¿Gnosis o agnosis?

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A medida que crecimos fuimos adquiriendo nociones y conocimientos que resultaron cada vez más interesantes.

Aprendimos a hacer preguntas, después a buscar las respuestas por nosotros mismos, a resolver nuestros problemas y a ayudar a otros a resolver los suyos. También aprendimos a inventar cosas y tal vez a crear obras de arte, diseños, canciones, poesías y una infinidad de ideas. 

Cada vez que aprendíamos algo nuevo, automáticamente se conectaba en nuestro cerebro con algo que ya habíamos descubierto, descifrado o entendido antes, ampliando nuestra percepción de la realidad. ¿Cuáles eran la lecciones que se repetían? ¡Comprensión, adaptación, expansión y muchas más!

Aprender se convirtió en una clave de supervivencia y en un apasionante sistema de desarrollo. Desgraciadamente, notábamos que también había quienes dejaban pasar sus oportunidades de aprender y las desaprovechaban. La costumbre, las tradiciones, el prejuicio, la dominación y el miedo parecía cerrarles el paso al siguiente nivel. Ocurrió en los tiempos de Jesús.

No solo dejaron pasar valiosas oportunidades de aprender, sino que las desaprovecharon. Muchos llegaron al colmo de odiar a quienes querían aprender a ser personas más productivas y equilibradas. Promovieron la idea de Jesús era un falso profeta.

Las tradiciones, el prejuicio, la dominación y el miedo que imponían los líderes religiosos les cerró a muchos el paso a la salvación. (Mateo 23:13) Por eso, en los tiempos de Jesucristo, los que quisieron aprender sus enseñanzas se enfrentaron al desprecio de quienes defendían lo indefendible.

¿Pero fue Jesús un falso profeta? Para los que lo condenaban, no había duda. Jesús había explicado de diferentes maneras que el sistema en el que vivían sería destruido, y el templo sería demolido. Por eso lo odiaban y querían matarlo. De hecho, le quitaron la vida de una forma muy cruel y despiadada. ¿Pero qué ocurrió unos años después? Se cumplió lo que Jesús había predicho.

En el año 70 el sistema judío fue destruido por los romanos, lo cual no solo resultó en la demolición de su templo, sino en la desaparición de los registros públicos genealógicos que servían para corroborar el entroncamiento de los descendientes de David, Aarón, Judá y Abrahán, eslabones indispensables para verificar quienes podían ser sacerdotes y, sobre todo, para observar la línea de descendencia que llevaba al Cristo, puesto que el Cristo sería un descendiente directo.

Como vemos, nuestra mente puede jugarnos a favor o en contra, dependiendo de los pensamientos y sentimientos con los que la programamos. Hay quienes dicen que nuestro cerebro es limitado. Y es cierto. Pero en sentido físico. Tiene dimensiones, peso y otras características que los científicos han promediado. Pero hasta el presente, nadie ha podido cuantificar ni medir la verdadera capacidad de la mente humana ni a qué velocidad pueden conectarse simultáneamente las neuronas en el cerebro.

De modo que, aunque sería presumido trazar límites a cosas que la humanidad nunca ha podido dimensionar, sería absurdo decir que el universo no existe porque no lo podemos medir ni cuantificar. Al contrario. A cada rato se descubren novedades en el cosmos.

El que no sepamos algo, o no tengamos manera explicarlo, no significa que no exista o que no haya mérito en profundizar en conocimientos de valor práctico, sobre todo de aquellos que nos acercan a Dios. 

Cuando éramos pequeños y veíamos u oíamos algo que no nos resultaba familiar, nuestra primera reacción, la más instintiva, era relacionarlo con algo semejante que ya sabíamos, aunque no necesariamente nos ayudara mucho a descubrirlo y entenderlo.

Por ejemplo, en la introducción de este tema viste una imagen. Pero si no la habías visto antes, seguramente vinieron a tu mente ideas tales como "el dibujo de una flecha", "una flecha rara" "un instrumento", "un arma", "un cetro" o "una herramienta extraña", y tus ojos siguieron mirando, buscando una explicación que respondiera la pregunta: "¿Qué es eso?".

Al verla, muy probablemente en ningún caso tu reacción natural hubiera sido: "Eso no es nada", "eso no existe", "eso no es verdad", "no estoy viendo nada", "es solo un dibujo", "una ilusión optica" o algo por el estilo. Porque seguramente tu conciencia siempre te ha dicho que no entender algo no significa que no exista o que sería inútil esforzarte por descubrirlo, o que nadie podría llegar a saberlo. Esos serían pensamientos irrazonables.

Los diseños e inventos siempre han llamado nuestra atención y nos han estimulado a encontrarles una explicación, una conexión con nuestros pensamientos. De hecho, conocemos inventos de la antigüedad que siguen siendo importantísimos para nosotros hoy, diseños que trascendieron el tiempo.


¿Podemos identificar fácilmente las cuatro figuras de arriba? ¡Claro! Son instrumentos muy conocidos. Pero ¿reaccionaste así cuando miraste la figura al inicio de este artículo? Seguramente no. Porque se trataba de algo raro, diferente. Para atar cabos necesitabas un poco de ayuda. 

Nuestra agnosis [no conocimiento] jamás nos hubiera impulsado a pensar que se trataba de algo que no tenía un propósito. Sabemos que ignorar algo no es lo mismo que "ser un ignorante". Si seguimos intentándolo, quizás descubramos de qué se trata y nuestra agnosis (falta de conocimiento) se convierta en gnosis (conocimiento).

"No saber" no significa que no podamos "llegar a saber". Mucho depende de nuestra actitud hacia el conocimiento, si ponemos atención, intercambiamos información y mantenemos una actitud positiva. 

Cada segundo barren nuestro cerebro ondas de alta intensidad que pasan la escoba, por decirlo así, y revisan todo, ayudándonos a discriminar lo útil de lo inútil, lo que vale tener presente y lo que no, clasificando y verificando, decidiendo a qué le daremos atención y a qué no, ayudando a nuestro entendimiento de las cosas.

Solo porque los límites del universo parecen insondables, no tiene sentido poner fin a lo que sabemos y dejar de investigar lo que nos falta por descubrir, o negar que otros puedan ayudarnos a saber más y entender mejor lo que hemos aprendido, 

Apolos, un predicador entusiasta de los tiempos de los Apóstoles, conocía y predicaba "la verdad", pero cuando Aquila y Priscila, discípulos del apóstol Pablo, lo escucharon, se percatado de que le faltaba algo.

¿Qué le faltaba? Necesitaba seguir creciendo y modificando sus conocimientos previos basados en el bautismo de Juan. No cambió la verdad. Sólo tuvo que hacer unos ajustes y corregir algunas impresiciones. Entonces pudo captar toda la verdad. 

Su verdad necesitaba algunas actualizaciones debido a que no había conocido a Jesucristo. Sólo conocía el bautismo de Juan. (Hechos de Apóstoles 18:24-28)

La realidad es que nunca llegaremos a saber todo. Solo podemos aprender lo que podemos y lo que necesitamos. Felizmente, tenemos la capacidad. Nuestro cerebro es insondable. Por eso nos concentramos en lo que necesitamos. No todos podemos ni queremos ser astronautas o biólogos marinos, ¿verdad? No necesitamos saber tanto.

Jesús vino como luz para el mundo a dar a conocer la verdad de parte del Padre. Pero en cierta ocasión les dijo a sus discípulos: "Me quedan muchas cosas aún por decirles, pero ahora no las pueden soportar" (Juan 16:12) Sin embargo, posteriormente les dijo que llegaría el tiempo en que el espíritu de Dios los guiaría a toda la verdad (Juan 16:13)

A los pocos días de resucitar, Jesús les dijo: "No les corresponde a ustedes saber la hora ni el momento determinados por el Padre [para restaurar su Reino]" (Hechos de Apóstoles 1:7) Ya antes les había advertido que Dios retendría cierta información hasta poco antes del Armagedón. (Mateo 24:36)

¿Hasta poco antes del Armagedón? Sí, porque la Biblia dice que es parte de la verdad saber que el Señor omnipotente no hace nada sin antes revelar su designio a los que le sirven. (Amós 3:7) Y Jesús prometió que no habría nada encubierto que no llegaría a revelarse, ni nada escondido que no llegaría a saberse. (Mateo 10:26)

En efecto, en el año 96 del primer siglo Juan escribió por inspiración divina el "Apocalipsis" o "Revelación". Fue el último mensaje de Dios transmitido por su Hijo resucitado. De hecho, contiene expresiones y parábolas que pocos hubieran soportado. Es decir, no habrían entendido nada. Porque aún no era el tiempo para entender toda la verdad.

Un peine, un cepillo, un pincel y unas tijeras les son familiares a cualquiera. Pero ¿qué hay de cosas, ideas o imágenes que no nos resultan familiares, como aquella imagen en forma de flecha? 

En realidad, no se trataba de una flecha. Tampoco tenía nada que ver con algo semejante a flecha. Era un removedor triangular de cemento, yeso o cal, que sirve para retirar las juntas de pisos y paredes. Muy usado en la remodelación de interiores.


Pero ¿acaso tiene sentido para ti saberlo si no necesitas esa clase de herramienta? Tampoco tendría sentido comprarte un piano si no te gusta la música. El conocimiento solo le es útil a quien lo necesita, es decir, según su propósito.

¿Sería sabio decir que algo no es útil o que no tiene ningún propósito solo porque no sabemos o no hemos descubierto para qué sirve? Mucho menos sabio sería precipitarnos y llegar a la conclusión dogmática de que no sirve para nada.

"No entiendo" no es sinónimo de "no existe" ni de "eso no tiene nada que ver conmigo". Porque si no entendemos algo, sería dogmático decir que no nos afecta. Mucha gente se vacuna sin saber exactamente lo que contiene la substancia que le inoculan, y sin embargo nadie dice que la vacuna no existe.

La Biblia comienza diciendo: "En el principio Dios creó los cielos y la tierra" (Génesis 1:1), y el profeta Isaías escribió que la tierra fue creada con un propósito. (Isaías 45:18) Eso armoniza con lo que Jesucristo explicó en su famosa exposición del Sermón del Monte. (Mateo 5:5; 6:9-10)

No tenemos todos los detalles, no obstante no negamos su existencia ni tampoco las leyes que influyen en su sostenibilidad en el universo. Dichas leyes se cumplen aunque no las conozcamos.

Sabemos lo que le sucederá a alguien que se lance sin paracaídas desde un avión. El desconocimiento de la fórmula de la fuerza de gravedad no lo exime de sufrir las consecuencias. La ley se cumplirá.

Y lo mismo podemos aplicar a lo largo de toda la metafísica. Tal como no es razonable afirmar que un instrumento no sirve para nada si no hemos averiguado para qué sirve, tampoco lo es si afirmamos que la verdad no existe porque no la hemos buscado, encontrado o aceptado.

¡Menos sabio sería afirmar dogmáticamente que jamás encontraremos la verdad, diciendo que para encontrarla tendríamos que adquirir absolutamente todos los conocimientos habidos y por haber.

Eso sería como decir: "Para saber para qué sirve un martillo, primero tendría que aprender a usar todas las herramientas existentes, o para ser pianista tendría que aprender a tocar todas las composiciones musicales de todos los músicos del pasado, presente y futuro". Ese no es un razonamiento limpio. Solo es falta de conocimiento (agnosis).

Para ser sabios adquirimos los conocimientos que necesitamos. No negaremos que tenemos límites, pero tampoco negaremos que no podríamos extender nuestros límites si tuviéramos vida eterna. 

De modo que tampoco sería razonable pensar que nadie puede averiguar la verdad absoluta porque no puede saberlo todo. La verdad es puntual, es decir, para lo que se la necesita, no para lo que no se la necesita. La Biblia no nos revela todo, sino solo lo que necesitamos saber. (Juan 20:30-31; 21:25)

Nadie necesita saber todas las verdades para alcanzar sus metas, tampoco necesita estudiar todas las carreras universitarias para concluir sus estudios. Solo en tal sentido podemos decir que no seríamos capaces de alcanzar la verdad absoluta. 

Pero uno sí necesita la verdad relacionada con aquello que lo acerca a sus metas. Y en el caso de los que quieren seguir las huellas que llevan a la salvación, se refiere a toda la verdad que está en las Santas Escrituras, las mismas a las que Jesús se refirió cuando oró a su Padre: "Tu palabra es la verdad" (Juan 17:17; Colosenses 2:3)

Lamentablemente, el Hijo de Dios sabía que la verdad fue -y es- bombardeada desde todos los flancos con versiones contradictorias, sesgadas, torcidas y hábilmente taimadas, de modo que ni siquiera a las personas sinceras les resultaría fácil reconocer la verdad.

Por eso, tal como ocurre en el caso de una figura o dibujo que no entendemos, al principio quizás no reconozcamos ciertos aspectos de la verdad. Pero, como Apolos, podemos llegar a entenderla con un poco de ayuda.

Una clave que Jesús dejó para que sus discípulos sincronizaran con los engranajes del universo, de toda la metafísica y del amor de su Padre, fue esta: "Por sus frutos los reconocerán". (Mateo 7:16-20) 

De hecho, si no sincronizamos con los engranajes de la verdad, nos pincharemos un dedo. Los engranajes de la verdad coinciden perfectamente porque así fueron diseñados por el Padre de Jesús.

Para funcionar y cumplir con su propósito deben encajar. Si no, habrá que rectificarlos o conseguir unos nuevos. Es el mismo concepto de mantenimiento al que se refirió Jesús en el caso del vino. (Lucas 5:37-39)

Por lo tanto, ¿gnosis o agnosis? De uno mismo depende. Nunca descartemos una herramienta simplemente porque nunca la habíamos visto, o porque no entendemos como funciona o porque no conocemos a su inventor. 

Quizás sea justo la que necesitábamos para remover algunos errores de entendimiento y hacer una remodelación interior a lo que, como Apolos, considerábamos que era la verdad.

Lectura sugerida para meditar: Evangelio de Juan, capítulo 17.