¿El pecado de Adán?

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Algunos se han preguntado por qué la Biblia siempre se refiere al "pecado de Adán" si fue Eva la que primero desobedeció el mandato expreso de Dios de no comer del fruto del árbol acerca del cual recibieron advertencia. ¿No fue ella la que dio del fruto a su esposo, induciéndolo a desestimar la advertencia? 

La respuesta parece simple si leemos con detenimiento los capítulos 3 y 4 del libro de Génesis. Allí se menciona tanto la responsabilidad como la advertencia que fueron entregadas a Adán, así como las devastadoras consecuencias que resultarían por no tomarlas en serio.

Y lo entendemos aún mejor si pensamos en lo que suele ocurrir en un país, una compañía, una institución educativa, un hogar o cualquier estructura social donde hay una persona responsable de administrarla pero no cumple su cometido.

Tomando eso como ejemplo, sabemos que antes de asignar la responsabilidad, se selecciona entre aquellos que inspiran la confianza de aquel que les encargará todas las cosas. Y dicha confianza no siempre depende del que la asigna, sino del que recibe el encargo. Porque la confianza no se regala. Se merece. (Mateo 25:14-30)

Para dicha selección, un evaluador podría basarse en una hoja de vida, la referencia de alguien en quien se confía, en la observación directa o en el criterio de quienes ya ocupan cargos de confianza en la estructura. Cuanto más importante la responsabilidad, tanto más cuidadosa la evaluación. 

En algunos casos que tuvieron consecuencias graves, no solo fueron responsables aquellos que estuvieron directamente involucrados, sino con mayor razón la persona que ejerció el liderazgo de una manera poco eficaz o hasta negligente. Por ejemplo, en un accidente aéreo se investiga hasta dar con la causa, origen o génesis del problema, y se determina sobre quién recae la responsabilidad.

Cuando se transgrede cualquier ley, reglamento o procedimiento, se pide cuentas a quien estaba a cargo, llámese jefe, chef, gerente, maestro, obrero, ingeniero, director, doctor, coronel, piloto o padre de familia, y si se descubre que hubo negligencia de su parte, tendrá consecuencias que asumir.

De modo que no debería extrañarnos que Adán fuese hallado responsable, porque Eva, que estaba bajo su responsabilidad, pasó por alto las instrucciones. Ella declaró que las había entendido. Adán se coludió voluntariosamente con la rebelión. Además, se justificó echándole la culpa a ella con el fin de evadir las consecuencias. Y como si fuera poco, trató de implicar al que le había encargado a él la responsabilidad. ¿A quién pretendía engañar?

Si uno recibe cierta responsabilidad y no pone ningún reparo al recibirla, implícitamente se compromete a asumirla. ¡Cuanto más si la acepta explícitamente! No puede lavarse las manos y desentenderse impunemente si algo sale mal por su falta de previsión, supervisión o cuidado. Sería receptor directo o indirecto de las consecuencias. Puede echar la culpa a otros, pero eso solo agravaría su situación, por no aceptar ni reconocer su obvia negligencia. Es algo que un juez tomaría en cuenta.

Si en algún momento queda claro que estuvo implicado en una decisión imprudente, justificarse no le ayudará. No solo perdería la confianza que depositaron en él, sino que no merecería ninguna clase de resarcimiento, consideración ni recomendación. La cuestión le apretaría el cuello.

De modo que, en el caso en cuestión, no se trató de un asunto tan ligero como apetecer una manzana y compartirla con un amigo en una tarde campestre, sino de un abierto desafío a las instrucciones específicas y a las responsabilidades que le había encargado su Padre, el Creador del universo. Desafió su autoridad y derecho a establecer los requisitos para permanecer en el cargo como administrador del Paraíso y de todo el planeta.

Cualquier socio capitalista de cualquier estructura organizada sabe que adquiere derechos en virtud de la cantidad de acciones que posee, uno de los cuales consiste en participar en la gestión de la sociedad, y quien posee más acciones, adquiere más derecho a participar en las decisiones. Quien no posee acciones, o aunque las tenga no cumple con las normas, no puede recibir la anuencia de los demás. 

Sin embargo, una vez diseñados y publicados los estatutos, todos los socios deben avenirse a su cumplimiento. Nadie, ni siquiera el socio mayoritario puede modificar, incumplir, pasar por alto, minimizar o desafiar los estatutos o reglamentos.  Tendría que seguir los procedimientos legales, o de lo contrario, incurriría en una falta grave. Cuando "escrito está", todos se rigen por los estatutos. 

Por tanto, Dios no fue ni injusto ni feminista al pedir cuentas a Adán. Aunque hubo más involucrados, finalmente la responsabilidad recayó sobre él en lo que se refiere al usufructo de la propiedad que se le había encomendado. 

Lógicamente, Satanás también fue llamado a rendir cuentas por su propia conducta, razón por la que la justicia divina le abrió un proceso judicial de largo alcance, el cual Jesucristo trajo a colación en diferentes ocasiones al dilucidar con sus apóstoles los alcances que tendría el reino de los cielos. (Lucas 10:18; Juan 12:31; 14:30; 16:11) El libro de Job amplía por inspiración la explicación sobre las verdaderas intenciones que hubo tras dicha rebelión. 

Gracias a su presciencia, Dios pudo visualizar el futuro aquel día y dictar un fallo profético que, a la luz de las consecuencias, no podía tener otra conclusión. (Genesis 3:15) No que Dios buscara dicho resultado, sino que simplemente vio de antemano la consecuencia natural, lógica e indefectible de aquella rebelión.

Por decirlo de manera figurada, Dios cedió el paso a las consecuencias permitiendo que con el tiempo estas hablaran por sí mismas. Llegado el momento dictaría un fallo justo, libre de irregularidades y vacíos legales, ejecutaría un embargo de bienes y, finalmente, usaría su sabiduría y poder ilimitado para proceder a la restauración y reparación de todo el daño causado por el Diablo.

Moisés, Jesús, los apóstoles y todos los profetas de la antigüedad, a partir de Samuel, se refirieron muchas veces ese tiempo en conexión con la santificación del nombre del Padre y la reconstrucción de todas las cosas. (Deuteronomio 18:15:19; Isaías 9:6-7; Jeremias 23:5; Mateo 19:28-30; Lucas 19:10; Hechos de Apóstoles 3:21-24; 

Entonces, el nombre [o reputación] de Dios sería santificado, su reino haría su voluntad en la tierra como en el cielo, los justos recibirían una justa compensación, Dios borraría sus pecados y Satanás cosecharía con justicia ni más ni menos que lo que sembró. (Mateo 6:9-10)

Por eso la Biblia se refiere al "pecado de Adan", no al pecado de Eva, porque fue a Adán a quien se le encargó la responsabilidad de atender todas las cosas en armonía con las instrucciones del Dueño de la viña. 

Es verdad que ella fue culpable de su propia transgresión, pero fue Adán quien perdió la confianza de su Creador debido a su propia negligencia al plegarse voluntariamente al desafío de su esposa, lo que condujo a una rescisión irrevocable de su contrato como administrador del planeta Tierra, por decirlo así.

Terminado el proceso legal, todos los bienes pasarían a manos del nuevo administrador, Jesucristo, quien sí pasó la evaluación con todos los honores de un rey justo, sabio, poderoso, amoroso e inmortal. 

El apóstol Pablo dijo: "Nos hizo conocer el misterio de su voluntad conforme a su propósito establecido en Cristo, a fin de llevarlo a cabo cuando se cumpliera el tiempo de reunir en él todas las cosas, tanto las que están en el cielo como las que están en la tierra." (Efesios 1:10)

Ya no hablamos del "pecado de Adán" sino del Reino de Dios y de su Cristo, que llegó a ser el nuevo administrador de todos los asuntos de Dios en la tierra por los siglos de los siglos. (1 Corintios 15:45; Apocalipsis 11:15)

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