La seriedad de causa y efecto



La seriedad de causa y efecto se puede ilustrar con un juego de billar. Todas las bolas están inertes hasta que, al golpear una, se golpean varias. Eso se conoce como hacer carambola.

El principio o ley de inercia indica que nada puede moverse sin una fuerza que le dé impulso. Si no hay impulso, permanece inerte, es decir, sin moverse. Sin embargo, hay cosas que parecen quietas, cuando en realidad están en movimiento.

Por ejemplo, imaginemos una pelota que permanece quieta durante varios días en un rincón. Pero ¿en realidad está quieta? No. El planeta Tierra está en un constante movimiento de rotación sobre su eje a unos 470 metros por segundo, y de traslación alrededor del Sol en un año sidéreo, a unos 30 kilómetros por segundo. 

De modo que, en realidad, la pelota no está quieta. Se mueve junto con la Tierra. Con ese conocimiento, nuestra perspectiva cambia y comprendemos que ambas realidades son correctas: desde nuestro punto de vista está quieta, pero desde el Dios se está moviendo a una velocidad increíble.

Cuando surgen roces en las relaciones humanas se producen problemas sociales. Unas personas son excesivamente sensibles a las ofensas personales, otras son fuertes y resilientes. Y no pocas tienden a irse a los golpes con gran irritacion, odio y sentimientos de venganza. Cada quien ve los asuntos desde su punto de vista y no tienden a ponerse de acuerdo fácilmente. El rencor es común.

Puede que ninguno tenga razón; puede que uno tenga razón y el otro esté equivocado; o puede que ambos tengan razón pero ninguno dé su brazo a torcer. Y puede que uno sepa que está equivocado pero quiera salirse con la suya, o puede que el otro esté en lo correcto pero no sepa cómo defender su posición. (1 Reyes 3:16-27)

En cualquier caso, las cosas podrían arreglarse, pero se requieren cualidades superiores relacionadas con la espiritualidad y la empatía, no con el materialismo ni el egotismo.

Cuando eso ocurre a nivel de relaciones internacionales, se provocan enfrentamientos que podrían llegar al colmo: sansiones económicas o hasta una guerra. Efectos colaterales, como hambrunas y toda clase de desequilibrios e injusticias agravan la situación de muchos.

El resultado es el mismo: se cumple la ley de las consecuencias, el principio de causa y efecto. Y a menos que se detengan, reflexionen profundamente y modifiquen sus puntos de vista, de modo que sincronicen con el del Creador, todo irá de mal en peor. (2 Timoteo 3:13)

Pero cuando se llega a ese grado y las cosas se salen de control, no solo se suele desafiar las leyes naturales, sino dañar de muchas formas la naturaleza misma. Y la naturaleza no se quedará de brazos cruzados. Reaccionará y responderá de maneras imprevistas, incluso devastadoras. Para muestra: la crisis climática, que ha sido el resultado de una cadena de decisiones equivocadas. 

Como se mencionó en el ejemplo del juego de billar de la introducción, la primera bola impacta contra otra, y esta contra otras. Las bolas no razonan. No les preocupa ni les interesa si terminan en un hueco, o si alguien gana o pierde. 

En la vida real, es decir, en las relaciones humanas, esos impactos llevan a una ruina total. Jesucristo lo resumió así: "Todo reino dividido contra sí mismo queda desolado, y toda ciudad o familia dividida contra sí misma no se mantendrá en pie". (Mateo 12:25)

Sabemos que la naturaleza trasciende las fronteras, la política humana y la religión. No hace diferencias sociales ni raciales. Si se introduce una especie animal en un lugar de la tierra donde no conviene, la naturaleza no se sentará en una mesa para negociar las consecuencias. Simplemente reaccionará y se adaptará, pero los seres humanos sufrirán. Todo tiene una consecuencia natural. No es que Dios saque una varita mágica y castigue sin piedad a nadie. El castigo lo atrae hacia sí cada quien, cada familia, cada vecindario, cada pueblo, cada nación y cada coalición de naciones.

Algunos se han quejado de pasajes de la Biblia en los que los escritores expresan con realismo y crudeza algunos de los castigos de Dios por ciertos actos de desobediencia de su pueblo, tanto que no soportan seguir leyendo. Otros han llegado al extremo de renegar de Dios o volverse ateos. 

Pero, ¿se dieron primero el tiempo necesario para profundizar y entender el punto de vista del Creador, y lo que realmente significan sus castigos? Es importante saberlo para evitar una mala interpretación. La Escritura es su Palabra. Allí está registrada su perspectiva universal. Solo hay que darse un tiempo para atar cabos.

Cierta joven madre solía quejarse de la disciplina que su madre le daba cuando era niña. Un día se sintió forzada a disciplinar a su propia hija para evitar que sufriera las consecuencias de un proceder temerario. Solo entonces se le abrieron los ojos y comprendió por qué su madre la disciplinaba y lo difícil que debió de ser para ella reprenderla. Ahora comprendía: lo hizo por amor, no porque la odiara.

Como vemos, aunque la ley de causa y efecto se cumple en el campo material, también se cumple en el plano moral, lo que implica la lealtad o la deslealtad, la manera como se usa el libre albedrío, el sentido de responsabilidad y muchas otras cualidades.

El primer castigo mencionado en la Biblia, por tanto, fue una consecuencia o efecto de un acto deliberado de deslealtad y desobediencia motivado por una ambición incorrecta, por obtener un beneficio egoísta, además del agravante de haber intentado ocultar los hechos y justificar su mal proceder. 

En realidad, el efecto o consecuencia de las faltas que cometieron recayó sobre sí mismos. Pero como el mandato de Dios fue para su protección, pasarlo por alto fue como si Él les hubiera dado un castigo. En realidad, ellos mismos se aplicaron todo el peso de la ley.

Si compras un automóvil y el vendedor te advierte: "No lo acelere mucho durante un par de días (o hasta llegar a cierto kilometraje), para que se asiente el motor", ¿dirías que fue un mal vendedor si echas a perder el motor por forzarlo demasiado? No. Te lo advirtió.

La falta que cometieron Adán y Eva fue como golpear la primera bola. Todo lo demás es historia, fue simplemente una consecuencia que se ramificó y expandió, retroalimentándose progresivamente a través de los tiempos. Y a medida que sus descendientes cometían más y más faltas, todo avanzó de mal en peor. Se cumplió la ley de acción y reacción en una sucesión de actos desobedientes que dieron como fruto más y más desobediencia. (2 Timoteo 3:13)

Por tanto, el capítulo tres de Génesis puso al descubierto un temerario desafío a las leyes naturales del Creador. Si no fuera por dicho registro, no tendríamos ni idea del complot que se gestó al comienzo de la historia de la humanidad. Moisés dio testimonio de haberlo escrito por inspiración de Jehová.

¿Ahora entendemos por qué tanto interés en proscribir la Biblia y retirar de sus páginas el nombre de su autor, y por qué Jesús puso tanto énfasis en dar a conocer el nombre de su Padre y rechazar las ofertas del Diablo. Jesús citó del Génesis, avalando su historicidad como hijo y enviado del Altísimo. (Juan 17:26)

Ya hemos visto el absurdo de oponernos a la naturaleza, y las consecuencias que acarrea. Al desplegar una actitud egotista, decidido a camuflarse para engañar a los primeros humanos creados y ponerlos bajo su control, Satanás el Diablo consiguió la adoración que buscaba. De esa manera detonó todos los problemas de la humanidad.

No fue Dios quien activó el detonador. Él preparó el planeta para ser habitado por seres amorosos, leales, justos, responsables, rectos, creativos y felices que disfrutaran de una vida plena, sin enfermedades, vejez ni muerte. Pero les advirtió sobre las consecuencias, es decir, el resultado, el efecto o reacción que producirían sus acciones. 

Su Creador les explicó en qué resultaría su proceder: en éxito si se desempeñaban dentro de sus prerrogativas naturales, pero en fracaso si se excedían. De esa manera ellos recibieron instrucciones claras sobre lo que saldría bien y lo que saldría mal. 

No ignoraron lo que significaba el bien y el mal. El "bien" resultaría de obedecer, y el "mal", de desobedecer. En otras palabras, entendían que el bien prolongaría sus vidas indefinidamente, y el mal los llevaría a la autodestrucción.

Prácticamente, se les entregó una responsabilidad sagrada, un poder y una fuerza que podrían usar con inteligencia y creatividad en procesos que transformarían la materia prima en una infinidad de cosas buenas para ellos mismos y sus descendientes. 

Pero si usaban sus prerrogativas de manera opuesta y aplicaban su inteligencia y creatividad para transformar la materia prima en cosas malas, acarrearían dolor sufrimiento y muerte para sí mismos y sus descendientes. 

Las enfermedades, la vejez y la muerte que se ha visto a lo largo de la historia, así como el odio, la venganza y el espíritu de competir y ganar [aunque en el intento se perjudicara a los demás], las guerras y el legado de contaminación ambiental, intelectual, moral y emocional que nos dejaron, fueron secuelas de aquel primer golpe contra la realidad, un intento de dominación y control que jamás tuvo probabilidades de éxito. Fue una acción contra su naturaleza, un proceder que estuvo destinado al fracaso.

Si recordamos, fue exactamente lo mismo que el Diablo intentó hacer con Jesucristo miles de años después, a poco de su bautismo. Lo tentó varias veces con decisiones que supuestamente lo convertirían en un semidiós bajo el control de Satanás. Y siguió acosándolo durante toda su vida mediante agentes humanos, y lo hizo hasta los últimos minutos de su vida terrestre. No obstante, Jesús nunca desistió de su propósito de santificar el nombre de su Padre.

Nuestros primeros padres cayeron en la trampa del Diablo. Pero el punto es este: No fueron eximidos de responsabilidad. ¡Fueron hallados responsables! En realidad, obraron a sabiendas, con plena conciencia de lo que hacían. Se hicieron cómplices de un error que causó la crisis que llevaría, en última instancia, al Armagedón.

Su castigo o consecuencia fatal estuvo de acuerdo con la justicia: Se les retiró la confianza. ¿Quién seguiría confiando en personas que traicionaron la confianza que se depositó en ellas? Fue solo natural que su falta de lealtad tuviera otra consecuencia: Se les retiraron todos sus privilegios, incluida la vida eterna en el Paraíso. Fueron echados y expuestos a la naturaleza tal cual. (Génesis 3:3, 23)

Desgraciadamente, debido a que toda consecuencia trae cola, es decir, consecuencias colaterales, en este caso, el daño colateral fue que nuestros primeros padres echaron a perder la herencia de sus descendientes y su futuro. Nos pasaron un legado de vejez, enfermedad y muerte.

Busquemos la perspectiva correcta

Por eso es muy importante sintonizar con la "perspectiva" o punto de vista desde el que se debería examinar este asunto. Veamos unos ejemplos:

El punto de vista del piloto de un avión o barco no es el mismo que el de un pasajero. El punto de vista de un médico no es el mismo que el de su paciente. El punto de vista del maestro no es el mismo que el de sus estudiantes. El punto de vista de un vendedor no es el mismo que el de su cliente. El punto de vista del esposo no es el mismo que el de su esposa. El punto de vista de un hijo no es el mismo que el de sus padres.

Es cierto que se pueden lograr acuerdos, pero se vuelve muy difícil cuando todos tienen mentalidades, enfoques, objetivos, personalidades, problemas, temores, ilusiones y propósitos diferentes. Llegan a conclusiones diferentes y no pocas veces conflictivas. 

El dueño de una compañía probablemente la establezca para obtener ingresos y hacerse rico. El dueño de otra quizás lo haga para obtener lo suficiente para vivir, aparte del noble objetivo de dar empleo a muchas personas y beneficiar a la comunidad. Y aún otro, tal vez lo haga por trascender y dejar un legado. En fin...

Quienes no tienen en cuenta varios enfoques probables no adquieren la flexibilidad de ver los asuntos con absoluta empatía ni de manera objetiva. Solo pueden hacerse una idea vaga, basada en su propia perspectiva y en sus propias observaciones, las cuales podrían distar mucho de la realidad.

Un trabajador necesita un pago a fin de mes para mantener a su familia. No le interesa lo que será el futuro de la compañía dentro de treinta o cincuenta años. Su interés es más inmediato. Lo que necesita es un ingreso seguro, al menos por un tiempo. Su enfoque es poco objetivo comparado con el del dueño.

Consecuencias a corto y largo plazo

Si esta noche comemos una comida indigesta, seguramente tendremos un malestar que no nos dejará dormir. Esa es una consecuencia a corto plazo. Tomamos una decisión, un remedio y nos vamos a dormir.

Tal exceso fue una acción imprudente, y la indigestión, el castigo. Sobrevino como la consecuencia natural de un error, no porque Dios implantara el castigo para torturarnos. Fue el efecto de una acción incorrecta de nuestra parte. Nuestra naturaleza humana reaccionó.

Ahora, si nos habituamos a consumir grandes cantidades de comida indigesta, carbohidratos, azúcar y alcohol durante mucho tiempo, cuando el médico lea el resultado del análisis, nos dará una seria advertencia y predecirá las consecuencias que nos sobrevendrán a mediano plazo si no modificamos nuestros hábitos alimenticios.

Si no obedecemos y después nos da un infarto, diabetes o cirrosis hepática, ¿diríamos que el médico nos está castigando? ¿No nos estamos castigando a nosotros mismos mediante las consecuencias, ya que fuimos advertidos pero no obedecimos?

Si una compañía constructora intencionalmente pasa por alto ciertas regulaciones del gobierno para la construcción de las estructuras de un edificio, quizá no suceda nada a corto o mediano plazo, pero a largo plazo el edificio seguramente se vendrá abajo.

También podría ocurrir con las estructuras del carácter y la personalidad. Si una joven empieza a andar con malas compañías, a engañar a sus padres y a llegar tarde a casa a pesar de las advertencias; o si un niño se mete temerariamente bajo las olas del mar a pesar de las advertencias; o si un conductor irresponsable se pasa la luz roja a toda velocidad a pesar de las advertencias; o si unos jóvenes comienzan a jugar con un arma de fuego cargada a pesar de las advertencias, ¿qué pensarías? ¿Habría consecuencias? ¿A quién culparías? ¿A las olas del mar, a la luz roja?
 
Dios no está limitado a ver las consecuencias a corto plazo como ocurre con los seres humanos. Él puede ver y calcular las consecuencias a muy largo plazo, incluso predecir el futuro y el tiempo que podría transcurrir hasta un desenlace fatal. Pero no impide un desenlace natural ni puede ser culpado por ello. Él no impide las malas consecuencias de nuestros descuidos.

Tampoco está limitado por nuestras quejas y nuestra visión estrecha de los asuntos. Si ve amenazada la supervivencia de la humanidad por una serie de decisiones imprudentes, o un intento de echar a perder su propósito eterno, tiene todo el derecho de intervenir para restaurar el orden universal de su creación.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, Dios no necesita intervenir directamente. Solo permite que las consecuencias se hagan cargo y espera que los arrepentidos saquen una lección pragmática, reflexionen en la necesidad de modificar su punto de vista y decidan enmendar su proceder.

Si alguien adquiere un yate en perfecto estado, pero no maniobra con prudencia y lo estrella contra las rocas, ¿demandará al fabricante? ¿Tendrá derecho a una compensación? ¿Echará la culpa a sus amigos?

Dios no es como un hombre que viola leyes. Si alguien salta desde una azotea, no desacelera al llegar a una curva a toda velocidad, o cae en un montón de cenizas candentes, habrá consecuencias que podrían variar desde un accidente leve hasta uno mortal, incluso llevar al desastre a personas inocentes. 

Hay quienes creen que pueden violar las leyes físicas y matemáticas y que, si les va mal, Dios anulará las consecuencias. Han visto demasiadas películas que, para entretener al espectador, muestran un falso concepto de la realidad. Viven la fantasía de que pueden pasar por alto las leyes naturales y aun así evadir las consecuencias. La realidad es que, aunque algunas veces quizás salven el pellejo, tarde o temprano, a corto o largo plazo, sufrirán las consecuencias y lo lamentarán.

No es posible violar las leyes naturales y librarse impunemente, ya se trate de leyes físicas, matematicas, biológicas o morales. ¡Habrá consecuencias! La ley de causa y efecto no solo se cumple en el campo físico, sino moral. ¿Entendemos qué es el campo moral?

Moral es el código de buen comportamiento por el que nos regimos en la sociedad. Desde niños aprendemos lo que está bien y lo que está mal, y recibimos felicitaciones, premios y alabanzas cuando hacemos el bien, pero advertencias, amenazas y castigos si obramos mal. Tenemos en nuestra conciencia una percepción básica de lo que es justo e injusto, correcto e incorrecto, limpio y sucio, bueno y malo.

¿Y en el caso de que nadie le enseñó a uno lo que es bueno y malo? Aún así, la naturaleza tiene un recurso extraordinario: lo instruye mediante las reacciones de su conciencia, la cual funciona como un termostato que lo reprende cuando se acerca al límite. ¿Y si se pasa? Sentirá los efectos desagradables de su decisión, y lo censurará para que aprenda la lección: no debe violar las leyes naturales. La próxima vez lo pensará dos veces, si es que no terminó muerto.

Por ejemplo, si arrojamos una piedra al agua, contra una pared o hacia una persona, en cada caso ocurrirá un resultado, un efecto o reacción. Y en todas las cosas, sin importar lo que hagamos, nos daremos cuenta de que siempre hay una respuesta de la naturaleza. A veces con una fuerza igual pero opuesta.

Si un niño lanza una piedra hacia arriba, aprenderá que caerá a tierra cuantas veces lo haga. Si pinta un bonito dibujo en la piedra y se la obsequia a una persona, esta le sonreirá y se lo agradecerá. Aprenderá que le sonríen y se lo agradecen cuántas veces lo haga. Y si la lanza con una honda y por casualidad rompe una ventana, seguramente saldrá corriendo. ¿Por qué? ¿Qué lo impulsaría a reaccionar así? ¡Su conciencia le dice que habrá otra clase de consecuencia! Lo intuye.

De modo que nadie puede obrar mal y quedar impune. Todo tiene una consecuencia, ya sea para bien o mal. Jesucristo dedicó su vida a explicar esa simple enseñanza, y a consolar a buenos y malos con la esperanza de limpiar su conciencia y poder ser realmente felices. "¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los cardos?". (Mateo 7:16)

Por ejemplo, un ladrón podría salirse con la suya muchas veces, pero su falso sentido de confianza le jugará en contra. Un día terminará muy mal y tal vez aprenda la lección. Y si no la aprende y vuelve a las andadas, el resultado será peor. Y si no aprende, y vuelve a las andadas y el resultado será todavia peor.

Las leyes físicas que Dios ha creado para el funcionamiento eficiente del ecosistema de la Tierra y el resto del universo siempre se cumplen. Lo que muchos no entienden (o no quieren entender) es que también tiene leyes morales que se cumplirán. Y Él puede predecir cómo terminará aquel ladrón si no da marcha atrás.

Por eso, Dios castiga a las personas en el sentido de permitir que las consecuencias las alcancen y les indiquen que su proceder fue incorrecto. No es que Él cause dolor. El dolor y sufrimiento se los acarrean ellas mismas por medio de insistir en tomar decisiones que van contra los buenos resultados que esperan.

¿Y si no aprenden? Dios seguirá permitiendo el mismo resultado, el cual, lamentablemente, será peor. ¿Y si no aprenden? Seguirá permitiendo que fracasen hasta que lo reconozcan. Será como si cada vez multiplicaran por siete sus problemas. 

Felizmente, no importa en qué etapa estemos de nuestros errores, siempre nos irá mejor si nos detenemos, reflexionamos y decidimos mejorar. Si seguimos en un curso bueno, iremos mejorando, y cada vez las consecuencias serán mejores. Si seguimos en un curso malo, iremos de mal en peor, y cada vez las consecuencias serán peores. Acción y reacción. Causa y efecto. Una ley de la naturaleza que aplica en el campo moral.

Ahora bien, debido a que hablamos de leyes universales, debemos comprender que Dios no las modificará para impedir que alguien sufra las consecuencias de un proceder equivocado. Por ejemplo, en cualquier cultura, sea cristiana o no, antigua o moderna, los ciudadanos penalizan el robo y reprenden al ladrón. ¡Incluso dentro de una cárcel, los que roban son castigados por los propios internos! No toleran el robo.

En otro lugar quizás los pobladores tomen la ley en sus manos y decidan darle latigazos a un violador de la ley; en otro, quizás lo envíen a la cárcel; en otro, tal vez le corten una mano; o en otro, lo cuelguen de un poste. 

Cuando Dios intervino para legislar y conducir a su pueblo, no intervino para regular las leyes de las naciones vecinas ni para impedir que el resto de la humanidad aplicara castigos. Sus Mandamientos fueron dirigidos específicamente mediante el profeta Moisés al pueblo de Israel. (Deuteronomio 4:8; Salmos 147:19-20)

Dios dio a conocer sus leyes y decretos al pueblo que descendió de Abrahán debido a que su línea genealógica llevaba hacia el Cristo y aceptaron entrar en un pacto de lealtad con Él. Si ellos cumplían su parte del pacto, Él cumpliría con ellos. Pero si no cumplían, tendrían que asumir las consecuencias naturales de seguir sus propios caminos equivocados.

En otras palabras, tener en cuenta sus advertencias les evitaría el dolor, las enfermedades, guerras, muerte y otras calamidades que asolaban a las naciones vecinas. Dichas calamidades solían ser consecuencia de violar leyes naturales que Él había creado basándose en una justicia perfecta.

Por eso pudo decir que Él era quien estaba estaba causando las calamidades. No es que Él quisiera causarles daño ni que hubiera establecido sus leyes para torturar a nadie. ¡Eso es lo que Satanás quisiera que piense la gente! La gravedad, la inercia y la termodinámica son necesarias. Están para hacer maravillosa la vida, no para hacernos sufrir. 

Por ejemplo, grandes y chicos disfrutan mucho en los parques de diversiones donde hay juegos mecánicos, diseñados por ingenieros que aplican adecuadamente ciertas leyes físicas. Pero ¿qué sucedería si los operadores aceleran demasiado los juegos? Dejaría de ser divertido, ¡hasta podrían causar muertos y heridos!

Igualmente, no es que Dios quería enfermar a la gente, sino que la gente misma se enfermaría como consecuencia de su propio descuido o de intentar pasar por alto sus propios límites. Un ejemplo es lo que ocurrió con el famoso Covid-19. Si uno no obedecía el protocolo de bioseguridad, o lo seguía a medias, era más probable que se contagiara. Pero debido a que se cumplirían ciertas leyes biológicas creadas por Dios, fue como si Él los hubiera enfermado.

Por ilustrarlo, si uno juega con fuego, tarde o temprano se quema. En otras palabras, si uno no respeta al fuego, terminará quemándose. Pero Dios no le dirá: "Si juegas con fuego, tarde o temprano te vas a quemar" o "si no respetas al fuego, terminarás quemándote". Lo que le dirá es: "Si juegas con fuego, tarde o temprano te voy a quemar" o "si no respetas al fuego, terminaré quemándote"... porque son sus leyes.

No es que Dios queme a nadie, sino que se cumplirán las leyes naturales que Él ha creado, de manera que es como si Él mismo causara la quemadura. Y si alguien se mete a un mar embravecido, le dirá: "Si no respetas al mar, te tendré que ahogar". No es que Dios quiera ahogarlo, sino que se cumplirán las leyes que rigen las mareas y el movimiento de las olas del mar, incluso las leyes fisiológicas del cuerpo humano relacionadas con la respiración, los músculos, la temperatura, etc. Si uno las desafía, se podría ahogar. ¡Es la realidad!

Dios no va a detener las olas para premiar con éxito una imprudencia. Dios no manipula los resultados para satisfacer un capricho o un acto de desobediencia contra sus leyes naturales. Cada persona asumirá las consecuencias de pasar por alto las leyes que Dios creó, sean físicas o morales.

Por lo tanto, habrá consecuencias. Y lo mismo ocurrió con el Covid-19. Si uno no se cuidaba siguiendo el protocolo de bioseguridad, se exponía a un contagio, y exponía a otros. Podían morir. Era como si Dios hubiera dicho: "Si no sigues el protocolo de bioseguridad, tendré que traer el Covid sobre tu cabeza". No es que Dios quiera enfermarlo. Simplemente sería una consecuencia del error de la propia persona.

Dios puede ver las consecuencias a largo plazo, y nos da advertencias oportunas mediante la Biblia. Lo hizo en la antigüedad y lo hace en la actualidad. No va cambiar sus leyes por evitar que les sobrevengan las consecuencias a quienes no acatan sus advertencias. Cada quien asume su propia responsabilidad. (Gálatas 6:5)

Es triste que personas inocentes salgan perjudicadas por la imprudencia de otros. Eso no es culpa de Dios. Él no es responsable por nuestros actos de desobediencia, y tampoco impedirá que las consecuencias nos alcancen. (Proverbios 19:18)

La seriedad de la causa y efecto, acción y reacción, decisión y consecuencia, revisten tanta importancia que podría costarnos la vida. Recordemos el juego de billar. Todas las bolas están inertes hasta que, al golpear una, se golpean varias. Es una carambola.

Si vemos las cosas desde la perspectiva de Dios y analizamos la Biblia con mucho cuidado y reflexión, no nos atreveremos a criticar su modo de mantener en equilibrio el universo. 

Más bien, haremos un esfuerzo por discernir y entender todo lo que realmente estuvo implicado en el desafío que el Diablo lanzó en el Paraíso; ataremos cabos entre causa y efecto y veremos la relación que existe entre los libros de Génesis y Apocalipsis, y entre todos los demás libros de la Biblia. 

Entenderemos el problema de fondo y la solución de fondo y por qué fue un grave error incitar a nuestros primeros padres a cuestinonar la única, necesaria y específica condición que les hubiera permitido conservar el privilegio de vivir sin morir, administrando el propósito de su Padre para este extraordinario y hermoso planeta. (Génesis 2:16-17; 3:3; Apocalipsis 20:2)

Más que eso, entenderemos mejor para qué fueron tan necesarios la fundación de un Reino subsidiario y la obra de Cristo: restaurar todo lo que nuestros primeros padres echaron a perder al traicionar la confianza que se depositó en ellos. (Mateo 25:34; Lucas 19:10; Hechos de Apóstoles 3:21; Efesios 1:8-10; Apocalipsis 12:10-12)

Solo entendiendo la causa y efecto de lo que ocurrió en la fundación del mundo podremos cooperar eficazmente con la restauración del orden universal, y sincronizar, por fin, con todo el ecosistema, lo cual santificará y justificará la gestión del Padre y el Hijo.