Los cristianos entienden que Jesús sacrificó su vida en primer lugar para restablecer el buen nombre de su Padre, que su pueblo había difamado con su conducta crasa (Romanos 2:24), y en segundo lugar, para recuperar a la humanidad de las garras de la muerte. (Romanos 5:12) Gracias a su sacrificio podemos obtener el perdón de Dios mediante fe.
Por eso la Biblia dice que debemos perdonar a otros como quisiéramos que Dios nos perdone a nosotros. Si no lo hacemos, nuestros pecados permanecen, y el sacrificio de Cristo no los cubre. Jesucristo lo dejó en claro, y los apóstoles lo registraron en los evangelios, por ejemplo, en Mateo 6:12, 14.
Sin embargo, en otra ocasión Jesús advirtió que había cierto tipo de pecado que no podía ser perdonado, el pecado contra el espíritu santo. ¿En qué consistía? El apóstol Pablo lo explica detalladamente en su epístola A Los Hebreos (10:26-29). Allí dice: ‘Si después de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no queda sacrificio alguno por nuestros pecados. Sólo queda una horrible expectativa de condenación, fuego ardiente que devorará a los enemigos de Dios. Porque antes, cualquiera que rechazaba la ley de Moisés moría irremediablemente por el testimonio de dos o tres testigos. Pero ¿cuánto mayor castigo piensan ustedes que merece el que ha pisotea al Hijo de Dios y profana la sangre del pacto por la cual ha sido santificado, y que de esa manera ha insultado al Espíritu de bondad inmerecida?'.
En otras palabras, pecar contra el espíritu santo consiste pecar y no arrepentirse genuinamente, a pesar de reconocer uno la voluntad de Dios, y es tan grave que se dice que no hay manera de que el sacrificio de Cristo lo borre. Judas pecó contra el espíritu santo porque reconoció plenamente que Jesús era justo y hacía y enseñaba la voluntad de Dios. De hecho, había estado en el grupo íntimo del Maestro durante más de tres años. (Mateo 27:4)
Caín pecó contra el espíritu santo porque no solo agredió mortalmente a su hermano a pesar de reconocer perfectamente que su hermano estaba obrando de acuerdo a la voluntad de Dios, sino que negó descaradamente haber cometido falta alguna. (Génesis 4:9)
Los líderes religiosos que arrestaron a Jesús y lo entregaron a las autoridades romanas, hasta votando por su ejecución, incitando al pueblo para que pidiera en cambio la liberación de Barrabás, pecaron contra el espíritu santo porque no solo reconocían plenamente que Jesús enseñaba la verdad de las buenas nuevas del reino de Dios, sino que no les importaba en lo mínimo el haber atentado contra la vida de un justo. (Marcos 12:13-14; Mateo 27:4)
Igualmente ocurre hoy. Cualquiera que cometa un pecado puede recibir perdón de parte de Dios si se arrepiente sinceramente. Lamentablemente, quien no se arrepiente, sino que continúa en sus trece y hace del pecado una forma de vivir, no puede recibir perdón de Dios porque su actitud persistente en el pecado demuestra que no se ha arrepentido, lo cual siempre fue, es y será un requisito para recibir el perdón de Dios. (1 Jn 2:1-2; 3:4-8; Hechos 2:38)
¿Se puede pecar impunemente?
No. En ningún caso. Desde Génesis hasta Apocalipsis, no existe nada en la Biblia que dé pie para arribar a la conclusión de que se puede pecar sin que haya consecuencias para el pecador. Las leyes universales de Dios son inmutables. Ni siquiera Él mismo las pasa por alto. Por eso no perdonó a Adán y Eva, sino que permitió que las consecuencias de su pecado se ejecutaran en su caso y murieran tal como Él les había advertido. (Génesis 2:16-17; Gálatas 6:7-9)
Por otro lado, entonces, ¿bastaría con reconocer uno abiertamente su pecado, confesándolo ante toda la congregación y esperando que todos se den por enterados y lo perdonen a uno? No es tan fácil. Dios no toma ningún pecado a la ligera, como vimos en el caso de los pecadores que mencionamos anteriormente. Ni siquiera un dicho ocioso quedará impune. (Mateo 12:36-37) Los pecados deben manejarse conforme a la voluntad de Dios expresada en su Palabra la Biblia. Veamos algunos detalles.
Si bien es cierto Jesús murió, resucitó, ascendió a los cielos y se sentó a la diestra del Padre, los apóstoles lo reconocieron como cabeza de la congregación. (Efesios 1:22; Colosenses 1:18; Hebreos 7:24) La congregación cristiana actual no está acéfala. No es anárquica, como si Jesús estuviera tan lejos que no estuviera viendo nada, sino todo lo contrario. (Apocalipsis 2:23)
Por eso, los pecados no pueden atenderse ni manejarse como uno quisiera, sino conforme a la voluntad de Dios. La Ley de Dios no tiene vacíos legales ni deja dudas respecto a la importancia de mantenernos alejados de sus márgenes, como ocurre con las leyes del hombre. Los abogados suelen sacar el mejor partido a los vacíos legales a fin de ganar sus pleitos, y se van hasta los límites con tal de defender a sus clientes. Pero Dios no es así.
Jesús no solo condenó los hechos malos, sino las tendencias del corazón que podían llevar a cometer una maldad: ‘Oyeron que se dijo a nuestros antepasados: "No debes asesinar; y el que cometa un asesinato responderá ante el tribunal de justicia". Pero les digo que cualquiera que siga molesto con su hermano responderá ante el tribunal.’ (Mateo 5:21-22; 27-28) Así dio tanta o más importancia a las motivaciones que a los pecados consumados. (Mateo 15:18)
Jesús estaba consciente de lo que estaba escrito en Jeremías 17:9: ”El corazón es más traicionero que cualquier otra cosa, y es desesperado. ¿Quién puede conocerlo? Yo, Jehová, estoy escudriñando el corazón, examinando los riñones, aun para dar a cada uno conforme a sus caminos, conforme al fruto de sus tratos”. Sabía que uno mismo no podía hacerse cargo de su propio corazón, sino que tenía que confiar en Dios y someterse voluntariamente.
Por eso Santiago explicó cómo debía manejarse el pecado en caso de que alguien enfermara espiritualmente. No dijo: "Cuéntenselo a todos, y si todos lo perdonan, Dios también lo perdona". Esa sería una blasfemia, porque la Biblia en ningún lugar da pie para interpretar así este asunto. Santiago dijo: '¿Hay alguno enfermo entre ustedes? Que llame a los ancianos de la congregación, y que ellos oren sobre él, untándo[lo] con aceite en el nombre de Jehová. Y la oración de fe sanará al indispuesto, y Jehová lo levantará. También, si hubiera cometido pecados, se le perdonará'. (Santiago 5:14-15)
De modo que no eran todos los hermanos de la congregación los que atendían a un enfermo espiritual, sino los ancianos. Ellos, como hermanos espiritualmente maduros estaban en la debida posición para atender el asunto. ¿Por qué tenía que ser así? Porque individualmente los cristianos no habían recibido autoridad para juzgar a sus hermanos. (Romanos 14:13) Debían evaluar cuidadosamente si el pecado cometido era o no de la clase de pecado que podía perdonarse. Porque de lo contrario, tenían que indicar a todos que evitaran contaminarse por medio de frecuentar socialmente al pecador. El apóstol Pablo fue muy específico en este asunto al redactar el principio que se muestra en su Primera A Los Corintios, capítulo 5, versículo 3: “Remuevan al [hombre] inicuo de entre ustedes”.
Así la Biblia deja en claro que un pecador arrepentido debía ser perdonado amorosamente por todos, es decir, todos debían exhibir su tolerancia; pero, por otro lado, un pecador no arrepentido debía ser evitado por todos. No había tolerancia en tal caso. Pero en todo caso, no era el propio pecador quien maniobra los asuntos astutamente para que pareciera que Dios lo había perdonado, a fin de seguir en la congregación, sino los hermanos mayores o ancianos, quienes en representación de todos dictaminaban el juicio que le correspondería. (Mateo 16:19; Tito 1:5)
Por lo tanto, toda congregación debía recibir la supervisión de ancianos entrenados en la ley del Cristo, tal como en la antigüedad Dios había capacitado y comisionado a Moisés, y este, a hombres capacitados del pueblo de Israel para que juzgaran en representación suya (Éxodo 18:21-23), y estos debían ser quienes, en representación de Jesús y de toda la congregación, debían juzgar al pecador siguiendo los lineamientos específicos de la Palabra de Dios para estos casos. (Hechos 14:23)
Orden en la congregación
Según se muestra en 1 Corintios 11:34, las congregaciones debían marchar en orden, no desordenadamente, como ocurre entre los demonios. (1 Corintios 14:33; Santiago 3:16 Y para lograrlo, todos debían reconocer la autoridad de Jesucristo. Pero, ¿cómo? Él había resucitado y se había ido al cielo.
Jesús no los desamparó. Él dio les dos cosas para que todo marchara conforme a la voluntad de Dios: 1) el espíritu santo paráclito (Juan 14:16-17; 16:13) y 2) el mayordomo fiel y discreto que, en representación suya impartiría todas las instrucciones necesarias para alcanzar los objetivos relacionados con las buenas nuevas del reino. (Lucas 12:42
Por lo tanto, para proceder conforme a la voluntad de Dios, tu pastor no tenía que divulgar su pecado, lo cual pudo causar tropiezo a los demás (Romanos 14:13; 2 Corintios 6:3-4, sino agachar la cabeza y ponerse a derecho confesándolo a los hermanos mayores o ancianos, quienes estarían en la debida posición para establecer el tipo de pecado en particular y prestarle la asistencia espiritual necesaria para abandonarlo. (Hebreos 12:13)
Contar su pecado a todos, y que todos lo pasen por alto basándose en la tradición del ‘pobrecito, todos somos humanos’, sería una salida fácil para algo que Dios dice que está mal.
Pero ¿en verdad está mal fumar?
La Biblia no habla del acto de fumar, ni tampoco dice cuán larga deben ser las faldas de las hermanas, ni cuán largo deberían llevar el cabello los varones, pero sí contiene principios guiadores que permiten establecer todos los asuntos. Anteriormente dijimos que no hay vacíos legales en la ley de Dios. Es cierto que hay un margen relacionado con la conciencia, decisiones que Dios permite que tomemos a nuestro buen entender, según nuestro propio libre albedrío, pero también es cierto que no deja lugar a dudas respecto a lo que es un pecado.
Hasta hace algunos años se discutía el hecho de que fumar cigarrillos de tabaco causaba cáncer, y las compañías de cigarrillos se resistían a poner en sus envases una advertencia diciendo que fumar era dañino. Además, la constitución política de los países generalmente contenía una cláusula que indicaba que el Estado debía proteger a sus ciudadanos. ¿Cómo podía un gobierno autorizar la venta de cigarrillos y al mismo tiempo reconocer que causaba daño? De tal manera, intereses creados confabularon para continuar con su consumo. Pero eso no convertía en bueno lo malo.
Actualmente nadie discute que el cigarrillo es adictivo y es también la causa de millones de muertes prematuras. De hecho, se lo considera una droga socialmente aceptada. Y ¿cuál es la palabra que se usa en griego para las drogas? ¡”pharmakía” o “Droguería”! ¿Y qué dice la Biblia sobre la “pharmakía” o “droguería”? En Gálatas 5:20-21 dice que 'las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien, y son: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje, idolatría y brujería [pharmakía]; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.'
Sí, la traducción al español de la palabra "pharmakía" es "brujería", "artes mágicas", "magia" y "espiritismo", y en los escritos apostólicos se la pone en el mismo nivel que la fornicación y la idolatría, pecados que en la Biblia se consideran graves. También se traduce igualmente esta palabra en Apocalipsis 9:21. Es interesante mencionar que muchos chamanes y brujos fuman profusamente en sus rituales.
Fumar no solo contamina el cuerpo y perjudica la salud del fumador, sino la de los que perciben el humo de su cigarrillo. Fumar manifiesta una gran falta de respeto por la vida. Además, contiene nicotina, una droga que produce adicción y esclaviza. La Biblia dice explícitamente que los “drogueros” o que practican la "pharmakía" no pueden tener la aprobación de Cristo ni de Dios. Está claro que los que fuman no están haciendo la voluntad de Dios, ya que se trata de algo equiparable a la idolatría, un pecado grave ante Él.
Está claro que, según la Biblia, uno no puede perdonarse a sí mismo sus pecados. Tampoco puede toda la congregación en conjunto perdonar ningún pecado basándose simplemente en las emociones o la simpatía. Por lo contrario, eso significaría complicidad o responsabilidad de comunidad, y toda la congregación estaría en pecado por seguir juntándose con un pecador que no estuviera verdaderamente arrepentido.
Si el pecador quiere recibir perdón de Dios, necesariamente tiene que obrar conforme al derecho divino. Si se trata de una falta leve, puede acercarse en oración, pedir perdón y esperar que Dios le haga ver que ha pasado por alto su pecado. Pero si se trata de una falta grave, debe presentarse ante los ancianos [es decir, ante los hombres espiritualmente sanos que estén en posición de juzgar] para que en nombre de Cristo determinen su situación y vean si puede ser perdonado por todos o no. No es cuestión de admitirlo abiertamente y seguir con su vida.
Perdonar cuando no se debe perdonar, y no perdonar cuando se debe perdonar, son faltas igualmente serias. Pero de todos modos, desde el momento en que el pecador ha confesado abiertamente que ha estado pecando gravemente, y aunque hubiera base para creer que Dios lo ha perdonado, habría perdido automáticamente su condición de intachable, requisito bíblico para ser pastor de cualquier iglesia. (1 Timoteo 3:7; Tito 1:7-9) Por conciencia, debería dimitir. Si no lo hace, y no ha abandonado su pecado, podría quedar incurso en el pecado contra el espíritu santo, atrayendo la ira de Dios contra toda la congregación, por no haber puesto coto al asunto.
Por eso la Biblia dice que debemos perdonar a otros como quisiéramos que Dios nos perdone a nosotros. Si no lo hacemos, nuestros pecados permanecen, y el sacrificio de Cristo no los cubre. Jesucristo lo dejó en claro, y los apóstoles lo registraron en los evangelios, por ejemplo, en Mateo 6:12, 14.
Sin embargo, en otra ocasión Jesús advirtió que había cierto tipo de pecado que no podía ser perdonado, el pecado contra el espíritu santo. ¿En qué consistía? El apóstol Pablo lo explica detalladamente en su epístola A Los Hebreos (10:26-29). Allí dice: ‘Si después de recibir el conocimiento de la verdad pecamos obstinadamente, ya no queda sacrificio alguno por nuestros pecados. Sólo queda una horrible expectativa de condenación, fuego ardiente que devorará a los enemigos de Dios. Porque antes, cualquiera que rechazaba la ley de Moisés moría irremediablemente por el testimonio de dos o tres testigos. Pero ¿cuánto mayor castigo piensan ustedes que merece el que ha pisotea al Hijo de Dios y profana la sangre del pacto por la cual ha sido santificado, y que de esa manera ha insultado al Espíritu de bondad inmerecida?'.
En otras palabras, pecar contra el espíritu santo consiste pecar y no arrepentirse genuinamente, a pesar de reconocer uno la voluntad de Dios, y es tan grave que se dice que no hay manera de que el sacrificio de Cristo lo borre. Judas pecó contra el espíritu santo porque reconoció plenamente que Jesús era justo y hacía y enseñaba la voluntad de Dios. De hecho, había estado en el grupo íntimo del Maestro durante más de tres años. (Mateo 27:4)
Caín pecó contra el espíritu santo porque no solo agredió mortalmente a su hermano a pesar de reconocer perfectamente que su hermano estaba obrando de acuerdo a la voluntad de Dios, sino que negó descaradamente haber cometido falta alguna. (Génesis 4:9)
Los líderes religiosos que arrestaron a Jesús y lo entregaron a las autoridades romanas, hasta votando por su ejecución, incitando al pueblo para que pidiera en cambio la liberación de Barrabás, pecaron contra el espíritu santo porque no solo reconocían plenamente que Jesús enseñaba la verdad de las buenas nuevas del reino de Dios, sino que no les importaba en lo mínimo el haber atentado contra la vida de un justo. (Marcos 12:13-14; Mateo 27:4)
Igualmente ocurre hoy. Cualquiera que cometa un pecado puede recibir perdón de parte de Dios si se arrepiente sinceramente. Lamentablemente, quien no se arrepiente, sino que continúa en sus trece y hace del pecado una forma de vivir, no puede recibir perdón de Dios porque su actitud persistente en el pecado demuestra que no se ha arrepentido, lo cual siempre fue, es y será un requisito para recibir el perdón de Dios. (1 Jn 2:1-2; 3:4-8; Hechos 2:38)
¿Se puede pecar impunemente?
No. En ningún caso. Desde Génesis hasta Apocalipsis, no existe nada en la Biblia que dé pie para arribar a la conclusión de que se puede pecar sin que haya consecuencias para el pecador. Las leyes universales de Dios son inmutables. Ni siquiera Él mismo las pasa por alto. Por eso no perdonó a Adán y Eva, sino que permitió que las consecuencias de su pecado se ejecutaran en su caso y murieran tal como Él les había advertido. (Génesis 2:16-17; Gálatas 6:7-9)
Por otro lado, entonces, ¿bastaría con reconocer uno abiertamente su pecado, confesándolo ante toda la congregación y esperando que todos se den por enterados y lo perdonen a uno? No es tan fácil. Dios no toma ningún pecado a la ligera, como vimos en el caso de los pecadores que mencionamos anteriormente. Ni siquiera un dicho ocioso quedará impune. (Mateo 12:36-37) Los pecados deben manejarse conforme a la voluntad de Dios expresada en su Palabra la Biblia. Veamos algunos detalles.
Si bien es cierto Jesús murió, resucitó, ascendió a los cielos y se sentó a la diestra del Padre, los apóstoles lo reconocieron como cabeza de la congregación. (Efesios 1:22; Colosenses 1:18; Hebreos 7:24) La congregación cristiana actual no está acéfala. No es anárquica, como si Jesús estuviera tan lejos que no estuviera viendo nada, sino todo lo contrario. (Apocalipsis 2:23)
Por eso, los pecados no pueden atenderse ni manejarse como uno quisiera, sino conforme a la voluntad de Dios. La Ley de Dios no tiene vacíos legales ni deja dudas respecto a la importancia de mantenernos alejados de sus márgenes, como ocurre con las leyes del hombre. Los abogados suelen sacar el mejor partido a los vacíos legales a fin de ganar sus pleitos, y se van hasta los límites con tal de defender a sus clientes. Pero Dios no es así.
Jesús no solo condenó los hechos malos, sino las tendencias del corazón que podían llevar a cometer una maldad: ‘Oyeron que se dijo a nuestros antepasados: "No debes asesinar; y el que cometa un asesinato responderá ante el tribunal de justicia". Pero les digo que cualquiera que siga molesto con su hermano responderá ante el tribunal.’ (Mateo 5:21-22; 27-28) Así dio tanta o más importancia a las motivaciones que a los pecados consumados. (Mateo 15:18)
Jesús estaba consciente de lo que estaba escrito en Jeremías 17:9: ”El corazón es más traicionero que cualquier otra cosa, y es desesperado. ¿Quién puede conocerlo? Yo, Jehová, estoy escudriñando el corazón, examinando los riñones, aun para dar a cada uno conforme a sus caminos, conforme al fruto de sus tratos”. Sabía que uno mismo no podía hacerse cargo de su propio corazón, sino que tenía que confiar en Dios y someterse voluntariamente.
Por eso Santiago explicó cómo debía manejarse el pecado en caso de que alguien enfermara espiritualmente. No dijo: "Cuéntenselo a todos, y si todos lo perdonan, Dios también lo perdona". Esa sería una blasfemia, porque la Biblia en ningún lugar da pie para interpretar así este asunto. Santiago dijo: '¿Hay alguno enfermo entre ustedes? Que llame a los ancianos de la congregación, y que ellos oren sobre él, untándo[lo] con aceite en el nombre de Jehová. Y la oración de fe sanará al indispuesto, y Jehová lo levantará. También, si hubiera cometido pecados, se le perdonará'. (Santiago 5:14-15)
De modo que no eran todos los hermanos de la congregación los que atendían a un enfermo espiritual, sino los ancianos. Ellos, como hermanos espiritualmente maduros estaban en la debida posición para atender el asunto. ¿Por qué tenía que ser así? Porque individualmente los cristianos no habían recibido autoridad para juzgar a sus hermanos. (Romanos 14:13) Debían evaluar cuidadosamente si el pecado cometido era o no de la clase de pecado que podía perdonarse. Porque de lo contrario, tenían que indicar a todos que evitaran contaminarse por medio de frecuentar socialmente al pecador. El apóstol Pablo fue muy específico en este asunto al redactar el principio que se muestra en su Primera A Los Corintios, capítulo 5, versículo 3: “Remuevan al [hombre] inicuo de entre ustedes”.
Así la Biblia deja en claro que un pecador arrepentido debía ser perdonado amorosamente por todos, es decir, todos debían exhibir su tolerancia; pero, por otro lado, un pecador no arrepentido debía ser evitado por todos. No había tolerancia en tal caso. Pero en todo caso, no era el propio pecador quien maniobra los asuntos astutamente para que pareciera que Dios lo había perdonado, a fin de seguir en la congregación, sino los hermanos mayores o ancianos, quienes en representación de todos dictaminaban el juicio que le correspondería. (Mateo 16:19; Tito 1:5)
Por lo tanto, toda congregación debía recibir la supervisión de ancianos entrenados en la ley del Cristo, tal como en la antigüedad Dios había capacitado y comisionado a Moisés, y este, a hombres capacitados del pueblo de Israel para que juzgaran en representación suya (Éxodo 18:21-23), y estos debían ser quienes, en representación de Jesús y de toda la congregación, debían juzgar al pecador siguiendo los lineamientos específicos de la Palabra de Dios para estos casos. (Hechos 14:23)
Orden en la congregación
Según se muestra en 1 Corintios 11:34, las congregaciones debían marchar en orden, no desordenadamente, como ocurre entre los demonios. (1 Corintios 14:33; Santiago 3:16 Y para lograrlo, todos debían reconocer la autoridad de Jesucristo. Pero, ¿cómo? Él había resucitado y se había ido al cielo.
Jesús no los desamparó. Él dio les dos cosas para que todo marchara conforme a la voluntad de Dios: 1) el espíritu santo paráclito (Juan 14:16-17; 16:13) y 2) el mayordomo fiel y discreto que, en representación suya impartiría todas las instrucciones necesarias para alcanzar los objetivos relacionados con las buenas nuevas del reino. (Lucas 12:42
Por lo tanto, para proceder conforme a la voluntad de Dios, tu pastor no tenía que divulgar su pecado, lo cual pudo causar tropiezo a los demás (Romanos 14:13; 2 Corintios 6:3-4, sino agachar la cabeza y ponerse a derecho confesándolo a los hermanos mayores o ancianos, quienes estarían en la debida posición para establecer el tipo de pecado en particular y prestarle la asistencia espiritual necesaria para abandonarlo. (Hebreos 12:13)
Contar su pecado a todos, y que todos lo pasen por alto basándose en la tradición del ‘pobrecito, todos somos humanos’, sería una salida fácil para algo que Dios dice que está mal.
Pero ¿en verdad está mal fumar?
La Biblia no habla del acto de fumar, ni tampoco dice cuán larga deben ser las faldas de las hermanas, ni cuán largo deberían llevar el cabello los varones, pero sí contiene principios guiadores que permiten establecer todos los asuntos. Anteriormente dijimos que no hay vacíos legales en la ley de Dios. Es cierto que hay un margen relacionado con la conciencia, decisiones que Dios permite que tomemos a nuestro buen entender, según nuestro propio libre albedrío, pero también es cierto que no deja lugar a dudas respecto a lo que es un pecado.
Hasta hace algunos años se discutía el hecho de que fumar cigarrillos de tabaco causaba cáncer, y las compañías de cigarrillos se resistían a poner en sus envases una advertencia diciendo que fumar era dañino. Además, la constitución política de los países generalmente contenía una cláusula que indicaba que el Estado debía proteger a sus ciudadanos. ¿Cómo podía un gobierno autorizar la venta de cigarrillos y al mismo tiempo reconocer que causaba daño? De tal manera, intereses creados confabularon para continuar con su consumo. Pero eso no convertía en bueno lo malo.
Actualmente nadie discute que el cigarrillo es adictivo y es también la causa de millones de muertes prematuras. De hecho, se lo considera una droga socialmente aceptada. Y ¿cuál es la palabra que se usa en griego para las drogas? ¡”pharmakía” o “Droguería”! ¿Y qué dice la Biblia sobre la “pharmakía” o “droguería”? En Gálatas 5:20-21 dice que 'las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien, y son: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje, idolatría y brujería [pharmakía]; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.'
Sí, la traducción al español de la palabra "pharmakía" es "brujería", "artes mágicas", "magia" y "espiritismo", y en los escritos apostólicos se la pone en el mismo nivel que la fornicación y la idolatría, pecados que en la Biblia se consideran graves. También se traduce igualmente esta palabra en Apocalipsis 9:21. Es interesante mencionar que muchos chamanes y brujos fuman profusamente en sus rituales.
Fumar no solo contamina el cuerpo y perjudica la salud del fumador, sino la de los que perciben el humo de su cigarrillo. Fumar manifiesta una gran falta de respeto por la vida. Además, contiene nicotina, una droga que produce adicción y esclaviza. La Biblia dice explícitamente que los “drogueros” o que practican la "pharmakía" no pueden tener la aprobación de Cristo ni de Dios. Está claro que los que fuman no están haciendo la voluntad de Dios, ya que se trata de algo equiparable a la idolatría, un pecado grave ante Él.
Está claro que, según la Biblia, uno no puede perdonarse a sí mismo sus pecados. Tampoco puede toda la congregación en conjunto perdonar ningún pecado basándose simplemente en las emociones o la simpatía. Por lo contrario, eso significaría complicidad o responsabilidad de comunidad, y toda la congregación estaría en pecado por seguir juntándose con un pecador que no estuviera verdaderamente arrepentido.
Si el pecador quiere recibir perdón de Dios, necesariamente tiene que obrar conforme al derecho divino. Si se trata de una falta leve, puede acercarse en oración, pedir perdón y esperar que Dios le haga ver que ha pasado por alto su pecado. Pero si se trata de una falta grave, debe presentarse ante los ancianos [es decir, ante los hombres espiritualmente sanos que estén en posición de juzgar] para que en nombre de Cristo determinen su situación y vean si puede ser perdonado por todos o no. No es cuestión de admitirlo abiertamente y seguir con su vida.
Perdonar cuando no se debe perdonar, y no perdonar cuando se debe perdonar, son faltas igualmente serias. Pero de todos modos, desde el momento en que el pecador ha confesado abiertamente que ha estado pecando gravemente, y aunque hubiera base para creer que Dios lo ha perdonado, habría perdido automáticamente su condición de intachable, requisito bíblico para ser pastor de cualquier iglesia. (1 Timoteo 3:7; Tito 1:7-9) Por conciencia, debería dimitir. Si no lo hace, y no ha abandonado su pecado, podría quedar incurso en el pecado contra el espíritu santo, atrayendo la ira de Dios contra toda la congregación, por no haber puesto coto al asunto.