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"Y colgaron a Amán en la horca que éste había preparado para Mardoqueo." -Ester 7:10
Si Amán construyó una horca para colgar a Mardoqueo, ¿cómo es que terminó él mismo siendo colgado en ella? ¿Quién fue Amán, y quién fue Mardoqueo? De eso hablaremos más adelante. Primero veamos el caso de Saulo de Tarso, un implacable perseguidor de las buenas nuevas.
Unos tres años después de que se sentenciara a muerte a Jesucristo, Saulo aparece de repente en el registro de los Hechos de los Apóstoles como un celoso perseguidor de la iglesia primitiva, exhibiendo cartas que lo facultaban legalmente para arrestar y llevar bajo custodia a Jerusalén a cualquiera que perteneciera a la llamada "Secta del Camino" [o "Secta de los Nazarenos"]. (Hechos de Apóstoles 9:1-2) Saulo era un hebreo descendiente de hebreos, de la tribu de Benjamín, y fariseo ejemplar de la estirpe de Israel, era reconocido por sus correligionarios como una persona intachable desde el punto de vista legal, ad hoc para lograr su cometido de aplastar a sus molestos enemigos. (Filipenses 3:4-6)
Estaba determinado a llevar a prisión tanto a varones como a mujeres y aniquilar lo que él consideraba un movimiento asqueroso compuesto por la gente más despreciable del nivel social más bajo. Le disgustaba enormemente que esa gentuza promoviera costumbres extrañas por toda la tierra habitada. Según él, estaban profanando la Ley, el templo y las tradiciones de los antepasados. No percibía que la prosperidad espiritual de lo que él consideraba "esa gentuza" era, precisamente, una evidencia clara de la aprobación de Dios. (Hechos de Apóstoles 8:3)
Una interpretación personal de los asuntos, sumada al celo que sentía por lo que se le había enseñado desde niño, lo motivó a tratarlos atrozmente, invadiendo casa por casa y sacando a rastras a sus ocupantes para conducirlos a los tribunales judíos. De hecho, todos los días respiraba amenaza contra ellos. No soportaba que diseminaran el mensaje del tal llamado Reino de Cristo ni que lograran tanto éxito en tan poco tiempo. No reconocía la manifestación del espíritu santo, es decir, el éxito que el espíritu santo estaba otorgando a quienes él consideraba sus enemigos. Las pruebas eran innegables, pero él se aferraba a una equivocada manera de enfocar los asuntos. En otras palabras, estaba ciego. (Mateo 6:22-23; Romanos 10:2)
Ahora vivimos en el siglo 21 y podemos razonar que, a la luz de la Declaración Universal de Derechos Humanos, aunque los que pertenecían a esa secta hubiesen estado equivocados, Saulo no tenía ningún derecho de arrasar con ellos, como si no tuvieran los mismos derechos que él para decidir o escoger la forma como deseaban adorar a Dios. Su ego se había inflado tanto que se había convertido en odio, y aquel desprecio irracional le hizo suponer que nadie tenía derecho a escoger su religión. ¡¡Tenían que ser aplastados, aniquilados y borrados del mapa!! Según Saulo, él decidía quién podía entrar y salir de su religión. Lamentablemente, en ese tiempo, Saulo y otros como él no entendían el principio de los Derechos Humanos.
Seguramente, en su fuero interno, no podía creer que un movimiento tan nuevo fuera tan prolífico, es decir, que se propagara tan rápido, tan lejos y tan organizadamente. Aunque se sentía orgulloso de su respaldo cultural y del elevado nivel educativo que había logrado en la vida, era un insulto a su inteligencia ver que hasta algunos hombres y mujeres de la alta sociedad se hubieran unido a aquella causa, incluso algunos sacerdotes y escribas que toda su vida habían sido ejemplares devotos y tradicionalistas celosos.
La recién formada iglesia aumentaba impresionantemente día tras día, por miles, a medida que las personas oían las buenas nuevas. (Hechos de los Apóstoles 2:41; Hechos de los Apóstoles 4:4) Saulo seguía alimentando en su corazón una profunda furia contra cualquiera que apoyara a los cristianos. Pero ¿había investigado las profecías para evaluar lo que Jehová, el Dios a quien él afirmaba adorar, pensaba de todo aquello? ¿O simplemente estaba reaccionando basándose en el "qué dirán", en la tradición y en el prejuicio de sus lideres religiosos, quienes veían amenazada su influencia ante el gobierno? (Juan 11:47-48)
Si se permitía que continuaran difundiendo la verdad, ¿terminarían despertando el interés de las autoridades hasta el punto de que ordenaran una investigación exhaustiva de los asuntos religiosos, algo que llevara a destapar algunas cosas tapadas que los líderes religiosos seguramente habían estado escondiendo impunemente durante mucho tiempo? Si no les cerraban la boca, los líderes religiosos perderían su poderosa influencia y terminarían buscando trabajo en otra parte para mantenerse a sí mismos, o quizás acabarían en prisión ¡o hasta condenados a muerte! Había que detenerlos, cerrarles la boca, quitarlos de en medio, sofocar el movimiento y salvar el pellejo a como diera lugar.
Sin embargo, es digo de nota que los que estaban levantando polvo no eran los del Camino, que actuaban pacífica y discretamente, con buenos modales, sino sus perseguidores. Saulo y otros como él eran quienes estaban haciendo el escándalo. Por un lado decía que venía de parte de Dios, pero violaba los Derechos Humanos aplastando el libre albedrío de otros. Él no tenía ningún derecho de decirles a los demás lo que debían o no debían oír. Cada persona era libre de tomar una decisión al respecto. Pero para él esa no era una opción válida. Tenía que imponerse usando la fuerza, la violencia, la tortura y, si fuese necesario, hasta el asesinato. ¿Era eso realmente algo que Dios le había mandado hacer? ¡Claro que no! Estaba excediéndose largamente en sus atribuciones y usurpando la jurisdicción de Dios.
En su celo equivocado no estaba percatándose de que estaba peleando contra Dios mismo, y que Él muy pronto tomaría cartas en el asunto para enseñarle una lección de respeto. (Hechos de los Apóstoles 26:12-15) ¡Dios le haría darse cuenta de que solo estaba dándose cabezazos y no conseguiría nada de lo que se había propuesto! Solo era cuestión de tiempo para darse en la cara con la verdad. Tenía sus días contados. (Isaías 14:26-27) Si no recapacitaba, se iría no solo al infierno, sino al lago que arde con fuego y azufre.
Ningún juez justo condenaría a inocentes sin tener suficientes elementos de juicio. Para contar con dichos elementos tendría que basarse en los resultados de una exhaustiva investigación fiscal. Por lo tanto, antes de acusar, perseguir, demandar y juzgar a los hermanos exigiría que se nombrara a expertos que buscaran indicios que respaldaran las acusaciones y, de ser necesario, levantar cada piedra para ver lo que había debajo, lo cual por supuesto implicaría levantar las piedras que mantuviera ocultas el demandante. Los jueces saben por experiencia que a veces el acusador es el culpable, pero solo está levantando una cortina de humo para tratar de condenar al inocente.
De modo que, sin darse cuenta, al acusar a sus enemigos, Pablo estaba excitando a las autoridades a investigar también al lado acusador, para ver si realmente tenían base para condenar a los demandados. La investigación arrojaría luz sobre ciertas actividades fraudulentas que se estaban llevando a cabo contra las autoridades y contra la sociedad. ¿Quién estaba mintiendo realmente? Pronto todo quedaría descubierto como la luz del día. (Mateo 10:26)
En otras palabras, el perseguidor terminaría siendo investigado a fondo, igual como éste quería que se hiciera con el acusado, lo cual podría voltearle la torta y terminar con una acusación fiscal él mismo. ¿Hay antecedentes de que eso haya ocurrido en el pasado? ¡Ciertamente! Un interesante caso es el de Amán, hijo de Hamedata, el agaguita. ¿Quién fue Hamán, y cómo nos ayudaría su caso a entender cómo a veces pueden revertirse las circunstancias para el perseguidor? Más adelante lo veremos. Pero antes dejemos que el bravo Saulo con características de lobo nos cuente cómo llegó a convertirse en una tierna ovejita del Señor Jesucristo. (Juan 21:16)
La verdad que desarmó a Saulo
El registro de los Hechos de los Apóstoles dice que en medio de la persecución, de repente, Saulo recibió una visión de parte del Señor Jesucristo y escuchó unas palabras que lo dejaron pasmado por varios días. Dejemos que él mismo diga cómo ocurrió:
- "Hermanos y padres, escuchen lo que hoy diré en mi defensa". Al oír que hablaba en hebreo, el silencio se hizo aún más profundo. Pablo prosiguió: "Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero me he criado en esta ciudad y he sido iniciado a los pies de Gamaliel en la estricta observancia de la Ley de nuestros padres. Estaba lleno de celo por Dios, como ustedes lo están ahora. Perseguí a muerte a los que seguían este Camino, llevando encadenados a la prisión a hombres y mujeres; el Sumo Sacerdote y el Consejo de los ancianos son testigos de esto. Ellos mismos me dieron cartas para los hermanos de Damasco, y yo me dirigí allá con el propósito de traer encadenados a Jerusalén a los que encontrara en esa ciudad, para que fueran castigados.
"En el camino y al acercarme a Damasco, hacia el mediodía, una intensa luz que venía del cielo brilló de pronto a mi alrededor. Caí en tierra y oí una voz que me decía: 'Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?'. Le respondí: '¿Quién eres, Señor?', y la voz me dijo: 'Yo soy Jesús de Nazaret, a quien estás persiguiendo'. Los que me acompañaban vieron la luz, pero no oyeron la voz. Yo le pregunté: '¿Qué debo hacer, Señor?'. Y el Señor me dijo: 'Levántate y ve a Damasco donde se te dirá lo que debes hacer'. Pero como yo no podía ver, a causa del resplandor de esa luz, los que acompañaban me llevaron de la mano hasta Damasco.
"Un hombre llamado Ananías, fiel cumplidor de la Ley, que gozaba de gran prestigio entre los judíos del lugar, vino a verme y, acercándose a mí, me dijo: 'Hermano, Saulo, recobra la vista'. Y en ese mismo instante, pude verlo. Y siguió diciándome: 'El Dios de nuestros padres te ha destinado para conocer su voluntad, para ver al Justo y escuchar su Palabra, porque tú darás testimonio ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y purifícate de tus pecados, invocando su Nombre'.
"De regreso a Jerusalén, mientras oraba en el templo, caí en éxtasis y vi al Señor que me decía: 'Retírate rápidamente de Jerusalén, porque ellos no verán con buenos ojos el testimonio que darás acerca de mí'. Entonces respondí: 'Ellos saben, Señor, que yo iba de una sinagoga a otra para encarcelar y azotar a los que creen en ti. Y saben que cuando derramaban la sangre de Esteban, tu testigo, yo también estaba presente, aprobando su muerte y cuidando la ropa de los verdugos'. Con todo, él me dijo: 'Vete, porque voy a enviarte lejos, a naciones paganas'".
Puedes leer el relato completo en la Biblia, en los Hechos de los Apóstoles 22:1-21.
Ahora las torturas y los dolores con los que Saulo había sometido a los hermanos comenzarían a afligirlo de todos lados. Ahora entendería el sufrimiento que había causado a los demás y lo mucho que Dios lo amaba. Ahora, extrañamente y por voluntad propia, el magnífico Saulo de Tarso había decidido pasarse a aquel "movimiento asqueroso" que él decía que estaba compuesto por la gente más despreciable y del nivel social más bajo, gentuza que promovía costumbres diferentes por toda la tierra habitada, que, según él, profanaban la Ley, el templo y las tradiciones de sus antepasados. Ahora predicaba las buenas nuevas con ellos y reconocía que la prosperidad espiritual de lo que él antes consideraba "gentuza" era, precisamente, una evidencia clara de la aprobación de Dios.
Pero a partir de ese momento también comenzó a ser realmente feliz y a comprender las profecías, que indicaban los tiempos en que estaba viviendo. Hasta ese momento Saulo había seguido a ciegas las instrucciones de sus líderes religiosos y había abierto los ojos y se había rendido ante la verdad. Se convirtió en el apóstol Pablo y cambió de perseguidor a perseguido.
Si Saulo estuvo alguna vez furioso de ver cuán prolíficos eran los discípulos, ahora su propia obra a favor de las buenas nuevas resultaría en una prosperidad aún mayor para la iglesia primitiva. Ninguno de los apóstoles llegó a ser conocido por escribir tantas cartas apostólicas.
Ahora sí, veamos el caso de Amán, el agaguita, y la experiencia increíble por la que pasó Mardoqueo por ser leal al Dios de la Biblia.
La estaca de Amán
- En el libro de Ester, en la Biblia, Amán aparece como un funcionario de la realeza persa, nada menos que el Primer Ministro. Corría el siglo IV antes de Cristo. Era un descendiente de Amalec, un pueblo que durante siglos había abrigado un odio mortal hacia los judíos. Todos temblaban por donde pasaba. Por orden del rey, debían arrodillarse ante él en símbolo de respeto. Era arrogante, orgulloso y se jactaba de su riqueza y de los honores reales que se le habían conferido.
Mardoqueo era un judío exiliado. Y aunque era un leal servidor del rey, era diferente a los demás judíos que se arrodillaban ante Amán, porque nunca se arrodillaba, lo cual enfurecía al funcionario. El día que se enteró de que Mardoqueo era judío, le cobró un odio aún más profundo. Tan grande llegó a ser su desprecio que su deseo de venganza lo motivó a procurar que el rey promulgara un decreto especial mediante el cual se llevara a cabo no solo la muerte de Mardoqueo, sino un genocidio de todo el pueblo judío que residía en Persia. Su argumento era que los judíos no obedecían las órdenes del rey, lo cual no era cierto. Lo que pasaba era que odiaba a Mardoqueo por no arrodillarse ante él.
Una sobrina de Mardoqueo, llamada Ester y a quien él cuidaba como a su propia hija, llegó a ser seleccionada entre muchas mujeres del reino para reemplazar a Vasti, la esposa del rey, que se había vuelto rebelde. Pero cuando fue escogida, mantuvo en secreto su ascendencia judía. Sin embargo, cuando se decretó el genocidio, Mardoqueo le dijo que había llegado el momento de descubrirse ante el rey y abogar por su pueblo. Ella tenía miedo porque podía perder la vida en el intento. Pero se armó de valor y pensó, como estrategia, invitar a su esposo y a Amán a un banquete privado.
El Primer Ministro se infló de orgullo y les contó a su esposa y amigos acerca del gran honor de haber sido el único invitado al banquete que la reina ofrecería en el castillo. Ellos le sugirieron que levantara una estaca de 22 metros de altura, y utilizara la ocasión para pedirle al rey permiso para ahorcar a Mardoqueo. ¡Qué buena idea! Parecía que aquello paliaría de alguna manera su sed de venganza.
Pero un tiempo atrás hubo un atentado contra la vida del monarca. Mardoqueo se había enterado, y fue y delató valientemente a los los oficiales de la corte que habían conspirado, salvándole la vida al rey. Sin embargo, su heroísmo no fue reconocido ni recompensado. Por eso, el espíritu de Jehová no permitió que aquella noche el rey conciliara el sueño. Dio vueltas y vueltas sobre su cama hasta que, de repente, decidió que algo no andaba bien. Su conciencia le estaba molestando por algo, pero no sabía por qué. Llamó a su secretario esa misma noche y ordenó que le leyeran de las crónicas reales. Cuando oyó el caso del atentado y del heroísmo mostrado por Mardoqueo, preguntó: "¿Y qué dieron a Mardoqueo como recompensa?". Ellos dijeron: "Nada". Mmmm, ¡eso era!
Poco después, el rey notó que alguien andaba por el pasillo, y preguntó a sus servidores: "Quién anda por allí". Le dijeron: "Amán". El rey ordenó: "Háganlo pasar". Amán había ido para pedirle al rey permiso para colgar a Mardoqueo. Pero el rey se adelantó y le preguntó: "¿Qué honra le corresponde al hombre a quien el rey desearía honrar?" Y en su orgullo Amán pensó: "¿A quién podría querer honrar más que a mí?". Así que le respondió: "Para el hombre a quien el rey desearía honrar, que se mande traer una vestidura real que el rey mismo haya usado, y un caballo en el que el rey mismo haya montado y que se le ponga en la cabeza un adorno real. La vestidura y el caballo deberán ser entregados a uno de los funcionarios más ilustres del rey, y que él mismo vista al hombre a quien el rey desee honrar. Además, deberá pasearlo a caballo por las calles de la ciudad, proclamando delante de él: '¡¡Así se trata al hombre a quien el rey desea honrar!!'".
Entonces, el rey le ordenó: "¡Pronto, Amán, toma la vestidura y el caballo, tal como sugeriste, y hazlo a Mardoqueo, el judío que está sentado a la puerta del rey. No vayas a descuidar ningún detalle de todo lo que has sugerido". Así que Amán abrió los ojos de par en par, tomó una gran bocanada de aire y vio que no le quedó más que tomar la vestidura y el caballo y vestir a Mardoqueo y llevarlo a caballo por las calles de la ciudad proclamando delante de él: "¡Así se trata al hombre a quien el rey desea honrar!".
Aparentemente, ningún otro tiro que haya salido por la culata de arma alguna tuvo tanta puntería como aquella vez. Como en el caso de Saulo, figuradamente Amán se había dado un cabezazo contra la pared. Fue tan extraño el asunto que su esposa y sus consejeros le dijeron: "Si es ante el judío Mardoqueo ante quien has comenzado a caer de esa manera, no podrás contra él. ¡Sin duda serás derrotado!". Y no acabaron de hablar cuando llegaron los encargados del rey y lo llevaron de prisa al banquete ofrecido por la reina.
El rey y Amán ahora asistieron al banquete de Ester, y al segundo día, mientras brindaban, el rey preguntó a su esposa delante de Amán: "Dime qué deseas, reina Ester, y te lo concederé. ¿Qué quieres pedirme? ¡Hasta la mitad del reino te concederé"! Y Ester le dijo: "Si realmente me he ganado el favor de Su Majestad, y si a Su Majestad le parece bien, mi deseo es que me perdone la vida, y que le perdone la vida a mi pueblo".
El rey probablemente se asombró preguntándose a sí mismo: "¿Que le perdone la vida? ¿De qué habla? ¿Acaso le hice algún daño?". Y Ester continuó: "Porque a mí y a mi pueblo se nos quiere exterminar y aniquilar. Si sólo se nos hubiera vendido como esclavos, me habría quedado callada, pues mi angustia no sería suficiente motivo para perturbar a Su Majestad. El rey le preguntó: "¿Y quién es ése que se ha atrevido a concebir semejante barbaridad? ¿Dónde está?". Amán empezó a temblar como un perro cuando Ester alzó la voz y lo señaló diciendo: "¡¡El adversario y enemigo es este miserable de Amán!!".
El rey se levantó enfurecido, dejó de beber y salió al jardín del palacio para reflexionar un poco: "¡Ester es judía! ¿Y mi Primer Ministro quiere exterminar a su pueblo, lo cual significaría aniquilar a mi esposa misma, porque la orden real no se puede cambiar? ¿Y Amán conspiró manipulándome y haciéndome firmar y sellar el decreto de exterminio? ¿Qué hice? ¡Amán es un descarado sinvergüenza!". Por eso, Amán, dándose cuenta de que el rey había decidido su fin, no acompañó al rey al jardín, sino se quedó dentro de la sala para suplicar a Ester que le perdonara la vida.
Pero al regresar del jardín a la sala del banquete ¿qué escena vio el rey? ¡Amán estaba prácticamente encima de la reina, que estaba recostada, agarrando su vestido y suplicando misericordia. Al verlo, el rey pensó que estaba tratando de aprovecharse de ella, y exclamó con furia: "¡¡Y todavía te atreves a violar a la reina en mi presencia, en mi propia casa!!". Y sus servidores cubrieron el rostro de Amán, y se lo llevaron. Y Jarboná, uno de los servidores que atendían al rey, añadió: "Hay una estaca de unos veinticinco metros de altura, en casa de Amán, que eĺ mandó construir para ahorcar a Mardoqueo, el héroe que intervino en aquella conspiración para salvar la vida del rey".
"¡¡Pronto —dijo el rey lleno de furia— llévenlo y cuélguenlo en su propia estaca." De modo que fueron y ahorcaron a Amán en la estaca que él había mandado construir para colgar a Mardoqueo. Y se aplacó la furia del rey.
Puedes leer el relato histórico completo en la Biblia, en el libro de Ester.
Si cayeras en desgracia y no pudieras pagar tus cuentas, te amenazaran con embargar todos tus bienes y dejarte en la calle, y te dijeran que la deuda es tan grande que nunca podrás pagarla, ¿qué sentirías hacia una persona que se compadeciera de ti y te diera el dinero suficiente como para honrar la deuda y liberarte de tan funestas consecuencias? ¿La mandarías al infierno, la insultarías poniéndole apodos deshonrosos y te burlarías de ella? Definitivamente, no. Ninguna persona en su sano juicio haría eso.
¿Y si sufrieras de una enfermedad incurable? ¿Qué sentirías si leyeras una noticia en la que se dice que cierto científico acaba de descubrir la cura para tan terrible mal? ¿Pasarías la página, pensando: "¡Charlatán!", y seguirías leyendo otra cosa? ¿O más bien procurarías buscar más información y verías la manera de contactarlo cuanto antes?
En ambos casos, una persona normal, sana, cuerda, razonable y equilibrada se sentiría impulsada a mostrarse muy agradecida. De hecho, no tendría ni palabras ni acciones que compensaran por todo el beneficio que resultaría de tan magníficas noticias. Sin embargo, aunque te parezca mentira, muchos reaccionaron contradictoriamente ante los milagros de Jesús.
En Mateo 12:9-15 dice que Jesús entró a la sinagoga y "vio a un hombre que tenía una mano inútil. Pero como los fariseos andaban buscando una forma de acusar a Jesús, lo pusieron a prueba preguntándole: '¿Es permitido efectuar curaciones en día de sábado?' A lo cual contestó: 'Si la oveja de alguno de ustedes cae en un hoyo en sábado, ¿no van y la rescatan? ¡Cuánto más valioso es un hombre que una oveja! Por tanto, se permite hacer el bien en día de sábado'. Y ordenó al hombre:'Extiende tu mano'. El hombre extendió la mano y quedó curada, sana como la otra. Pero los fariseos se fueron a tramar cómo matar a Jesús".
¡Imagínate! Acababa de curar a un hombre, y en vez de alabar a Dios, dar gracias y traerle más enfermos, pensaron en matarlo. Nada más absurdo y contradictorio. ¡Qué manera de recompensarlo por hacer cosas buenas!
En Mateo 12:22-24 dice que "cierto día le trajeron un endemoniado que estaba ciego y mudo, y Jesús lo sanó inmediatamente, devolviéndole la vista y el habla. La gente se quedó admirada, diciendo: '¿No será éste el Hijo de David [es decir, el Mesías prometido]'? Pero los fariseos dijeron: 'Éste expulsa los demonios por medio de Beelzebú, el príncipe de los demonios.' En otras palabras, dijeron que era un enviado de Satanás. Por eso Jesús los ayudó a razonar usando un argumento simple y directo: "Si Satanás expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo. ¿Cómo podría mantener en pie su reino?" (vers.26) Pero eran tan irrazonables que, a pesar del milagro que acababa de hacer frente a ellos, algunos de los fariseos y de los maestros de la ley le dijeron: "Maestro, queremos ver alguna señal milagrosa de parte tuya". (vers.38), como si no hubiera hecho nada impresionante.
Igualmente, en la actualidad hay quienes ven y oyen cómo ciertas personas que antes eran pecadoras y desafiadoras de ley se comportan con dignidad y respeto, promoviendo bondad y apacibilidad, amor al prójimo y a Dios, pero las consideran como si fueran basura de la humanidad. Están mirando que son personas sanas, trabajadoras, honradas, buenas y pacificadoras, pero se burlan de ellas, las estigmatizan cruelmente, menospreciando su vida, sus buenos modales y su falta de odio.
Así como le ocurrió a Jesús, tendría que ocurrirles a sus verdaderos seguidores. (Juan 15:20) Los perseguidores serían testigos de que son buenas personas, de hecho, ejemplares en todo sentido. Pero aún así los verían como una plaga merecedora de muerte, como una cría de ratas inmundas a las que sería mejor echarles veneno. En vez de alabarlos y agradecerles por ser buenas personas. ¡Es la misma actitud contradictoria que mostraron los fariseos y maestros de la ley en los tiempos de Jesús. Veían los milagros que beneficiaban a las personas, pero decían que venía de parte del Diablo. Eran testigos de los cambios positivos que ocurrían en sus vidas, dejando la borrachera, la prostitución y otros vicios, pero nada los conmovía. Eran crueles en toda su conducta para con los seguidores de Cristo. Rehusaban ver la opus dei, la obra de Dios.
¿En qué los constituía tal actitud mala? El contexto de Mateo 12:22-24 en Marcos 3:29-30 nos dice que lo que Jesús pensaba de esas personas. En realidad, sufrían de una ceguera peor que la física. (Lucas 16:31)
Moraleja: "El perseguidor siempre se da cabezazos contra una pared"
Por lo tanto, "la persecución, ¿qué logra?". De lo que hemos considerado, llegamos a la conclusión de que no existe forma de pelear contra Dios y salir ganando. En la Biblia no existe la palabra impunidad. Los que como Saulo o Amán se burlan de los que predican las buenas nuevas, tarde o temprano pisan el palito de las trampas que tendieron para los hermanos y se acarrean dolor y sufrimiento para sí mismos. No es que Dios los entrampe, sino que ellos mismos se enredan y terminan cayendo en sus propias trampas.
Con Dios no se juega. Si alguien se atreve a callar a los siervos de Dios, es evidente que, como en el caso de Jesús y los apóstoles, Dios les dará éxito a sus siervos y hará que su mensaje se oiga más fuerte aún. ¡Y más lejos! Porque las noticias llevarán el asunto a todas partes y despertará la curiosidad de quienes todavía no lo habían oído, ayudando a que las buenas nuevas se muevan más rápido. (Gálatas 6:7; Filipenses 1:15-20)
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