"¿Por qué hay tanta discriminación en el mundo?", preguntan algunos. La respuesta es al mismo tiempo simple y complicada. Comencemos por lo simple.
Según el diccionario, la palabra "discriminar" significa "seleccionar excluyendo", y la forma más común de interpretarla consiste en que se da un trato que unos consideran justo a una persona o colectividad, ya sea por motivos deportivos, raciales, sociales, religiosos, políticos o de otro tipo, pero que estos consideran injusto.
De hecho, en un sentido básico, diríamos que el cerebro humano está diseñado, entre muchas otras cosas, para tomar decisiones y resolver problemas. Discriminar es una función básica del cerebro. Desde que nacemos hasta que morimos, vivimos seleccionando y excluyendo. Es imposible seleccionar una cosa sin excluir otras.
Uno de los más sublimes actos de la humanidad es sacrificarse por los demás. Pero es imposible sacrificar algo sin perder algo. Se sacrifican cosas en pro de otras. Al sacrificar algo estamos seleccionando y excluyendo algo al mismo tiempo.
Por tanto, no toda discriminación es injusta. Uno puede excluir un dulce y escoger otro sin que por ello haya prejuzgado nada. El hecho de que generalmente se le dé connotación de prejuicio, no significa que sea el significado básico de la palabra. Si soy intolerante a la lactosa o diabético o celíaco, ¿se me tildará de injusto por discriminar mis alimentos? No. Igualmente, puedo -y debo- discriminar todo por mi bien.
Hasta los que critican a quienes discriminan están discriminando; y los que se quejan de la intolerancia están siendo intolerantes con los intolerantes. ¡Es una dicotomía que nunca terminará. Estamos diseñados para discernir entre el bien y el mal.
El cerebro se la pasa seleccionando todo el tiempo entre dos o más opciones. Lamentablemente, desde muy temprana edad, muchos son condicionados a discriminar de maneras incorrectas, injustas, egoístas y de lo más caprichosas, lo que da lugar a desagradables separaciones.
Por ejemplo, se puede observar cierta clase de condicionamiento desde temprana edad visitando un centro de entrenamiento de fútbol para niños. Se ve cómo se los entrena a seguir las instrucciones, a trabajar en grupo, a diferenciar a su equipo, a alegrarse y gritar cuando meten un gol contra los contrarios, y a abrazarse y felicitarse mutuamente cuando ganan un partido.
Los niños crecen con mentalidad ganadora o perdedora, que es alimentada por el espíritu de competencia, alentando al propio equipo y menospreciando al oponente, ya sea que el oponente sea mejor, y se lamentan cuando pierden, porque han sacrificado tiempo y dinero por el éxito.
Cada día aprenden nuevas formas de discriminación que avivan el fuego de su entusiasmo por ser los mejores. Cada uno quiere convertirse en el número uno, en la exclusividad, en el héroe, en el centro de la adoración de los demás. Y toda su vida recibe la influencia de dicho condicionamiento social. La comunidad los alienta a reafirmarse en dicha mentalidad mediante los medios de comunicación, y se convierte en parte de su idiosincrasia.
Paradójicamente, cuando el niño crece, la misma sociedad que alentó en él un espíritu de discriminación ahora le dice que no debe discriminar a nadie, porque todos somos iguales ante la ley. ¿No le costará mucho aceptar y procesar esa idea hasta hacerla suya?
Lo más probable es que siga discriminando, por lo menos para sus adentros. Es como el niño que crece siguiendo la conocida instrucción de sus padres: "No confíes en los extraños". Pero ¿qué sucede cuando crece y busca trabajo? Su nuevo puesto le exige saludar, sonreír y tratar bien a los clientes, que a sus ojos no son otra cosa que perfectos extraños. Lo más probable es que siga discriminando, por lo menos, disimuladamente, como hizo toda su vida.
Es un sueño irrealizable pensar en una interacción humana que no implique por lo menos cierto grado de discriminación basado en dicotomías como superior / inferior, ganador / perdedor, aprobado / desaprobado, amado / odiado, rico / pobre, bonito / feo, blanco / negro, educado / maleducado, de la alta sociedad / de la chusma, etc..
Y no solo aprenden a discriminar correctamente, sino injustamente. En términos generales, se considera que la comparación, el contraste y la crítica, por citar solo algunos ejemplos, son facultades básicas de la naturaleza humana.
Si nuestra mente no discriminara, tampoco podríamos desarrollar ni progresar mediante llegar a conclusiones lógicas. De hecho, la lógica no existiría si nuestra mente no comparara las premisas que surgen en su camino. ¡Ni siquiera podríamos seleccionar nuestros alimentos ni decidir qué vamos a comer o beber, o dónde nos gustaría vivir, o qué vamos a ponernos!
De modo que, para empezar, tenemos que ser sinceros con nosotros mismos y reconocer absolutamente todos discriminamos, que es una ilusión mal fundada creer en un mundo sin discriminación, y que no toda discriminación es injusta. Porque hay una discriminación natural, necesaria y hasta beneficiosa para la salud, para el bienestar propio y para el desarrollo de la sociedad.
Hasta aquí hemos visto que la discriminación es parte de la naturaleza humana. ¡Hasta los que se quejan o perturban por la discriminación discriminan ellos mismos a los que los discriminan a ellos, demostrando así la gran verdad mencionada!
Ahora veamos un aspecto un poco más complicado. Si bien es cierto que hay una discriminación natural basada en el juicio sano que sirve para discernir las premisas y llegar a conclusiones lógicas, lo cual es esencial para ser inteligentes, también hay una discriminación artificial y egoísta basada en el prejuicio y el egoísmo, que no solo entorpece las relaciones humanas, sino que podría llevarlas hasta el colapso.
Por ejemplo, Santiago escribió en la Biblia, en el libro que lleva su nombre: "Hermanos míos, nadie puede tener fe en nuestro Señor Jesucristo si manifiesta actos de favoritismo (discriminación egoísta)". Y propone un ejemplo: "Supongamos que entra en la asamblea un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido, pero también entra un pobre con un vestido sucio, pero dirigen su mirada de aprobación al que tiene vestido espléndido y le decís: 'Venga, siéntese aquí, en un buen lugar", pero al pobre le dicen: 'Tú, quédate ahí de pie', o 'Siéntate a mis pies'. ¿No sería eso hacer distinciones entre ustedes y juzgar con un mal criterio?".
Santiago destaca claramente el lado negativo de la discriminación: La discriminación egoísta basada en una preferencia personal, seguramente en una tradición o costumbre social o familiar.
Por eso, después, añade a modo de censura: "Escuchen, hermanos míos queridos: ¿Acaso no escogió Dios a los pobres según el mundo para que sean ricos en fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman? (Lucas 4:18-19; Isaías 61:1) ¡En cambio ustedes menosprecian a los pobres! ¿Acaso no son los ricos los que los oprimen y los arrastran hasta los tribunales, y de esa manera blasfeman el hermoso nombre por el que se les reconoce [como cristianos]? Si ustedes cumplen plenamente la Ley regia según la Escritura, que dice: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo", hacen bien; pero si discriminan a las personas injustamente, están cometiendo un pecado y quedando convictos como transgresores de la [misma] Ley". (Santiago 2:1-9) Y ¿no dijo Jesucristo: "Amen sus enemigos"?
Es verdad que desde los orígenes de la humanidad Dios ha dado al hombre, no solo la facultad de discriminar entre lo bueno y lo malo, sino leyes específicas que le permitieran saber explícitamente lo que deberían considerar como bueno y malo, a fin de que sus acciones produjeran buenos resultados. Pero desde que Adán y Eva decidieron por voluntad propia darle la espalda, todos sus descendientes hemos nacido con la tendencia a discriminar a las personas de una manera egoísta, prejuiciosa e injusta. Lamentablemente, como hemos visto, tal tendencia innata existe en absolutamente todas las culturas de la Tierra. No podemos evitarlo.
Por eso Jesucristo nos enseña a desarraigar de nuestro corazón las tendencias malas que hubimos heredado de nuestros primeros padres. (1 Juan 3:8; Tito 2:11-14) Sin la asistencia de Jesucristo nuestro Señor, hubiera sido prácticamente imposible desterrar de nuestro corazón la tendencia hacia la discriminación egoísta.
El Señor mismo tuvo que discriminar a fin de elegir a sus apóstoles de entre todos sus discípulos. Pero no fue una discriminación egoísta, sino altruista. La diferencia consiste en que la discriminación egoísta procura el bien propio y la aprobación de unos cuantos, mientras que la altruista busca el bien común y la aprobación del Padre. (Juan 8:29)
Por lo tanto, si bien es cierto la Biblia concede un lugar apropiado a la discriminación altruista, basada en el amor agape, está claro que ni el Antiguo (Isaías 61:1) ni el Nuevo Testamento (Lucas 4:18-19) da lugar a la discriminación egoísta.
Cualquier discriminación egoísta que se leyera en estos, es solamente un registro de las tendencias egoístas y pecadoras que humanos manifestaron en su momento debido a la imperfección, no una cualidad que Dios hubiera querido que manifestaran. ¿Cuál es la diferencia?
Como vimos más arriba, es imposible que seamos inteligentes sin que tengamos la facultad de discriminar, es decir, de diferenciar y seleccionar entre los conceptos que hay en nuestra mente.
Por ejemplo, comparamos y contrastamos las cosas y llegamos a conclusiones que nos permiten mejorar nuestra manera de pensar y obrar. Pero solo si incorporamos en nuestra mente y corazón los conceptos divinos, podremos ser capaces de alejarnos del pecado, pensar como Dios y tomar decisiones que le agraden. (Juan 8:29; 1 Juan 5:14)
La Biblia dice: "Busquen a Jehová mientras se deje encontrar, llámenlo mientras esté cercano. Abandonen los malvados sus caminos y los perversos sus pensamientos, y vuélvanse a Jehová Dios, generoso en perdón, y recibirán misericordia. 'Porque mis pensamientos no son sus pensamientos, ni son sus caminos mis caminos', dice Jehová. 'Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los pensamiento de ustedes, ¡aun más altos que los cielos sobre la tierra!'". (Isaías 55:6-9)
Por eso, el apóstol Pablo instó a los cristianos de Éfeso: 'Por tanto, no se hagan insensatos, sino procuren captar cuál es la voluntad de Jehová'. (Efesios 5:17)
Un poco antes les había pedido: 'Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de su naturaleza anterior, la cual corrompieron sus deseos engañosos. Más bien, renueven sus puntos de vista y vístanse de la nueva personalidad que fue creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad'. (Efesios 4:22-24)
Notamos por lo tanto que hay dos clases de justicia: La de Dios y la del hombre. Esto es muy importante cuando se habla de un trato justo o injusto, y aplica en términos de crianza, relaciones humanas, legalidad, etc. Podríamos compararlo, por ejemplo, con lo que ocurre con cierta madre a la que tal vez le parezca injusto dar una palmada a sus hijos cuando se muestran voluntariosos y desobedientes, y a otra a la que tal vez no le parece lo mejor. Pero cuando pasan los años y los niños se convierten en adultos, comienza a notarse una clara diferencia en los resultados de una y otra crianza, tanto para la madre que crió a sus hijos con firmeza como para la que los dejó a rienda suelta. (Proverbios 29:15)
Es decir, aunque el ser humano fue creado con la facultad de discriminar y discernir, esto debía ejercerse partiendo siempre desde el punto de vista de Aquel que creó dichas facultades, Aquel cuya justicia debía anteponerse a los deseos mundanos.
Por eso, Jesús instó: 'Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia'. (Mateo 6:33) Es decir, los cristianos debían poner a un lado su propia justicia, basada en su manera de proceder mundana, y procurar ver las cosas desde el punto de vista de Dios. Debían buscar la justicia de Él, no la del mundo. Solo así podrían llamarse verdaderamente cristianos.
En otras palabras, debían de aprender a discriminar con base en el altruismo por el bien común, no en el egoísmo por una ventaja partidaria.
Dicho de otro modo, aunque no podían dejar de discriminar, debían tomar como referencia el punto de vista de Dios, no el egoísta punto de vista humano, cuya característica es el prejuicio y la falta de amor.
Jehová siempre hizo una clara distinción entre lo bueno y lo malo. Por eso sus amadores debían igualmente discriminar a partir de un punto de vista divino, no humano. (Mateo 16:19; 18:18; Malaquías 3:18) Discriminar desde un punto de vista humano acabaría en problemas, derramamiento de sangre y la mar de dificultades.
Por lo tanto, no es incorrecto discriminar, y tampoco deberíamos esperar que no nos discriminaran al ponernos en contacto con los cristianos que verdaderamente procuran hacer la voluntad de Dios. De hecho, Dios mismo dice que con el tiempo veríamos claramente la diferencia entre los que servirían a Dios y los que no le servirían.
Por nuestra parte, tampoco debíamos hacer cosas por las cuales nos discriminaran desfavorablemente. Por ejemplo, si vistiéramos de manera que expresara rebeldía, sin duda pareceríamos rebeldes y se nos consideraría inclinados al mundo. No podríamos quejarnos de que se nos discriminara. Tendríamos que vestir modestamente, es decir, como cristianos, para que la crítica fuese favorable.
No podemos evitar la discriminación, pero sí podemos minimizar el impacto negativo por medio de vestir, actuar y hablar de una manera que reflejara que el amor de Dios verdaderamente actúa en nuestra mente y corazón, y que hemos renovado nuestros puntos de vista desde la base.
No basta con afirmar: "¡Soy cristiano, estoy bien con el Señor y me reúno con un grupo de oración", como si reunirnos y afirmar que somos cristianos fuese una garantía para la salvación. También tenemos que parecerlo por medio de conformarnos a la naturaleza o personalidad que fue creada por Dios, la cual se opone a las costumbres mundanas. (Gálatas 5:16-17)
Vivimos en el mundo, gustamos de la música, la diversión, la buena ropa y la buena comida, como cualquier terrícola normal. Pero seleccionamos excluyendo [discriminando] cualquier cosa que causaría daño a nuestra relación con el Padre y con nuestros hermanos.
Enfrentémoslo: Existe discriminación. Es una realidad de la vida. Es parte de la naturaleza humana. No podríamos ser inteligentes si no discrimináramos entre las cosas. Pero debemos entender que toda discriminación debería ser justa desde el punto de vista de Dios, no del nuestro ni de nuestro partido. (Proverbios 3:5-6)
Además, recordemos que no solo discrimina el que juzga mal a otros, sino el que se siente discriminado. Dios mismo discrimina entre buenos y malos, y en la Biblia dejó muy en claro dicha distinción para que nunca confundamos su voluntad con la nuestra. (Isaías 5:20-23; 55:8-9) No vamos a juzgar a Dios, ¿verdad? (Romanos 9:20)
La Biblia es clara: La salvación es para todo el que ejerce fe en Cristo y se esfuerza por perseverar haciendo la voluntad de Dios, sin importar de qué tribu, nación, lengua o raza sea. Esa fue la promesa que Dios hizo a Abrahán, y fue la promesa que Jesucristo hizo a sus discípulos. (Juan 3:16; Génesis 22:18; Hebreos 10:38; Apocalipsis 7:9-10) Pero uno debe conformarse a la voluntad de Dios, no a la suya propia, o a la de nuestros amigos o de aquellos que concuerdan con nosotros.
Dios es el único que tiene el derecho legal para juzgar a la humanidad, criticarla o dictarle lo que es correcto e incorrecto, bueno y malo. ¿Por qué? Porque Él es perfecto en justicia y es el ser más inteligente que existe y sabe mejor que nadie lo que es mejor para nosotros. Si él dice "¡Eso no!", sabemos por las Escrituras quiénes son los únicos que se atreven a desafiarlo y en qué terminará su osadía.
Por eso, para establecer una base legal y poder sostener su punto de vista, Dios no ha sido remilgado en poner todo por escrito, aclarar la diferencia entre lo bueno y lo malo y darnos suficiente tiempo y espacio para asimilarlo y entender cuán equivocados estuvimos desde el principio. Pero nos toca a nosotros familiarizarnos con su justicia a fin de juzgar, discriminar, discernir y entender correctamente los asuntos. (Isaías 30:8-11; 618-9)
Jesucristo prometió que al final de los tiempos señalados efectuaría una discriminación final entre las simbólicas ovejas y cabras, es decir, entre los que hicieron la voluntad del Padre y los que no la hicieron. (Mateo 25:31-33)
¿Humanos y demonios que enfrentan a Dios? ¿Es eso posible? Sí, cuando los seres humanos hacen cosas que se oponen a la voluntad de Dios, están enfrentándose a Dios mismo. Cuando grupos humanos se resisten a hacer las cosas que Dios manda, están resistiendo a Dios mismo. Porque el enfrentamiento es en realidad contra los principios divinos expuestos en las Santas Escrituras inspiradas por Él. De modo que el que se opone a los principios divinos, en realidad, está luchando contra Dios.
De hecho, a raíz de todo lo que está sucediendo en el mundo, en todas partes se está reconociendo que solo acciones drásticas podrían resolver los problemas de la humanidad. Pero los seres humanos no tienen la más remota idea de cómo lograrlo porque siguen fluctuando entre intereses egoístas y partidarios, según la raza, la riqueza y la religión, pero no entre lo que Dios ha dicho que es bueno y malo. Porque, según ellos, la Palabra de Dios no es un punto de referencia confiable y, por tanto, no le dan cabida en sus decisiones.
Muchos juran sobre una Biblia, pero en los momentos de crisis niegan con sus actos lo que contiene, por medio de hacer a medias la voluntad de Dios o no hacerla en absoluto.
Tal descuido hará que la anunciada intervención divina nos llegue a todos por sorpresa y la discriminación entre el bien y el mal termine para dar paso al Reino de Cristo.
El cerebro se la pasa seleccionando todo el tiempo entre dos o más opciones. Lamentablemente, desde muy temprana edad, muchos son condicionados a discriminar de maneras incorrectas, injustas, egoístas y de lo más caprichosas, lo que da lugar a desagradables separaciones.
Por ejemplo, se puede observar cierta clase de condicionamiento desde temprana edad visitando un centro de entrenamiento de fútbol para niños. Se ve cómo se los entrena a seguir las instrucciones, a trabajar en grupo, a diferenciar a su equipo, a alegrarse y gritar cuando meten un gol contra los contrarios, y a abrazarse y felicitarse mutuamente cuando ganan un partido.
Los niños crecen con mentalidad ganadora o perdedora, que es alimentada por el espíritu de competencia, alentando al propio equipo y menospreciando al oponente, ya sea que el oponente sea mejor, y se lamentan cuando pierden, porque han sacrificado tiempo y dinero por el éxito.
Cada día aprenden nuevas formas de discriminación que avivan el fuego de su entusiasmo por ser los mejores. Cada uno quiere convertirse en el número uno, en la exclusividad, en el héroe, en el centro de la adoración de los demás. Y toda su vida recibe la influencia de dicho condicionamiento social. La comunidad los alienta a reafirmarse en dicha mentalidad mediante los medios de comunicación, y se convierte en parte de su idiosincrasia.
Paradójicamente, cuando el niño crece, la misma sociedad que alentó en él un espíritu de discriminación ahora le dice que no debe discriminar a nadie, porque todos somos iguales ante la ley. ¿No le costará mucho aceptar y procesar esa idea hasta hacerla suya?
Lo más probable es que siga discriminando, por lo menos para sus adentros. Es como el niño que crece siguiendo la conocida instrucción de sus padres: "No confíes en los extraños". Pero ¿qué sucede cuando crece y busca trabajo? Su nuevo puesto le exige saludar, sonreír y tratar bien a los clientes, que a sus ojos no son otra cosa que perfectos extraños. Lo más probable es que siga discriminando, por lo menos, disimuladamente, como hizo toda su vida.
Es un sueño irrealizable pensar en una interacción humana que no implique por lo menos cierto grado de discriminación basado en dicotomías como superior / inferior, ganador / perdedor, aprobado / desaprobado, amado / odiado, rico / pobre, bonito / feo, blanco / negro, educado / maleducado, de la alta sociedad / de la chusma, etc..
Y no solo aprenden a discriminar correctamente, sino injustamente. En términos generales, se considera que la comparación, el contraste y la crítica, por citar solo algunos ejemplos, son facultades básicas de la naturaleza humana.
Si nuestra mente no discriminara, tampoco podríamos desarrollar ni progresar mediante llegar a conclusiones lógicas. De hecho, la lógica no existiría si nuestra mente no comparara las premisas que surgen en su camino. ¡Ni siquiera podríamos seleccionar nuestros alimentos ni decidir qué vamos a comer o beber, o dónde nos gustaría vivir, o qué vamos a ponernos!
De modo que, para empezar, tenemos que ser sinceros con nosotros mismos y reconocer absolutamente todos discriminamos, que es una ilusión mal fundada creer en un mundo sin discriminación, y que no toda discriminación es injusta. Porque hay una discriminación natural, necesaria y hasta beneficiosa para la salud, para el bienestar propio y para el desarrollo de la sociedad.
Hasta aquí hemos visto que la discriminación es parte de la naturaleza humana. ¡Hasta los que se quejan o perturban por la discriminación discriminan ellos mismos a los que los discriminan a ellos, demostrando así la gran verdad mencionada!
Ahora veamos un aspecto un poco más complicado. Si bien es cierto que hay una discriminación natural basada en el juicio sano que sirve para discernir las premisas y llegar a conclusiones lógicas, lo cual es esencial para ser inteligentes, también hay una discriminación artificial y egoísta basada en el prejuicio y el egoísmo, que no solo entorpece las relaciones humanas, sino que podría llevarlas hasta el colapso.
Por ejemplo, Santiago escribió en la Biblia, en el libro que lleva su nombre: "Hermanos míos, nadie puede tener fe en nuestro Señor Jesucristo si manifiesta actos de favoritismo (discriminación egoísta)". Y propone un ejemplo: "Supongamos que entra en la asamblea un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido, pero también entra un pobre con un vestido sucio, pero dirigen su mirada de aprobación al que tiene vestido espléndido y le decís: 'Venga, siéntese aquí, en un buen lugar", pero al pobre le dicen: 'Tú, quédate ahí de pie', o 'Siéntate a mis pies'. ¿No sería eso hacer distinciones entre ustedes y juzgar con un mal criterio?".
Santiago destaca claramente el lado negativo de la discriminación: La discriminación egoísta basada en una preferencia personal, seguramente en una tradición o costumbre social o familiar.
Por eso, después, añade a modo de censura: "Escuchen, hermanos míos queridos: ¿Acaso no escogió Dios a los pobres según el mundo para que sean ricos en fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman? (Lucas 4:18-19; Isaías 61:1) ¡En cambio ustedes menosprecian a los pobres! ¿Acaso no son los ricos los que los oprimen y los arrastran hasta los tribunales, y de esa manera blasfeman el hermoso nombre por el que se les reconoce [como cristianos]? Si ustedes cumplen plenamente la Ley regia según la Escritura, que dice: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo", hacen bien; pero si discriminan a las personas injustamente, están cometiendo un pecado y quedando convictos como transgresores de la [misma] Ley". (Santiago 2:1-9) Y ¿no dijo Jesucristo: "Amen sus enemigos"?
Es verdad que desde los orígenes de la humanidad Dios ha dado al hombre, no solo la facultad de discriminar entre lo bueno y lo malo, sino leyes específicas que le permitieran saber explícitamente lo que deberían considerar como bueno y malo, a fin de que sus acciones produjeran buenos resultados. Pero desde que Adán y Eva decidieron por voluntad propia darle la espalda, todos sus descendientes hemos nacido con la tendencia a discriminar a las personas de una manera egoísta, prejuiciosa e injusta. Lamentablemente, como hemos visto, tal tendencia innata existe en absolutamente todas las culturas de la Tierra. No podemos evitarlo.
Por eso Jesucristo nos enseña a desarraigar de nuestro corazón las tendencias malas que hubimos heredado de nuestros primeros padres. (1 Juan 3:8; Tito 2:11-14) Sin la asistencia de Jesucristo nuestro Señor, hubiera sido prácticamente imposible desterrar de nuestro corazón la tendencia hacia la discriminación egoísta.
El Señor mismo tuvo que discriminar a fin de elegir a sus apóstoles de entre todos sus discípulos. Pero no fue una discriminación egoísta, sino altruista. La diferencia consiste en que la discriminación egoísta procura el bien propio y la aprobación de unos cuantos, mientras que la altruista busca el bien común y la aprobación del Padre. (Juan 8:29)
Por lo tanto, si bien es cierto la Biblia concede un lugar apropiado a la discriminación altruista, basada en el amor agape, está claro que ni el Antiguo (Isaías 61:1) ni el Nuevo Testamento (Lucas 4:18-19) da lugar a la discriminación egoísta.
Cualquier discriminación egoísta que se leyera en estos, es solamente un registro de las tendencias egoístas y pecadoras que humanos manifestaron en su momento debido a la imperfección, no una cualidad que Dios hubiera querido que manifestaran. ¿Cuál es la diferencia?
Como vimos más arriba, es imposible que seamos inteligentes sin que tengamos la facultad de discriminar, es decir, de diferenciar y seleccionar entre los conceptos que hay en nuestra mente.
Por ejemplo, comparamos y contrastamos las cosas y llegamos a conclusiones que nos permiten mejorar nuestra manera de pensar y obrar. Pero solo si incorporamos en nuestra mente y corazón los conceptos divinos, podremos ser capaces de alejarnos del pecado, pensar como Dios y tomar decisiones que le agraden. (Juan 8:29; 1 Juan 5:14)
La Biblia dice: "Busquen a Jehová mientras se deje encontrar, llámenlo mientras esté cercano. Abandonen los malvados sus caminos y los perversos sus pensamientos, y vuélvanse a Jehová Dios, generoso en perdón, y recibirán misericordia. 'Porque mis pensamientos no son sus pensamientos, ni son sus caminos mis caminos', dice Jehová. 'Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los pensamiento de ustedes, ¡aun más altos que los cielos sobre la tierra!'". (Isaías 55:6-9)
Por eso, el apóstol Pablo instó a los cristianos de Éfeso: 'Por tanto, no se hagan insensatos, sino procuren captar cuál es la voluntad de Jehová'. (Efesios 5:17)
Un poco antes les había pedido: 'Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de su naturaleza anterior, la cual corrompieron sus deseos engañosos. Más bien, renueven sus puntos de vista y vístanse de la nueva personalidad que fue creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad'. (Efesios 4:22-24)
Notamos por lo tanto que hay dos clases de justicia: La de Dios y la del hombre. Esto es muy importante cuando se habla de un trato justo o injusto, y aplica en términos de crianza, relaciones humanas, legalidad, etc. Podríamos compararlo, por ejemplo, con lo que ocurre con cierta madre a la que tal vez le parezca injusto dar una palmada a sus hijos cuando se muestran voluntariosos y desobedientes, y a otra a la que tal vez no le parece lo mejor. Pero cuando pasan los años y los niños se convierten en adultos, comienza a notarse una clara diferencia en los resultados de una y otra crianza, tanto para la madre que crió a sus hijos con firmeza como para la que los dejó a rienda suelta. (Proverbios 29:15)
Es decir, aunque el ser humano fue creado con la facultad de discriminar y discernir, esto debía ejercerse partiendo siempre desde el punto de vista de Aquel que creó dichas facultades, Aquel cuya justicia debía anteponerse a los deseos mundanos.
Por eso, Jesús instó: 'Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia'. (Mateo 6:33) Es decir, los cristianos debían poner a un lado su propia justicia, basada en su manera de proceder mundana, y procurar ver las cosas desde el punto de vista de Dios. Debían buscar la justicia de Él, no la del mundo. Solo así podrían llamarse verdaderamente cristianos.
En otras palabras, debían de aprender a discriminar con base en el altruismo por el bien común, no en el egoísmo por una ventaja partidaria.
Dicho de otro modo, aunque no podían dejar de discriminar, debían tomar como referencia el punto de vista de Dios, no el egoísta punto de vista humano, cuya característica es el prejuicio y la falta de amor.
Jehová siempre hizo una clara distinción entre lo bueno y lo malo. Por eso sus amadores debían igualmente discriminar a partir de un punto de vista divino, no humano. (Mateo 16:19; 18:18; Malaquías 3:18) Discriminar desde un punto de vista humano acabaría en problemas, derramamiento de sangre y la mar de dificultades.
Por lo tanto, no es incorrecto discriminar, y tampoco deberíamos esperar que no nos discriminaran al ponernos en contacto con los cristianos que verdaderamente procuran hacer la voluntad de Dios. De hecho, Dios mismo dice que con el tiempo veríamos claramente la diferencia entre los que servirían a Dios y los que no le servirían.
Por nuestra parte, tampoco debíamos hacer cosas por las cuales nos discriminaran desfavorablemente. Por ejemplo, si vistiéramos de manera que expresara rebeldía, sin duda pareceríamos rebeldes y se nos consideraría inclinados al mundo. No podríamos quejarnos de que se nos discriminara. Tendríamos que vestir modestamente, es decir, como cristianos, para que la crítica fuese favorable.
No podemos evitar la discriminación, pero sí podemos minimizar el impacto negativo por medio de vestir, actuar y hablar de una manera que reflejara que el amor de Dios verdaderamente actúa en nuestra mente y corazón, y que hemos renovado nuestros puntos de vista desde la base.
No basta con afirmar: "¡Soy cristiano, estoy bien con el Señor y me reúno con un grupo de oración", como si reunirnos y afirmar que somos cristianos fuese una garantía para la salvación. También tenemos que parecerlo por medio de conformarnos a la naturaleza o personalidad que fue creada por Dios, la cual se opone a las costumbres mundanas. (Gálatas 5:16-17)
Vivimos en el mundo, gustamos de la música, la diversión, la buena ropa y la buena comida, como cualquier terrícola normal. Pero seleccionamos excluyendo [discriminando] cualquier cosa que causaría daño a nuestra relación con el Padre y con nuestros hermanos.
Enfrentémoslo: Existe discriminación. Es una realidad de la vida. Es parte de la naturaleza humana. No podríamos ser inteligentes si no discrimináramos entre las cosas. Pero debemos entender que toda discriminación debería ser justa desde el punto de vista de Dios, no del nuestro ni de nuestro partido. (Proverbios 3:5-6)
Además, recordemos que no solo discrimina el que juzga mal a otros, sino el que se siente discriminado. Dios mismo discrimina entre buenos y malos, y en la Biblia dejó muy en claro dicha distinción para que nunca confundamos su voluntad con la nuestra. (Isaías 5:20-23; 55:8-9) No vamos a juzgar a Dios, ¿verdad? (Romanos 9:20)
La Biblia es clara: La salvación es para todo el que ejerce fe en Cristo y se esfuerza por perseverar haciendo la voluntad de Dios, sin importar de qué tribu, nación, lengua o raza sea. Esa fue la promesa que Dios hizo a Abrahán, y fue la promesa que Jesucristo hizo a sus discípulos. (Juan 3:16; Génesis 22:18; Hebreos 10:38; Apocalipsis 7:9-10) Pero uno debe conformarse a la voluntad de Dios, no a la suya propia, o a la de nuestros amigos o de aquellos que concuerdan con nosotros.
Jesucristo mismo trazó una línea clara entre el bien y el mal, entre lo que un cristiano debe y no debe hacer, entre el camino a la vida y el camino a la destrucción. Y los apóstoles reafirmaron una discriminación entre la justicia y la injusticia, y entre los hijos de Dios y los hijos del Diablo, entre los buenos y los malos, entre los que fracasan y los que tienen éxito.
No buscamos juntarnos con un grupo solo porque nos parece lindo como canta, baila o toca instrumentos, ni porque nos sentimos cómodos y a gusto o porque exhibe una parafernalia impresionante y nos atraen sus rituales.
No buscamos juntarnos con un grupo solo porque nos parece lindo como canta, baila o toca instrumentos, ni porque nos sentimos cómodos y a gusto o porque exhibe una parafernalia impresionante y nos atraen sus rituales.
Buscamos a quienes se esfuerzan por agradar a Dios haciendo lo que él manda, no a quienes solo les interese agradarse sí mismos. Buscamos a los amantes de la paz, no a los amantes del desorden, el conflicto y la destrucción de la propiedad ajena. Y lo hacemos aunque al principio quizás nos desagraden algunas cosas superficiales que todavía no entendemos bien. (Juan 13:7)
Dios es el único que tiene el derecho legal para juzgar a la humanidad, criticarla o dictarle lo que es correcto e incorrecto, bueno y malo. ¿Por qué? Porque Él es perfecto en justicia y es el ser más inteligente que existe y sabe mejor que nadie lo que es mejor para nosotros. Si él dice "¡Eso no!", sabemos por las Escrituras quiénes son los únicos que se atreven a desafiarlo y en qué terminará su osadía.
Por eso, para establecer una base legal y poder sostener su punto de vista, Dios no ha sido remilgado en poner todo por escrito, aclarar la diferencia entre lo bueno y lo malo y darnos suficiente tiempo y espacio para asimilarlo y entender cuán equivocados estuvimos desde el principio. Pero nos toca a nosotros familiarizarnos con su justicia a fin de juzgar, discriminar, discernir y entender correctamente los asuntos. (Isaías 30:8-11; 618-9)
Jesucristo prometió que al final de los tiempos señalados efectuaría una discriminación final entre las simbólicas ovejas y cabras, es decir, entre los que hicieron la voluntad del Padre y los que no la hicieron. (Mateo 25:31-33)
Para el efecto, la profecía de Apocalipsis indica que el Diablo y sus demonios inspirarían a los los reyes de toda la tierra para enfrentarse a Dios. Como consecuencia, serían aniquilados sorpresivamente por el Cordero de Dios en la guerra del Armagedón a fin de dar paso al Reino de Dios. (Apocalipsis 16:14-16; 17:14)
No se trata de nada nuevo. Ha estado escrito allí en la Biblia hace tanto tiempo que nadie podría excusarse diciendo: "No lo vi", "no tuve tiempo", "nadie me dijo nada al respecto", o: "Sí, lo vi, pero no entendí".
¿Humanos y demonios que enfrentan a Dios? ¿Es eso posible? Sí, cuando los seres humanos hacen cosas que se oponen a la voluntad de Dios, están enfrentándose a Dios mismo. Cuando grupos humanos se resisten a hacer las cosas que Dios manda, están resistiendo a Dios mismo. Porque el enfrentamiento es en realidad contra los principios divinos expuestos en las Santas Escrituras inspiradas por Él. De modo que el que se opone a los principios divinos, en realidad, está luchando contra Dios.
De hecho, a raíz de todo lo que está sucediendo en el mundo, en todas partes se está reconociendo que solo acciones drásticas podrían resolver los problemas de la humanidad. Pero los seres humanos no tienen la más remota idea de cómo lograrlo porque siguen fluctuando entre intereses egoístas y partidarios, según la raza, la riqueza y la religión, pero no entre lo que Dios ha dicho que es bueno y malo. Porque, según ellos, la Palabra de Dios no es un punto de referencia confiable y, por tanto, no le dan cabida en sus decisiones.
Muchos juran sobre una Biblia, pero en los momentos de crisis niegan con sus actos lo que contiene, por medio de hacer a medias la voluntad de Dios o no hacerla en absoluto.
Tal descuido hará que la anunciada intervención divina nos llegue a todos por sorpresa y la discriminación entre el bien y el mal termine para dar paso al Reino de Cristo.
"Dios te ha dicho lo que es bueno y lo que espera de ti: Practicar la justicia y la misericordia y humillarte ante [Él]." (Miqueas 8:8)
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