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"¡Ayúdame a creer!" (Marcos 9:24)
Jesucristo fue quien por excelencia remarcó la importancia de la fe (Lucas 17:6), y sus apóstoles fueron quienes recibieron el espíritu santo que los capacitó para enseñar a otros acerca de este tema. (Juan 14:26) De hecho, Jesús tomó su enseñanza de los Santos Escritos (la Biblia) y enseñó a otros a hacer lo mismo. (Juan 7:16) Vez tras vez repetía: "Está escrito", refiriéndose a la Palabra de Dios. (Mateo 4:1-11; Deuteronomio 8:3) Todos sus seguidores tendrían que extraer las enseñanazas de la misma fuente. (1 Tesalonicenses 2:13)
La Biblia registra lo siguiente respecto del apóstol Pablo: "[Se] me nombró heraldo y apóstol. Digo la verdad, no miento: Dios me hizo maestro de los gentiles para enseñarles la verdadera fe." (1 Timoteo 2:7) Al decir la verdadera fe significa que en su tiempo las gentes tenían un concepto de fe, pero no era un concepto que se ajustaba al de Dios. (Romanos 10:1-3) Por eso, si queremos saber qué es la fe o asegurarnos de si realmente tenemos fe, debemos recurrir a las Santas Escrituras y especialmente a las explicaciones de aquel que fue nombrado por el espíritu santo como maestro de la fe, el apóstol Pablo.
Pablo explicó de manera clara y sin rodeos: "La fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve." (Hebreos 11:1) No dice: "garantía de lo que uno desea, ni de lo que uno sueña, ni de lo que uno imagina, sino de lo que se espera. Si uno espera que la compañía de seguros cubra los gastos de un accidente, pero no tiene un contrato con esa compañía, ¿puede esperar que se cumpa? Definitivamente no, porque uno no ha firmado un acuerdo. Por más que anhele, sueñe o imagine, no se le cumplirá. De manera semejante, la cristiandad ha tergiversado durante siglos el significado de la fe, sumiendo a sus rebaños en una absoluta obnubilación de tan sencilla explicación. Tanto ha alejado al mundo de la fe verdadera que hoy en día la gente confunde "fe" con "creencia", lo cual es absolutamente falso. "Fe" y "creencia" no son sinónimos, tal como no lo son "evidencia" y "suposición".
El accionar de falsos maestros, que durante milenios sumieron a los pueblos en una imperdonable hambruna de conocimiento espiritual diciendo que solo ellos tenían la sabiduría para interpretarlas y que todo el que se atreviera a contradecirles se convertiría automáticamente en sujeto de rechazo y persecución, hasta de las más crueles torturas, algunas de las cuales de hecho terminaban en su muerte, ha mantenido confundida a la gente respecto a lo que realmente significa la fe. ¿Falsos maestros? Sí, los sembradores de la cizaña o doctrina torcida que el Diablo sembraría entre el trigo después de que el sembrador de la Palabra de Dios, nuestro Señor Jesucristose hubiera retirado físicamente de la escena. (Mateo 13:24-30, 35-43)
En términos sumamente enérgicos, los escritos apostólicos advirtieron que de entre los cristianos verdaderos algunos se desviarían torciendo los conceptos para seducir y atraer a los cristianos incautos con fines egoístas. (2 Pedro 2:1-22)
Por eso, el significado básico de "fe" que ofrecen los diccionarios suele ser: "Pensar, juzgar, sospechar, dar crédito o firme conformidad a algo o alguien teniéndolo por verdadero o probable aunque no haya sido comprobado ni demostrado", ¡pero la Biblia enseña algo muy diferente! La fe es una "garantía" de algo que se espera.
Una garantía es la "seguridad o certeza de poseer de algo". No se trata de algo indemostrable. Por ejemplo, si uno adquiere un automóvil, no solo recibirá un documento que acredite su pago, sino una garantía de su perfecto funcionamiento, la cual tiene un plazo definido. Aunque uno haya comprado el vehículo y tenga que esperar unos días hasta que se lo entreguen, sabe que le pertenece. No tiene la menor duda de ello. Tiene documentos que respaldan su propiedad. Sin embargo, aunque esta es una manera de entender el significado de la fe, la garantía que viene con la fe en Dios y en Cristo es mucho más confiable que tales documentos. Siempre existe una probabilidad de que la tienda haya estafado a uno, pero eso no sucede con Dios ni con su Hijo Jesucristo. Porque "la Escritura dice: 'No será defraudado ninguno que ponga su fe en él'". (Romanos 10:11)
El significado que la Biblia ofrece va más allá que un recibo o una simple garantía de 12 ó más meses. La fe verdadera se basa en la promesa o palabra de Dios, la cual, a la luz del cumplimiento puntual de todas sus profecías ha demostrado ser inmutable e infalible. De ahí la gran importancia de estudiar las profecías de la Biblia y analizar exahustivamente su cumplimiento. Si uno no investiga, no conoce las profecías; si no conoce las profecías, no puede saber cuándo se cumplieron; si no sabe cuándo se cumplieron, no puede tener fe en que las que todavía faltan por cumplirse, se cumplirán indefectiblemente de la misma manera como las anteriores. En pocas palabras, la fe resulta del estudio acucioso de la Biblia.
Entonces, cuando uno adquiere la fe verdadera, también encuentra la respuestas a las preguntas más importantes, porque el espíritu santo permite a uno adquirir más sabiduría divina. (Santiago 1:5-8)
Por ejemplo, cuando Jesús resucitó a su amigo Lázaro, ¿la fe de quién entró en juego, la de Lázaro o la de Jesús? ¡La de Jesús! Porque Lázaro estaba muerto y no podía ejercer fe. Cuando Jesús calmó la tempestad en el mar, ¿la fe de quién fue necesaria? ¿La del mar, o la de Jesús? ¡La del mar no, por supuesto! El mar no tiene fe. Y cuando Jesús rescató a Pedro cuando estuvo hundiéndose en el mar debido a su falta de fe, ¿la fe de quién hizo posible su salvación? ¿La de Pedro, o la de Jesús? ¡La de Jesús! Porque Pedro se hundía por falta de fe. En estos casos, fue la fe de Jesús la que obró los portentos. No dudó de que Dios respondería sus oraciones. En ningún lugar de las Santas Escrituras hallarás un solo pasaje en el que Jesús le haya dicho a alguien: "No te curaste por tu falta de fe", o "No te curaste porque quisiste engañar al espíritu santo y no diste suficiente diezmo". Jesús curó a TODOS, y ninguno de los muertos a quienes él resucitó se resistió a que lo resucitara.
Por lo tanto, Jesús ejerció siempre una fe inquebrantable en que Dios haría lo que le pidiera. Pero ¿en qué se basaba Jesús para tener una fe tan grande? ¿Por qué pudo resucitar muertos, calmar tempestades y hasta andar sobre las aguas y poder alzar a un hombre que estaba ahogándose? La respuesta es que conocía bien a Aquel que le impartió el poder para hacer aquellas cosas: Su Padre. Confiaba en que su Padre se permitiría hacer aquellas cosas. ¿Alguna vez haz visto que un sanador por fe vaya a los hospitales y cure a todos los enfermos? ¿O que de súbito detenga un cortejo fúnebre en medio de una avenida y devuelva la vida al muerto? ¿O que pida ofrendas de dinero por hacerlo? ¡No! En cambio, Jesús no dependía de la fe del muerto para levantarlo a la vida, ni de la fe del enfermo para curarlo. ¡Los curaba y resucitaba por su propia fe! (Lucas 6:19; Juan 11:41-43)
¿Cómo sabía Jesús que su Padre haría aquellas cosas? Porque las había leído en la Biblia. Las Escrituras Sagradas hablaban de las labores que llevaría a cabo el Mesías, de las cosas poderosas que haría para demostrar que era el Hijo de Dios. Si Jesús nunca hubiera leído las Escrituras, no hubiera podido hacer los milagros que hizo, porque su fe hubiese sido ciega. La fe ciega es aquella creencia que solo se basa en suposiciones e ideas sin fundamento. Jesús no tenía una fe ciega, sino una fe verdadera. Él sabía que Dios haría Su obra a través de él. Él sabía que haría obras mayores de las de Moisés y Elías. Por eso sabía que tendría poder sobre las aguas y podría sanar enfermos y resucitar muertos. (Éxodo 14:21; 4:6-7; 1 Reyes 17:21-23)
Por lo tanto, la fe verdadera se basa en la palabra, promesa o juramento de Dios, lo que significa que no fallará de ninguna manera. El hombre de fe sabe que justo al tiempo calculado por Dios, se cumplirá indefectiblemente. La fe en Dios es semejante a una garantía expedida por Dios mismo. Una garantía de su cumplimiento. En cambio, la fe ciega es una garantía expedida por hombres, una garantía de fracaso total.
Lo que Dios promete, se cumple; lo que el hombre promete, puede fallar. Esa es la gran diferencia entre la fe verdadera y la fe ciega o falsa. La fe verdadera siempre se cumple. No hay nada ni nadie que pueda detener su mano. En cambio, la fe falsa, o fe ciega, solo conduce a desilusión y desesperación. Tarde o temprano, la fe falsa queda expuesta como lo que verdaderamente es: Fe ciega. No ejercer fe en la palabra de Dios siempre resulta en un desastre.
Por ejemplo, "[el rey Saúl] esperó siete días, conforme al plazo que Samuel el profeta le había fijado, pero como Samuel no llegaba a Gilgal y el pueblo se desbandaba. entonces dijo Saúl: 'Traedme el sacrificio y las ofrendas de paz'. Y ofreció el sacrificio". El profeta Samuel le había dado instrucciones estrictas de que lo esperara. Le dijo que llegaría por la tarde. Pero Saúl vio que el tiempo pasaba y el profeta no llegaba, aunque la tarde no había terminado. Entonces, en vez de esperar al profeta, que era quien debía ofrecer el sacrificio, se puso a ofrecerlo él mismo. No mostró fe en que el profeta llegaría a tiempo.
Por eso, justo "cuando él acababa de ofrecer el sacrificio, vio a Samuel, que venía entrando. Entonces Saúl salió a su encuentro para saludarlo. Y Samuel le dijo: '¡Qué has hecho!'. Saúl respondió: 'Es que el pueblo estaba desbandándose y tú no venías dentro del plazo señalado, mientras los filisteos estaban ya concentrados en Micmas. Me dije: 'Ahora descenderán los filisteos contra mí a Gilgal y yo no he implorado el favor de Jehová'. Así que me vi forzado a ofrecer el holocausto.
¿Se vio forzado? ¿El pueblo se desbandaba? ¿El profeta no llegó dentro del plazo señalado? ¡Puras excusas! El rey no tenía un reloj Rolex, ni el profeta le dio una hora exacta. Simplemente le dijo que lo esperara site días, y el séptimo día no había terminado. Saúl debió confiar en la palabra de Samuel, es decir, ejercer fe, y esperarlo hasta que llegara. Pero dudó de que llegara a tiempo. O tal vez pensó que se había olvidado. Como fuere, no ejerció fe.
Por eso, "Samuel dijo a Saúl: 'Has actuado tontamente. Si hubieras obedecido las instrucciones que Jehová tu Dios te había mandado, Jehová habría confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Pero ahora tu reino no será duradero. Jehová se buscará un hombre conforme a su corazón para que sea príncipe sobre su pueblo, porque tú no obedeciste lo que Jehová te mandó." (1 Samuel 13:8-14)
Así, en tiempos pasados, Dios se atrevió a desafiar las creencias falsas de la gente, y aun hoy desfía a todas las creencias. Porque sabe que los que no tengan una fe verdadera, no podrán pasar la prueba. Aunque en tiempos de paz hasta supuestos cristianos que alaben con canciones, salten de júbilo y rueguen al cielo que los proteja, no pasarán la prueba en Armagedón si no tienen una fe verdadera.
Cuando Jesús dijo: "Por sus frutos los reconocerán" estaba apoyándose en la fe. Jesús sabía que llegaría el día en que los cristianos verdaderos y falsos quedarían al descubierto por sus obras, es decir, por los resultados de su labor, y que entonces a nadie le quedaría duda de quiénes recibirían la aprobación de su Padre. Jesús sabía que la fe falsa no podía producir fruto excelente. ¡Imposible!
La pregunta clave es: ¿Cómo andan los rebaños del Señor? ¿Pasarán la prueba de la fe cuando llegue el Armagedón? ¿Realmente creen que habrá un Armagedón? ¿Realmente están esforzándose por hacer lo que Dios dice mediante la Biblia? ¿O están acomodando la Biblia lo más posible a sus deseos incorrectos, torciendo las Escrituras para conformarlas a sus caprichos? ¿Realmente están ocupados en predicar el Reino de Dios?
Por lo tanto, la fe verdadera es aquella que se basa en las promesas de Dios y nada más que en las promesas de Dios. La fe falsa se basa en las promesas del hombre y nada más que en las promesas del hombre. De modo que algo no va a realizarse simplemente porque alguien diga: "Tengo fe". Eso no es fe. Si Dios dice que va a realizarse, eso sí es un buen fundamento para ejercer fe. Uno tiene que estudiar la Palabra de Dios para aprender cuál es la voluntad del Señor. Solo entonces puede entender la fe y ejercer fe en Sus promesas.
El apóstol Juan dijo: "Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna. Ésta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que si pedimos conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido". (1 Juan 5:13-15)
Juan no dijo: "Dios oye todas nuestras oraciones", sino "SI PEDIMOS CONFORME A SU VOLUNTAD, él nos oye". ¿Notaste la diferencia? Dios solo responde las oraciones que se conforman a Su voluntad.
Eso nos lleva al mismo punto de partida de todos nuestros artículos del blog: La clave radica en estudiar la Biblia a fondo, porque es la única manera como uno puede familiarizarse con los caminos de Dios y saber cuál es realmente Su voluntad. Una lectura superficial podría llevar al desastre. Podríamos hacer hasta milagros y aún así no estar haciendo lo que Dios verdaderamente ha dicho que debemos hacer.
Jesús y el apóstol Pablo dejaron eso en claro, al decir: "Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?' Entonces les diré claramente: "Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!". (Mateo 7:22-23) "Hermanos, el deseo de mi corazón, y mi oración a Dios por los israelitas, es que lleguen a ser salvos. Puedo declarar en favor de ellos que muestran celo por Dios, pero su celo no se basa en el conocimiento. No conociendo la justicia que proviene de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. De hecho, Cristo es el fin de la ley, para que todo el que cree reciba la justicia." (Romanos 10:1-4)
¿Notaste? Si nuestro celo o fe en Dios no se basa en el conocimiento de Dios, podríamos estar pecando, aunque desde nuestro punto de vista personal estuviésemos haciendo obras buenas. Los que no se familiarizan con la justicia de Dios corren el peligro de establecer su propia justicia y no someterse a la verdadera justicia de Dios. Dios los consideraría como barcos sin rumbo fijo que son atraídos hacia las rocas. En el mejor de los casos, clamarán: '¡¡Pero, Señor, nosotros hemos profetizado en tu nombre, y en en tu nombre expulsamos demonios, curamos a los enfermos, dimos de comer a los pobres, edificamos casas a los que estaban sin hogar, e hicimos muchos otros milagros!!'. Pero lamentablemente, Jesús les dirá: 'Jamás los conocí!'. Esa sería una expresión muy dura, porque indicaría que ni siquiera les prestó la mínima atención. Las palabras de Jesús, registradas en la Biblia son: "Jamás los conocí". ¡Qué complicada sería su situación! Haber hecho tanto bien, pero no de acuerdo a lo que Dios les pidió.
Recordemos a Saúl y su sacrificio. Él supuso, creyó, pensó, se imaginó, que estaba obrando bien, pero Samuel le dijo: "Has actuado tontamente". ¿Cómo es posible que una obra de bien se convierta en una obra tonta? ¡Por los resultados! Cuando uno hace la voluntad de Dios, los resultados siempre son buenos, pero cuando uno hace lo que a su modo de ver es mejor que lo que Dios dice, conduce al desastre. Saúl quería salvar a su pueblo, motivo que lo impulsó a ofrecer un sacrificio a Dios. Pero Dios esperaba que el profeta Samuel, que era quien tenía la bendición de Dios, fuese quien ofreciera el sacrificio, y eso se llevaría a cabo cuando Samuel regresara, no cuando a Saúl le parecía más conveniente. Saúl perdió la guerra y hubo muchos muertos. Obrar por su propia cuenta sin tener en cuenta la voluntad de Dios fue un suicidio.
Por lo tanto, la fe ciega y la fe verdadera no se basan en iguales promesas. Es imposible que la fe ciega conduzca a Dios y produzca los frutos que Dios quiere que se produzcan. Por otro lado, la fe verdadera no lleva a cabo la voluntad de los hombres, sino la de Dios. La voluntad de los hombres busca lo más conveniente para unos pocos, desde un punto de vista egoísta, parcializado, interesado, como ocurrió con Saúl. En cambio, la voluntad de Dios procura el bien de TODOS, no solo de la mayoría. (2 Pedro 3:9)
Entonces, ¿de qué manera puede ser la fe una garantía tan grande e indefectible? Podemos compararlo a las fuerzas naturales que no vemos, pero sabemos que existen y obran en el universo. No podemos ver la ley de la gravedad. Tampoco podemos tocarla. Pero estamos más que seguros de que si nos arrojamos sin paracaídas desde un avión, nos mataremos. Aunque eso nunca nos haya sucedido, estamos más que seguros de que se cumplirá. Porque hemos aprendido por estudio y experiencia que la ley de la gravedad siempre se cumple. Muchas veces hemos visto cómo los objetos caen a tierra. No tenemos la menor duda. Si nos arrojamos de un avión, nos mataremos. Podemos tener fe en que la ley de la gravedad se cumplirá.
Y lo mismo podemos decir de las fuerzas nucleares, de la termodinámica, de la fuerza centrífuga, de la incercia, de la fotosíntesis y de todas las leyes que Dios ha establecido para la buena marcha de la vida en la tierra y de todo el universo. Los científicos no podrían seguir descubriendo nuevas cosas si no tuvieran fe en que las leyes naturales se cumplirán. Tienen fe en el carbono 14, tienen fe en la atracción que ejerce la Luna, tienen fe en los agujeros negros, tienen fe en la curvatura del universo, etc. No lo han visto, pero ven las evidencias de sus influencias.
Uno nunca ha visto su cerebro, pero tiene fe en que está allí debajo de su cráneo. Uno jamás ha visto cómo son procesados los alimentos por el sistema digestivo, pero come alimentos sanos porque sabe que es lo mejor para su dieta. Tiene fe en esas cosas porque siempre se cumplen. No tiene la menor duda de que si toma un veneno, se causará un daño terrible.
Lo mismo podemos decir de la fe en Dios. Estudiamos la Biblia para conocer su voluntad, y al enterarnos de sus promesas y de cómo las ha cumplido al pie de la letra, podemos estar seguros de que también se cumplirán las que faltan. Tenemos fe en el futuro porque hemos sido testigos de los tratos de Dios en el pasado. Él siempre cumplió sus promesas, y siempre las cumplirá. No fallará. Dios es amor, y el amor nunca falla. A eso se refirió Jesús cuando dijo: "Ejerzan fe en Dios solamente".
Pero Jesús no estaba hablando de una fe ciega basada en las endebles promesas de un manipulador religioso, ni en una simple creencia basada en discursos emotivos que hicieran llorar a uno, sino en un conocimiento exacto de la voluntad y de los procedimientos de Dios. De hecho, por ignorar los procedimientos de Dios es que algunos dirían: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?". Estas personas engañadas supusieron durante toda su vida que la voluntad de Dios era que hicieran esas cosas en el nombre de Jesús, pero ¡cuán equivocadas estaban! ¡Esa no era la voluntad de Dios para ellas! ¡Qué lamentable error!
Más bien, el pasaje de Mateo 7:22-23 deja muy en claro que los verdaderos cristianos no harían milagros ni curaciones ni expulsiones de demonios en el nombre de Jesús. De hecho, nos está garantizando que Jesús rechazará a los que hicieran milagros en su nombre. Por lo tanto, podemos tener fe de que, en el último día, Jesús desaprobará a los que hagan milagros en su nombre. ¡¡Oh, sorpresa!! Los que hicieran milagros en nombre de Cristo serían los falsos cristianos. ¡Qué interesante! ¿No? Eso es lo que sucede cuando uno estudia la Biblia y medita en ella con seriedad. Sus ojos logran abrirse y ver más allá a las cosas que Dios quiere que veamos.
¿Entonces, si no es en nombre de Cristo, de dónde proceden los milagros que se ejecutan actualmente? Ese no es el punto. El punto es que Mateo 7:22-23 nos está advirtiendo que los que hicieran milagros en los últimos días sobre la base de su nombre no recibirían su aprobación¡ Ese es el punto! Por lo tanto, ¿nos atreveríamos a ejercer fe en la palabra de alguien que hicera milagros en el nombre de Jesús? Ciertamente que no. Porque la Biblia, en Mateo 7:22-23 dice que eso es precisamente lo que estarían haciendo los que no recibirían la aprobación de Dios.
La fe verdadera y la fe ciega se diferencian principalmente en la fuente de la creencia. Si la creencia se basa en las promesas de Dios, no fallará. Sin falta se cumplirá. Pero si se basa en las creencias o promesas de los hombres, se encamina al desastre.
Por eso, no debemos confundir la fe de Abrahán con la fe de cualquier persona que se precia de hacer milagros. Abrahán basó sus decisiones en un conocimiento exacto del poder de Dios para cumplir sus promesas. Había sido testigo del cumplimiento de dichas promesas. Por tanto, no tenía ninguna duda de que sus promesas para el futuro también se cumplirían. Jesús reconoció la fe de Abrahán, la fe de Moisés y de muchos esclavos de Dios del pasado. El apóstol Pablo registró una larga lista de estas personas fieles. (Hebreos 11:1-12:3)
Por lo tanto, solo hay una manera de averiguar si tienes una fe verdadera: Estudiando a fondo la Biblia, la Palabra de Dios, poniéndote a prueba con cosas buenas para ver si estás en la fe. (2 Corintios 13:5-6; Santiago 1:13) Como hemos visto, las obras poderosas y milagros efectuados en el nombre de Cristo en estos tiempos no son base confiable para producir una fe verdadera, sino todo lo contrario.
Según Mateo 7:21-23, para tener una fe verdadera:
- 1) Estudia la Biblia a fondo y con verdadero sentido de responsabilidad 2) Asegúrate de cuál es realmente la voluntad de Dios 3) Efectúa obras de fe conforme a Su voluntad, no a la tuya. 4) Sobre todo, proclama las buenas nuevas del Reino por todas partes. (Hechos de Apóstoles 1:8)