¿Cómo terminará todo?

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Desde tiempos inmemoriales muchos han tenido curiosidad por saber cómo terminarían ciertas cosas, especialmente tratándose de un proyecto, conflicto, problema o preocupación que se extendía por más tiempo del tolerable.

Pero no solo debe interesarnos cómo terminará, sino también saber respuestas a otras preguntas relacionadas. Solo así podremos ver el cuadro un poco más claro.

Si entendemos bien los asuntos, sabremos por qué estar alerta a los cambios mundiales, nos prepararemos mejor para las contingencias, nos pondremos a buen recaudo, viviremos menos estresados, tendremos una esperanza, nos proyectaremos hacia un futuro mejor, y de ser necesario, modificaremos nuestras prioridades y objetivos. 

Otras inquietudes son: "Por qué", "para qué", "dónde", "quién(es)" y "cuánto(s)". Por ejemplo, si se trata de un conflicto: ¿por qué empezó? ¿Por qué se agravó? ¿Por qué nadie nos advirtió nada? ¿Por qué no se tomaron precauciones? ¿Por qué no hicieron caso? ¿Por qué tuvimos que pasar por todo esto?

Más preguntas: ¿Para qué insistir? ¿Para qué preocuparnos? ¿Para qué cooperar? ¿Dónde ocurrirá? ¿Dónde nos refugiaremos? ¿Dónde conseguiremos ayuda?¿Dónde hallaremos agua y alimento? ¿Dónde pasaremos la noche? ¿Encontraré trabajo? ¿Quién tuvo la culpa? ¿Quién nos comprenderá? ¿Quién está siendo irrazonable? ¿Quién nos ayudará? ¿Cuánto nos costará? ¿Cuánto tiempo faltará? ¿Volveremos a vernos?".

Es cuando seguramente comprendemos cómo debió de sentirse José, el esposo de María, madre de Jesús (que estaba a punto de dar a luz), cuando llegaron agotados a Belén en los tiempos de la inscripción y nadie les dio alojamiento. (Lucas 2:7)

Vivimos en un mundo moderno. Pensamos que no deberían haber tantos problemas y que no ya no deberían haber guerras, y de repente, estalla un conflicto que pronto degenera y se convierte en una conflagración que amenaza con destruir el planeta. Todos huyen despavoridos, y ni siquiera saben hacia dónde.

Son demasiados inquietudes para una persona. Los sentimientos de impotencia la abruman. Tal vez pierda el control sobre sus asuntos cuando ve que se abusa de la autoridad, del poder o de la fuerza.

El estrés va desgastando nuestra tolerancia. En la desesperación, se podría justificar cometer errores que no contribuirían a ninguna solución y que solo agravarían el problema. Bajamos la guardia, hacemos concesiones que no convienen, tomamos decisiones precipitadas, nos dejamos llevar por la emoción, no por la razón, y pasamos por alto las alertas de nuestra conciencia. 

Todo se vuelve tan confuso que comenzamos a considerar como una opción válida pisotear a los demás, hacemos a un lado la ética, cambiamos nuestros valores, damos manotazos de ahogado y defendemos nuestros derechos, los de nuestra familia y amigos. Detestamos que nos digan que estamos equivocados, o que no es buena la decisión que queremos tomar, pero le perdemos el respeto hasta a Dios.

Los incentivos de antes pierden su valor, y vemos una motivación nueva en propuestas que antes hubiéramos despreciado. Lo bueno comienza a parecer malo, y lo malo, bueno. La incertidumbre nos avienta de un lado a otro, estrellándonos contra las rocas de la mala suerte. Es cuando el fracaso nos atraviesa el alma.

Por eso quisiéramos ver el futuro, una luz al final del túnel, un helicóptero que nos extraiga de la zona de peligro, alguien que nos adivine lo que será nuestra vida mañana. Y por casualidad encontramos una Biblia, la abrimos y encontramos el pasaje de Jeremías 29:11-14, que dice:

"Sé muy bien lo que tengo pensado para con ustedes, pensamientos de bienestar y no de calamidad. Quiero que tengan un futuro y una esperanza. Ustedes me llamarán y me rogarán, y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán. Porque me buscarán con todo el corazón. Y yo me dejaré hallar, y los haré volver del cautiverio. Los reuniré de todos los países y de todos los lugares donde han sido dispersados, y los haré volver, afirma Jehová".

Y nos preguntamos: "¿Jehová? ¿Quién es Jehová?". Y por primera vez en la vida nos detenemos a pensar en que no pudo ser una coincidencia. Tiene que ser Él respondiendo a nuestro clamor. Y recordamos aquella oración que solíamos hacer cuando todo nos iba bien: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre...". ¡Es la oración que Jesús enseñó a sus apóstoles y discípulos en el sermón del monte! (Mateo 6:9) 

Y vemos que lo importante no es saber "cuándo", "cómo" ni "dónde", sino por qué vino Dios a nuestro rescate. Y la respuesta cae por su propio peso: por amor. Y nos sentimos consolados, agradecidos e impulsados a confiar y no volver a dudar. Ya no nos importa cuándo ni cómo. Solo queremos seguir leyendo la Biblia, procurando entenderla cada vez mejor.

Entonces sentimos que poco a poco Él nos va guiando a todas las respuestas más importantes. (Filipenses 1:10) Y nos lleva de la mano hasta encontrar su rebaño. Nos enseña a mirar el futuro con otros ojos. Nos abre el corazón para que por fin entendamos la diferencia entre vivir en un estado de confusión, apatía y desesperación, y uno de paz y seguridad interior. Entonces sentimos que nos está cobijando, alimentando nuestro  espíritu, nos provee un refugio en medio de la tormenta.

Sí, Dios nos ofrece un futuro y una esperanza, una solución, un camino y un lugar donde vivir. (Mateo 6:25-34) Y nos promete que nos devolverá todo lo que el malvado nos arrebató de las manos, y nos añadirá a ello, porque Él es la fuente del amor. (Marcos 10:29-30; 1 Juan 4 :8)

Si queremos averiguar cómo, cuándo, dónde y por qué se tienen que cumplir todas las promesas relacionadas con el reino de Dios, y lo que podemos hacer mientras tanto, encontraremos todas las respuestas en la Biblia. Allí está todo. Solo tenemos que aprender a encontrar.

Entonces, ¿cómo terminará todo? 

La respuesta es: Muy bien. Porque teniendo en cuenta las confiables promesas de Dios y sabiendo que Dios es amor, además de que el amor nunca falla, la respuesta sólo puede ser una: Todo saldrá muy bien. (Proverbios 1:33; 1 Juan 2:17; Apocalipsis 7:9-17)

En Isaías 14:24-27, la Biblia es muy clara al profetizar que todo saldrá conforme Dios lo tiene pensado. El Diablo nunca ha tenido la mínima probabilidad de superar a Dios. Así que podemos confiar en que todo terminará muy bien para los que confían en Él, para los que respetaron su nombre, proclamaron su reino e hicieron su voluntad, especialmente por haber manifestado amor verdadero.

Pero las Escrituras tambien han sido igualmente claras al profetizar que quienes no confiaron en Él y no respetaron su nombre, quienes combatieron abiertamente contra sus normas y no quisieron hacer las paces, aquellos que expresaron odio en todas sus facetas, incluso torturando y condenando a inocentes, terminarán muy mal. (Proverbios 1:23-32)

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