Libre albedrío

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Es muy diferente, en muchos sentidos, viajar en automóvil que en tren. Aquí veremos como dicha diferencia sirve para comprender mejor el libre albedrío.

El albedrío es la capacidad con que Dios nos ha dotado para juzgar, criticar, discernir, opinar libremente y tomar una decisión personal en casi todo asunto de conciencia.

La coerción es lo contrario. Es la presión que alguien ejerce sobre uno para forzar su voluntad o su conducta. Suele incluir algún tipo de amenaza, intimidacion, represión o restricción.

Es cierto que la falta de experiencia de los hijos ante los peligros impulsan a sus padres a darles una advertencia o a imponerles cierta restricción. Pero a medida que ganan experiencia y demuestran sentido de responsabilidad, les levantan poco a poco las barreras y los dejan tomar sus propias decisiones y asumir las consecuencias.

Dios hace algo parecido. Por nuestro bienestar eterno nos instruye, nos da advertencias oportunas y nos impone algunas restricciones. Pero también nos deja en libertad para tomar decisiones personales. Son decisiones de conciencia. 

Eso significa que hay decisiones que a otros no les correspondería tomar por nosotros. Sexespera que nos informemos a un grado suficiente como para quedarnos tranquilos de escoger por nosotros mismos las opciones correctas, porque tendremos que cargar con las consecuencias, no Él.

Lógicamente, habrá circunstancias en las que no podamos reunir toda la información necesaria, o quizás no tengamos capacidad intelectual para entender todo lo que implica, como ocurre con los niños pequeños. En tal caso, otra persona legalmente competente podría tomar la decisión, por ejemplo, los padres o tutores.

También puede darse el caso de que, aunque se trate de una persona mayor de edad, no haya alcanzado suficiente madurez, capacidad, conocimiento o experiencia en la vida como para entender lo que envuelve cierta decisión y necesite que alguien le preste ayuda para entender mejor el asunto. Algunos recurren a un abogado o perito para contar con una opinión profesiónal.

En todo caso, cuando los cristianos se refieren al libre albedrío se refieren a la libertad de elegir, a la libertad de expresión y a cualquiera de las libertades consagradas o reconocidas por Dios en su palabra inspirada la Biblia. 

¿Hay libre albedrío para todo?

No. Hay casos en que no interviene el libre albedrío. Por ejemplo, los animales reaccionan con base en su instinto. Aunque pareciera que tienen libre albedrío, porque toman algunas decisiones, en realidad solo reaccionan obedeciendo impulsos automáticos basados en sus necesidades. No razonan como hacemos los seres humanos.

Tan pronto como nacen los antílopes, ñus, alpacas o caballos comienzan a hacer el esfuerzo por ponerse de pie y movilizarse sin ayuda de nadie. En quince minutos o poco más toman la decisión de seguir a su madre. Igualmente, aunque nadie les ha enseñado a mamar ni les ha explicado por qué deberían mamar o dónde encontrar leche materna, empezarán a mamar muy pronto.

En cambio, en el caso de un médico, no debería imponer un tratamiento sin el consentimiento expresado por su paciente. Sin embargo, si el paciente no está consciente, y no hay nadie que lo represente, el médico puede decidir con base en su propio libre albedrío si lo atenderá y qué protocolo debe seguir.

Por un lado, la mayoría de los seres humanos tomamos decisiones informadas, procesadas por el razonamiento, y por otro, dejamos que nuestro instinto innato se haga cargo. En cambio, los animalitos proceden única y exclusivamente con base en su instinto. Por tanto, propiamente dicho, no nos referiríamos al comportamiento animal como un resultado del libre albedrío.

Podríamos compararlo con una vía para automóviles y una línea férrea o ferrocarril. En la vía para automóviles uno tiene que razonar a fin de controlar el vehículo y mantenerlo en la autopista, o si lo desea, puede cambiar de ruta. En cambio, el maquinista de un tren no tiene muchas opciones, aparte de andar de sobre los rieles. 

Los animales están increíblemente dotados y son perfectamente eficientes en aquello para lo que su instinto les permite. Pero tienen límites específicos que no pueden cruzar, por más que los entrenemos para dar el máximo.

Todo entrenamiento debe basarse en las características y limitaciones de su particular especie. Una foca podría estar muchos minutos bajo el agua a una profundidad que un gato no soportaría, y un conejo tal vez no sería tan eficiente para servir en un comando antiterrorista. 

Pero un ser humano puede hacer una infinidad de cosas, incluso inventar aparatos y vehículos que le permiten subir hasta más allá de la estratosfera, o sumergirse muy profundo en los océanos. ¡Y el campo de la tecnología es apasionante! De hecho, se desconoce el límite del potencial creativo de nuestro cerebro. 

Por tanto, hay una enorme brecha entre un animal y un ser humano. Aunque la diferencia sea de 1%, no hay parangón. Documentales para la televisión han comparado la eficiencia de insectos y animales con la del ser humano en lo que respecta a realizar tareas mecánicas, y el ser humano se queda atrás muy lejos. Pero los insectos y los animales son puramente instintivos, automáticos y autárquicos. No razonan.

El ser humano es expansivo en muchos sentidos. Lamentablemente, no le llega ni siquiera a los tobillos a las hormigas en cuanto se refiere a organización. Las hormigas son altamente eficientes ¡y sin embargo no tienen líderes! Es cierto que la reina se encarga de la reproducción de su especie, pero no es líder ni imparte instrucciones a ninguna hormiga. Cada una hace lo que tiene que hacer sin que nadie se lo pida.

Por eso decimos que hay una gran diferencia entre la libertad de la que gozan los seres humanos con la que tiene el resto de la creación terrestre. Y es una lástima que todavía no logremos ponernos de acuerdo en nada de importancia trascendental. La carrera armamentista militar es la mejor prueba de dicha aseveración.

En vez de unirse, la humanidad se divide en naciones, estados, clubes y sociedades, muchas en pugna. No promueven objetivos comunes a menos que peligre algún interés. Pero ¿por qué hay tanta división? Un factor común es la falta de conocimiento sobre Aquel que "creó los cielos y formó la tierra". (Isaías 45:18)

Jesucristo dio en el meollo del problema al afirmar que la mayoría no tiene una noción correcta de Dios. Por eso habló siempre del reino de Dios como la respuesta a todas las necesidades de la humanidad. (Juan 17:25)

Es innegable que el mundo no solo está dividido, sino agrietado, resquebrajado y destrozado, en total inanición espiritual. Hay lugares hermosos y paradisíacos, pero nada ha logrado contrarrestar la contaminación ambiental, social, espiritual, moral y agnotológica, etc.

¡Qué placer es conducir por una vía que está en perfecto estado, interactuando con conductores responsables que usan apropiadamente su libre albedrío. Respetan las señales de tránsito y no tienen accidentes. Todos llegan a sus destinos sanos y salvos. 

Pues ese es el propósito de Dios: Dirimir los malentendidos acerca de lo que significa la espiritualidad, reunir a sus escogidos y sacar adelante su proposito del reino. Y Él ha declarado cómo lo hará realidad. (Habacuc 2:14; Juan 17:3, 26)

Dios no quiere autómatas que se conduzcan como un tren que va por rieles fijos, o como hormigas preprogramadas desde el nacimiento para realizar tareas específicas, o como robots que solo accionan y reaccionan a datos fríos de una computadora, sino seres inteligentes que den el mejor uso a su libre albedrío. 

Solo así podrá confiar en ellos al grado de darles vida eterna y toda la libertad que necesitan para romper sus límites y inventar cosas hermosas que resulten en unidad y felicidad para siempre. (Salmo 84:11; 104:28; 145:16)

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