¿Podrías retirar dinero del banco sin hacer el trámite que corresponde? No. El banco tiene un protocolo de seguridad. Lo establece claramente en los términos y condiciones. ¡Cuánto menos si ya gastaste todo el dinero que quedaba en tu cuenta!
En cierta ocasión, Jesús dijo: "No acumulen tesoros en la tierra, donde polilla y óxido los destruyen, y ladrones se meten y roban. Más bien, acumulen tesoros en el cielo, donde nada se apolilla ni oxida". (Mateo 6:9-10)
Esa referencia a tener bienes en el cielo no fue una alegoría vana, sino una lección sobre el punto de vista de Dios acerca de las buenas obras. En otra ocasión dijo: "Alégrense de que sus nombres estén escritos en el cielo". (Lucas 10:20) Se refería a confiar en que el Señor guardaba un registro de cada persona.
Él sabe quiénes se labran una buena reputación y quiénes no. Tiene en cuenta sus buenas obras y las recuerda. Pero también sabe quiénes le prometen serle fieles y no cumplen su palabra. No es posible engañar a Dios.
Cuando pedimos perdón, no basta con pedirlo, como solían hacer los líderes religiosos de aquel tiempo. Jesús lo dejó muy claro: "A menos que se arrepientan, todos ustedes perecerán". (Lucas 13:3, 5)
Juan Bautista también lo dejó claro: "Cuando vio que muchos fariseos y saduceos venían a ser bautizados, les advirtió: «¡Camada de víboras! ¿Quién les dijo que escaparían del castigo que se acerca? Vayan y produzcan fruto que demuestren su arrepentimiento". (Mateo 3:7) Condenó su mala actitud, pero les ofreció la esperanza de que podían volver y bautizarse si demostraban que se habían arrepentido sinceramente.
Igualmente los apóstoles lo dejaron claro: "Para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor". (Hechos de Apóstoles 3:19) Primero debían arrepentirse, luego pedir perdón, y entonces, recibirían perdón.
Jesús leía los corazones y sabía cuando alguien estaba arrepentido de verdad, entonces perdonaba sus pecados. Por ejemplo, los dos delincuentes que colgaban junto a él cuando fue ejecutado se burlaron de él. Pero al ver la bondad de Jesús al abogar por sus perseguidores, que eran ignorantes en cuanto a su obra, uno de ellos se mostró arrepentido. Jesús lo perdonó y le prometió el paraíso.
De modo que el perdón solo es posible si va acompañado de un arrepentimiento sincero además de obras que respalden o demuestren dicho arrepentimiento.
Pedir perdón es correcto, pero además Dios exige el respaldo de un arrepentimiento genuino y de obras que lo demuestren. Juan Bautista no bautizó a hipócritas que solo fingieron ser humildes. Debieron retirarse, pedir perdón sincero y demostrarlo por medio de ejercer fe. El perdón les fue denegado debido a que no estaba respaldado con obras de arrepentimiento. Solo estaban aparentando humildad. En el fondo, seguían justificándose.
No debemos esperar perdón si seguimos justificándonos. Debemos humillarnos, reconocer abiertamente nuestro error, hacer todo lo posible reparar el daño (por ejemplo, pedir perdón al prójimo) y entonces suplicar humildemente perdón a Dios.
No podemos retirar dinero del banco si no hemos depositado dinero. Tampoco si no hemos realizado el trámite correspondiente, es decir, si no hemos cumplido con el protocolo establecido por el banco. Igualmente, no podemos esperar que Dios nos perdone si no hemos cumplido con arrepentirnos y demostrarlo con actos que lo demuestran.
Por ejemplo, si un cónyuge ha ofendido a su pareja, no basta con pedirle perdón a Dios. Tampoco basta con pedir perdón a su pareja. También tiene que demostrarlo con hechos, haciendo humildemente todo cuanto pueda por restaurar la relación. Dios no otorga perdón incondicional a nadie, como suponen algunos. Su condición mínima es que se ejerza fe en Cristo y se demuestre mediante la obediencia, cumplir sus requisitos.
Arrepentirse, rogar perdón humildemente en el nombre de Jesucristo y demostrarlo con obras que respalden la solicitud son los tres requisitos que Dios exige a cualquiera que busca su perdón. Notamos esa secuencia o protocolo en el caso de Job, poco antes de que Dios lo librara de su cautiverio. (Job 42:7-11)
Como vimos en los textos citados, la creencia de que la fe en Cristo borra automáticamente todos los pecados y que ya no es necesario pedir siempre perdón ni mostrarnos arrepentidos, no tiene respaldo en la Biblia.
Dios es quien establece el protocolo para acercarse a Él, y no los hombres: 1) Arrepentirse, 2) suplicar perdón y 3) producir obras propias de arrepentimiento. Cualquiera que quiera saltarse el protocolo, rendirá cuentas directamente ante Él, tal como lo aclaró Juan Bautista. (Lucas 3:7-9) Ahora bien, ¿basta con perdonar?
¿Basta con perdonar?
A veces sí, a veces no. Por ejemplo, cuando Jesús restauró la salud de cierto paralítico, dijo que tenía autoridad para perdonar los pecados. (Mateo 9:6) Y en otra ocasión, cuando devolvió la salud a un hombre que llevaba 38 años enfermo, Jesús no le dijo: "Tus pecados son perdonados", sino: "Levántate, toma tu camita y anda". (Juan 5:1-7)
En otras ocasiones, exigió algo que demostrara que la persona tenía fe en él. Por ejemplo, pidió a un ciego que fuera a lavarse a cierto estanque. Al volver, había recuperado la vista. El hombre ejerció fe, pero no sabía que Jesús lo había curado, sino hasta que Jesús se lo explicó. (Juan, cap. 9)
Y en otras ocasiones no pidió nada a las personas, porque estaban muertas. Estas solo se enteraron del milagro luego de resucitar, como ocurrió en el caso de su amigo Lázaro. La fe de Jesús en su Padre fue suficiente para devolverles la vida.
Para perdonar a otra persona, no es necesario que nos pidan perdón. Podemos perdonar a manos llenas sin exigir nada a cambio. Quizás unas veces nos quedemos tan resentidos que esperemos que se disculpen. Pero otras, perdonamos y nos deshacemos del rencor sin necesidad de que se disculpen, y si lo hicieran, seguramente les diríamos: "No fue nada. Olvídalo", y abrazamos a la persona.
Sin embargo, no tenemos la autoridad de Jesucristo para perdonar como él lo hizo. Jesús podía leer los corazones, nosotros no. Por eso, aunque en ciertos casos podemos perdonar, en el sentido de no guardar resentimiento, en otros no tenemos esa autoridad, ya que no depende de nosotros, sino de Dios. Se trata de los pecados que van más allá de una ofensa personal.
Por ejemplo, un asesinato, una estafa, actos de idolatría o cualquier cosa que sea una violación de las normas de Dios claramente expresadas por medio del espíritu santo. En esos casos, no basta con pedir perdón a Dios en secreto, sentir arrepentimiento y olvidarlo con la esperanza de que Dios también lo olvide. ¡Ni siquiera con miles de autoflagelaciones! Así no es. El intento de suicidio de Judas no lo eximió de castigo. (Hechos 1:18)
El pecador debe reconocer su error, arrepentirse, humillarse, obedecer y seguir el protocolo que la propia Palabra de Dios ha dejado establecido para la curación espiritual. No tiene autoridad para establecer sus propios protocolos para el perdón ni mucho menos para perdonar sus propios pecados.
En tal caso, no seguir el protocolo (no por ignorancia, sino con intención de salirse con la suya) resultaría en la retención del perdón, semejante a lo que ocurrió con los escribas y fariseos hipócritas que fueron al bautismo de Juan Bautista. (Juan 9:41)
En cambio, seguir el protocolo resultará en verdadero perdón, semejante a lo que ocurrió en todos los casos de misericordia mencionados en los evangelios y en las cartas apostólicas. (Mateo 4:24; 8:16; 12:15; Hechos de Apóstoles 5:16; 9:17; 1 Timoteo 1:16)
Por lo tanto, a veces no basta con pedir perdón. Existe un protocolo que quedó claramente establecido en la Biblia para recuperar la salud espiritual. Si seguimos dicho protocolo, sin duda Dios puede ejercer su gran misericordia y perdonar nuestros pecados.
Pero otras veces, basta con perdonar misericordiosamente o pedir perdón humildemente, junto con obras propias de arrepentimiento. Dios puede pasar por alto nuestras ofensas. Nuestro prójimo también recibirá el alivio que solo puede proceder desde lo alto. (Colosenses 3:12-14)