extraña que contradice el razonamiento o como una valoración exagerada respecto de un asunto. ¿Nos imaginamos a Jesús con miedo de pronunciar el nombre de Dios? ¡Al contrario! ¡Para eso había venido. (Juan 1:18)

Por eso, aunque en aquellos tiempos se esperaría que todo lector público de los Santos Escritos continuara respetando la tradición, reemplazando el Tetragrama por las palabras "Elohim" o "Adonai" cada vez que sus ojos pasaran sobre la grafía del nombre de Dios, debió impresionar mucho a sus oyentes "cuando se le dio el libro del profeta Isaías y, habiendo abierto el libro, halló el lugar donde está escrito: "El espíritu de YHWH está sobre mí, porque me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón [...]". (Lucas 4:17-18) Porque seguramente Jesús leyó "Yahveh" o algo similar, y no "Elohim", "Kyrios" ni "Adonai".

No era que Jesús reemplazara caprichosamente "Señor" o "Dios" por "Yahveh" o "Jehová", sino que el pasaje que estaba leyendo era Isaías 61:1, donde la grafía del nombre de Dios aparecía claramente. Jesús no se dejaría llevar por la presión social de "la mayoría" diciendo "Señor" o "Kyrios" para evitar la desaprobación de los hombres por atreverse pronunciar el nombre santo de su Padre, el Dios Todopoderoso. En tal sentido, Jesús despreció la vergüenza. (Hebreos 12:2)

Actualmente, algunas traducciones de la Biblia usan "Señor" o "Dios" en el pasaje de Lucas 4:17, pero la verdad es que ningún lector sincero de la Biblia creería que Lucas se dejara arrastrar por una superstición ni por la presión social de los líderes religiosos de la época modificando Isaías 61:1 solo para satisfacer a quienes interpretaron mal el tercer mandamiento de la Ley de Moisés. (Éxodo 20:7) Además, hubiera violado el principio cristiano de santificar el nombre de Dios. (Juan 17:26) Como ya hemos explicado, "Kyrios", "Adonai", "Elohim", "Señor" y "Dios" no son nombres.

Todo el contexto de la Biblia señala claramente al hecho de que la voluntad de Dios era que se diera amplia difusión a su nombre "Yahveh", "Jehová" o como se lo pronunciara en el idioma de cada localidad. Los cristanos deberían referirse no a cualquier divinidad, sino al Dios de los judíos. (Éxodo 9:16; Romanos 9:17; Juan 8:54; Hechos de Apóstoles 14:15)

Si uno escribiera un libro en el que no quisiera que su nombre o perfil se conociera, no lo pondría. Así de simple. Pero esa no es la tónica de la Biblica con respecto al nombre de Dios. Por ejemplo, el nombre de Dios se vierte en la mayoría de los libros de la Biblia. Solo por citar unos cuantos ejemplos: En Éxodo, Números e Isaías hay más de 400 menciones cada uno;en Deuteronomio, más de 500; en Salmos y Jeremías, más de 700 cada uno.

Hay quienes dicen que el nombre de Dios no debería estar en el Nuevo Testamento porque allí no se lo menciona. Pero los estudiosos sinceros saben que eso solo es cierto si se tiene como única referencia una Biblia acomodada, una en que los traductores, aferrándose a la tradición y no a la Palabra de Dios, retiraron el nombre de Dios y escribieron "Kyrios", "Adonaí" o "Elohim" ("Señor") para reemplazarlo en abierta violación de las instrucciones apostólicas. El problema surgió cuando a falta de versiones más antiguas los traductores tradujeron directamente de copias contaminadas con dicho punto de vista.

Hay quienes han supuesto que el nombre de Dios comenzó a pronunciarse en la Edad Media, pero tenemos razones de peso para suponer que el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, no se dejaría llevar por ninguna superstición ni por el temor al qué dirán cuando se puso de pie en la sinagoga para leer Isaías 61:1.

Él debió de leer con valentía el pasaje tal como debía leerse desde el punto de vista de Dios: "El espíritu de Jehová, el Señor, está sobre mí, porque Jehová me ha ungido. Me ha enviado a predicar buenas noticias a los pobres, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel". (Isa 61:1) Jesús, el Verbo hecho carne, no pudo haber seguido la tradición supersticiosa de pasar por alto el Nombre y sustituirlo por ninguna otra palabra. Eso hubiera sido inconcebible desde su punto de vista, ya que todo el espíritu de la ley indicaba honrar y santificar el nombre de Dios. Además, sabemos que él enseñó a sus discípulos a no ceder al temor al hombre. Ellos habían sido seleccionados por él para continuar con su obra, una obra que implicaba dar a conocer el nombre de Dios con valentía. (Juan 17:26))

Por eso Lucas debió de seguir la misma línea imitando el ejemplo de su maestro y de los apóstoles nombrados por él. No debemos imaginarnos que haya cedido al temor a los líderes religiosos y haya escrito originalmente "Elohim", "Adonai" ni "Kyrios" en dicho pasaje de su evangelio. Él debió de escribir la grafía o nombre que correspondía a lo que probablemente se pronunciaba "Yavé", "Jehová" o algo parecido. Y lo mismo podríamos decir si comparamos todos los pasajes del Nuevo Testamento donde se hace referencia a escritos o refrencias de la Ley y los Profetas.

Para muestra, un botón. Observemos solo algunos pasajes del Antiguo Testamento que algunos traductores vertieron en el Nuevo Testamento siguiendo la tradición de borrar, ocultar o sustituir el nombre de Dios:
Salmos 118:26 con Mateo 23:39
Salmos 110:1 con Hechos de Apóstoles 2:34-35
Isaías 40:3 con Mateo 3:3 y Marcos 1:3
Deuteronomio 8:3 con Mateo 4:4
Deuteronomio 6:16 con Mateo 4:7
Deuteronomio 5:9 con Mateo 4:10
Deuteronomio 23:21 con Mateo 5:33
Salmos 118:22-23 con Mateo 21:42
Deuteronomio 6:5 con Mateo 22:37-38
Isaías 1:9 con Marcos 13:20
Éxodo 6:7 con Lucas 1:16 y Juan 8:54
Un estudio paciente de las Escrituras permite a cada quien sacar sus propias conclusiones y darse cuenta de que nadie tuvo jamás el derecho de retirar el nombre de Dios de los lugares donde legítimamente correspondía y sustituirlo por "Señor" o "Dios" u otra denominación, confundiendo al lector sincero. Eso no cumplió el propósito de Dios, sino del Diablo, quien siempre fue el primer interesado no solo en borrar de la mente de las personas el nombre de Jehová, sino su reputación y todo lo que esta significaba, y de erigirse a sí mismo como guía de la humanidad. (Génesis 3:1-5)

Es cierto que en muchos lugares aparecen las palabras "Dios" y "Señor", pero no nos referimos a los lugares donde legítima y originalmente el escriba anotó "Dios" o "Señor", sino a los lugares donde aparecía el Tetragrama pero fue sustituido por "Dios", "Señor", "Kyrios", "Elohim" o "Adonai".

Por eso, todo aquel que se precie de santificar el nombre de Dios debe imitar el ejemplo de Jesús y dejar de temer al hombre. Su obligación moral ante el Crador de los cielos y la tierra es la de restaurar Su nombre a los lugares que legítimamente le corresponde en las Escrituras. ¿Qué pondrá en primer lugar? ¿La Palabra inspirada de Dios o una superstición, que dio lugar a que se blasfemara borrando de muchos lugares de la Biblia el santo nombre de Dios? La obligación moral ante el Creador consiste en anteponer Su Palabra y verdaderamente cumplir las intrucciones plasmadas en Mateo 6:9, Apocalipsis 22:18-19 y Proverbios 30:5-6.

Ponte por un instante en el lugar de Dios. ¿Qué sentirías si visitaras la oficina de Registro Públicos de tu ciudad para solicitarles una copia de tu certificado de nacimiento, pero te dijeran que tu nombre no aparece en él porque un representante lo retiró hace muchos años sustituyéndolo por "el niño" porque no sabían cómo se pronunciaba tu nombre? ¿Dirías: "Ah, ya, me parece muy bien. Fue una buena decisión"? ¡De ninguna manera! Inmediatamente iniciarías una acción legal contra el ayuntamiento y exigirías que se haga una rectificación y tu nombre fuese restablecido al lugar que por ley le corresponde. ¿Sí o no? Pues eso mismo hizo Dios con todos aquellos que se habían esforzado por borrar su nombre de las Escrituras y tratarlo como letras que no tenían mayor importancia.

Cuando llegue el juicio final, nadie podrá engañar a Dios argumentando: "Es que borramos tu nombre para que nadie lo ensuciara pronunciándolo mal". ¡Qué cosa! Dios nunca dijo: "Quiten mi nombre para que nadie lo pronuncie mal". Eso no dice la Biblia, sino todo lo contrario. Los que llevarán la peor parte serán los que hayan llevado la delantera enseñando a otros que el nombre no es importante. A ver qué les responderá Jesucristo, quien murió por santificar dicho nombre. (Mateo 7:21-23)

Una parábola que explica por excelencia la importancia de hacer lo que Dios dice, y no lo que nos parece bien desde un punto de vista personal, es la del amo que encargó ciertas responsabilidades a sus sirvientes, pero a uno de ellos le dio miedo y le pareció mejor hacer otra cosa suponiendo que el amo le diría: "¡Bien hecho!". El resultado demostró claramente que en realidad tal hombre no conocía bien al amo:

"El reino de los cielos es como un hombre que, yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. El que recibió cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo el que recibió dos, ganó también otros dos. Pero el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo regresó el señor de aquellos siervos y arregló cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y trajo otros cinco talentos, diciendo: 'Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos'. Su señor le dijo: 'Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor'. Se acercó también el que había recibido dos talentos y dijo: 'Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos'. Su señor le dijo: 'Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor'. Entonces, acercándose también el que había recibido un talento, le dijo: 'Señor, sabía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Pero tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que te pertence'. Respondiendo su señor, le dijo: 'Eres un siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré y que recojo donde no esparcí. Debiste haber dado mi dinero a los banqueros y, al venir yo, hubiera recibido lo que es mío además de los intereses. ¡¡Quitadle, pues, el talento y dadlo al que tiene diez!! Porque al que tiene, le será dado y ganará más; pero al que no tiene, hasta lo que tenga le será quitado. Y a este siervo inútil echadlo en las tinieblas de afuera, donde llorará y le crujirán los dientes'. (Mateo 25:14-30)

Siguiendo el mismo principio, si Dios indicó claramente en su Ley que su nombre debiera considerarse santo, nadie debió sentirse envalentonado a borrarlo, ocultarlo, quitarlo, sustituirlo ni mucho menos considerarlo como de poca importancia. Jesucristo enseñó que lo correcto sería santificarlo. Por eso, lo llamamos "Yavé", "Yahveh" o "Jehová", que se refiere al Dios de Moisés. (Éxodo 3:15; Números 14:23)
"¿Hasta cuándo, Dios, nos acosará el enemigo,
y ha de blasfemar perpetuamente contra tu nombre?"

Salmos 74:10

¿Se descubrirá algún día cómo se pronunciaba realmente el Nombre?
Felizmente, sí. El mismísimo fundamento de la doctrina cristiana señala al futuro, a un tiempo maravilloso llamado "el Reino de los Cielos", en el que todas las cosas serán restauradas. (1 Juan 3:8)

Eso significa que los que han fallecido víctimas del pecado volverán a la vida en el paraíso recobrado gracias el poder del espíritu de Dios mediante la resurrección, ¡que no es otra cosa que revivir! El paraíso se perdió por el pecado de Adán y Eva, pero Jesucristo prometió que habría una regeneración o restauración de todas las cosas, incluido por supuesto el paraíso (Isaías 26:19; Mateo 19:28-29; Lucas 19:10; Lucas 23:43; Juan 11:23-26; Hechos de Apóstoles 24:15)

Cuando el milagro de la resurrección tenga lugar en el último día conforme a las promesas de Cristo, se llenarán todos los vacíos históricos y se corregirán todas las inexactitudes. Los hombres justos de la antigúedad no solo nos dirán exactamente cómo pronunciaban YHWH, sino cuándo, dónde, cómo y por qué pasaron de respetarlo a dejar de pronunciarlo por completo. Entonces habrá quedado resuelto este enigma histórico, muy probablemente promovido por enemigos de Dios que intentaron infructuosamente que nadie lo recordara. (Jeremías 23:27-28; Proverbios 19:21)

Mientras tanto, no lo ocultemos ni reemplacemos. Usémoslo con las formas lingüísticas que se han usado por más tiempo, imitando el valor de nuestro Señor Jesucristo, quien dio la vida por su Padre y por la humanidad. Él no se va a ofender porque nuestra pronunciación no sea perfecta, tal como un Padre amoroso no se ofende cuando su hijo de corta edad no puede pronunciar perfectamente su nombre. ¡Al contrario! Se regocija con sus balbuceos.

Pero definitvamente llamará a cuentas a su debido tiempo a todos aquellos que hayan pasado por alto irrespetuosamente su Ley ocultando su nombre, reemplazándolo con títulos que no lo glorifican, o simplemente borrándolo de la Biblia; y a quienes se hayan burlado de quienes lo defendieron con la vida. (Ezequiel 36:21)
"Entonces los que temieron a Jehová hablaron entre sí.
Y Jehová escuchó y oyó, y comenzó a escribir un memorial ante Él
con los nombres de quienes temieron a Jehová y honraron su nombre."

Malaquías 3:16
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