¿Cómo es eso de la vida eterna?


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Algunos dicen que lo primero que uno debe hacer para entender la Biblia es poner a un lado todos sus preconceptos. Pero eso sería como cambiar todas las columnas de una casa sin reemplazarlas por nada. Se vendría abajo. La persona quedaría expuesta y, en su desesperación, quedaría en peligro de aceptar lo que sea con tal de volver a sentir la seguridad de tener un sistema de creencias, pues su sistema de creencias es la base para la toma de decisiones. Sería fatal. No es lo más recomendable.

Los preconceptos deben analizarse a la luz de la Biblia uno por uno, poco a poco, y, si no pasan la prueba, reemplazarse igualmente uno por uno y poco a poco. Solo así se pueden modificar o reemplazar todos los preconceptos inexactos que en el pasado resultaron en tomar decisiones equivocadas. Un análisis franco podría ayudarnos a notar que no todos los preconceptos estaban errados ni que todos estaban en lo cierto.

La madre de Jesús y los apóstoles tuvieron que hacer eso para seguir a Cristo, quien puso en orden todos sus preconceptos limpiándolos con la Palabra de Dios. Muchos de esos preconceptos fueron tachados por el Señor como causantes de una forma de conducta necia o infructífera. Todos tendrían que unificar sus mentes y corazones bajo una única forma de entender la Palabra de Dios mediante el espíritu santo. (Mateo 15:3; 23:3; 1 Corintios 1:10; 1 Pedro 1:17-18)

La Palabra de Dios, la Biblia, jamás ha temido tal examen. Puede salir airosa de cualquier escrutinio al que se la someta desde cualquier punto de vista, ya sea literario, gramatical, ortográfico, social, arqueológico, científico o filosófico. No hay frente que no tenga cubierto. Los resultados siempre serán excelentes. Y eso en sí mismo es una extraordinaria prueba de haber sido inspirada, refinada, protegida y hecha disponible gracias a la acción del espíritu de Dios. (Salmo 12:6; Isaías 43:9)

Tal como se haría con una casa, lo apropiado sería reforzar las columnas, una por una, para que el edificio se mantenga en pie durante la renovación. Eso significaría poner los preconceptos sobre la mesa junto con los de la Biblia, y, poco a poco, reforzar las ideas que coincidan con la Palabra de Dios, descartando las que no armonicen con esta. Su mente no quedaría expuesta, y su sistema de creencias se reforzaría en todo sentido. Es lo más recomendable. (Lucas 8:17-18; Mateo 7:24-27)

Un tema espiritual

Jesús advirtió: 'Si les he explicado asuntos terrenales y no me han creído, ¿cómo me creerán si les hablo de asuntos celestiales?'. (Juan 3:12) Muy razonable, si no tenían disposición para creerle respecto a cosas sencillas, propias de la tierra donde vivían, es decir, cosas que podían verse y tocarse, ¿cómo le creerían si les explicaba asuntos espirituales y relacionados con el futuro, algo tan intangible, y del cielo, la morada de su Padre, Dios, algo mucho más intangible? Primero debían razonar sobre asuntos sencillos, es decir, tomar la sopa, y más adelante, razonar sobre asuntos complicados, es decir, comer carne.

El apóstol Pablo habló del sistema pensante de alguien que tiene una escasa capacidad para entender y discernir ciertas cosas, y el de alguien que ha desarrollado su capacidad de entendimiento hasta el punto de poder entenderlo todo. ‘Cuando yo era un niño, hablaba como niño, pensaba como niño y razonaba como niño; pero ahora que me he convertido en hombre, ya no hablo, pienso ni razono como niño”. (1 Corintios 13:11; 1 Corintios 13:12)

Por lo tanto, no solo debemos poner sobre la mesa nuestro preconceptos para analizarlos a la luz de la Biblia, sino tener en cuenta que al principio nos costará entender las cosas espirituales. Porque primero debemos entender las cosas más sencillas, y porque tal como los niños, nuestros actos, pensamientos y razonamientos todavía no son los de una persona espiritual que entiende todas las cosas.

¿Realmente pueden entenderse todas las cosas? ¡Por supuesto! Pero primero debe uno desarrollar su espiritualidad. Pablo explica: 'El que no es espiritual no acepta cosas espirituales, porque para él son tonterías. Tampoco puede entenderlas, porque son cosas que se analizan espiritualmente. Pero el que es espiritual puede discernir todas las cosas, y nadie puede discernirlo a él. Porque la Escritura dice: "¿Quién conoce la mente del Señor? ¿Quién podrá instruirle? Sin embargo, nosotros tenemos la mente de Cristo"'. (1 Corintios 2:14-16)

Es necesario cultivar la espiritualidad para poder discernir los asuntos espirituales. Por eso, a medida que uno va entendiendo, también aumenta su espiritualidad. Pero ¿qué es la espiritualidad?

Para efectos de entender la Biblia no basta con definir la espiritualidad con la terminología de los diccionarios, que dicen que es la "naturaleza y condición de ser espiritual; la cualidad de las cosas espiritualizadas o reducidas a la condición de eclesiásticas; obras o cosas espirituales; conjunto de ideas referentes a la vida espiritual".

Esas no son definiciones que ayudan a uno a entender la Biblia. Satanás y sus demonios son seres espirituales que moran en lugares celestiales, y su medio de comunicación con los seres humanos también es espiritual. De modo que no todo lo que se considera espiritual tiene realmente la connotación de espiritual desde el punto de vista de Dios.

Definitivamente, cuando Jesús y sus apóstoles hablaron de asuntos espirituales no se referían a los demonios, ¿verdad? Por lo tanto, para entender la espiritualidad desde el punto de vista de Dios es imprescindible definirla apropiadamente.

Espiritualidad, bíblicamente hablando, es todo lo referente a la relación que cultivamos con el Creador de los cielos y la tierra. Así diríamos que somos más espirituales o menos espirituales en la medida que desarrollamos nuestra relación con Yavé, no con otros espíritus, dioses, imágenes religiosas ni demonios.

Cuando Pablo habla de las personas espirituales, no está hablando de demonios ni de seres humanos que se comunican con estos. Está hablando de personas que por ejercer fe en Cristo reciben la aprobación de Dios para llamarlo Padre. (Mateo 23:9; Marcos 11:25) Los santos desarrollarían tanto su relación con Él que Él no consideraría irreverente que lo llamaran 'Papito' [Abba]. (Romanos 8:15)

Por eso Pablo dijo a los corintios: “Hermanos, no pude hablarles como a quienes ya tenían el espíritu de Dios, porque ustedes se comportaban igual a la gente pecadora del mundo. Por eso me vi forzado a hablarles como si apenas comenzaran a creer en Cristo. Y en vez de enseñarles cosas difíciles, les enseñé cosas simples, porque ustedes parecían niños pequeños, que apenas podían beber leche [verdades elementales] y no alimento sólido [verdades profundas]. En ese tiempo no estaban preparados para entender los temas difíciles. Y creo que todavía no lo están, porque algunos siguen portándose como gente del mundo. Porque sienten celos unos de otros y discuten entre sí. Porque cuando uno dice: "Yo sigo a Pablo", y otro contesta: "Yo a Apolo", ¿no están portándose como la gente de este mundo? ¿No se dan cuenta de que así se comportan los pecadores?” (1 Corintios 3:1-4; Judas 16; Gálatas 1:10-12)

La espiritualidad [que significa nuestra relación con Dios] y la mundanalidad [que significa agradar a los demonios] no concuerdan, y por tanto, no pueden usarse indistintamente para adquirir el conocimiento de Dios. Primero uno debe entender la necesidad de despojarse de su mundanalidad, cultivar la espiritualidad y permitir que el espíritu santo sea la única fuerza que impulse su vida. (Efesios 4:21-24; Gálatas 5:17)

¿La vida de Adán y Eva?

Para entender lo que significa la vida eterna, debemos despojarnos de algunos preconceptos inexactos. Uno de ellos es que a Adán se le dijo que la vida eterna sería en el cielo. La Biblia dice que Adán moriría si desobedecía a su Creador, y su final sería regresar al polvo de donde había sido tomado. (Génesis 2:16-17; Génesis 2:7; 3:19).

Está claro que Adán seguiría con vida con la condición de que obedeciera a su Padre amoroso. Adán entendió que seguiría con vida en la tierra. En ningún momento se le propuso vivir en el cielo después de morir. Ese es un preconcepto que no aparece en ningún lugar de las Santas Escrituras, en ninguna versión antigua ni moderna.

Vida eterna e inmortalidad

Otro preconcepto inexacto es que la vida eterna y la inmortalidad son lo mismo. Solo hay dos lugares en la Biblia donde se menciona explícitamente la inmortalidad: 1 Corintios 15:53-54 y 1 Timoteo 6:16, y en ambos casos se refieren a Jesucristo y a sus santos.

En 1 Corintios capítulo 15 el apóstol Pablo deja en claro que la inmortalidad no era algo inherente al ser humano, sino un don de Dios otorgado exclusivamente a los santos, es decir, a aquellos con quienes Jesús hizo el pacto para su reino. Eso aclaraba que la sentencia contra Adán: “Morirás” solo podría revertirse en el futuro mediante la fe en Cristo. Nadie gozaba del privilegio de la vida eterna como algo inherente al ser humano.

Y Jesús fue muy claro al explicar que la vida celestial sería un regalo, gracia o don otorgado exclusivamente por Dios, su Padre, a aquellos con quienes Jesús entraría en el pacto del reino. (1 Corintios 6:14; Lucas 22:28-30) Por eso, cuando la madre de dos de sus discípulos se acercó y arrodilló ante él suplicándole que favoreciera a sus hijos, de modo que se sentaran con él, uno a su derecha y otro a su izquierda, en su reino, Jesús respondió: "Ustedes no saben lo que están pidiendo [...]. Eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde concederlo". Y les aclaró que esa era una decisión que le correspondía exclusivamente su Padre, no él. (Mateo 20:20-23)

La muerte de Judas, que traicionó al Señor, también dejó claro en la mente de los apóstoles que la vida eterna no era incondicional, sino que estaba sujeta a la obediencia, y que las condiciones impuestas a Adán no habían cambiado. La obediencia siempre fue, era y sería el factor clave para retener la vida ante los ojos de Dios y ser acreedor de la resurrección. (Deuteronomio 30:17-20; Hechos 1:16-17; Hebreos 6:4-6; 1 Timoteo 3:6)

Por otro lado, la vida eterna que perdió Adán, no es la vida eterna que Jesús prometió a los que ejerciera fe en su sacrificio, puesto que a Adán no se le prometió ninguna vida en el cielo, sino en la tierra, y en aquel entonces su vida no dependía del sacrificio de Cristo. A partir del pecado de Adán, la vida eterna solo sería posible como un don de Dios exclusivamente reservado a quienes ejercieran fe en el sacrificio de Cristo.

¿Cómo era la vida de Jesús?

Otro preconcepto inexacto es que Jesús era tan pecador como nosotros. La diferencia entre Jesús y los demás hombres radica en que fue el Mesías y, por tanto, debía ser un equivalente del Adán, pero obediente. (1 Corintios 15:45; 1 Timoteo 2:5-6)

Por lo tanto, si no hubieran matado a Jesús, seguiría vivo hasta este día, porque, por su obediencia hubiera conservado la vida eterna que se le ofreció a Adán si resultaba obediente. ( Juan 5:39-40)

¿Cómo es la vida de los ángeles?

Entonces, ¿qué clase de vida tienen los ángeles? ¿Son ellos inmortales? ¡De ninguna manera! Eso es imposible, a la luz de los resultados que finalmente tendrán Satanás y sus demonios, los cuales por desobedecer flagrantemente al Creador perdieron el don de la vida eterna. Decir que los ángeles son inmortales es un preconcepto inexacto. Defender esa postura significaría que Satanás, que es un ángel, no morirá nunca, lo cual no tiene ningún sustento bíblico serio. Todo el contexto de las Escrituras señala que la conservación de la vida es y siempre será un don de Dios. Por eso decimos que Satanás no tiene manera de conservar su vida para siempre. (Romanos 6:23)

Dicho de otro modo, si Satanás y sus demonios tuvieran vida en sí mismos para conservarla para siempre, significaría que todos los ángeles fieles tendrían vida eterna inherente con mayor razón.

No nos equivoquemos: Los ángeles fieles que hoy están morando en los cielos espirituales están bajo las mismas condiciones que se dieron a Adán y Eva: Obediencia a Dios. Si cualquier ángel violara las normas del derecho divino, como ocurrió con los que posteriormente siguieron a Satanás, perdería igualmente el don de la vida eterna. (Judas 6; Apocalipsis 12:7-9)

La Biblia es clara: Nadie puede conservar el don de la vida si no obedece las normas de Dios, porque la esencia de la vida misma está sujeta a poderosas leyes divinas inmutables. De hecho, el reino prometido se basa en principios legales eternos. (Isaías 9:6-7; Isaías 61:8-9)

Es contradictorio pensar que el Diablo será atormentado de manera literal para siempre jamás sin tener vida. La Biblia, que contiene la verdad de Dios, no se contradice. ‘El pago del pecado es la muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús nuestro Señor’. (Romanos 6:23) Esos son dos conceptos opuestos, diferentes.

A buen entendedor, pocas palabras. Cualquier persona que diga lo contrario está interpretando erróneamente el propósito de Dios. El Creador no se beneficia de ninguna manera, ni beneficia Él mismo a nadie, conservando con vida a alguien que, al igual que Adán, ha resultado recalcitrantemente desobediente a sus leyes.

Por lo tanto, antes de entender la diferencia entre la vida eterna y la inmortalidad, recordemos los siguientes conceptos bíblicamente establecidos:

1) La vida eterna era, es y será siempre condicional a la obediencia.

2) La inmortalidad es un don que Dios otorga por Cristo Jesús a quienes se han arrepentido. Los únicos dos pasajes de la Biblia que mencionan explícitamente la inmortalidad lo hacen en conexión con los que han entrado con él en el pacto del Reino.

3) Jesucristo no hubiera muerto físicamente si no lo hubieran matado, porque por no haber desobedecido a Dios nunca, tenía el don de la vida eterna. De hecho, al resucitar adquirió un don de mucho mayor valor que la vida eterna.

4) Jesucristo adquirió un nombre y una posición más excelsa y la inmortalidad como un don adicional por haber sido obediente hasta la muerte, y todos los santos que fueron resucitados con él adquirieron un don similar. (Filipenses 2:8-11)

5) Ni Jesucristo ni los santos serán destruidos nunca, y, por tanto, son y siempre serán inmortales, a diferencia de los ángeles fieles, que conservarán su vida bajo la condición de la obediencia.

Por eso, una vez se dijo que Jesucristo había sido hecho un poco inferior a los ángeles. (Hebreos 2:7) Porque como ser humano no tenía los mismos privilegios. Sin embargo, después de su muerte fiel fue coronado con privilegios mayores. (Hebreos 2:7-8) Uno de esos privilegios fue el don de la inmortalidad. (1 Timoteo 6:15-16)

Por lo tanto, Adán y Eva hubieran retenido vida eterna si hubieran sido obedientes. Y el ángel que se rebeló, cuyo nombre no se menciona en la Biblia pero más tarde se lo conoció como Diablo y Satanás, hubiera retenido la vida eterna si se hubiera mantenido obediente. Lo mismo puede decirse de los ángeles que por seguirlo se convirtieron en demonios.

Posteriormente, tanto Jesús como los apóstoles explicaron que todo aquel que fuera rebeldemente desobediente a los amorosos principios de Dios, sobre todo los apóstatas, perderían la oportunidad de vivir para siempre. (Juan 3:36; 1 Juan 3:15)

Resumiendo, la vida eterna significa vida para siempre, un don que Dios otorga exclusivamente a los que ejercen fe en el sacrificio de rescate de Jesucristo, se arrepienten de sus pecados, modifican su comportamiento y lo conforman a las leyes inmutables de Dios aceptando implícitamente la condición de mantener su voluntaria y afectuosa obediencia al Padre y al Hijo por toda la eternidad.

La vida eterna también es la vida que ya poseían los ángeles antes de la creación de Adán, y que también poseían Satanás y sus demonios antes de su rebelión contra el Padre. Los ángeles fieles conocían la condición santa de la obediencia. Juan los presenta en su Apocalipsis con expresiones gloriosas. (Apocalipsis 7:11-12)

Pero la inmortalidad es un don superior que Dios solo concede a Cristo y a los santos que él selecciona, una recompensa adicional por su lealtad inquebrantable hasta la muerte. (Juan 15:16) Que quede claro que en ningún lugar de la Biblia se dice que los seres humanos leales de Dios, o los ángeles que están en el cielo, adquieren inmortalidad. Los únicos pasajes que se refieren a la inmortalidad están conectados con Jesucristo y sus santos. (1 Corintios 15:53-58)

Jesucristo dijo sin rodeos: ‘El Diablo […] fue homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad porque no hay ninguna verdad en él. Cuando dice mentiras, habla según su naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira’. (Jn 8:44) ‘Y ustedes saben que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. (1 Juan 3:15) Por eso decimos que el Diablo no tendrá ninguna clase de vida, en ningún lugar. Será anulado o destruido al debido tiempo de Dios. (Hebreos 2:14)

Por todo lo dicho, está claro que el Diablo y sus ángeles no recibirán de Dios el don de gozar de ningún tipo de vida después del juicio final en el Armagedón.

Cualquier referencia al Diablo con relación a una vida futura sufriendo tormentos es de carácter estrictamente figurada, porque la Biblia, que contiene la verdad acerca del propósito eterno de Dios, no se contradice a sí misma, y esta dice que la vida es un don de Dios para los fieles, no un castigo, y que la inmortalidad es exclusivamente para Jesucristo y sus santos, no para los ángeles ni nadie más. ( Juan 6:53)

¿Para qué una vida eterna?

Simplemente, nadie que sea feliz quisiera morir. Dios es feliz, su Hijo Jesucristo es feliz, y todos los hijos de Dios son felices. (1 Timoteo 1:11)

La infelicidad, el temor, el odio, la enemistad, las guerras, las enfermedades, la ancianidad y el fallecimiento son efectos colaterales del accionar del Diablo en el paraíso original. Él prometió a Eva: “No morirán”, pero Eva después confesó: “Me engañó”. (Génesis 3:4-5; Génesis 3:13)

En cambio, Dios nunca engaña a sus hijos. Les dijo la verdad desde el principio. También les advirtió de las consecuencias, tal como se las advirtió muchos años después a Su pueblo, por boca de Moisés: “Este día pongo al cielo y a la tierra como testigos contra ustedes, de que les he dado a decidirse entre la vida y la muerte, y entre la bendición y la maldición. Y deben optar por la vida, a fin de que vivan ustedes y sus hijos, amando a Yahveh su Dios. Obedezcan y sean fieles, porque de ello depende su vida." (Deuteronomio 30:19-20)

Adán y Eva no ignoraban que morirían y lo perderían todo si desobedecían. Vivir en el paraíso fue magnífico. Pero por un instante de egoísmo perdieron la felicidad. Por eso, cuando Jesús habló de la felicidad, se refirió a ello como un sub producto de ser altruistas, no egoístas. (Mateo 5:1-12)

La vida eterna era un concepto sencillo para Adán y Eva porque en su mentalidad no existía el dolor que sentimos hoy los seres humanos pecadores. El tiempo discurría sin la preocupación que sentimos nosotros hoy. Ellos podían observar que las plantas y los animales inferiores se desgastaban y finalmente morían, pero a ellos no les ocurría lo mismo. ¡Sabían lo que significaba morir! De modo que la vida eterna de que gozaban era trascendente y verdaderamente placentera. Pero podían perderla si desobedecían, dándole la espalda a su Padre.

De modo que cuando la Biblia habla de la vida eterna, no es por los ángeles, sino por aquellos a quienes Jesucristo rescató, que necesitaban pasar de un estado de deterioro debido al pecado, a uno de vida plena.

Jesús dijo: ‘El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido’. (Lucas 19:10) ¿Qué se había perdido? El paraíso, la vida eterna, la espiritualidad, una preciosa relación con el Creador y una gran felicidad. Jesucristo vino para desbaratar los planes del Diablo y recuperarlo todo. (1 Juan 3:8)

Al restablecer todo, se cumpliría la petición que hizo a su Padre: ‘Que se haga tu voluntad tanto en la tierra como en el cielo’. Es decir, se restablecería el orden divino en el universo, una verdadera teocracia basada en el amor, no en el odio. La muerte, un efecto de la desobediencia, sería finalmente revertida y erradicada para siempre y el ser humano sería restablecido a su verdadero hábitat: el paraíso. (1 Corintios 15:26; 54-57)

Lo que Adán perdió fue la vida eterna, y lo que Jesucristo recuperó fue lo que Adán perdió: la vida eterna. Para que el nombre de Dios, es decir, su reputación, fuese santificado en el universo, el paraíso tenía que hacerse realidad conforme a su propósito original. Nadie tiene poder para evitar dicho resultado.

Por tanto, para vindicar la legítima autoridad de Dios, el reino de Cristo restauraría la vida eterna en el paraíso y restablecería la paz en los cielos por medio de anular a Satanás y sus demonios. (Apocalipsis 12:10-12; Salmo 37:29; Proverbios 2:20-22)

Por lo tanto, según hemos comprobado leyendo los pasajes de la Biblia mencionados, la vida eterna por la que Cristo dio su vida es la vida feliz y pacífica de que disfrutarán sus hijos para siempre en el paraíso restaurado; y la inmortalidad es la vida sin fin de que disfrutarán Jesucristo y sus santos en el cielo. (Daniel 7:18; Efesios 1:8-10)


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