Ha llegado la hora

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Por el altavoz se oye: "Se anuncia la partida del vuelo [...] con destino a [...]. Pasajeros, sírvanse abordar por la puerta número [...]".

Cuando alguien que amamos muchísimo se va de viaje y no sabemos cuándo volverá, no quisiéramos escuchar ese anuncio. Se nos hunde el corazón. La distancia nos duele. Se nos mueve el piso. Quisiéramos ir también. No queremos separarnos. La impotencia nos envuelve. ¡Es un impacto en el alma! Aunque la persona nos haya jurado regresar, nos invade la ansiedad de solo pensar en la posibilidad de que nunca volvamos a verla.

Un accidente, una enfermedad, una crisis financiera, una pandemia u otra razón podría interponerse en el camino y terminar destrozando nuestro sueño de reencontrarnos algún día. Es extremadamente doloroso, sobre todo para un niño. Su herida se vuelve profunda aunque sonría para la foto. Y seguramente la cicatriz será enorme.

La noche que Jesús se despidió 

Algo parecido pudieron sentir los apóstoles durante la última cena pascual con su Maestro. Habían sido tres emocionantes años andando juntos y atesorando vivencias increíbles e inolvidables

Por su parte, Jesús sabía que le había llegado la hora. No había vuelta atrás. Era una gran oportunidad para tener un rato de privacidad y fortalecer a sus apóstoles para la obra que les había encargado: amarse los unos a los otros, mantenerse unidos, organizarse y llevar la noticia del reino de Dios hasta la parte más lejana de la tierra.

Él ya les había advertido que no podrían ir con él, que tendrían que ser fuertes y aceptar la realidad: Se iría al cielo, de regreso a su Padre, a su familia espiritual, a un lugar adonde ellos no podrían ir en ese momento. ¡Cuán descorazonados debieron de estar! Una honda tristeza los estrelló contra la realidad. Había llegado la hora de despedirse.

Prácticamente les estaba pidiendo que siguieran su ejemplo y se trasladaran hasta los lugares más remotos. ¿Hasta los lugares más remotos? ¿Cómo lograrían hacer tanto? ¿Qué lugares eran esos? ¿Como llegarían hasta allá? No sabrían si algún día regresarían a casa con los suyos. No todos podrían viajar. Tenían familias que mantener. Tenían que organizarse. De hecho, Jesús ya los había organizado. Otros podrían viajar en familia, y a los solteros y viudos que pudieran hacerlo, les resultaría más fácil.

¿Pero predicar en toda la tierra? ¡Así es! Su misión no tendría fronteras. Debían rescatar al mayor número de personas y dejar todo listo para el establecimiento futuro del reino. (Mateo 6:9-10) Por supuesto, no los dejaría sin ayuda. (Juan 14:15-20; Hechos de Apóstoles 1:8)

Aunque no dijo exactamente cuándo volverían a verlo, les prometió que regresaría. También les advirtió que pasarían por muchos sufrimientos. Se les angustió tanto el alma que se quedaron dormidos cuando llegaron a Getsemaní. Ya no daban más.

Como el mayor profeta de todos los tiempos, Jesús sabía que pasarían muchísimos años antes de regresar convertido en un rey celestial. Muy probablemente ya lo había calculado basándose en la información disponible en los Santos Escritos. (Daniel 9:25-27; Lucas 21:24; Mateo 24:15-16) Además, sabía que todos ellos morirían antes de volver a verse.

Pero no quería cargarlos con un conocimiento que por el momento no serían capaces de asimilar. Por eso se centró en la motivación que necesitaban en ese momento y les prometió que, aunque no los acompañaría fisicamente, los acompañaría en espíritu. (Juan 16:12-22; Mateo 28:20)

De hecho, esa noche hizo un juramento o pacto con ellos, para que estuvieran más que seguros. De hecho, aquel acuerdo sería una garantía de que volverían a verse. (Mateo 25:31) Él siempre había reiterado que volvería como un rey legítimo, coronado por su Padre en el cielo, no en la tierra. (Mateo 25:31-33; Lucas 12:9-27)

A pesar de todas las explicaciones, seguían suponiendo que Jesús sería rey en la tierra y en poco tiempo. Por eso, esta vez se los dejó muy claro. Su coronación sería en el cielo y desde allí empezaría a gobernar con legítimo derecho como heredero de David. El inicio de su reino se caracterizaría por acciones concretas que serían perceptibles u observables en toda la tierra. (Mateo 24:3, 30; Apocalipsis 1:7)

Los cuatro evangelios contienen relatos complementarios de los aspectos sobresalientes que ocurrirían. Muchas de las cosas importantes que Jesús les había dicho en los pasados tres años quedaron claras en aquella memorable cena de despedida. Se puede leer en la Biblia el registro de todo lo ocurrido allí (Mateo 26:19-35; Marcos 14:16-31; Lucas 22:14-38; Juan, caps. 13 a 17).

Para 2020 en adelante se podían oír noticias extremadamente preocupantes de todo lo que estaba sucediendo en el mundo. La pandemia era tan solo un rasgo histórico sin precedentes. Pero si se cotejaba con todos los demás rasgos, también sin precedentes, descritos detalladamente en la Biblia, se podían unir las piezas, atar cabos y llegar a un entendimiento exacto: Había llegado la hora.

¿La hora de qué?

En los tiempos de Jesús, había llegado la hora para despedirse. Por tanto, hizo un repaso magistral de todas sus enseñanzas y reforzó la fe de sus apóstoles.

Les lavó los pies a los doce, incluido Judas. Una acción humilde que expresó, no solo amor por sus amigos, sino por sus enemigos, mostrando que el amor tenía que ir más allá de una simple manifestación de cariño por los que los amaban. (Juan, cap.13)

Después de que Judas se retiró, les recalcó la importancia de mantenerse unidos, para lo cual debían estar conscientes de su relación con el Padre. Les explicó que no era posible mantener una verdadera unidad si no se mantenían unidos al Padre y al Hijo. 

Si se desconectaban del Padre o del Hijo, se rompería su unidad y el Diablo se introduciría entre ellos. Dejarían de ser sus amigos y quedarían excluidos del pacto [tal como, de hecho, acababa de suceder con Judas].  (Juan 15:14)

Anteriormente, con la metáfora sobre los sarmientos les había explicado el asunto de la unidad, pero ahora lo estaba recalcando como uno de sus principales objetivos. (Juan, caps.15 y 17)

Por otro lado, no los engañó. Les advirtió que, debido al desprecio del mundo, pasarían por mucho sufrimiento. No quería que eso sacudiera su fe. Sabía que con el tiempo muchos de los otros discípulos sucumbirían y apostatarían por miedo. Transigirían para evitar la persecución. Pero también sabía que la fe de sus apóstoles se fortalecería cada vez más al ser testigos del cumplimiento de las profecías.

Y demostraron ser sus amigos porque se mantuvieron firmes en la fe hasta que fueron muriendo, uno tras otro. Juan, el último apóstol, terminó de escribir sus mensajes y, con el tiempo, fue ejecutado.

En su primera carta, Juan explicó que los anticristos ya se estaban manifestando. Primero fue sutil, mediante la agnotología, pero años después, abiertamente, deformando la verdadera doctrina, poniendo más énfasis en la tradición. Empezaba a cumplirse la profecía sobre el trigo y la mala hierba. (1 Juan 2:18-19; Mateo 13:24-30, 36-43)

A principios de los siglos veinte y veintiuno había quedado claro que la mala hierba tuvo su oportunidad. Había crecido durante unos veinte siglos o 1900 años, y para el año 2020 había llegado al colmo de llevar al mundo al borde de la autodestrucción. 

Pero si no nos concentramos en la mala hierba entenderemos que la profecía indicaba que el crecimiento y desarrollo pleno de la mala hierba sería una clara indicación de que el trigo había madurado y se había acercado el tiempo para enviar a sus ángeles a terminar la cosecha. (Salmo 92:7; Mateo 13:30)

¿Terminarían a tiempo la cosecha?

Sí, porque el desarrollo pleno de la mala hierba y el tiempo para cosechar el trigo coincidiría con el tiempo para el reencuentro con su Maestro en los cielos. Además, los cosechadores serían los ángeles. No se les escaparía nadie, tanto los buenos [para su salvación], como los malos [para su perdición]. (Miqueas 2:1-3; Proverbios 11:21)

Jesús ya no vendría para nacer de nuevo de una virgen, tampoco para andar entre los hombres como anduvo aquella vez, predicando el reino de Dios, haciendo milagros,  dándoles de comer y ofreciendo una nueva oportunidad de salvación. Esta vez vendría para cosechar el trigo maduro y juntarlo en sus graneros simbólicos. Entonces, con el trigo a buen recaudo, sus ángeles procederían a deshacerse de la mala hierba y eliminarla. (Mateo 13:30, 40-41)

En el evangelio de Lucas se cita la profecía de Isaías respecto a la misión del Cristo cuando apareciera en la tierra, y Jesús cumplió a la perfección la primera parte de esa profecía proclamando las buenas nuevas. (Lucas 4:16-21) Sin embargo, cuando volviera convertido en rey, cumpliría la segunda parte de dicha profecía, la venganza de Dios contra los malvados. (Isaías 61:1-2)

Había llegado la hora de despedirse, ¿de quién?

Tal como Jesús se despidió de sus apóstoles en el año 33, también había llegado la hora para que Juan, el último apóstol, se despidiera de los hermanos en el año 98, encomendándolos al Padre al igual que hizo Jesús, y recordándoles la importancia de cultivar el amor verdadero como característica oficial -o marca registrada- del cristianismo verdadero. (Juan 13:34-35)

Y al igual que Jesús, Pedro y Pablo, Juan también les recordó la diferencia entre el bien y el mal, y entre la justicia de Dios y la injusticia del maligno, a fin de que no se dejaran atrapar por la agnotología. 

Juan sabía que después de su fallecimiento muchos apostatarían del cristianismo verdadero, enseñando y promoviendo parafernalias y festividades que resultarían atractivas a los deseos mundanos, pero que serían cosas que Jesús nunca había enseñado. Y así ocurrió. Después de su muerte, alrededor del año 98, apostataron para evadir la persecución. El cristianismo se deformó sutilmente y se convirtió en una especie de consorte del Estado. (Efesios 4:17-20) 

Otra clase de despedida

Pero a fines del siglo veinte también había llegado el momento de despedirse en otro sentido. ¿Despedirse de qué? ¡Despedirse de cualquier cosa superflua que impidiera que uno aprendiera cómo sobrevivir cuando viniera el Armagedón! 

No hablamos de morir, suicidarse ni matar a nadie, como algunos hicieron en el pasado mediante la difusión de doctrinas evidentemente opuestas al amor. Hablamos de la falta de fe, lo cual podía convertirse en un peso excesivo y ralentizar la obra. 

En una guerra, los soldados llevan a cuestas estrictamente lo necesario para sobrevivir en el campo de batalla. Pero en sentido espiritual, la Biblia es clara al afirmar que los justos sobrevivirían por su fe, por lo cual debían librarse de todo peso innecesario.

¿Pero cómo se adquiere fe? ¿Es tan solo cuestión de decir: "Sí, creo?" o "Acepto a Jesús"? Si fuera así de simple, hoy el mundo estaría lleno de amor. Hay cristianos en todas partes? ¿Pero cómo se ve el mundo? ¿Lleno de amor? No.

Para ilustrarlo, supongamos que te salpican unas gotas de aceite hirviendo en la mano. ¿Cómo reaccionarías? ¡De inmediato harías todo lo posible para contrarrestar la quemadura! Te pondrías un ungüento medicinal, pasta de mostaza o miel de abejas, ¡y lo harías en tiempo aoristo! No necesitarías que te convenzan de que te estás quemando. ¡Lo entiendes perfectamente, lo sientes, lo ves y lo vives!

¿Que es el tiempo aoristo? En griego, el tiempo verbal aoristo significa: "En ese momento", "de una vez por todas", "sin demora", "sin procrastinar". Uno no espera un rato a ver si se le ampolla la piel.  Toma acción inmediatamente. Reacciona en tiempo aoristo.

La mayoría de los discípulos que escuchaban y veían a Jesús reaccionaron en tiempo aoristo, tomando una firme decisión. Porque con la contundencia de sus explicaciones, apoyadas con obras extraordinarias, y el ejemplo que les daba como persona, era más que suficiente para reconocer que se trataba del Cristo. (Juan 9:32-33)

Jesús curó a un cojo de nacimiento, a un ciego de nacimiento, a una mujer que llevaba mas de treinta años sufriendo de una enfermedad que ningún médico podía curar, resucitó a varios muertos, alimentó milagrosamente a miles en más de una ocasión, desenmascaró al Diablo y anunció el reino de Dios, descendía de Abrahán y del rey David. ¿Qué más pruebas necesitaban?

¿Y qué pasó después de que lo mataron cruelmente, lo pusieron en una tumba, aseguraron la entrada y colocaron una guardia romana fuertemente armada para custodiarla? ¡Al tercer día había desaparecido! ¿Dónde estaba? ¡Predicando en Galilea!

Por eso, tal como uno reacciona inmediatamente cuando le salpican unas gotas de aceite hirviendo en la mano, uno no puede permanecer callado, imperturbable ni indiferente cuando capta el mensaje del reino de Dios. ¡De inmediato hace todo lo posible para fortalecer su relación con el Padre y el Hijo! 

De modo que la fe verdadera nos impulsa, activa o motiva a obedecer de buena gana, tanto para estudiar la Biblia como para rehacer nuestra mentalidad y compartir el mensaje con quienes estén dispuestos a escuchar. Si no sentimos ese impulso, ¿podríamos decir que tenemos fe? ¿Pueden aplicarnos una gota de aceite hirviendo en la mano y permanecer impasibles e indiferentes? No. Igual ocurre con la fe. Uno reacciona en tiempo aoristo.

¿Quién va a creer eso? 

Aquellos que creyeron en las buenas nuevas de Jesucristo no se demoraron para organizarse y regar la noticia por todas partes. Para antes de la muerte de Juan, es decir, a fines del primer siglo, los discípulos habían llegado hasta la parte más lejana que les fue posible. 

De esa manera respaldaron y demostraron su fe: Primero escucharon en mensaje del reino de Dios y luego hablaron del asunto con quienes deseaban saber más. Se sentían movidos a arrepentirse, dejar lo malo y cambiar su forma de vivir. (Efesios 4:23-24) 

La fe no es un arranque emotivo, momentáneo, una creencia superficial, sino una consideración respetuosa y calmada que produce una renovación mental, intelectual, algo en lo que intervenía el razonamiento. (Romanos 12:1-2; Hebreos 11:1) 

En los siglos veinte y veintiuno, a medida que la verdad se fue imponiendo a la agnotología, los cristianos lograron llegar hasta el último rincón de la tierra gracias a la tecnología. Despues de tantos años, ya nadie podía decir: "No me enteré". Ciertamente, la predicación resultó ser como un relámpago que se divisó desde todas partes. 

¿Ayudó la persecución?

Es interesante que hasta los enemigos de Cristo ayudaron muchísimo al cumplimiento de las profecías y a la divulgación del mensaje del reino. ¿Cómo? Lo hicieron cuando, para silenciar a los discípulos, decidieron condenarlos como delincuentes y meterlos a la cárcel. Una cárcel es un lugar alejado y remoto de la tierra, no tanto por la distancia, sino por ser un lugar muy poco accesible al público en general.

Es interesante que, después de escuchar el mensaje, muchos delincuentes transformaban sus vidas y llegaban a hacerse discípulos. Y esos ex presidiarios, cuando salían en libertad, predicaban con su ejemplo, lo cual resultaba en más discípulos.

Entonces vieron que sería mejor aislarlos y confinarlos en zonas remotas de la tierra. ¡Justo lo que Jesús predijo que debían hacer! Gracias a la persecución se estableció y difundió el mensaje en lugares muy alejados de la tierra, a los cuales quizás nunca hubieran llegado si no los hubieran confinado. Sin saberlo, los enemigos ayudaron a cumplir esa profecía.

A otros los torturaron, pero tal maltrato levantó una voz de alarma entre los pueblos vecinos. Tan fuerte fue la noticia que hasta los más escépticos quisieron averiguar por qué se maltrataba a gente buena que hablaba de Dios, lo cual resultó en que, los que antes nunca habían prestado atención, ahora indagaron. Y quienes entendieron el mensaje de Jesucristo se hicieron discípulos.

Por eso decimos que gracias a la persecución, cada ola de maltrato producía una ola de nuevos discípulos. Así fue como la obra de Dios llegó a ser literalmente imparable. Pero ¿por qué causaba ese efecto? Porque no se puede tapar el sol con un dedo. La verdad es irresistible y las personas que son como el trigo la distinguen y olfatean, ¡se dan cuenta de que es verdad!  (Juan 8:32; 10:7-18) 

Casi no hace falta convencer a nadie. La verdad es sencillamente irresistible. Los hechos son más que elocuentes. Tal como cualquiera puede percibir la diferencia entre una persona furiosa y una persona amorosa, ¡salta a la vista lo que está bien y lo que está mal! 

Es cierto que a ningún cristiano le agrada la persecución, porque conlleva ira, desprecio, hostilidad, venganza y violencia. Pero son esas actitudes las que en sí mismas contrastan con las de quienes procuran imitar a Cristo. El contraste pone en evidencia quiénes son como lobos y quiénes son como ovejas, justo lo que predijo Jesús!  (Mateo 10:16)

Las personas buenas se sienten atraídas por la bondad; las personas malas, por la maldad. Así de simple. Esa es la razón por la que la persecución coadyuva al crecimiento de la obra. Cuanto más mala es la maldad, más repudio despierta en las personas buenas, lo cual las atrae al mensaje del reino. Quieren unirse a la causa. El mensaje se difunde más lejos.

En tiempos de persecución es más fácil y obvio comparar el amor con el odio. Es como si el odio en sí mismo se convirtiera en una lámpara que ayuda a los indecisos a ver donde está el amor. La gente aprende rápidamente la diferencia entre la bondad y la maldad, entre lo bueno y lo malo, entre la justicia y la injusticia. Por sus acciones aprenden a distinguir entre los hijos de Dios y los que no lo son.

Imaginemos un juicio. Una persona inocente denuncia a su agresor. Entonces, delante del juez, el agresor enfurece y agarra del cuello al demandante, ahogándolo. ¿Qué pensaría el juez? ¿Que la víctima exagera? ¿O que el agresor tiene razón? Lo mismo ocurre cuando se despierta una persecución. El perseguidor pone en evidencia su error, como si se pusiera a sí mismo bajo el reflector de un cuarto de interrogatorio.

Jesús dijo que a sus verdaderos discípulos se los reconocería por el amor, no por el odio. (Juan 13:35) Por la misma razón, una persona razonable razonaría calmadamente. No apuntaría con un arma a otra persona para convencerla. ¡Eso quizás la obligaría y sometería, y hasta la animaría a guardar las apariencias, pero en el fondo jamás lograría convencerla! Algo así pasó con José de Arimatea. (Juan 19:38)

Imagina un vendedor que te amenaza con un cuchillo, diciendo: "Me compras o te mato". ¿Dirías que es un buen vendedor o que su producto es bueno? No. Seguramente pensarías que está desesperado porque sabe que su producto es tan malo que nadie se lo compra. 

O imagina que alguien te dice: "¡Renuncia a tu convicción o te golpearé!". ¿Reforzará eso alguna convicción? ¡¡Sí!! Reforzará tu convicción de que las creencias de esa persona no tienen fundamento, y que, como nadie le cree, necesita amenazar o sobornar a la gente para que acepten su idea. ¿Es esa una manera inteligente convencer o disuadir?

Nadie jamás ha podido detener la divulgación del mensaje de Jesucristo, y en todo caso, la persecución solo lo ha amplificado, glorificado y acelerado.

Gobernantes, autoridades y jueces predicados

Por ejemplo, antes de condenar a un delincuente, los jueces primero tienen que conocer a la persona, escuchar el caso y revisar la investigación y toda la evidencia. Si es necesario, contratan a peritos que la examinen y luego emitan un informe detallado, todo lo cual constará en los registros públicos. También escucharán a la parte acusadora y al acusado. 

¿Notaste? "Conocer a la persona", "escuchar", "revisar", "investigar", "examinar", "evidencias", "peritaje", "emitir un informe". Todo eso implica prestar cuidadosa atención, razonar y usar la conciencia. Las autoridades tienen que hacer eso cuando juzgan a cada delincuente.

Por lo tanto, hasta los gobernantes que desatan una persecución y las autoridades que la llevan a cabo se predican a sí mismos. Porque al examinar el caso y revisar la evidencia se obligan a si mismos a leer y escuchar el testimonio de cada cristiano que ponen bajo la mira.

En otras palabras, aunque cierran sus oídos y desatan la persecución, sin embargo se obligan a sí mismos a escuchar, prestar mucha atención y leer y escuchar el testimonio. Justo lo que no querían hacer. ¡Se predican a sí mismos! Dios los obliga.

Ese tipo de testimonio es tan poderoso que solo puede resultar en acelerar el crecimiento. De ese modo, la persecución se convierte en un catalizador muy eficaz,  sobre todo para dar testimonio a los gobernantes. Y eso es precisamente lo que se dijo que ocurriría. (Isaías 60:22)

¡A despedirse de la corrupción!

Por eso se puede decir que ha llegado la hora de despedirse de las cosas que corrompen las buenas cualidades y de hacerlo en tiempo aoristo

Ha llegado la hora de demostrar con acciones concretas el poder de la fe. No de una credulidad que carece de potencia y fuerza, sino de una fe que realmente demuestra dar gloria al Padre en el nombre de Jesucristo. 

Y ¿cuál sería la marca o evidencia? El amor. No tendría sentido hablar del fin de la corrupción, la injusticia y la maldad si no hablamos del comienzo de algo mucho mejor: el reino de Dios. El fin de la maldad significará el comienzo de una bondad generalizada, así de simple. Porque ¿qué quedará cuando ya no haya maldad? ¡Bondad!

Jesús sacrificó su vida por la santificación del nombre de su Padre, y también por la salvación de los que pusieran su confianza en él. La salvación de la humanidad obediente está estrechamente ligada a la santificación del nombre del Padre. Por eso, ¿permitiría el Padre la destrucción de todo?

Imposible. Eso no va a suceder. No se cumplirían las profecías de Génesis 22:17-18, Isaías 45 :18 y Mateo 5:5 y 6:9-10 concerniente a la tierra. (Éxodo 19:5; Isaías 66:1) Dios no puede ir contra sí mismo ni contra su propósito, contra su voluntad ni contra sus profecías, contra su promesa ni contra la salvación de la humanidad, contra su reino, contra su reputación ni contra la santificación de su Nombre.

En vez de corrupción, habrá una preservación de la vida, tal como se preservó la vida durante el Diluvio. En vez de injusticia, habrá justicia perfecta procedente del cielo, y en vez de maldad, habrá bondad, todo gracias al sacrificio de Jesucristo. (1 Juan 3:8)

De modo que ha llegado la hora de dar la bienvenida al reino de Dios y al cumplimiento final de todas las promesas de Dios. Todo el que no se ponga de parte del reino de Dios tendrá que asumir las consecuencias de su propia decisión. Porque ha llegado la hora del reino de Dios y nadie puede hacerlo retroceder. En todo caso, cualquier oposición o persecución lo acelerará.  (Apocalipsis 11:17-19)

Pero no será fácil. Jesucristo advirtió un gran sufrimiento poco antes de que el Diablo fuera restringido. Jesús nunca engañó a sus discípulos. Dijo que antes de la salvación proveniente de su reino habría tal aflicción, tribulación, crisis o persecución que solo sobrevivirían los que demostraran una fe inquebrantable. (Apocalipsis 7:9-14)

Así es. Cuando alguien que amamos muchísimo regresa de viaje, se nos alegra el corazón. Ya no queremos separarnos nunca más. Aunque nos causó ansiedad pensar que ya no volveríamos a vernos, ahora nos sentimos felices de estar nuevamente juntos. 

Una alegría semejante llenará los corazones de todos los que esperaron la manifestación de Jesucristo. Nada ni nadie pudo -ni jamás podrá- interponerse entre un discípulo y el amor de Dios que está en Cristo Jesús. (Romanos 8:37-39)

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