¿Existe Dios?

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A lo largo de las páginas de la Biblia se entreteje claramente un llamado a la meditación profunda sobre lo que ésta llama la verdad, y siempre relaciona dicha actividad reflexiva con el conocimiento de Dios.

Leyendo la Biblia una y otra vez, la profundidad de sus significados y definiciones quedan evidentes, de manera parecida a lo que seguramente siente un buzo de profundidad a medida que se hunde por primera vez en los insondables abismos del océano. Va percibiendo diferentes paisajes, una variada flora y fauna que jamás había visto y niveles de corrientes maritimas que fluyen en direcciones a veces opuestas, además de un intimidante aumento de la presión atmosférica. 

Un buzo experimentado y estudioso sabe que la presión en el fondo del lugar más profundo del mar puede alcanzar más de mil veces la que hay en la superficie, ¡a razón de aproximadamente una tonelada por centímetro cuadrado! En comparación, la presión que soporta la columna de un edificio es de tan solo unos pocos cientos de kilos por metro cuadrado.

Debe lidiar sabiamente con una aumentante presión a medida que desciende. Solo los submarinos diseñados científicamente pueden soportar condiciones tan fuertes. ¿Cómo es posible que allí abajo medren innumerables criaturas vivientes? ¿Qué tienen ellas que no tenemos nosotros para vivir en ese entorno?

Es el conocimiento y la experiencia que el buzo gana durante toda su carrera lo que le permite lidiar con los desafíos de las profundidades y los cambios de presión. De no estar familiarizado con las leyes físicas que dominan el océano tendría pocas probabilidades de emerger con vida..

Lo mismo podemos decir de los montañistas. Tienen que estudiar, investigar y practicar mucho para atreverse a ascender a grandes altitudes, ya sea que lo hagan con equipo o a manos libres. El Everest, la montaña más elevada de la tierra, ha cobrado la vida de cientos.

Así es. El viento, la humedad, la profundidad, la altura, la presión atmosférica, el conocimiento, la sabiduría, el buen juicio y otras variables que entran en el cuadro nos recuerdan constantemente nuestra pequeñez en comparación con el universo. No es cosa es de juego.

Desde los astronautas hasta unos simples acróbatas de circo tienen que poner esto en su corazón: Cualquiera que simplemente confíe en sí mismo y en sus ideas como única base para atreverse a juzgar y desafiar las leyes físicas lo podría pagar con la vida. 

Eso de que "el cielo es el límite", "retroceder, nunca, rendirse, jamás" son ideas muy interesantes para las películas de Hollywood, pero no tienen cabida en la exploración responsable. A veces, hay que cambiar de punto de vista, de procedimiento, de decisión y de actitud, como muy bien lo saben los que llegan a la cima, los que descienden a un abismo, los que viajan hacia las estrellas y todos los que alcanzan sus metas en la vida.

Basta ver una gran persecución en una super autopista para reconocer que, sin importar cuán lejos termine, cuánto tiempo dure, cuán peligrosa sea, cuán famosa llegue a ser o cuán grande sea la fantasía de creer que todo saldrá bien a pesar de desafiar todas las normas de tránsito, llegará un final, una conclusión y un enfrentamiento con la realidad. 

Con el conocimiento y la sabiduría de Dios ocurre lo mismo. A medida que uno profundiza su lectura y estudio de la Biblia aprende que debe lidiar con nuevos enfoques, contextos, descubrimientos arqueológicos, el cumplimiento de profecías y, sobre todo, con fuerzas poderosas que se ocultan tras los fracasos de la humanidad alejada de Dios. Es cuando surge la pregunta sobre el origen de todo: "¿Cómo es posible que Dios exista si no tuvo principio?".

Cierto maestro preguntó de manera despectiva a uno de sus estudiantes delante de toda la clase: "Si Dios creó al hombre, ¿quién creó a Dios?". El estudiante respondió: "Si el universo creó al hombre, ¿quién creó el universo?". El maestro dijo: "No respondió mi pregunta", y el estudiante dijo: "Y usted no respondió la mía". Entonces el maestro le pidió que saliera de la sala y que no regresara hasta traerle la respuesta. Mejor le hubiera preguntado: "Le contesto si usted me dice si existe el número más grande o el número más chico"? El maestro le habría respondido : "No existe. Es infinito". Si es infinito, ¿cómo sucede que existe?

La Biblia dice que Dios existe desde la eternidad hasta la eternidad, o sea, que no tuvo principio ni tendrá fin. ¿Pero acaso puede existir algo que no tuvo comienzo, o alguien que no tuvo nacimiento?

No tener una respuesta para todo asunto que se nos ocurra no significa que las respuestas no existan. Y no todas las respuestas que recibimos son fáciles de entender. De hecho, todo gran matemático sabe que hay respuestas que no solo son muy difíciles de encontrar o explicar, sino aparentemente imposibles de discernir.

A sus 33 años de edad, cuando todavía no estaban disponibles las computadoras personales, el brillante matemático británico John Horton Conway dio a conocer su "Juego de la vida", o simplemente "Life", un juego algorítmico que inventó y llamó así precisamente porque mostraba desconcertantes resultados. Introducía un dato, y el juego se desarrollaba solo. En apariencia, por tiempo indefinido.

Aunque en teoría las matemáticas nunca fallan, muchas cosas todavía no pueden entenderse ni siquiera aplicando los más sofisticados conocimientos matemáticos que la humanidad ha descubierto. Internet está repleto de enigmas y acertijos para todos los gustos.

Por ejemplo, un matemático podría preguntar a su auditorio: "¿Podría 1+1 ser igual a 3, o que 1+1 sea igual a 1?". Quizás muchos queden desconcertados, sin saber qué responder. O tal vez haya alguien que sea atreva a salir al frente y desarrollar algún trinomio o subterfugio que responda la pregunta. Pero si muchos no fueron capaces de responder una pregunta sencilla, ¿acaso serían capaces de resolver la ecuación, o estar a la altura de entender una explicacion matemática muy elaborada? ¡Menos!

Preguntas de esa clase pueden hacer tambalear a cualquiera. Pero aunque no tendría trascendencia si solo se tratara de reaccionar ante un subterfugio matemático, cuando se cuestiona a Dios, podría hacer tambalear la fe de uno que no ha logrado  entender lo que significa la expresión "desde la eternidad hasta la eternidad". Y, si no podemos entenderlo, tampoco podremos responderlo. Quizás lleguemos a la conclusión de que mucho menos podremos aceptarlo. Pero ¿realmente no es posible entenderlo?

Recordemos que no siempre tendremos una respuesta para todo asunto que se nos ocurra, y que no tener una respuesta a flor de labios no significa que las respuestas no existan. Sobre todo, tengamos presente que no todas las respuestas que encontremos serán fáciles de entender. En otras palabras, "no entender" no significa "no existe", aunque demoremos una eternidad. Por tanto, ignorar es permisible y excusable en tanto no obtengamos la respuesta; pero ignorar nunca será excusable si se presenta la respuesta y decidimos ignorarla. No podemos decir que algo tiene un grave defecto si no hemos entendido plenamente cómo hacerlo funcionar.

Uno de los resultados o efectos de estudiar la Biblia con reflexión y honradez es que también nos ayuda a desarrollar la capacidad para discernir, una cualidad divina que permite percibir las diferencias y llegar a conclusiones correctas. El "Juego de la vida" fue diseñado por un cerebro humano que aplicó discernimiento matemático avanzado, no por un cerebro humano perfecto. Nuestro cerebro está en constante desarrollo. 

El Creador no pudo menos que aplicar sofisticadas e inmutables leyes físicas para establecer, poner en funcionamiento y dar mantenimiento a los diversos sistemas de cosas, y es su prerrogativa darnos a conocer sus secretos. (Deuteronomio 29:29)

Conway falleció de Covid-19 en 2020, pero su discernimiento quedó plasmado en descubrimientos que servirán a la humanidad de manera invaluable por toda la eternidad, al igual que aquel juego autosostenible que ideó, que para jugarlo solo se necesitaban dos reglas matemáticas. Él no inventó las matemáticas, pero descubrió incontables maneras de aplicarla. De hecho, Georg Cantor (1845-1918) descubrió que el concepto matemático "infinito" era mucho más complicado de lo que parecía.

En cierta escuela de un país de idiosincrasia predominantemente atea, la maestra preguntó a los niños: "¿Podemos ver a Dios?", y todos los niños dijeron: "¡Noooo!". Entonces concluyó: "Es porque Dios no existe". Sin embargo, cierta niña preguntó a la maestra: "Maestra, ¿puedo preguntar algo?", y la maestra le dijo: "¿Cuál es tu pregunta?". La niña se puso de pie y preguntó: "A ver niños, ¿pueden ver el cerebro de la maestra?". Todos respondieron: "¡Noooo!", y entonces añadió: "Entonces, la maestra no tiene cerebro".

El discernimiento no solo nos evita el lazo de seguir paradigmas absurdos, tradiciones alejadas de la verdad y errores y dogmas que terminan engañándonos. También nos ayuda a responder preguntas que de otro modo nos dejarían perplejos.

Por ejemplo, si fuimos a la escuela, aprendimos los números: ...1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8... etc. Y al seguir aprendiendo, descubrimos que los números también se podían contar hacia atrás, como ...-1, -2, -3, -4, -5, -6, -7, -8... (que después averiguamos que los matemáticos lo denominaron "la recta real [o numérica]").

Ese nuevo enfoque nos abrió la mente a una forma de pensar más profunda sobre los números, la materia prima de las matemáticas, una ciencia que ha trascendido, trasciende y trascenderá el tiempo, a la humanidad y a sus culturas. Nosotros no hemos inventado las matemáticas. Los científicos concuerdan en que todo el universo se rige por leyes físicas muy estrictas que pueden interpretarse con matemáticas. Las matemáticas y las leyes físicas existían antes de la existencia de la humanidad.

Así descubrimos que el número más grande nunca existió. Porque siempre se puede añadir uno, y que el número más pequeño tampoco existe, porque siempre se puede restar uno. No importa cuántos ceros tenga una cifra, siempre podremos añadir uno. El número más grande no existe, y el número más pequeño tampoco.

Así surgió la interrogante: "Si el número más grande no existe, y el número más pequeño tampoco (porque siempre se pueden añadir o quitar números), ¿cómo es posible que los números existan?".

Es bueno tener interrogantes porque estimulan a investigar a fin de hallar respuestas, y estas conducen a más descubrimientos. En 1666, a los 23 años de edad, Isaac Newton disfrutaba experimentando con las matemáticas mientras cumplía con una cuarentena obligatoria en su casa debido a la peste bubónica. Pero lo que para entonces era tristeza, para Newton fue alegría. ¡Gestó el descubrimiento de la famosa Ley de Gravitación Universal!

De modo que el discernimiento nos abre de par en par las puertas del descubrimiento de verdades en las que no habíamos reparado. Por ejemplo: el hecho de que los números no tengan principio ni fin no significa que no existan.

Esa gran verdad y el darnos cuenta de que el ser humano no inventó los números ni las matemáticas ni las leyes naturales, sino que solo las descubrió, nos permite percibir que los números reflejan la sabiduría del Creador, y nos ayudan a entender muchas cosas que estuvieron escondidas por miles de años.

Al igual que los números que existen aunque no tienen principio ni fin, Dios tampoco tuvo principio ni nunca tendrá fin. Es desde la eternidad hasta la eternidad. Si podemos entender que los números existen a pesar de no tener principio ni fin, ¿por qué a algunos les cuesta creer que Dios no tiene principio ni fin? 

El discernimiento nos ayuda a comprender cosas que nadie puede negar: que los números existen aunque no tienen principio ni fin. Son y siempre serán desde la eternidad hasta la eternidad.

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